Publicado por El Blog de X. Pikaza
Domingo 6, Pascua, Ciclo C. Apocalipsis 21, 10-14. 22-23. Éste es el domingo de la Ciudad de Dios y su imagen, la Nueva Ciudad del Apocalipsis, me acompaña desde hace mucho tiempo. Dialogué largamente sobre ella, el año 1996, con mi amigo Eliseo Tourón de la Merced (cf. post 12. 09. 08), primer Decano de la Facultad de Teología de San Dámaso, en Madrid, cuando él se preparaba para el AMOR y yo iba tejiendo el comentario del Apocalipsis (Verbo Divino, Estella 1999). Fuimos juntos a ver en la Academia de B. A, la visión del cielo de S. P. Nolasco, según Zurbarán (imagen). Así imagino yo a Eliseo, con un ángel amigo, enseñándole el cielo. Pues bien, hoy quiero comentar otra vez el mismo texto, para otros amigos comunes, como Pablo P. de Pontevedra, en este tiempo de Pascua, que es un adelanto de Cielo. Quiero compartir con ellos y con todos el deseo de que el cielo de puertas abiertas y de amor blanco, universal, comience de verdad (¡lo comencemos!) en esta misma tierra, hoy, año de Pascua del 2010,pasados ya casi catorce largos años sin Eliseo en esta tierra
1. Ciudad-novia. Visión del profeta (21, 1-2).
1Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. 2 Y la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, bajando del cielo, de junto a Dios, ataviada como una Novia que se adorna para su Esposo.
La visión retoma signos de Is 65, 17; 66, 22 (cf. 2 Ped 3, 13): la vieja historia culmina; los viejos signos del cielo y de la tierra han terminado, han completado su ciclo. Pero el fin de esa historia antigua puede y debe interpretarse como triunfo del la ciudad de Dios, de aquella nueva humanidad que los cristianos han ido buscando y creando en su vida de entrega y de gozo sobre el mundo.
* Llega la Buena Ciudad, Santa Jerusalén. La antigua se había pervertido en lucha fuerte de bestias y de prostitutas (cf. Ap 12-13; 17). Pero invirtiendo su caída y cumpliendo lo que anunciaban los profetas, la Iglesia ha descubierto la llegada de la Ciudad Buena para todos los seres humanos.
* Baja del Cielo, como don de Dios. La han buscado los profetas, la han explorado e iniciado los cristianos, pero nadie sobre el mundo ha podido construirla. Ella, la ciudad de la concordia y el amor comunitario será siempre un don de Dios, encarnación final de su ternura. Viene de Dios, pero los hombres deben buscarla y prepararla sobre el mundo.
* Adornada como Esposa para su marido. La ciudad primera (Gen 1-11) fue campo de batalla que acabó en la lucha y confusión de Babel (cf. Gen 11, 1-11), sin amor ni bodas. Esta nueva ciudad que baja del cielo es amor “adornado”, hecho belleza y cosmos, placer de bodas que, en lenguaje de aquel tiempo, está simbolizado por la novia.
Eso es lo que dice el signo del Apocalipsis: que el amor es posible y que al fin triunfa de todos los poderes que pretenden destruirlo. Esa vida de amor está simbolizada por la novia que lleva, el amor que se acerca. Eso quiere ser la vida cristiana: una señal de bodas, promesa de armonía y gozo sobre un mundo brutal y destruido por la guerra de la historia.
Este el prodigio, esta la visión de nuestros sueños. Otros imaginan terrores y preparan guerras, idean venganzas y buscan placeres de violencia. En contra de eso, el vidente-profeta ha descubierto que la vida del hombre y la mujer sobre la tierra es en el fondo aprendizaje de amor, preparación de bodas. Esa es la tarea y el carisma de los cristianos: ellos anuncian con su vida de gozo (canto y amor comunitario, diálogo y ternura mutua) la gran vida de amor del cielo que llega, apareciendo con los signos de una esposa adornada de (para) el amor.
