Publicado por El Blog de X. Pikaza
El ciclo litúrgico cristiano culmina con la Pascua o triunfo (paso, presencia) de Dios, que ofrece a los hombres su vida por medio de Jesús. Pues bien, la Ascensión, o plenitud celeste de Jesús forma parte de esa Pascua y culminará, el próximo domingo con Pentecostés.
En otro tiempo, simbólicamente, esta fiesta se celebraba siempre un Jueves (¡tres jueves hay que brillan como el sol…!) a los cuarenta días de la Pascua, conforme al cómputo judío y cristiano de Hech 1, 3. Las exigencias del calendario laboral han hecho que esta fiesta se celebra ahora a los 43 días de pascua (un domingo como hoy).
Las lecturas de esta fiesta están tomadas especialmente de los libros de Lucas (Hech 1, 1-11 y Lc 24, 46-53), que ha sido el “creador” litúrgico de este signo, que otros autores del Nuevo Testamento presentan de formas distintas (ni Pablo ni Juan ni Mateo separan Pascua de Ascensión). Pero he tratado de ellas en años anteriores y por eso prefiero comentar este domingo la lectura clásica del Cielo del Apocalipsis.
Sigo de esa forma los temas que he tratado ya el domingo anterior y el lunes siguiente (9-10 V 10), ocupándome de algunos rasgos de la plenitud y Cielo del Apocalipsis. He dejado para hoy la lectura clave (Ap 21, 1-5). Los lectores amigos e interesados podrán comparar este cielo cristiano con el Nirvana del Budismo (del que he tratado estos días) y con el paraíso del Islam, del que trataré también. Nos hallamos ante un texto simbólico y lleno de esperanza, abierto a la plenitud de la vida culminada y gozosa que buscamos, que esperamos recibir y que queremos crear ya sobre este mundo. Aquí empieza este cielo en el que:
vivimos en bodas de amor y en comuniòn de vida sin fin
podemos y debemos enjugar todas las lágrimas
todos somos Cristo, pueblos de Dios (Hijos de Dios).
Imaginar el cielo es empezar a crearlo. Éste es el domingo de la imaginaciòn creadora, pues, como decía un filósofo de Madrid (M. Ortega y Gasset) somos animales fantásticos, es decir, de fantasías que pueden cumplirse, si queremos (si nos dejamos querer y queremos de verdad).
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Texto: Apocalipsis 21, 1-5
(Visión)
1Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. 2 Y la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, bajando del cielo, de junto a Dios, ataviada como una novia que se adorna para su esposo.
(Interpretación del ángel)
3Y oí una voz potente, salida del trono, que decía:
Esta es la tienda de Dios con los humanos: habitará con ellos;
ellos serán sus pueblos y el mismo "Dios-con- ellos" será su Dios.
4enjugará las lágrimas de sus ojos
y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor,
porque las antiguas cosas han pasado.
(Confirmación de Dios)
5Y dijo el Sentado Sobre el Trono:
-He aquí que hago nuevas todas las cosas.
Y añadió: Escribe, que estas palabras son verdaderas y fieles.
Guía de lectura:
1. Mapa del cielo.
– Solamente cielo. En contra de Dante (Divina Comedia), Ap sólo presenta al fin el cielo (sin infierno y purgatorio). El verdadero infierno estaba la opresión y dolor de la historia (Ap 13; 17).
– Las imágenes se complementan y deben verse vinculadas: ciudad, tienda o tabernáculo, bodas con novia ataviada, plaza y jardín, trono y fuentes de agua viva etc.
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2. Los habitantes del cielo.
– El plano social (Ciudad) y personal (Bodas) se unifican. Estas son bodas que quedan, que valen por sí mismas (sin maternidad), por el amor y el gozo, sin necesidad de hijos
– La Ciudad es meta de los pueblos. Destruidos ya los signos (estructuras) del mal (Dragón, Bestias, Prostituta), todos quedan invitados a la Ciudad de puertas abiertas, en peregrinación salvadora.
– Pero sigue habiendo excluidos. Ap 21, 8 traza una lista de personas que no caben en la ciudad,
1. Visión: Ciudad-novia (21, 1-2).
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva... (21, 1). Así empieza la escena, con palabra tomadas de Is 65, 17; 66, 22 (cf. 2 Ped 3, 13), que reasumen y superan el comienzo de la Biblia (Gén 1,1): el primer cielo y la primera tierra han pasado; han cumplido su misión y ya no ofrecen nada a los humanos, pues su camino ha terminado.
