“El Espíritu Santo que El Padre enviará en mi nombre les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn. 14, 26). Este sexto domingo de Pascua, ya camino hacia Pentecostés, la liturgia nos recuerda la importancia de estar atentos al Espíritu. Un Espíritu que sostiene y anima nuestra fidelidad al Evangelio como proyecto de Cristo, como experiencia del Reino de Justicia y de Paz que Él nos propone vivir y hacer vida en lo cotidiano y en nuestras opciones.
Las lecturas nos hablan de la fidelidad, pero no de una fidelidad “hueca” o “irreflexiva” a dogmas, ritos o tradiciones; sino de ser fieles al mensaje del Evangelio, que permanentemente vuelve a encarnarse en la historia presente de cada persona, de cada pueblo, y de nuestra humanidad entera.
Iª Lectura (Hechos 15,1-1.22-29): El "espíritu" del "Concilio" de Jerusalén
I.1. Hoy leemos uno de los episodios más conocidos y de los más importantes del libro de los Hechos de los Apóstoles: el Concilio de Jerusalén, que viene provocado por la libertad con que actuó en la misión evangelizadora la comunidad de Antioquía de Siria, donde trabajaban apostólicamente Pablo y Bernabé. Rompiendo los tabúes de un judeo-cristianismo todavía demasiado judío y menos cristiano –el de Jerusalén-, en cuanto a su identidad, se admitían a los paganos sin necesidad de que antes tuvieran que circuncidarse. Eso escandalizaba, porque se pensaba que para ser cristiano, primeramente se debía ser judío, admitir la ley de Moisés y otras muchas más tradiciones inherentes a ese modo de vida. ¿Dónde quedaba, pues, lo que Jesucristo había hecho por los hombres? ¿De qué valdría la muerte y la resurrección de Jesús? En definitiva, la cuestión era dónde estaba la posibilidad de la salvación, en la ley, o en Cristo.
I.2. Pablo, desde el principio (cf Gal 1-2), se va a oponer a esta distinción tan incoherente y no menos injusta desde todos los puntos de vista, deshaciendo con su teología de la gracia y de la fe en Cristo toda ventaja fundamental respecto de la salvación y la reconciliación del hombre con Dios. Pablo quiere decir que todos partimos de cero, que no cuenta ya ser de origen judío o ser pagano; es decir, de ser "justo" según la ley, o lo que es lo mismo, por herencia, por tradición; y ser pagano, por consiguiente pecador, expuesto a la ira de Dios, porque lo diga una “dogmática” inmemorial. Ante Dios, ante Cristo, estamos todos en igualdad de condiciones. Lo único que existe es una diferencia cultural, pero eso no es ninguna ventaja ante el Dios de la misericordia y de la gracia; eso no es una prerrogativa de salvación. En realidad, Pablo, en este texto de Hch 15, no habla, lo hace Pedro en su lugar inspirado (no olvidemos que es Lucas su autor) en el texto de Gal 2,15-21. Lucas, en la famosa decisión de no imponer “cargas” a los paganos, le apoya en el papel del Espíritu.
I.3. No obstante, la decisión estaba tomada: no es necesaria la Ley para la salvación. No hay que obligar a los paganos a someterse a la circuncisión, sino a abrirse a la gracia de Dios. Esta es la gran lucha por la libertad cristiana que comienza ya en los primeros años de la Iglesia. De esta manera, Pablo está rompiendo seguridades, fronteras, ilusiones elitistas de un pueblo que considera que la salvación les pertenece a ellos y a los que ellos den acceso a la "situación de ley". El texto de hoy solamente es un resumen y nos da la conclusión más importante. Y desde luego, nadie debe ser acusado de “antisemitismo” por este motivo. Es verdad que los que prefieran estar con la Ley… lo hacen desde su libertad y desde su fidelidad. Pero no se debe olvidar que Jesús y Pablo estuvieron sometidos a la Ley y decidieron abandonar ese camino. El cristianismo encontró su identidad abandonando la Ley (la Torah judía) por un Cristo crucificado y resucitado. Eso es irrenunciable, no es antisemitismo. ¡Y no debe existir antisemitismo nunca!
IIª Lectura: Apocalipsis (21,10-23): Lo nuevo en las manos de Dios
II.1. Se continúa la esplendorosa visión del domingo anterior sobre la nueva Jerusalén. Es una nueva Jerusalén, sin templo, porque el templo es el mismo Señor, presencia viva de amor y fidelidad. Es la utopía de la felicidad que todos los hombres buscan, pero presentada desde la visión cristiana del mundo y de la historia. Es una afirmación con todos los ingredientes simbólicos necesarios, pero eso no quiere decir que no será una realidad absoluta; porque Dios, el Dios de Jesucristo, es el futuro del hombre.