1. Nueva visión: muralla, puertas, pilares (21, 9-14).
9 Entonces se acercó a mí uno de los siete ángeles... y me dijo:
-¡Ven! Te mostraré la Novia, Esposa del Cordero 10Me llevó en espíritu sobre una Montaña grande y excelsa y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo (lugar de Dios), 11 llena de gloria divina. Su esplendor era como de piedra preciosa deslumbrante, como piedra de jaspe cristalino. 12Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles sobre las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de los hijos Israel. 13Tres puertas daban al oriente y tres puertas deban al norte, y tres puertas daban al sur y tres puertas daban al poniente. 14La muralla de la ciudad tenía doce pilares en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Juan, el vidente del Apocalipsis, ha entrevisto la ciudad, pero él Ángel se la quiere mostrar con más nitidez y para ello le conduce a la Montaña de la verdad final. Allí vamos nosotros, con el Ángel y con Juan, deseosos de recorrer en esperanza los caminos del cielo:
* Subimos a la Montaña que es altura de Dios (Sinaí, Tabor, Carmelo), lugar de la contemplación de su misterio para miles de religiosos. Subir al monte de Dios, eso es la vida religiosa.
* ¡Te mostraré a la Novia del Cordero! (21, 9). Queremos ver a la Novia, compartir las bodas del Cordero, que son nuestras bodas, celebrar al fin el gozo del amor, con el Cantar de los Cantares.
* Pero, en vez de Novia aparece la Ciudad, Santa Jerusalén, bajando del cielo. Dios está en ella (cf. 21, 3), ella es el cielo edificado en de jaspe (21, 11), sobre un mar de cristal (cf. 4, 3.6)
La misma Ciudad es Divina, es teofanía o manifestación de Dios, que no está fuera, abajo o arriba, sino en ella, ofreciéndole su brillo, su verdad, sus dimensiones. En otro tiempo se pudo decir que Dios había creado el mundo para abandonarlo, al parecer, fuera de sí mismo, en manos de la muerte. Ahora Dios mismo se revela al interior de la ciudad, en el amor eclesial, en la comunión y esperanza de los hombres.
Es ciudad de amor interno (con murallas que la guardan en confianza, como sabe Ez 40-48 y los monjes judíos de Qumrán), siendo al mismo tiempo una ciudad abierta a todos los amores y caminos de la historia. Por eso, sus doce pilares se encuentran unidos a las doce puertas (21, 12-13) que los ángeles mantienen siempre abiertas para que vengan y entren en ella todos los humanos, por los doce caminos de la historia:
* Los ángeles (21, 12a) ofician de porteros y guardianes: son ostiarios celestes de puertas siempre abiertas y sin llaves (21, 25). De igual forma, la muralla protectora de la vida religiosa (clausura, regla) se hace puerta para todos los humanos que buscan acogida, amor y ejemplo en ella.
* Las puertas llevan nombres de las tribus de Israel (21, 13b-14) que ofrecen su experiencia a todas las naciones de la tierra (cf. 21, 24; 22, 2). También los nombres de la vida religiosa (congregaciones y órdenes) pueden y debemos mostrarse como puerta de cielo para los humanos.
Esta Ciudad final, icono de vida cristiana, está bien edificada y resguardada: sus muros se asientan en base de roca (cf. Mt 16, 18; Ef 2, 20), en la piedra de los apóstoles del Cristo (cf. Mt 19, 28) que sostienen al conjunto de la Iglesia. Ángeles y patriarcas (tribus) de Israel quedan a las puertas, allí donde el camino acaba: su función ha terminado, no tienen ya tarea al interior de la ciudad donde no existen señores ni jerarcas.
Los apóstoles de esta ciudad no son ya jerarcas en un sentido militar o político, sino algo mucho más profundo: ellos son la base común, el cimiento de los muros: marcan el entorno de la ciudad, como testigo de una historia y/o camino ya cumplido; no tienen ya tarea al interior de la Ciudad/iglesia, que es plaza en que conviven en amor fraterno todos los amigos de Jesús, en fiesta de bodas. Las viejas estructuras judías y las nuevas jerarquías posteriores han quedado marcadas para recuerdo en las puertas exteriores: en el centro de la ciudad sólo encontramos a Dios y su Cordero, vinculando en boda a los hermanos en fraternidad.
3. Ciudad de Dios: Presencia abierta (21, 22-27)
22No vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo. 23Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren; la ilumina la gloria de Dios y su antorcha es el Cordero. 24A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra le ofrecerán su gloria. 25No se cerrarán sus puertas al declinar el día, puesto que allí no habrá noche. 26A ella afluirán la gloria y honor de las naciones.
La Ciudad es casa y compañía. El placer supremo de las piedras brillantes y de los colores de sus puertas nos invitar a penetrar y llegar hasta el Centro donde habita el mismo Dios, Presencia amiga, amor perfecto donde culminan todos los amores de la vida. Quien ha visto esa ciudad ha de vivir enamorado. Quien quiere anticipar su gloria en los caminos de este mundo debe vivir emocionado, en esperanza de vida que no acaba. Aprender a gozar, esperando el placer sin medida del Cielo, eso es la tarea de la vida cristiana sobre el mundo.