No ha sido fracaso. A los ojos de Juan la historia no acaba por pecado o vejez, cansancio o muerte sino por culminación, como indicaba el Milenio (20, 1-6). Ha cumplido su misión, han culminado los mil años del reino de los justos (cf. 20, 4). Ante el rostro radiante de Dios desaparecen las formas viejas de mundo e historia (cf. 20, 11), no para perderse sino para ser sustituidas por la más honda verdad: la nueva tierra, el nuevo cielo.
Así empieza el nuevo relato de la creación. La primera (Gén 1) duraba siete días, organizados de forma cósmica, progresiva, en armonía temporal mundana. Ahora no existen ya días, ni habrá mar como abismo vinculado al miedo (21, 1), ni serán necesarios los astros arriba, pues no existe arriba o abajo, día o noche (cf. 21, 23). Estos son sus rasgos:
– Es Ciudad, Santa Jerusalén. La creación antigua no había podido culminar pues la ciudad del mundo se hizo campo de soberbia y lucha (cf. Babel: Gen 11), solemne prostituta (Ap 17). En contra de ella ha surgido en Israel (AT) la esperanza de la Buena Ciudad, signo de unión con Dios y justicia interhumana: la Santa Jerusalén que baja de Dios (los humanos no han podido construirla). La historia judía, reasumida por la iglesia, culmina en esperanza: ha sido camino que lleva a la Nueva Jerusalén, profecía y comienzo de algo que buscamos y que, al mismo tiempo, nos desborda (no podemos conseguirlo humanamente).
– Baja del Cielo, como don de Dios: expresión de su presencia personal entre los humanos. Así lo había prometido 3, 12-13, utilizando un esquema ternario (trinitario): el vencedor en la batalla de la historia (el que rechaza el signo de las Bestias con su Prostituta) queda sellado con el triple nombre de Dios, Jesús y Jerusalén, como Ciudad llena de Dios. Quizá pudiéramos hablar de una encarnación escatológica de Jerusalén (que aparece con rasgos de Espíritu Santo).
– Está adornada como Esposa para su marido. La misma ciudad aparece como ámbito de bodas, lugar de encuentro con Dios (y entre los humanos). El mundo primero (Gen 1-4) fue campo de prostitución y violencia; no había amor en ella. Ahora, en cambio, esta nueva tierra-cielo es amor “adornado” en el sentido fuerte (ekosmêmenên), hecho belleza y cosmos, armonía perdurable.
Esta Ciudad-novia es plenitud y verdad de la Mujer, perseguida por el Dragón, que huye y sufre sobre la tierra (Ap 12); ella se opone a la ciudad de los varones y mujeres prostitutos (cf. Ap 17) que amenazaba con hacerse dueña de la misma iglesia (cf. 2, 23-23).Es Creación renovada o segunda, como en otro contexto dijo Pablo: el primer humano fue de la tierra (terreno, violento); el segundo es del cielo, espiritual, signo de Dios (cf. 1 Cor 15, 42-49).
La primera ciudad ha sido destruida (quemada, comida) por los mismos poderes bestiales de la historia (17, 15-18); pero Dios ha querido culminar su obra, creando por Jesús/Cordero la nueva y/o segunda Ciudad, espacio de encuentro y vida en amor perdurable para los humanos. Ella pertenece al mismo tiempo al misterio de Dios (baja del cielo, como Espíritu divino) y a la plenitud humana: en ella cumple (alcanza su meta) la espera y sufrimiento de los seguidores de Jesús. Es campo de encuentro, Novia del Cordero, amor divino, historia culminada.
La Ciudad Prostituta se había adornado de lujo, muerte y sangre (Ap 17). La Ciudad Novia se adorna ante su esposo. Se van a celebrar las bodas. El texto es sobrio (el secreto del amor pertenece a los amantes), pero resulta clara su visión de la metamorfosis y/o genealogía invertida de la mujer. Lo normal hubiera sido que empezara siendo joven, luego novia y finalmente madre (para morir al fin). Ella, en cambio, ha empezado siendo madre del viejo cielo (12, 1), se ha vuelto mujer perseguida en esta tierra (Ap 12, 6) y ha culminado su camino como novia del nuevo cielo y nueva tierra. El tiempo se ha invertido para ella, en proceso de personalización femenina que le lleva de las pruebas de la vida conflictiva (mujer esclavizada) a la juventud gozosa del noviazgo perdurable.
b. Interpretación del ángel (21, 3-4).
