En el Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Toledo, una de las palabras que supuso más novedad para mí por el contenido que encierra, según la Biblia, y sobre todo por la claridad con que expuso el tema el profesor Ángel Corrochano, fue “intimidad”. Resumo la conferencia, para que después se comprendan mejor las lecturas que hoy se proclaman en la Liturgia de la Palabra.
“Para los hombres de la Biblia la intimidad es una distinción porque permite entrar en lo profundo de la otra persona, lo que determina su vida, sus planes y decisiones; y, al mismo tiempo, entraña un deber de correspondencia a esa elección”. “Sólo librando a nuestro concepto de intimidad del aura de sentimentalismo que lo rodea podremos percibir la profundidad y la densidad de la llamada a la intimidad que Jesús hizo a los Doce”. “Instituyó Doce, para estar con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios” (Mc 3,14). El “estar con él” no es un mero compartir el estilo de vida “errante” del Hijo del hombre que no tiene donde reclinar la cabeza, ni un mero disfrutar de charlas íntimas al final de la jornada. El “estar con él” es ser levantado a un grado de intimidad con el Hijo del Hombre en el que se recibe un conocimiento privilegiado de la situación, de sus intenciones”. “El conocimiento no es una mera información, sino que se ve apremiado por la urgencia de comprender, es casi una necesidad de conocer las razones internas. De igual modo, la obligación de integrarse en el plan revelado está elevada al grado sumo; de ahí que la ausencia de integración provoque la ruptura de la comunión propia de la intimidad.”
Entremos ahora a considerar la intimidad que describe el Evangelio: “Jesús estaba orando solo en presencia de sus discípulos, y les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Y más adelante la pregunta les atañe directamente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Ser testigo de la oración de Jesús, escuchar la pregunta más personal y comprometida en un ámbito de la intimidad, revela hasta qué grado el Señor introdujo a los suyos en el conocimiento de su misión. Con la explicación de intimidad a la que nos hemos referido, se comprende que no se trata de saber más o menos acerca de la vida del Maestro, sino de estar siendo introducidos e incorporados a su misión. Ahora se entiende lo que les dice a los discípulos:
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.”
La mayor intimidad lleva a ir detrás del que ha abierto su corazón, a comprometerse en su destino. Después de todas las fiestas celebradas, en las que se nos ha revelado la identidad de Cristo, somos llamados a tomar como proyecto de vida el seguimiento de Jesús.
“Para los hombres de la Biblia la intimidad es una distinción porque permite entrar en lo profundo de la otra persona, lo que determina su vida, sus planes y decisiones; y, al mismo tiempo, entraña un deber de correspondencia a esa elección”. “Sólo librando a nuestro concepto de intimidad del aura de sentimentalismo que lo rodea podremos percibir la profundidad y la densidad de la llamada a la intimidad que Jesús hizo a los Doce”. “Instituyó Doce, para estar con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios” (Mc 3,14). El “estar con él” no es un mero compartir el estilo de vida “errante” del Hijo del hombre que no tiene donde reclinar la cabeza, ni un mero disfrutar de charlas íntimas al final de la jornada. El “estar con él” es ser levantado a un grado de intimidad con el Hijo del Hombre en el que se recibe un conocimiento privilegiado de la situación, de sus intenciones”. “El conocimiento no es una mera información, sino que se ve apremiado por la urgencia de comprender, es casi una necesidad de conocer las razones internas. De igual modo, la obligación de integrarse en el plan revelado está elevada al grado sumo; de ahí que la ausencia de integración provoque la ruptura de la comunión propia de la intimidad.”
Entremos ahora a considerar la intimidad que describe el Evangelio: “Jesús estaba orando solo en presencia de sus discípulos, y les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Y más adelante la pregunta les atañe directamente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Ser testigo de la oración de Jesús, escuchar la pregunta más personal y comprometida en un ámbito de la intimidad, revela hasta qué grado el Señor introdujo a los suyos en el conocimiento de su misión. Con la explicación de intimidad a la que nos hemos referido, se comprende que no se trata de saber más o menos acerca de la vida del Maestro, sino de estar siendo introducidos e incorporados a su misión. Ahora se entiende lo que les dice a los discípulos:
“El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.”
La mayor intimidad lleva a ir detrás del que ha abierto su corazón, a comprometerse en su destino. Después de todas las fiestas celebradas, en las que se nos ha revelado la identidad de Cristo, somos llamados a tomar como proyecto de vida el seguimiento de Jesús.
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