II.2. Hablar del futuro, sin recurrir al pasado y al presente, sería perder el sentido de la historia. Y la humanidad tiene historia, pero será transformada. Incluso Dios, en cuanto vivido y experimentado, está encarnado en esa historia humana. Aunque lo importante de esta visión es poner de manifiesto que todo será como Dios ha previsto, y no como sucedía en la historia donde, por respetar la libertad humana, los hombres han querido manipular hasta lo más santo y sagrado. La nueva Jerusalén es una forma simbólica de hablar de un futuro que estará plenamente en las manos de Dios.
III. Evangelio: Juan (14,23-29): El amor debe transformar el mundo
III.1. Estamos, de nuevo, en el discurso de despedida de la última cena del Señor con los suyos. Se profundiza en que la palabra de Jesús es la palabra del Padre. Pero se quiere poner de manifiesto que cuando él no esté entre los suyos, esa palabra no se agotará, sino que el Espíritu Santo completará todo aquello que sea necesario para la vida de la comunidad. Según Juan, Jesús se despide en el tono de la fidelidad y con el don de la paz. En todo caso, es patente que esta lectura nos va preparando a la fiesta de Pentecostés.
III.2. Esta parte del discurso de despedida está provocada por una pregunta “retórica” de Judas (no el Iscariote) de por qué se revela Jesús a los suyos y no al mundo. El círculo joánico es muy particular en la teología del NT. Esa oposición entre los de Jesús y el mundo viene a ser, a veces, demasiado radical. En realidad, Jesús nunca estableció esa separación tan determinante. No obstante es significativa la fuerza del amor a su palabra, a su mensaje. El mundo, en Juan, es el mundo que no ama. Puede que algunos no estén de acuerdo con esta manera de plantear las cosas. Pero sí es verdad que amar el mensaje, la palabra de Jesús, no queda solamente en una cuestión ideológica.
III.3. Sin embargo, debemos hoy hacer una interpretación que debe ir más allá del círculo joánico en que nació este discurso. La propuesta es sencilla: quien ama está cumpliendo la voluntad de Dios, del Padre. Por tanto, quien ama en el mundo, sin ser del “círculo” de Jesús, también estaría integrado en este proceso de transformación “trinitaria” que se nos propone en el discurso joánico. Esta es una de las ventajas de que el Espíritu esté por encima de los círculos, de las instituciones, de las iglesias y de las teologías oficiales. El mundo, es verdad, necesita el amor que Jesús propone para que Dios “haga morada” en él. Y donde hay amor verdadero, allí está Dios, como podrá inferirse de la reflexión que el mismo círculo joánico ofrecerá en 1Jn 4.
“El Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables” (Hch. 15, 28)
Las primeras comunidades cristianas se encontraron con grandes conflictos para resolver acerca de la vivencia de la fe: ¿Qué significaba ser cristianos? ¿A qué era necesario ser fieles? Esto generó fuertes disensos, tal como la Iglesia actual experimenta muchas veces frente a distintas realidades. Los años pasan, la historia y las realidades cambian, muchos temas difíciles se ponen constantemente en discusión: la homosexualidad, el celibato, la distribución de la riqueza, la justificación de las guerras, las violaciones a los derechos humanos… ¿A qué es necesario ser fieles para llamarnos cristianos?
Una de las grandes enseñanzas de aquellos primeras comunidades fue su posibilidad de apertura al conflicto, que será resuelto sin violencia ni imposiciones dogmáticas, invocando al Espíritu y buscando hacer carne la experiencia de Cristo. Sin tomar partido por ninguna de las posturas en debate (¿deben o no circuncidarse los cristianos?), los Apóstoles deciden señalar qué es lo “verdaderamente necesario”: el respeto a lo sagrado de la vida, sin imponerle cargas propias de un tiempo histórico y que, si no están en función de que esa vida crezca en su relación con el Señor y los hermanos, terminan aplastando lo que en ella hay de sagrado.