Ha visto Juan y ha contado (21, 1-2). Para completar lo narrado introduce la voz de un ángel hermeneuta (o de los cuatro Vivientes del Trono: cf. 4, 6-8) que interpeta la visión anterior. La Ciudad-Novia se vuelve tabernáculo (tienda, skênê): morada divina. El judaísmo tardío llama a Dios (¡soy el que soy!: Ex 3, 14) Sekina, palabra hebrea que significa morada, emparentada con el griego skênê, tienda. Así dice el ángel:
– La ciudad es Tienda-Morada (skênê), lugar de encuentro de Dios con los humanos (21, 3). Se cumplen así las promesas de la tradición israelita y se unifican templo (lugar donde habita Dios) y alianza (signo de su diálogo personal con los humanos cf. Lev 26, 12; Ez 37, 27; 1 Rey 8, 27).
– Y ellos serán “sus” pueblos... (21, 3). Los textos arriba citados y el conjunto de la tradición bíblica emplean el singular (seré vuestro Dios, seréis mi pueblo...), estableciendo alianza especial entre Dios e Israel. Pues bien, conforme a su sentido más antiguo y probable (escogido y razonado por GNT), Ap 21, 3 ha de leerse en plural (y serán “sus” pueblos), superando así el nacionalismo israelita: Dios establece su alianza con los pueblos de la tierra y no con Israel en cuanto aislado.
– Y enjugará toda lágrima de sus ojos... (21, 4). Desde Is 25, 8 y 65, 19 (¡no se oirán en ella gemidos ni llantos!), Juan ha proyectado en la meta de los tiempos una humanidad reconciliada, perdonada, consolada, más allá del dolor y de la muerte. Las Bodas son consuelo para los humanos.
–
Comida de Gozo:
Señor de los ejércitos prepara
para todos los pueblos en ese Monte
un festín de manjares suculentos...
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones:
aniquilará la muerte para siempre.
El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los ojos,
y el oprobio de su pueblo
lo alejará de todo el país (Is 25, 6-8)
La vida no es llanto: no somos esclavos de un destino de muerte. No hemos sido creados para el dolor, no somos carne de puro sufrimiento. Para el gozo nos hicieron, en gozo debemos sustentarnos
La Ciudad de Bodas es presencia de Dios y morada de consuelo. Juan sabe que vivimos en tiempo de tristeza, lágrimas y llanto. Por eso pide a sus fieles que mantengan la fidelidad y no adoren a la Bestia, que no tengan miedo a la venganza de la tierra y de la muerte. Desde el fondo de esa situación de llanto fuerte ha proyectado su esp
eranza de reconciliación en gozo para todos los dolientes de la historia.
Dios no es el infinito de la idea (teoría de absoluto), ni ser de pura transcendencia, entidad ontológicamente superior o axiológicamente más perfecta (para emplear palabras de tipo filosófico o moral), sino amigo/a que se acerca, mora a nuestro lado, enjuga nuestro llanto. El Dios que parecía dureza (envuelto en su caja de truenos, imponiendo su querer por fuerza: cf. 4, 5; 8, 5; 11, 19; 16, 18 ) se muestra al fin en su verdad como persona que está cerca, entiende nuestra pena, supera nuestro llanto. Del Dios espejo de violencia humana (trompetas, copas de veneno) que marca el proceso del Ap, hemos pasado al Dios de amor completo que se manifiesta como hondura de consuelo para los humanos.
Este es el Dios de la intimidad amiga. Quizá algunos no acepten el símbolo esponsal del pasaje anterior (21, 1-2): no les convence demasiado el Dios esposo (por su implicación patriarcalista), ni la Ciudad-Esposa, por su forma de entender lo femenino como receptividad frente al varón. Pues bien, para superar esos posibles riesgos (Cristo esposo, humanidad esposa) es bueno el simbolismo de la presencia personal del Dios amigo que se vuelve presencia cercana y consuelo, aplicable por igual para varones y mujeres.
Ese Dios presente, enjugador de lágrimas, habitante en tienda amiga, nos iguala en el amor, pues todos los humanos habíamos estado dominados por el llanto, derrotados por la muerte. Este Dios de nuestra tienda de campaña es como voz de protesta contra los poderes que oprimen al humano, haciendo de este mundo valle de dolores. Quien escuche las palabras del ángel hermeneuta de los cielos no puede acostumbrarse a que las cosas sigan, en gesto de derrota fatalista, sino que debe protestar contra las causas y razones del llanto, poniendo su vida al servicio de todos los que sufren. El mayor problema del humano es quizá la soledad del miedo, el resentimiento, la envidia satánica y finalmente la muerte. Pues bien, en contra de eso, Dios se manifiesta aquí como presencia: las Bodas del Cordero son suprema y eterna compañía.
c. Confirmación de Dios (21, 5-8).