* La Ciudad no tiene Templo porque todo en ella es templo: Dios y su Cordero la convierten en sagrada; no están fuera, son placer de plena transparencia de vida dentro de ella. Todo es Dios en la ciudad, Dios que convierte a los hombres y mujeres en perfectamente humanos.
* La Ciudad no tiene Sol o luz externa, pues el mismo Dios es fuente interior de claridad en ella. Ella resplandece así por dentro, hecha Sol (emanación de luz), Amor desbordante, pues el mismo Cristo/Cordero se vuelve fuego de gozo y plenitud en ella.
* Los Pueblos caminarán a su Luz y los Reyes de la tierra vendrán con sus dones (21, 24). Ella da lo que tiene (su luz), y así suscita una respuesta de amor enamorado. No obliga, no maldice, no castiga: simplemente alumbra son su amor; por eso llegan a sus puertas, siempre abiertas, los hombres y mujeres de los pueblos de la tierra, deseosos de encontrar su plenitud en ella.
La ciudad perversa de la tierra (la prostituta de Ap 17-18) vivía de oprimir a los demás, chupando la sangre de los pueblos. Esta Ciudad de Amor vive de dar su luz, de compartir su amor (21, 24). Por eso se convierte en plaza de acogida y curación (22, 2) para los pueblos.
Ésta es una Ciudad que parece débil (no combate, no se impone por violencia), pero su debilidad se vuelve signo de llamada para los violentos y fuertes de la tierra (cf. 20, 7-10): vendrán los reyes con sus pueblos, buscando luz y descubriendo plenitud de placer dentro de ella. Vendrán felices, sin ninguna obligación, trayendo sus dones, conforme a la esperanza de Is 60, 1 ss. Signo de esta Casa universal, Ciudad o Plaza de encuentro para todas las naciones, quiere ser la iglesia.
Esta Ciudad de Amor, siempre Abierta, es el culmen del Apocalipsis y de toda la Escritura cristiana. Pudiera parecer que Juan Profeta nos hablaba de un mundo lejano, ciudad aislada, Cubo de frías, lejanas, piedras preciosas, pero muy alejada de nuestras realidades. Pues bien, en contra de eso, descubrimos ahora que ésa es Nuestra Ciudad, a ella tendemos todos los cristianos, en ella asientan su vida los que sufren y buscan sobre el mundo.
Hemos construido muchas veces una historia de puertas cerradas y miedos, campo de batalla donde señores y reyes combaten sin cesar en ocultamiento, mentira interminable. Pues bien, el Apocalipsis nos dice que abramos la ciudad, suscitando así un espacio encuentro y vida paa todos. Nada hay que cerrar ni ocultar, a nadie hay que temer.
Podemos construir una ciudad de transparencia, puertas abiertas y gracia, en el lugar donde antes imperaban Prostituta y Bestias... Esa es la ciudad de Dios, el Cielo que empieza en la tierra.
Eso quiere y debe ser la Iglesia: laboratorio de fraternidad, signo de vinculación (de amor fundante) para todos los humanos. Como un trozo de cielo en la tierra, anticipación del futuro, esperanza creadora de placer en la tierra ha querido ser por siglos la Iglesia. Por eso, cuando quiere volver a sus cimientos de misterio y profecía, ella tiene que mirarse en el espejo de estos muros y estas puertas, de esta plaza abierta de comunicación y vida que es la ciudad novia (esposo, esposa) del Apocalipsis.
Bibliografía
He trabajado sobre el tema Apocalipsis. Guía del NT, Verbo Divino, Estella 1999, donde ofrezco una extensa bibliografía sobre el tema. De entre las obras de divulgación más conocidas en castellano, en la línea de lo antes expuesto, cf:
CHARLIER, J.-P., Comprender el Apocalipsis, I-II, DDB, Bilbao 1993.
CHARPENTIER, É., El Apocalipsis, CB 9, Estella 1988.
GONZÁLEZ RUIZ, J. M., Apocalipsis de Juan. El libro del Testamento, Cristiandad, Madrid 1987.
MESTERS, C., El Apocalipsis. Cielo nuevo y Tierra nueva, CB, Quito 1991
PRÉVOST, J.-P., Para leer el Apocalipsis, EVD, Estella 1994.