“No vi ningún templo en la ciudad, porque su templo es el Señor Todopoderoso y el Cordero (…) y su lámpara es el Cordero”. (Ap. 21, 22-23)
Lo propio del Espíritu es que siempre renueva, y en especial renueva siempre al Pueblo de Dios. El Apocalipsis nos lo presenta como una ciudad “con 12 puertas”, “con 12 cimientos”, que simbolizan a las tribus de Israel, a los Apóstoles… ¡Nuestros predecesores en la fe, y a la vez, qué formas diferentes de vivirla! Y un mismo Espíritu animando el camino de ese Pueblo de Dios al que renueva constantemente y en comunidad: lo importante, lo que queda, no son sus templos ni dogmas ni ritos, sino su experiencia de fe: su fidelidad a un Dios que llama, y luego a un Dios que se entrega y nos pide entrega… al Cordero, que es nuestra lámpara porque es su experiencia de vida libre y libremente entregada la que nos señala el camino como Pueblo de Dios.
Decía Pablo sexto: “Si el hombre contemporáneo escucha al que enseña es porque éste da testimonio”. Tampoco nuestros templos ni dogmas ni ritos serán mañana lo más importante que leguemos a los cristianos que nos sigan: será nuestra fidelidad al mensaje de Jesús. El Espíritu, animador de la comunidad cristiana, siempre la renueva para renovar su fidelidad al Evangelio.
“El Espíritu Santo que El Padre enviará en mi nombre les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn. 14, 26)
Una bella canción del argentino Jorge Meana le confiesa al Espíritu Santo: “Si tu no vienes, olvidaremos el camino aconsejado por el Señor de las espinas y el calvario, si tu no vienes a recordarlo… Si tu no vienes nos faltarán las alas para la plegaria, olvidaremos el silencio y las palabras, si tu no vienes a recordarlo”…
Jesús nos pide “ser fieles a su palabra”, ese es el mandato que nos deja, en la persona de sus apóstoles, a la comunidad cristiana. Parece una fidelidad a veces difícil de sostener… Sin embargo, Jesús nos ayuda en esa fidelidad que nos pide: “nos lo dice antes”, para que estemos atentos y expectantes, porque la historia prueba que sus palabras son ciertas.
Y además, envía al Espíritu, para que nos enseñe y recuerde constantemente esa palabra. Ser fieles a la palabra de Jesús no es repetir ritos, dogmas, tradiciones… Ser fieles a la palabra de Jesús es estar abiertos a su Espíritu, que nos renueva en la alegría, en la misericordia, en la audacia de la entrega.
¡Ser fieles es amar como Jesús amó, con plena libertad, y teniendo claro que lo único sagrado es la centralidad de una experiencia humana que busca amar al Padre, a los Hermanos, a la Creación!
Carola Arrue y Andrés Peregalli
Laicos dominicos
Las lecturas nos hablan de la fidelidad, pero no de una fidelidad “hueca” o “irreflexiva” a dogmas, ritos o tradiciones; sino de ser fieles al mensaje del Evangelio, que permanentemente vuelve a encarnarse en la historia presente de cada persona, de cada pueblo, y de nuestra humanidad entera.
Comentario bíblico
El don ilimitado de la gracia de Dios
El don ilimitado de la gracia de Dios
Iª Lectura (Hechos 15,1-1.22-29): El "espíritu" del "Concilio" de Jerusalén
I.1. Hoy leemos uno de los episodios más conocidos y de los más importantes del libro de los Hechos de los Apóstoles: el Concilio de Jerusalén, que viene provocado por la libertad con que actuó en la misión evangelizadora la comunidad de Antioquía de Siria, donde trabajaban apostólicamente Pablo y Bernabé. Rompiendo los tabúes de un judeo-cristianismo todavía demasiado judío y menos cristiano –el de Jerusalén-, en cuanto a su identidad, se admitían a los paganos sin necesidad de que antes tuvieran que circuncidarse. Eso escandalizaba, porque se pensaba que para ser cristiano, primeramente se debía ser judío, admitir la ley de Moisés y otras muchas más tradiciones inherentes a ese modo de vida. ¿Dónde quedaba, pues, lo que Jesucristo había hecho por los hombres? ¿De qué valdría la muerte y la resurrección de Jesús? En definitiva, la cuestión era dónde estaba la posibilidad de la salvación, en la ley, o en Cristo.
