Amasar respuestas desencarnadas es una tarea sencilla para responder a preguntas complejas. El seguimiento de Jesús no puede estar solamente poblado de conceptos. Es el corazón el que ha de poner el acento cálido y humano, que siente que el Dios de Jesús le atrapa, le arropa y le ama.
Si a cualquiera de nosotros nos piden que le hablemos de un ser querido dudo que nadie en su sano juicio se ponga a leerle la definición de “padre”, “madre”… según el Diccionario de la Real Academia. Hablaremos de nuestra experiencia, de nuestra relación con ellos, de lo que significan para nosotros.
¿Quién decís que soy yo? ¿Cómo responder a esta pregunta que lanza Jesús hoy? No podemos olvidar que en este evangelio estamos de lleno en un contexto postpascual en el que se trata de presentar una figura de Jesús, que responda a su verdadero perfil. Atrás quedan los aires de Mesías político y por fin, después de la resurrección, se han dado cuenta de quién era de verdad aquel hombre que atrapó de verdad sus corazones de tal forma que fueron capaces de seguirle en medio de no pocas dificultades. Tú eres el Mesías de Dios, responde Pedro. Es decir, aquel que actúa de igual manera que Dios. No olvidemos el adjetivo “vivo” que incluye la idea de vivificador, de dador de la vida cuya plenitud no es otra que la Salvación. Es muy importante tener en cuenta lo que viene a continuación en el evangelio. Pedro no habla por sí mismo sino que su confesión de fe es “inspirada”, es decir, filtrada por su experiencia de Dios.
Aquí está la clave que encierra la pregunta que vertebra todo el evangelio de hoy. Confesar la fe solamente puede hacerse desde la propia experiencia, desde lo que nosotros vivimos y sentimos. Durante siglos, y aún hoy, en muchos sectores de la Iglesia se nos ha empachado a respuestas, a fórmulas. Hemos devorado catecismos, aguantado sermones insufribles, fervorines y moralinas en los que se disparan dosis de doctrina. Es más se ha llegado a pensar que la doctrina bien aprendida es un buen salvavidas para el proceso de secularización. Lo es, sí, pero no es suficiente. Yo seré más o menos creyente conforme vaya siendo capaz de ver la presencia de Dios en la vida de cada día. En los días en que me va muy bien y en los días en que parece que estoy peleado con el mundo. La doctrina sirve para afianzarme, para guiarme, pero nada más. Si solamente la fe consistiese en conceptos, sería demasiado fácil ser creyente.
Hemos vendido demasiadas entradas para la barrera de las respuestas y hemos dejado tristemente desierta la arena de las preguntas y quizá ya no tenemos la cintura para muchos envites. Pero hay que volver a la práctica de las preguntas. Tenemos que seguir cultivando cada uno de nosotros nuestra propia respuesta. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Nuestra vida es la que tiene que decir lo que Jesús es para cada uno de nosotros. No se trata de responder con formulaciones teológicas cada vez más precisas, se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y vosotros, y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí?
No estaría de más que a lo largo de esta semana nos preguntásemos honradamente quién es Jesús para nosotros. No podemos dejar que la experiencia de Dios que cada uno de los creyentes tenemos perezca asfixiada por el rodillo de la doctrina hasta la última coma; o intoxicada por botulismo a fuerza de alimentar nuestra fe con doctrina de lata aislada de la luz solar, del día a día. Ojalá que a la vez que nosotros nos vamos respondiendo seamos capaces de suscitar preguntas en quienes nos rodean. La apertura que los jóvenes demandan a la Iglesia no está encorsetada y atornillada con respuestas, sino que necesita de preguntas que les inviten a dar ellos su propia respuesta. Las moralinas y los sermones empachan. Las preguntas despiertan. ¿Quién soy yo para ti? -dice Jesús.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Publicado por Entra y Veras
Si a cualquiera de nosotros nos piden que le hablemos de un ser querido dudo que nadie en su sano juicio se ponga a leerle la definición de “padre”, “madre”… según el Diccionario de la Real Academia. Hablaremos de nuestra experiencia, de nuestra relación con ellos, de lo que significan para nosotros.
¿Quién decís que soy yo? ¿Cómo responder a esta pregunta que lanza Jesús hoy? No podemos olvidar que en este evangelio estamos de lleno en un contexto postpascual en el que se trata de presentar una figura de Jesús, que responda a su verdadero perfil. Atrás quedan los aires de Mesías político y por fin, después de la resurrección, se han dado cuenta de quién era de verdad aquel hombre que atrapó de verdad sus corazones de tal forma que fueron capaces de seguirle en medio de no pocas dificultades. Tú eres el Mesías de Dios, responde Pedro. Es decir, aquel que actúa de igual manera que Dios. No olvidemos el adjetivo “vivo” que incluye la idea de vivificador, de dador de la vida cuya plenitud no es otra que la Salvación. Es muy importante tener en cuenta lo que viene a continuación en el evangelio. Pedro no habla por sí mismo sino que su confesión de fe es “inspirada”, es decir, filtrada por su experiencia de Dios.
Aquí está la clave que encierra la pregunta que vertebra todo el evangelio de hoy. Confesar la fe solamente puede hacerse desde la propia experiencia, desde lo que nosotros vivimos y sentimos. Durante siglos, y aún hoy, en muchos sectores de la Iglesia se nos ha empachado a respuestas, a fórmulas. Hemos devorado catecismos, aguantado sermones insufribles, fervorines y moralinas en los que se disparan dosis de doctrina. Es más se ha llegado a pensar que la doctrina bien aprendida es un buen salvavidas para el proceso de secularización. Lo es, sí, pero no es suficiente. Yo seré más o menos creyente conforme vaya siendo capaz de ver la presencia de Dios en la vida de cada día. En los días en que me va muy bien y en los días en que parece que estoy peleado con el mundo. La doctrina sirve para afianzarme, para guiarme, pero nada más. Si solamente la fe consistiese en conceptos, sería demasiado fácil ser creyente.
Hemos vendido demasiadas entradas para la barrera de las respuestas y hemos dejado tristemente desierta la arena de las preguntas y quizá ya no tenemos la cintura para muchos envites. Pero hay que volver a la práctica de las preguntas. Tenemos que seguir cultivando cada uno de nosotros nuestra propia respuesta. La respuesta tiene que ser práctica, no teórica. Nuestra vida es la que tiene que decir lo que Jesús es para cada uno de nosotros. No se trata de responder con formulaciones teológicas cada vez más precisas, se trata de responder con la propia vida a la pregunta de quién es Jesús. Y vosotros, y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Qué dice tu vida de mí?
No estaría de más que a lo largo de esta semana nos preguntásemos honradamente quién es Jesús para nosotros. No podemos dejar que la experiencia de Dios que cada uno de los creyentes tenemos perezca asfixiada por el rodillo de la doctrina hasta la última coma; o intoxicada por botulismo a fuerza de alimentar nuestra fe con doctrina de lata aislada de la luz solar, del día a día. Ojalá que a la vez que nosotros nos vamos respondiendo seamos capaces de suscitar preguntas en quienes nos rodean. La apertura que los jóvenes demandan a la Iglesia no está encorsetada y atornillada con respuestas, sino que necesita de preguntas que les inviten a dar ellos su propia respuesta. Las moralinas y los sermones empachan. Las preguntas despiertan. ¿Quién soy yo para ti? -dice Jesús.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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