RICHARD, P., Apocalipsis. Reestructuración de la esperanza, CB 65, VD, Quito 1995
SCHÜSSLER FIORENZA, E. Apocalipsis. Visión de un mundo justo, EVD, Estella 1997.
VANNI, U., Apocalipsis. Una asamblea litúrgica interpreta la historia, EVD, Estella 1994.
WIKENHAUSER, A., El Apocalipsis de San Juan, Herder, Barcelona 1969
1. Ciudad-novia. Visión del profeta (21, 1-2).
1Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. 2 Y la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, bajando del cielo, de junto a Dios, ataviada como una Novia que se adorna para su Esposo.
La visión retoma signos de Is 65, 17; 66, 22 (cf. 2 Ped 3, 13): la vieja historia culmina; los viejos signos del cielo y de la tierra han terminado, han completado su ciclo. Pero el fin de esa historia antigua puede y debe interpretarse como triunfo del la ciudad de Dios, de aquella nueva humanidad que los cristianos han ido buscando y creando en su vida de entrega y de gozo sobre el mundo.
* Llega la Buena Ciudad, Santa Jerusalén. La antigua se había pervertido en lucha fuerte de bestias y de prostitutas (cf. Ap 12-13; 17). Pero invirtiendo su caída y cumpliendo lo que anunciaban los profetas, la Iglesia ha descubierto la llegada de la Ciudad Buena para todos los seres humanos.
* Baja del Cielo, como don de Dios. La han buscado los profetas, la han explorado e iniciado los cristianos, pero nadie sobre el mundo ha podido construirla. Ella, la ciudad de la concordia y el amor comunitario será siempre un don de Dios, encarnación final de su ternura. Viene de Dios, pero los hombres deben buscarla y prepararla sobre el mundo.
* Adornada como Esposa para su marido. La ciudad primera (Gen 1-11) fue campo de batalla que acabó en la lucha y confusión de Babel (cf. Gen 11, 1-11), sin amor ni bodas. Esta nueva ciudad que baja del cielo es amor “adornado”, hecho belleza y cosmos, placer de bodas que, en lenguaje de aquel tiempo, está simbolizado por la novia.
Eso es lo que dice el signo del Apocalipsis: que el amor es posible y que al fin triunfa de todos los poderes que pretenden destruirlo. Esa vida de amor está simbolizada por la novia que lleva, el amor que se acerca. Eso quiere ser la vida cristiana: una señal de bodas, promesa de armonía y gozo sobre un mundo brutal y destruido por la guerra de la historia.
Este el prodigio, esta la visión de nuestros sueños. Otros imaginan terrores y preparan guerras, idean venganzas y buscan placeres de violencia. En contra de eso, el vidente-profeta ha descubierto que la vida del hombre y la mujer sobre la tierra es en el fondo aprendizaje de amor, preparación de bodas. Esa es la tarea y el carisma de los cristianos: ellos anuncian con su vida de gozo (canto y amor comunitario, diálogo y ternura mutua) la gran vida de amor del cielo que llega, apareciendo con los signos de una esposa adornada de (para) el amor.
1. Nueva visión: muralla, puertas, pilares (21, 9-14).
9 Entonces se acercó a mí uno de los siete ángeles... y me dijo:
-¡Ven! Te mostraré la Novia, Esposa del Cordero 10Me llevó en espíritu sobre una Montaña grande y excelsa y me mostró la Ciudad Santa, Jerusalén, que bajaba del cielo (lugar de Dios), 11 llena de gloria divina. Su esplendor era como de piedra preciosa deslumbrante, como piedra de jaspe cristalino. 12Tenía una muralla grande y elevada y doce puertas con doce ángeles sobre las puertas, en las que estaban escritos los nombres de las doce tribus de los hijos Israel. 13Tres puertas daban al oriente y tres puertas deban al norte, y tres puertas daban al sur y tres puertas daban al poniente. 14La muralla de la ciudad tenía doce pilares en los que estaban grabados los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Juan, el vidente del Apocalipsis, ha entrevisto la ciudad, pero él Ángel se la quiere mostrar con más nitidez y para ello le conduce a la Montaña de la verdad final. Allí vamos nosotros, con el Ángel y con Juan, deseosos de recorrer en esperanza los caminos del cielo:
* Subimos a la Montaña que es altura de Dios (Sinaí, Tabor, Carmelo), lugar de la contemplación de su misterio para miles de religiosos. Subir al monte de Dios, eso es la vida religiosa.