I.2. Pablo, desde el principio (cf Gal 1-2), se va a oponer a esta distinción tan incoherente y no menos injusta desde todos los puntos de vista, deshaciendo con su teología de la gracia y de la fe en Cristo toda ventaja fundamental respecto de la salvación y la reconciliación del hombre con Dios. Pablo quiere decir que todos partimos de cero, que no cuenta ya ser de origen judío o ser pagano; es decir, de ser "justo" según la ley, o lo que es lo mismo, por herencia, por tradición; y ser pagano, por consiguiente pecador, expuesto a la ira de Dios, porque lo diga una “dogmática” inmemorial. Ante Dios, ante Cristo, estamos todos en igualdad de condiciones. Lo único que existe es una diferencia cultural, pero eso no es ninguna ventaja ante el Dios de la misericordia y de la gracia; eso no es una prerrogativa de salvación. En realidad, Pablo, en este texto de Hch 15, no habla, lo hace Pedro en su lugar inspirado (no olvidemos que es Lucas su autor) en el texto de Gal 2,15-21. Lucas, en la famosa decisión de no imponer “cargas” a los paganos, le apoya en el papel del Espíritu.
I.3. No obstante, la decisión estaba tomada: no es necesaria la Ley para la salvación. No hay que obligar a los paganos a someterse a la circuncisión, sino a abrirse a la gracia de Dios. Esta es la gran lucha por la libertad cristiana que comienza ya en los primeros años de la Iglesia. De esta manera, Pablo está rompiendo seguridades, fronteras, ilusiones elitistas de un pueblo que considera que la salvación les pertenece a ellos y a los que ellos den acceso a la "situación de ley". El texto de hoy solamente es un resumen y nos da la conclusión más importante. Y desde luego, nadie debe ser acusado de “antisemitismo” por este motivo. Es verdad que los que prefieran estar con la Ley… lo hacen desde su libertad y desde su fidelidad. Pero no se debe olvidar que Jesús y Pablo estuvieron sometidos a la Ley y decidieron abandonar ese camino. El cristianismo encontró su identidad abandonando la Ley (la Torah judía) por un Cristo crucificado y resucitado. Eso es irrenunciable, no es antisemitismo. ¡Y no debe existir antisemitismo nunca!
IIª Lectura: Apocalipsis (21,10-23): Lo nuevo en las manos de Dios
II.1. Se continúa la esplendorosa visión del domingo anterior sobre la nueva Jerusalén. Es una nueva Jerusalén, sin templo, porque el templo es el mismo Señor, presencia viva de amor y fidelidad. Es la utopía de la felicidad que todos los hombres buscan, pero presentada desde la visión cristiana del mundo y de la historia. Es una afirmación con todos los ingredientes simbólicos necesarios, pero eso no quiere decir que no será una realidad absoluta; porque Dios, el Dios de Jesucristo, es el futuro del hombre.
II.2. Hablar del futuro, sin recurrir al pasado y al presente, sería perder el sentido de la historia. Y la humanidad tiene historia, pero será transformada. Incluso Dios, en cuanto vivido y experimentado, está encarnado en esa historia humana. Aunque lo importante de esta visión es poner de manifiesto que todo será como Dios ha previsto, y no como sucedía en la historia donde, por respetar la libertad humana, los hombres han querido manipular hasta lo más santo y sagrado. La nueva Jerusalén es una forma simbólica de hablar de un futuro que estará plenamente en las manos de Dios.
III. Evangelio: Juan (14,23-29): El amor debe transformar el mundo
III.1. Estamos, de nuevo, en el discurso de despedida de la última cena del Señor con los suyos. Se profundiza en que la palabra de Jesús es la palabra del Padre. Pero se quiere poner de manifiesto que cuando él no esté entre los suyos, esa palabra no se agotará, sino que el Espíritu Santo completará todo aquello que sea necesario para la vida de la comunidad. Según Juan, Jesús se despide en el tono de la fidelidad y con el don de la paz. En todo caso, es patente que esta lectura nos va preparando a la fiesta de Pentecostés.
III.2. Esta parte del discurso de despedida está provocada por una pregunta “retórica” de Judas (no el Iscariote) de por qué se revela Jesús a los suyos y no al mundo. El círculo joánico es muy particular en la teología del NT. Esa oposición entre los de Jesús y el mundo viene a ser, a veces, demasiado radical. En realidad, Jesús nunca estableció esa separación tan determinante. No obstante es significativa la fuerza del amor a su palabra, a su mensaje. El mundo, en Juan, es el mundo que no ama. Puede que algunos no estén de acuerdo con esta manera de plantear las cosas. Pero sí es verdad que amar el mensaje, la palabra de Jesús, no queda solamente en una cuestión ideológica.