Juan ha visto, el ángel interpreta. Ahora habla Dios, el Sentado sobre el Trono, monarca que ejerce su poder en gesto de soberanía abierta a todo lo creado. Antes era Rey sobre los cielos (Ap 4). Aquí es Rey del nuevo cielo y tierra, de la historia escatológica. Por eso proclama su palabra: ¡He aquí que hago nuevas todas las cosas! (21, 5). Es el Dios de evangelio, Buena Nueva de creación o ratificación de lo creado. No es Anciano de Días, garante del pasado, como en Dan 7, 9 y gran parte de la tradición judía, sino impulsor de futuro: el que recrea lo que existe. De esta forma dice y hace:
– Dios dice a su profeta ¡escribe!, mandándole que fije en Libro sus palabras fieles (dignas de fe: puede el humano confiar en ellas) y verdaderas (transparente y leales: realizan lo que han dicho o prometido). Frente a la mentira de un mundo de envidia y engaño (Bestias, Prostituta) se desvela Dios como verdad cumplida a través del Cordero/Jinete vencedor, a quien llamábamos fiel y verdadero (21, 5; cf. 19, 11).
– El mismo Dios añade ¡gegonan!, ¡se han hecho!, han sido ya cumplidas (21, 6a). Se ratifica así la voz que, tras la séptima copa, decía: gegonen, se ha hecho, se ha cumplido (16, 17). Se han realizado todas las palabras de Dios, el tiempo ha culminado, son verdad las profecías.
El libro de la historia de Dios (¡Soy Alfa y Omega, Principio y Fin!: 21, 6a; cf. 1, 8) se vuelve fuente para los humanos:
– Al sediento daré gratis de la fuente de agua de la vida (21, 6b). El tema de la sed y el agua (conocido en el AT: cf. Is 55, 1; Jer 2, 13; Sal 36, 9; 42, 2 etc.), que Ap 22, 1-5 desarrolla en otra perspectiva, queda aquí evocado: Dios es (ofrece) al final de nuestra historia el agua de Vida par una humanidad sedienta.
– El vencedor recibirá esta herencia... (21, 7a). El don gratuíto del agua es ahora premio merecido para los vencedores de la Bestia, en tema que recoge el motivo final de los siete mensajes o cartas de Ap 2-3. Vencedor es quien permanece fiel: quien no abandona a Jesús en la tribulación.
– Y yo seré su Dios y él será mi Hijo (21, 7b). Del ámbito de la alianza (será su Dios, serán sus pueblos: 21, 3-4) pasamos al de la familia (¡seré su Dios, será mi hijo!: 2, Sam 7, 14; cf. Sal 89, 27-29; Sab 2, 16-18; Hebr 1, 5). Cada vencedor se vuelve así “mesías”, hijo de Dios. Todos son “cristo”.
Este Dios responde a la sed de la historia humana, ofreciendo gratis agua de vida y haciendo a los humanos hijos. Así aparece él mismo como premio, en la meta de la historia. Dios se vuelve así regalo, premio de amor para los elegidos, amigos de Jesús, su Hijo.
Apocalipsis libro de Rebeldes.
"No carece de fundamento que Lutero llamase al último libro de la Biblia la caja ilusonista de todos los jefes de banda: pues su esjaton no es interior, ni es -incluso en su magnífico mito- un tabú inaccesible o algo que está en continuidad (sin ruptura) con el Padre de la tierra, el Padre del mundo, la autoridad entronizada. Por el contrario, contiene la más fuerte insatisfacción dentro de la re-ligio, re-ligación: su adventismo carece por completo de un ordo sempiternus rerum".
"El Libro del Apocalipsis es la utopía mas extravagante..., la más mitológica de todas las utopías; sin embargo, como ninguna otra ha existido no tanto para bañar el pecho terreno en el alba transcendente, sino en el de una tierra mejor..., ataviada como una novia" (E. Bloch, El Ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983, 42, 248).
E. Bloch supone que la utopía del Ap nos arraiga en el mundo: rompe toda re-ligión, entendida como sometimiento a un Dios exterior o a un orden eterno de cosas; rechaza todo poder impositivo del mundo... porque cree y busca noviazgo y plenitud más allá del patriarcalismo impositivo de las religiones y políticas que esclavizan a las mujeres (y también a los varones). El mismo Lutero que empezó llamando a la iglesia romana prostituta (Babilonia), con palabras del Ap, acaba condenando como puros bandidos a Th. Munzer y a aquellos que, apelando al mismo Ap, condenaban su pacto con la autoridad establecida. Su librito sobre La cautividad babilónica de la Iglesia (1520) y los dos tratados contra los campesinos (Hordas ladronas y asesinas... , 1625) han sido publicados por T. Egido, Lutero. Obras, Sígueme, Salamanca 1977.