* ¡Te mostraré a la Novia del Cordero! (21, 9). Queremos ver a la Novia, compartir las bodas del Cordero, que son nuestras bodas, celebrar al fin el gozo del amor, con el Cantar de los Cantares.
* Pero, en vez de Novia aparece la Ciudad, Santa Jerusalén, bajando del cielo. Dios está en ella (cf. 21, 3), ella es el cielo edificado en de jaspe (21, 11), sobre un mar de cristal (cf. 4, 3.6)
La misma Ciudad es Divina, es teofanía o manifestación de Dios, que no está fuera, abajo o arriba, sino en ella, ofreciéndole su brillo, su verdad, sus dimensiones. En otro tiempo se pudo decir que Dios había creado el mundo para abandonarlo, al parecer, fuera de sí mismo, en manos de la muerte. Ahora Dios mismo se revela al interior de la ciudad, en el amor eclesial, en la comunión y esperanza de los hombres.
Es ciudad de amor interno (con murallas que la guardan en confianza, como sabe Ez 40-48 y los monjes judíos de Qumrán), siendo al mismo tiempo una ciudad abierta a todos los amores y caminos de la historia. Por eso, sus doce pilares se encuentran unidos a las doce puertas (21, 12-13) que los ángeles mantienen siempre abiertas para que vengan y entren en ella todos los humanos, por los doce caminos de la historia:
* Los ángeles (21, 12a) ofician de porteros y guardianes: son ostiarios celestes de puertas siempre abiertas y sin llaves (21, 25). De igual forma, la muralla protectora de la vida religiosa (clausura, regla) se hace puerta para todos los humanos que buscan acogida, amor y ejemplo en ella.
* Las puertas llevan nombres de las tribus de Israel (21, 13b-14) que ofrecen su experiencia a todas las naciones de la tierra (cf. 21, 24; 22, 2). También los nombres de la vida religiosa (congregaciones y órdenes) pueden y debemos mostrarse como puerta de cielo para los humanos.
Esta Ciudad final, icono de vida cristiana, está bien edificada y resguardada: sus muros se asientan en base de roca (cf. Mt 16, 18; Ef 2, 20), en la piedra de los apóstoles del Cristo (cf. Mt 19, 28) que sostienen al conjunto de la Iglesia. Ángeles y patriarcas (tribus) de Israel quedan a las puertas, allí donde el camino acaba: su función ha terminado, no tienen ya tarea al interior de la ciudad donde no existen señores ni jerarcas.
Los apóstoles de esta ciudad no son ya jerarcas en un sentido militar o político, sino algo mucho más profundo: ellos son la base común, el cimiento de los muros: marcan el entorno de la ciudad, como testigo de una historia y/o camino ya cumplido; no tienen ya tarea al interior de la Ciudad/iglesia, que es plaza en que conviven en amor fraterno todos los amigos de Jesús, en fiesta de bodas. Las viejas estructuras judías y las nuevas jerarquías posteriores han quedado marcadas para recuerdo en las puertas exteriores: en el centro de la ciudad sólo encontramos a Dios y su Cordero, vinculando en boda a los hermanos en fraternidad.
3. Ciudad de Dios: Presencia abierta (21, 22-27)
22No vi templo alguno en la ciudad, pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo. 23Tampoco necesita sol ni luna que la alumbren; la ilumina la gloria de Dios y su antorcha es el Cordero. 24A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra le ofrecerán su gloria. 25No se cerrarán sus puertas al declinar el día, puesto que allí no habrá noche. 26A ella afluirán la gloria y honor de las naciones.
La Ciudad es casa y compañía. El placer supremo de las piedras brillantes y de los colores de sus puertas nos invitar a penetrar y llegar hasta el Centro donde habita el mismo Dios, Presencia amiga, amor perfecto donde culminan todos los amores de la vida. Quien ha visto esa ciudad ha de vivir enamorado. Quien quiere anticipar su gloria en los caminos de este mundo debe vivir emocionado, en esperanza de vida que no acaba. Aprender a gozar, esperando el placer sin medida del Cielo, eso es la tarea de la vida cristiana sobre el mundo.
* La Ciudad no tiene Templo porque todo en ella es templo: Dios y su Cordero la convierten en sagrada; no están fuera, son placer de plena transparencia de vida dentro de ella. Todo es Dios en la ciudad, Dios que convierte a los hombres y mujeres en perfectamente humanos.