III.3. Sin embargo, debemos hoy hacer una interpretación que debe ir más allá del círculo joánico en que nació este discurso. La propuesta es sencilla: quien ama está cumpliendo la voluntad de Dios, del Padre. Por tanto, quien ama en el mundo, sin ser del “círculo” de Jesús, también estaría integrado en este proceso de transformación “trinitaria” que se nos propone en el discurso joánico. Esta es una de las ventajas de que el Espíritu esté por encima de los círculos, de las instituciones, de las iglesias y de las teologías oficiales. El mundo, es verdad, necesita el amor que Jesús propone para que Dios “haga morada” en él. Y donde hay amor verdadero, allí está Dios, como podrá inferirse de la reflexión que el mismo círculo joánico ofrecerá en 1Jn 4.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
“El Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables” (Hch. 15, 28)
Las primeras comunidades cristianas se encontraron con grandes conflictos para resolver acerca de la vivencia de la fe: ¿Qué significaba ser cristianos? ¿A qué era necesario ser fieles? Esto generó fuertes disensos, tal como la Iglesia actual experimenta muchas veces frente a distintas realidades. Los años pasan, la historia y las realidades cambian, muchos temas difíciles se ponen constantemente en discusión: la homosexualidad, el celibato, la distribución de la riqueza, la justificación de las guerras, las violaciones a los derechos humanos… ¿A qué es necesario ser fieles para llamarnos cristianos?
Una de las grandes enseñanzas de aquellos primeras comunidades fue su posibilidad de apertura al conflicto, que será resuelto sin violencia ni imposiciones dogmáticas, invocando al Espíritu y buscando hacer carne la experiencia de Cristo. Sin tomar partido por ninguna de las posturas en debate (¿deben o no circuncidarse los cristianos?), los Apóstoles deciden señalar qué es lo “verdaderamente necesario”: el respeto a lo sagrado de la vida, sin imponerle cargas propias de un tiempo histórico y que, si no están en función de que esa vida crezca en su relación con el Señor y los hermanos, terminan aplastando lo que en ella hay de sagrado.
“No vi ningún templo en la ciudad, porque su templo es el Señor Todopoderoso y el Cordero (…) y su lámpara es el Cordero”. (Ap. 21, 22-23)
Lo propio del Espíritu es que siempre renueva, y en especial renueva siempre al Pueblo de Dios. El Apocalipsis nos lo presenta como una ciudad “con 12 puertas”, “con 12 cimientos”, que simbolizan a las tribus de Israel, a los Apóstoles… ¡Nuestros predecesores en la fe, y a la vez, qué formas diferentes de vivirla! Y un mismo Espíritu animando el camino de ese Pueblo de Dios al que renueva constantemente y en comunidad: lo importante, lo que queda, no son sus templos ni dogmas ni ritos, sino su experiencia de fe: su fidelidad a un Dios que llama, y luego a un Dios que se entrega y nos pide entrega… al Cordero, que es nuestra lámpara porque es su experiencia de vida libre y libremente entregada la que nos señala el camino como Pueblo de Dios.
Decía Pablo sexto: “Si el hombre contemporáneo escucha al que enseña es porque éste da testimonio”. Tampoco nuestros templos ni dogmas ni ritos serán mañana lo más importante que leguemos a los cristianos que nos sigan: será nuestra fidelidad al mensaje de Jesús. El Espíritu, animador de la comunidad cristiana, siempre la renueva para renovar su fidelidad al Evangelio.
“El Espíritu Santo que El Padre enviará en mi nombre les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn. 14, 26)
Una bella canción del argentino Jorge Meana le confiesa al Espíritu Santo: “Si tu no vienes, olvidaremos el camino aconsejado por el Señor de las espinas y el calvario, si tu no vienes a recordarlo… Si tu no vienes nos faltarán las alas para la plegaria, olvidaremos el silencio y las palabras, si tu no vienes a recordarlo”…
Jesús nos pide “ser fieles a su palabra”, ese es el mandato que nos deja, en la persona de sus apóstoles, a la comunidad cristiana. Parece una fidelidad a veces difícil de sostener… Sin embargo, Jesús nos ayuda en esa fidelidad que nos pide: “nos lo dice antes”, para que estemos atentos y expectantes, porque la historia prueba que sus palabras son ciertas.
Y además, envía al Espíritu, para que nos enseñe y recuerde constantemente esa palabra. Ser fieles a la palabra de Jesús no es repetir ritos, dogmas, tradiciones… Ser fieles a la palabra de Jesús es estar abiertos a su Espíritu, que nos renueva en la alegría, en la misericordia, en la audacia de la entrega.
¡Ser fieles es amar como Jesús amó, con plena libertad, y teniendo claro que lo único sagrado es la centralidad de una experiencia humana que busca amar al Padre, a los Hermanos, a la Creación!
Carola Arrue y Andrés Peregalli
Laicos dominicos
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