VI Domingo de Pascua (Jn 14, 23-29) - Ciclo C
Por Juan Jáuregui
Por Juan Jáuregui
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
¿Recuerdan ustedes aquella historieta de Anthony de Mello sobre Dios jugando al escondite con los hombres? Un día Dios quiso venir al mundo. Pero quería pasar desapercibido. Sobre todo que nadie se enterara y menos los periodistas.
Pero no sabía cómo hacerlo. ¿Dónde esconderse sin que pudiesen encontrarle?
Preguntó a los ángeles y éstos le dijeron: “Mira, Señor, vete al profundo del mar que allí nadie te buscará”. Pero otros dijeron. Es peligroso. Hoy mucha gente anda buceando.
Preguntó a los santos y los santos le respondieron: “Mejor te vas a la cima de las montañas y como están tan altas nadie se enterará. Además desde esas alturas podrás ver mejor la tierra”. Pero alguien reparó: ¿y si alguien está haciendo alpinismo? Hoy las montañas están llenas de escaladores. Ya no son seguras.
Entonces preguntó a un viejo sabio. Y éste le dijo: “Señor, el lugar más seguro para que nadie te busque allí es que te metas en el corazón de los hombres. Puedes estar seguro de que te buscarán por todas partes menos ahí”.
Esta es la anécdota. Bajemos ahora a la realidad.
Cuando tú quieres encontrarte con Dios: ¿A dónde irías a buscarlo?
¿Dónde crees que sería más fácil encontrarlo?
Estoy seguro que la mayoría de nosotros iría de frente a la Iglesia, al templo.
Porque todos tenemos la idea de que a Dios le encanta el silencio de los templos.
Todos tenemos la idea de que Dios tiene que estar en un lugar especial dedicado y reservado exclusivamente para él y a donde hay que entrar en silencio.
¿Recuerdan aquella viejita que un día decidió ir a visitarle y se fue derechita a la Iglesia del pueblo? Cuando llegó empujó la puerta y notó que estaba cerrada. Empujó la otra puerta lateral y tampoco la pudo abrir. Desilusionada levantó la cabeza y vio un letrero que decía: “No insistas. Estoy ahí fuera”. Ella lo imaginaba dentro y Dios estaba fuera.
Dios se sintió muy bien con su pueblo mientras habitaba en las tiendas de campaña como los demás. Cuando lo encerraron en el templo, lo escondieron tanto que el pobre sólo podía ver la cara de los sacerdotes que se turnaban en su servicio. Lo cual me imagino que tenía que ser bien aburrido. Porque eso de ver solo a los curas tiene poco de divertido. Por eso, la primera señal o manifestación a la muerte de Jesús fue que el velo del templo se rasgó de arriba abajo.
Y Dios volvió a encontrarse con su gente, a ver a su gente, a su pueblo.
Sencillamente Dios se salió de la encerrona.
Aunque por poco tiempo, porque nosotros tenemos la manía de marcarle una geografía, la de los templos.
Tenemos la manía de encerrarle, pensando que allí está más seguro y con mayor respeto.
Pero Jesús nos dice hoy algo mucho más simple: el verdadero lugar de Dios es el corazón de cada hombre. “mi Padre le amará y haremos morada en él”.
Desde ese momento la verdadera casa de Dios es el corazón del hombre.
La verdadera vivienda de Dios es el corazón humano.
Ahí donde menos nos imaginamos que está.
Ahí donde menos lo solemos visitar.
Ahí donde menos creemos encontrarle.
Es que el verdadero hogar de Dios no es el templo de cemento, de ladrillo o de piedra.
Dios quiere templos vivos. A Dios le gusta la vida.
Dios quiere habitar en templos capaces de calentarle con el calor humano.
¿A caso Pablo no nos llamó la atención cuando dijo: “¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo?”
“Haremos morada en él”. No dice Jesús:
Alquilaremos tu corazón por unas noches para dormir.
Alquilaremos tu corazón para unas vacaciones de verano, como la casa de la playa.
Alquilaremos tu corazón hasta que levanten el templo parroquial.
Jesús habla de “morar”. Es decir:
De permanecer.
De habitar habitualmente.
De tener en el corazón del hombre el “domicilio permanente”.
Cuando a Dios le piden su domicilio, Dios no dice “en el cielo”, en “los templos”.
Dios da como referencia de su domicilio permanente el corazón humano, el tuyo, el mío y el de cualquiera.
La pena es que, el corazón, tú corazón, mi corazón, puede que sean el lugar menos visitado por ti y por mí. Tenemos la manía de buscar siempre lejos de nosotros en vez de buscar dentro de nosotros mismos. Aquí en el Perú había una propaganda de turismo que decía: “Conozca el Perú primero”.
Creo que habría que poner también una propaganda en todas las Iglesias y Parroquias que diga:
“Conoce a Dios primero en tu corazón”.
“Visita a Dios primero en tu corazón”.
Muchos dicen: “Padre, no tengo tiempo para ir a la Iglesia a rezar”.
¿Y no tienes tiempo para hablar al que habita en ti?
Para eso no necesitas ni tiempo ni salirte de casa.
Además con la ventaja de que puedes hacerlo si llueve o hace buen tiempo.
Si hace frío o hace calor.