* La Ciudad no tiene Sol o luz externa, pues el mismo Dios es fuente interior de claridad en ella. Ella resplandece así por dentro, hecha Sol (emanación de luz), Amor desbordante, pues el mismo Cristo/Cordero se vuelve fuego de gozo y plenitud en ella.
* Los Pueblos caminarán a su Luz y los Reyes de la tierra vendrán con sus dones (21, 24). Ella da lo que tiene (su luz), y así suscita una respuesta de amor enamorado. No obliga, no maldice, no castiga: simplemente alumbra son su amor; por eso llegan a sus puertas, siempre abiertas, los hombres y mujeres de los pueblos de la tierra, deseosos de encontrar su plenitud en ella.
La ciudad perversa de la tierra (la prostituta de Ap 17-18) vivía de oprimir a los demás, chupando la sangre de los pueblos. Esta Ciudad de Amor vive de dar su luz, de compartir su amor (21, 24). Por eso se convierte en plaza de acogida y curación (22, 2) para los pueblos.
Ésta es una Ciudad que parece débil (no combate, no se impone por violencia), pero su debilidad se vuelve signo de llamada para los violentos y fuertes de la tierra (cf. 20, 7-10): vendrán los reyes con sus pueblos, buscando luz y descubriendo plenitud de placer dentro de ella. Vendrán felices, sin ninguna obligación, trayendo sus dones, conforme a la esperanza de Is 60, 1 ss. Signo de esta Casa universal, Ciudad o Plaza de encuentro para todas las naciones, quiere ser la iglesia.
Esta Ciudad de Amor, siempre Abierta, es el culmen del Apocalipsis y de toda la Escritura cristiana. Pudiera parecer que Juan Profeta nos hablaba de un mundo lejano, ciudad aislada, Cubo de frías, lejanas, piedras preciosas, pero muy alejada de nuestras realidades. Pues bien, en contra de eso, descubrimos ahora que ésa es Nuestra Ciudad, a ella tendemos todos los cristianos, en ella asientan su vida los que sufren y buscan sobre el mundo.
Hemos construido muchas veces una historia de puertas cerradas y miedos, campo de batalla donde señores y reyes combaten sin cesar en ocultamiento, mentira interminable. Pues bien, el Apocalipsis nos dice que abramos la ciudad, suscitando así un espacio encuentro y vida paa todos. Nada hay que cerrar ni ocultar, a nadie hay que temer.
Podemos construir una ciudad de transparencia, puertas abiertas y gracia, en el lugar donde antes imperaban Prostituta y Bestias... Esa es la ciudad de Dios, el Cielo que empieza en la tierra.
Eso quiere y debe ser la Iglesia: laboratorio de fraternidad, signo de vinculación (de amor fundante) para todos los humanos. Como un trozo de cielo en la tierra, anticipación del futuro, esperanza creadora de placer en la tierra ha querido ser por siglos la Iglesia. Por eso, cuando quiere volver a sus cimientos de misterio y profecía, ella tiene que mirarse en el espejo de estos muros y estas puertas, de esta plaza abierta de comunicación y vida que es la ciudad novia (esposo, esposa) del Apocalipsis.
Bibliografía
He trabajado sobre el tema Apocalipsis. Guía del NT, Verbo Divino, Estella 1999, donde ofrezco una extensa bibliografía sobre el tema. De entre las obras de divulgación más conocidas en castellano, en la línea de lo antes expuesto, cf:
CHARLIER, J.-P., Comprender el Apocalipsis, I-II, DDB, Bilbao 1993.
CHARPENTIER, É., El Apocalipsis, CB 9, Estella 1988.
GONZÁLEZ RUIZ, J. M., Apocalipsis de Juan. El libro del Testamento, Cristiandad, Madrid 1987.
MESTERS, C., El Apocalipsis. Cielo nuevo y Tierra nueva, CB, Quito 1991
PRÉVOST, J.-P., Para leer el Apocalipsis, EVD, Estella 1994.
RICHARD, P., Apocalipsis. Reestructuración de la esperanza, CB 65, VD, Quito 1995
SCHÜSSLER FIORENZA, E. Apocalipsis. Visión de un mundo justo, EVD, Estella 1997.
VANNI, U., Apocalipsis. Una asamblea litúrgica interpreta la historia, EVD, Estella 1994.
WIKENHAUSER, A., El Apocalipsis de San Juan, Herder, Barcelona 1969
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