En otro tiempo, simbólicamente, esta fiesta se celebraba siempre un Jueves (¡tres jueves hay que brillan como el sol…!) a los cuarenta días de la Pascua, conforme al cómputo judío y cristiano de Hech 1, 3. Las exigencias del calendario laboral han hecho que esta fiesta se celebra ahora a los 43 días de pascua (un domingo como hoy).
Las lecturas de esta fiesta están tomadas especialmente de los libros de Lucas (Hech 1, 1-11 y Lc 24, 46-53), que ha sido el “creador” litúrgico de este signo, que otros autores del Nuevo Testamento presentan de formas distintas (ni Pablo ni Juan ni Mateo separan Pascua de Ascensión). Pero he tratado de ellas en años anteriores y por eso prefiero comentar este domingo la lectura clásica del Cielo del Apocalipsis.
Sigo de esa forma los temas que he tratado ya el domingo anterior y el lunes siguiente (9-10 V 10), ocupándome de algunos rasgos de la plenitud y Cielo del Apocalipsis. He dejado para hoy la lectura clave (Ap 21, 1-5). Los lectores amigos e interesados podrán comparar este cielo cristiano con el Nirvana del Budismo (del que he tratado estos días) y con el paraíso del Islam, del que trataré también. Nos hallamos ante un texto simbólico y lleno de esperanza, abierto a la plenitud de la vida culminada y gozosa que buscamos, que esperamos recibir y que queremos crear ya sobre este mundo. Aquí empieza este cielo en el que:
vivimos en bodas de amor y en comuniòn de vida sin fin
podemos y debemos enjugar todas las lágrimas
todos somos Cristo, pueblos de Dios (Hijos de Dios).
Imaginar el cielo es empezar a crearlo. Éste es el domingo de la imaginaciòn creadora, pues, como decía un filósofo de Madrid (M. Ortega y Gasset) somos animales fantásticos, es decir, de fantasías que pueden cumplirse, si queremos (si nos dejamos querer y queremos de verdad).
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Texto: Apocalipsis 21, 1-5
(Visión)
1Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía. 2 Y la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, bajando del cielo, de junto a Dios, ataviada como una novia que se adorna para su esposo.
(Interpretación del ángel)
3Y oí una voz potente, salida del trono, que decía:
Esta es la tienda de Dios con los humanos: habitará con ellos;
ellos serán sus pueblos y el mismo "Dios-con- ellos" será su Dios.
4enjugará las lágrimas de sus ojos
y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor,
porque las antiguas cosas han pasado.
(Confirmación de Dios)
5Y dijo el Sentado Sobre el Trono:
-He aquí que hago nuevas todas las cosas.
Y añadió: Escribe, que estas palabras son verdaderas y fieles.
Guía de lectura:
1. Mapa del cielo.
– Solamente cielo. En contra de Dante (Divina Comedia), Ap sólo presenta al fin el cielo (sin infierno y purgatorio). El verdadero infierno estaba la opresión y dolor de la historia (Ap 13; 17).
– Las imágenes se complementan y deben verse vinculadas: ciudad, tienda o tabernáculo, bodas con novia ataviada, plaza y jardín, trono y fuentes de agua viva etc.
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2. Los habitantes del cielo.
– El plano social (Ciudad) y personal (Bodas) se unifican. Estas son bodas que quedan, que valen por sí mismas (sin maternidad), por el amor y el gozo, sin necesidad de hijos
– La Ciudad es meta de los pueblos. Destruidos ya los signos (estructuras) del mal (Dragón, Bestias, Prostituta), todos quedan invitados a la Ciudad de puertas abiertas, en peregrinación salvadora.
– Pero sigue habiendo excluidos. Ap 21, 8 traza una lista de personas que no caben en la ciudad,
1. Visión: Ciudad-novia (21, 1-2).
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva... (21, 1). Así empieza la escena, con palabra tomadas de Is 65, 17; 66, 22 (cf. 2 Ped 3, 13), que reasumen y superan el comienzo de la Biblia (Gén 1,1): el primer cielo y la primera tierra han pasado; han cumplido su misión y ya no ofrecen nada a los humanos, pues su camino ha terminado.
No ha sido fracaso. A los ojos de Juan la historia no acaba por pecado o vejez, cansancio o muerte sino por culminación, como indicaba el Milenio (20, 1-6). Ha cumplido su misión, han culminado los mil años del reino de los justos (cf. 20, 4). Ante el rostro radiante de Dios desaparecen las formas viejas de mundo e historia (cf. 20, 11), no para perderse sino para ser sustituidas por la más honda verdad: la nueva tierra, el nuevo cielo.