Si tienes que atender a sus viejitos o tú mismo estás enfermo.
¿Recuerdan ustedes aquella historieta de Anthony de Mello sobre Dios jugando al escondite con los hombres? Un día Dios quiso venir al mundo. Pero quería pasar desapercibido. Sobre todo que nadie se enterara y menos los periodistas.
Pero no sabía cómo hacerlo. ¿Dónde esconderse sin que pudiesen encontrarle?
Preguntó a los ángeles y éstos le dijeron: “Mira, Señor, vete al profundo del mar que allí nadie te buscará”. Pero otros dijeron. Es peligroso. Hoy mucha gente anda buceando.
Preguntó a los santos y los santos le respondieron: “Mejor te vas a la cima de las montañas y como están tan altas nadie se enterará. Además desde esas alturas podrás ver mejor la tierra”. Pero alguien reparó: ¿y si alguien está haciendo alpinismo? Hoy las montañas están llenas de escaladores. Ya no son seguras.
Entonces preguntó a un viejo sabio. Y éste le dijo: “Señor, el lugar más seguro para que nadie te busque allí es que te metas en el corazón de los hombres. Puedes estar seguro de que te buscarán por todas partes menos ahí”.
Esta es la anécdota. Bajemos ahora a la realidad.
Cuando tú quieres encontrarte con Dios: ¿A dónde irías a buscarlo?
¿Dónde crees que sería más fácil encontrarlo?
Estoy seguro que la mayoría de nosotros iría de frente a la Iglesia, al templo.
Porque todos tenemos la idea de que a Dios le encanta el silencio de los templos.
Todos tenemos la idea de que Dios tiene que estar en un lugar especial dedicado y reservado exclusivamente para él y a donde hay que entrar en silencio.
¿Recuerdan aquella viejita que un día decidió ir a visitarle y se fue derechita a la Iglesia del pueblo? Cuando llegó empujó la puerta y notó que estaba cerrada. Empujó la otra puerta lateral y tampoco la pudo abrir. Desilusionada levantó la cabeza y vio un letrero que decía: “No insistas. Estoy ahí fuera”. Ella lo imaginaba dentro y Dios estaba fuera.
Dios se sintió muy bien con su pueblo mientras habitaba en las tiendas de campaña como los demás. Cuando lo encerraron en el templo, lo escondieron tanto que el pobre sólo podía ver la cara de los sacerdotes que se turnaban en su servicio. Lo cual me imagino que tenía que ser bien aburrido. Porque eso de ver solo a los curas tiene poco de divertido. Por eso, la primera señal o manifestación a la muerte de Jesús fue que el velo del templo se rasgó de arriba abajo.
Y Dios volvió a encontrarse con su gente, a ver a su gente, a su pueblo.
Sencillamente Dios se salió de la encerrona.
Aunque por poco tiempo, porque nosotros tenemos la manía de marcarle una geografía, la de los templos.
Tenemos la manía de encerrarle, pensando que allí está más seguro y con mayor respeto.
Pero Jesús nos dice hoy algo mucho más simple: el verdadero lugar de Dios es el corazón de cada hombre. “mi Padre le amará y haremos morada en él”.
Desde ese momento la verdadera casa de Dios es el corazón del hombre.
La verdadera vivienda de Dios es el corazón humano.
Ahí donde menos nos imaginamos que está.
Ahí donde menos lo solemos visitar.
Ahí donde menos creemos encontrarle.
Es que el verdadero hogar de Dios no es el templo de cemento, de ladrillo o de piedra.
Dios quiere templos vivos. A Dios le gusta la vida.
Dios quiere habitar en templos capaces de calentarle con el calor humano.
¿A caso Pablo no nos llamó la atención cuando dijo: “¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo?”
“Haremos morada en él”. No dice Jesús:
Alquilaremos tu corazón por unas noches para dormir.
Alquilaremos tu corazón para unas vacaciones de verano, como la casa de la playa.
Alquilaremos tu corazón hasta que levanten el templo parroquial.
Jesús habla de “morar”. Es decir:
De permanecer.
De habitar habitualmente.
De tener en el corazón del hombre el “domicilio permanente”.
Cuando a Dios le piden su domicilio, Dios no dice “en el cielo”, en “los templos”.
Dios da como referencia de su domicilio permanente el corazón humano, el tuyo, el mío y el de cualquiera.
La pena es que, el corazón, tú corazón, mi corazón, puede que sean el lugar menos visitado por ti y por mí. Tenemos la manía de buscar siempre lejos de nosotros en vez de buscar dentro de nosotros mismos. Aquí en el Perú había una propaganda de turismo que decía: “Conozca el Perú primero”.
Creo que habría que poner también una propaganda en todas las Iglesias y Parroquias que diga:
“Conoce a Dios primero en tu corazón”.
“Visita a Dios primero en tu corazón”.
Muchos dicen: “Padre, no tengo tiempo para ir a la Iglesia a rezar”.
¿Y no tienes tiempo para hablar al que habita en ti?
Para eso no necesitas ni tiempo ni salirte de casa.
Además con la ventaja de que puedes hacerlo si llueve o hace buen tiempo.
Si hace frío o hace calor.
Si tienes que atender a sus viejitos o tú mismo estás enfermo.
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