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sábado, 26 de junio de 2010

EL QUE PIERDE GANA


XIII Domingo del T.O.(Lc 9, 51-62) - Ciclo C
Por Enrique Martínez Lozano

El “viaje a Jerusalén” ocupa, en el evangelio de Lucas, diez largos capítulos (desde 9,51 a 19,28). Se trata de un viaje teológico, más que geográfico –un recurso literario-, a lo largo del cual Jesús se va a dedicar prioritariamente a enseñar a sus discípulos.

El autor inicia el relato con una indicación significativa, que se refiere a la muerte –ése es el destino del “viaje”- como “el tiempo de ser llevado al cielo”. En el evangelio, la muerte es denominada como “sueño” o como “paso”:
“Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…” (evangelio de Juan 13,1).

La expresión “pasar al Padre” invita a entender la muerte como la “reintegración” en la Unidad originaria de donde todo procede. Más allá de nuestras “formas” transitorias, en las que se había expresado, la Identidad profunda –que nunca nace y nunca muere- se “reencuentra” a sí misma.

La reconocida psicoterapeuta, confidente y discípula de Carl Jung, Marie-Louise von Franz, de quien se ha dicho que interpretó más de 65.000 sueños, ofrece esta constatación:
“Los sueños de los moribundos no se refieren a un final, sino a un paso”.

La muerte no es sino el “paso” de la “forma” a la “no-forma”, de la apariencia a la Realidad, del ego al Ser, del yo a la Presencia. Ocurre algo similar al sueño: el sujeto que duerme no puede saber lo que es el estado de vigilia; más aún, ni siquiera es esa identidad “onírica” la que despierta. Cuando se despierta, emerge una “nueva identidad”, distinta del sujeto onírico.

De un modo parecido, la muerte es el “despertar” a nuestra identidad más honda que, mientras estamos identificados con el yo, nos pasa desapercibida.

Ese es nuestro único problema: la ignorancia de creer que somos el “yo” que nuestra mente piensa que somos. Una ignorancia que nos lleva a vivir para él como si fuera “eterno”, y en realidad nos hace “perder” la Vida.

Así, entendemos la sabiduría que encierran las palabras de Jesús: “Quien vive para su yo [creyendo que es su yo], está perdiendo su vida”. Es lo que expresaba José Fernández Moratiel en el siguiente poema:

EL QUE PIERDE GANA

Es la extraña lógica del evangelio,
perder lo de fuera para ganar lo de dentro,
perder la fachada, perder lo postizo,
lo que sólo da una sensación,
para ganar la presencia suya en el corazón.

El que pierde gana, decía incansablemente Jesús.
Si algo se destruye es para una transformación,
para que algo reaparezca…
Algo se destruye en el silencio,
pero es para una transformación,
para que aparezca el ser.

“Yo soy”, dice Dios,
lo que se expresa con toda plenitud,
lo duradero, lo que existe siempre.
Dios es siempre Ser.

Nuestra oración es como el camino del Ser.
Algo se pierde en el silencio…
-lo que está en la superficie-,
pero se reconstruye nuestro ser verdadero.

No temáis que se pierda el cuerpo;
nuestros conceptos, nuestras ideas…
Sólo se pierde lo superficial.
Lo que no se puede perder es el Ser.


Lo que no se pierde –lo que no muere- es lo que no tiene forma y, por eso, tampoco nunca nació: la Identidad –unitaria y compartida- que trasciende el tiempo y el espacio, que se encuentra más allá de cualquier “forma” a la que, eventualmente, la hayamos podido asociar.

Más allá de la identificación con la forma, al “soltar” la identificación con el yo –con todas sus secuelas-, lo que queda es Presencia, es decir, Plenitud atemporal, la Identidad que nunca muere. Ahí todo está bien. A eso puede equivaler la expresión evangélica “Reino de Dios”.

Dicho en otras metáforas: no somos los objetos, sino el Espacio que los contiene; no somos las circunstancias cambiantes, sino la Presencia que Es; no somos los acontecimientos que se suceden, sino el Ahora en el que todos ellos ocurren…

Y esa Presencia que somos la experimentamos cuando permanecemos en un estar sin objeto –eso es contemplar-. Del mismo modo que quien duerme no puede salir al estado de vigilia mientras permanece en el sueño, así tampoco podremos trascender la falsa idea de ser el “yo” mientras permanezcamos en el mundo de la mente.

Necesitamos aprender a “tomar distancia” de la mente. No se trata de negar su valor –es una de nuestras grandes riquezas-, sino de no reducirnos a ella. La mente es, en cierto sentido, un “órgano” más a nuestro servicio, capaz de “ofrecernos” incluso un sentido –aunque transitorio- de identidad…, pero somos más que ella.

Para apercibirnos de que es así, necesitamos adiestrarnos en acallarla. ¿Qué ocurre cuando “la voz que hay en tu cabeza” deja de hablarte? Verifícalo. Tendrás que tener paciencia: estamos hasta tal punto identificados con ella, que al principio nos parecerá una tarea inútil. Persevera…

Para empezar, puedes hacer lo siguiente: relájate, respira profundamente dos o tres veces, suelta todos los pensamientos y todas las preocupaciones, quédate sólo aquí y ahora… y déjate estar ahí sin más. Sólo estar.

No quieras “llenar” ese momento con nada; tampoco busques entenderlo, ni pretendas ir “más lejos”. Ni siquiera te busques a ti mismo como “yo”. Aprende a dejarte estar en aquello que el autor de “La nube del no-saber” denominaba “la pura conciencia de Ser”.

En la medida en que vayas permaneciendo ahí, emergerá el Descanso, la Paz, el Gozo, la Presencia, la Dicha, la Plenitud…: el “Reino de Dios”.

A partir de ahí, se comprende bien el sentido de los cuatro breves episodios que se relatan a continuación: no cabe la intolerancia ni el “entretenerse” en la identificación con el ego (que, en el texto, aparece simbolizado con la riqueza, los “muertos” y la “familia”).

Frente a cualquiera de sus trampas –estos relatos no hay que entenderlos literalmente, sino en toda la radicalidad de su simbolismo- Jesús invita a “no mirar atrás”. Como si dijera: No te identifiques más con el ego y sus exigencias; permanece en la Presencia que eres –en el “Reino de Dios”- y ten la seguridad de que “todo lo demás se te dará por añadidura” (evangelio de Mateo 6,33).

Eckhart Tolle lo expresa de este modo:
“La verdad básica de quien eres no es «Yo soy esto o yo soy aquello», sino «Yo Soy»”
(Eckhart TOLLE, Todos los seres vivos somos uno, Debolsillo, Barcelona 2009, p.49).


www.enriquemartinezlozano.com

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