Así empieza el nuevo relato de la creación. La primera (Gén 1) duraba siete días, organizados de forma cósmica, progresiva, en armonía temporal mundana. Ahora no existen ya días, ni habrá mar como abismo vinculado al miedo (21, 1), ni serán necesarios los astros arriba, pues no existe arriba o abajo, día o noche (cf. 21, 23). Estos son sus rasgos:
– Es Ciudad, Santa Jerusalén. La creación antigua no había podido culminar pues la ciudad del mundo se hizo campo de soberbia y lucha (cf. Babel: Gen 11), solemne prostituta (Ap 17). En contra de ella ha surgido en Israel (AT) la esperanza de la Buena Ciudad, signo de unión con Dios y justicia interhumana: la Santa Jerusalén que baja de Dios (los humanos no han podido construirla). La historia judía, reasumida por la iglesia, culmina en esperanza: ha sido camino que lleva a la Nueva Jerusalén, profecía y comienzo de algo que buscamos y que, al mismo tiempo, nos desborda (no podemos conseguirlo humanamente).
– Baja del Cielo, como don de Dios: expresión de su presencia personal entre los humanos. Así lo había prometido 3, 12-13, utilizando un esquema ternario (trinitario): el vencedor en la batalla de la historia (el que rechaza el signo de las Bestias con su Prostituta) queda sellado con el triple nombre de Dios, Jesús y Jerusalén, como Ciudad llena de Dios. Quizá pudiéramos hablar de una encarnación escatológica de Jerusalén (que aparece con rasgos de Espíritu Santo).
– Está adornada como Esposa para su marido. La misma ciudad aparece como ámbito de bodas, lugar de encuentro con Dios (y entre los humanos). El mundo primero (Gen 1-4) fue campo de prostitución y violencia; no había amor en ella. Ahora, en cambio, esta nueva tierra-cielo es amor “adornado” en el sentido fuerte (ekosmêmenên), hecho belleza y cosmos, armonía perdurable.
Esta Ciudad-novia es plenitud y verdad de la Mujer, perseguida por el Dragón, que huye y sufre sobre la tierra (Ap 12); ella se opone a la ciudad de los varones y mujeres prostitutos (cf. Ap 17) que amenazaba con hacerse dueña de la misma iglesia (cf. 2, 23-23).Es Creación renovada o segunda, como en otro contexto dijo Pablo: el primer humano fue de la tierra (terreno, violento); el segundo es del cielo, espiritual, signo de Dios (cf. 1 Cor 15, 42-49).
La primera ciudad ha sido destruida (quemada, comida) por los mismos poderes bestiales de la historia (17, 15-18); pero Dios ha querido culminar su obra, creando por Jesús/Cordero la nueva y/o segunda Ciudad, espacio de encuentro y vida en amor perdurable para los humanos. Ella pertenece al mismo tiempo al misterio de Dios (baja del cielo, como Espíritu divino) y a la plenitud humana: en ella cumple (alcanza su meta) la espera y sufrimiento de los seguidores de Jesús. Es campo de encuentro, Novia del Cordero, amor divino, historia culminada.
La Ciudad Prostituta se había adornado de lujo, muerte y sangre (Ap 17). La Ciudad Novia se adorna ante su esposo. Se van a celebrar las bodas. El texto es sobrio (el secreto del amor pertenece a los amantes), pero resulta clara su visión de la metamorfosis y/o genealogía invertida de la mujer. Lo normal hubiera sido que empezara siendo joven, luego novia y finalmente madre (para morir al fin). Ella, en cambio, ha empezado siendo madre del viejo cielo (12, 1), se ha vuelto mujer perseguida en esta tierra (Ap 12, 6) y ha culminado su camino como novia del nuevo cielo y nueva tierra. El tiempo se ha invertido para ella, en proceso de personalización femenina que le lleva de las pruebas de la vida conflictiva (mujer esclavizada) a la juventud gozosa del noviazgo perdurable.
b. Interpretación del ángel (21, 3-4).
Ha visto Juan y ha contado (21, 1-2). Para completar lo narrado introduce la voz de un ángel hermeneuta (o de los cuatro Vivientes del Trono: cf. 4, 6-8) que interpeta la visión anterior. La Ciudad-Novia se vuelve tabernáculo (tienda, skênê): morada divina. El judaísmo tardío llama a Dios (¡soy el que soy!: Ex 3, 14) Sekina, palabra hebrea que significa morada, emparentada con el griego skênê, tienda. Así dice el ángel:
– La ciudad es Tienda-Morada (skênê), lugar de encuentro de Dios con los humanos (21, 3). Se cumplen así las promesas de la tradición israelita y se unifican templo (lugar donde habita Dios) y alianza (signo de su diálogo personal con los humanos cf. Lev 26, 12; Ez 37, 27; 1 Rey 8, 27).
– Y ellos serán “sus” pueblos... (21, 3). Los textos arriba citados y el conjunto de la tradición bíblica emplean el singular (seré vuestro Dios, seréis mi pueblo...), estableciendo alianza especial entre Dios e Israel. Pues bien, conforme a su sentido más antiguo y probable (escogido y razonado por GNT), Ap 21, 3 ha de leerse en plural (y serán “sus” pueblos), superando así el nacionalismo israelita: Dios establece su alianza con los pueblos de la tierra y no con Israel en cuanto aislado.
– Y enjugará toda lágrima de sus ojos... (21, 4). Desde Is 25, 8 y 65, 19 (¡no se oirán en ella gemidos ni llantos!), Juan ha proyectado en la meta de los tiempos una humanidad reconciliada, perdonada, consolada, más allá del dolor y de la muerte. Las Bodas son consuelo para los humanos.
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Comida de Gozo:
Señor de los ejércitos prepara
para todos los pueblos en ese Monte
un festín de manjares suculentos...
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones:
aniquilará la muerte para siempre.
El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los ojos,
y el oprobio de su pueblo
lo alejará de todo el país (Is 25, 6-8)
La vida no es llanto: no somos esclavos de un destino de muerte. No hemos sido creados para el dolor, no somos carne de puro sufrimiento. Para el gozo nos hicieron, en gozo debemos sustentarnos
La Ciudad de Bodas es presencia de Dios y morada de consuelo. Juan sabe que vivimos en tiempo de tristeza, lágrimas y llanto. Por eso pide a sus fieles que mantengan la fidelidad y no adoren a la Bestia, que no tengan miedo a la venganza de la tierra y de la muerte. Desde el fondo de esa situación de llanto fuerte ha proyectado su esp
eranza de reconciliación en gozo para todos los dolientes de la historia.
Dios no es el infinito de la idea (teoría de absoluto), ni ser de pura transcendencia, entidad ontológicamente superior o axiológicamente más perfecta (para emplear palabras de tipo filosófico o moral), sino amigo/a que se acerca, mora a nuestro lado, enjuga nuestro llanto. El Dios que parecía dureza (envuelto en su caja de truenos, imponiendo su querer por fuerza: cf. 4, 5; 8, 5; 11, 19; 16, 18 ) se muestra al fin en su verdad como persona que está cerca, entiende nuestra pena, supera nuestro llanto. Del Dios espejo de violencia humana (trompetas, copas de veneno) que marca el proceso del Ap, hemos pasado al Dios de amor completo que se manifiesta como hondura de consuelo para los humanos.
Este es el Dios de la intimidad amiga. Quizá algunos no acepten el símbolo esponsal del pasaje anterior (21, 1-2): no les convence demasiado el Dios esposo (por su implicación patriarcalista), ni la Ciudad-Esposa, por su forma de entender lo femenino como receptividad frente al varón. Pues bien, para superar esos posibles riesgos (Cristo esposo, humanidad esposa) es bueno el simbolismo de la presencia personal del Dios amigo que se vuelve presencia cercana y consuelo, aplicable por igual para varones y mujeres.
Ese Dios presente, enjugador de lágrimas, habitante en tienda amiga, nos iguala en el amor, pues todos los humanos habíamos estado dominados por el llanto, derrotados por la muerte. Este Dios de nuestra tienda de campaña es como voz de protesta contra los poderes que oprimen al humano, haciendo de este mundo valle de dolores. Quien escuche las palabras del ángel hermeneuta de los cielos no puede acostumbrarse a que las cosas sigan, en gesto de derrota fatalista, sino que debe protestar contra las causas y razones del llanto, poniendo su vida al servicio de todos los que sufren. El mayor problema del humano es quizá la soledad del miedo, el resentimiento, la envidia satánica y finalmente la muerte. Pues bien, en contra de eso, Dios se manifiesta aquí como presencia: las Bodas del Cordero son suprema y eterna compañía.
c. Confirmación de Dios (21, 5-8).
Juan ha visto, el ángel interpreta. Ahora habla Dios, el Sentado sobre el Trono, monarca que ejerce su poder en gesto de soberanía abierta a todo lo creado. Antes era Rey sobre los cielos (Ap 4). Aquí es Rey del nuevo cielo y tierra, de la historia escatológica. Por eso proclama su palabra: ¡He aquí que hago nuevas todas las cosas! (21, 5). Es el Dios de evangelio, Buena Nueva de creación o ratificación de lo creado. No es Anciano de Días, garante del pasado, como en Dan 7, 9 y gran parte de la tradición judía, sino impulsor de futuro: el que recrea lo que existe. De esta forma dice y hace:
– Dios dice a su profeta ¡escribe!, mandándole que fije en Libro sus palabras fieles (dignas de fe: puede el humano confiar en ellas) y verdaderas (transparente y leales: realizan lo que han dicho o prometido). Frente a la mentira de un mundo de envidia y engaño (Bestias, Prostituta) se desvela Dios como verdad cumplida a través del Cordero/Jinete vencedor, a quien llamábamos fiel y verdadero (21, 5; cf. 19, 11).
– El mismo Dios añade ¡gegonan!, ¡se han hecho!, han sido ya cumplidas (21, 6a). Se ratifica así la voz que, tras la séptima copa, decía: gegonen, se ha hecho, se ha cumplido (16, 17). Se han realizado todas las palabras de Dios, el tiempo ha culminado, son verdad las profecías.
El libro de la historia de Dios (¡Soy Alfa y Omega, Principio y Fin!: 21, 6a; cf. 1, 8) se vuelve fuente para los humanos:
– Al sediento daré gratis de la fuente de agua de la vida (21, 6b). El tema de la sed y el agua (conocido en el AT: cf. Is 55, 1; Jer 2, 13; Sal 36, 9; 42, 2 etc.), que Ap 22, 1-5 desarrolla en otra perspectiva, queda aquí evocado: Dios es (ofrece) al final de nuestra historia el agua de Vida par una humanidad sedienta.
– El vencedor recibirá esta herencia... (21, 7a). El don gratuíto del agua es ahora premio merecido para los vencedores de la Bestia, en tema que recoge el motivo final de los siete mensajes o cartas de Ap 2-3. Vencedor es quien permanece fiel: quien no abandona a Jesús en la tribulación.
– Y yo seré su Dios y él será mi Hijo (21, 7b). Del ámbito de la alianza (será su Dios, serán sus pueblos: 21, 3-4) pasamos al de la familia (¡seré su Dios, será mi hijo!: 2, Sam 7, 14; cf. Sal 89, 27-29; Sab 2, 16-18; Hebr 1, 5). Cada vencedor se vuelve así “mesías”, hijo de Dios. Todos son “cristo”.
Este Dios responde a la sed de la historia humana, ofreciendo gratis agua de vida y haciendo a los humanos hijos. Así aparece él mismo como premio, en la meta de la historia. Dios se vuelve así regalo, premio de amor para los elegidos, amigos de Jesús, su Hijo.
Apocalipsis libro de Rebeldes.
"No carece de fundamento que Lutero llamase al último libro de la Biblia la caja ilusonista de todos los jefes de banda: pues su esjaton no es interior, ni es -incluso en su magnífico mito- un tabú inaccesible o algo que está en continuidad (sin ruptura) con el Padre de la tierra, el Padre del mundo, la autoridad entronizada. Por el contrario, contiene la más fuerte insatisfacción dentro de la re-ligio, re-ligación: su adventismo carece por completo de un ordo sempiternus rerum".
"El Libro del Apocalipsis es la utopía mas extravagante..., la más mitológica de todas las utopías; sin embargo, como ninguna otra ha existido no tanto para bañar el pecho terreno en el alba transcendente, sino en el de una tierra mejor..., ataviada como una novia" (E. Bloch, El Ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983, 42, 248).
E. Bloch supone que la utopía del Ap nos arraiga en el mundo: rompe toda re-ligión, entendida como sometimiento a un Dios exterior o a un orden eterno de cosas; rechaza todo poder impositivo del mundo... porque cree y busca noviazgo y plenitud más allá del patriarcalismo impositivo de las religiones y políticas que esclavizan a las mujeres (y también a los varones). El mismo Lutero que empezó llamando a la iglesia romana prostituta (Babilonia), con palabras del Ap, acaba condenando como puros bandidos a Th. Munzer y a aquellos que, apelando al mismo Ap, condenaban su pacto con la autoridad establecida. Su librito sobre La cautividad babilónica de la Iglesia (1520) y los dos tratados contra los campesinos (Hordas ladronas y asesinas... , 1625) han sido publicados por T. Egido, Lutero. Obras, Sígueme, Salamanca 1977.
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