Dándose cuenta Jesús de que los Doce, que él había elegido como los representantes del nuevo Israel, se negaban rotunda mente a aceptar que el Mesías tuviese que fracasar, ve llegado el momento de atajar el problema de cara, ya que de otro modo no logrará nunca hacerlos cambiar. El comienzo de la nueva sección es muy indicativo: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran» (9,5 la). Esta determinación temporal sirve para relacionar la decisión que toma acto seguido con el doble éxodo que emprenderá de inmediato fuera de la institución judía (muerte) y hacia el Padre (ascensión). De hecho, el término griego empleado por Lucas (lit. «Cuando se iban a cumplir los días de su arrebatamiento») es un término técnico: tan pronto dice relación con el arrebatamiento de Elías (4Re [2Re LXX] 2,9.10.11; Eclo 48,9; 49,14; 1Mac 2,58) como con la ascensión de Jesús al cielo (Hch 1,2.11.22).
Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indi cando el acercamiento progresivo de este momento histórico (18,35; 19,11.29.37.41; 22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de la Pascua judía, figura del Exodo definitivo del Mesías fuera de Jerusalén. Por eso continúa: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él decidió irrevocablemente ir a Jerusalén» (9,51b). La frase contiene una referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el Antiguo Testamento. Literalmente dice que «también él (Jesús evidentemente) plantó cara a la situación encaminándose hacia Jerusalén».
En el libro del profeta Ezequiel, en la versión griega llamada de los Setenta, hallamos una serie de expresiones análogas, en las que Dios invita al profeta a encararse con una serie de situa ciones (once pasajes). En concreto, el pasaje a que aquí se hace referencia es Ez 21,7: «Por eso profetiza, hijo de hombre, y planta cara a Jerusalén, fija la mirada contra su santuario y pro fetiza contra la tierra de Israel. » (El original hebreo contiene algunas variantes: «Hijo de hombre, gira tu cara contra Jerusalén y haz gotear tu palabra contra el santuario y profetiza contra la tierra de Israel».)
Jesús, como en otro tiempo Ezequiel, toma la decisión irrevocable de encararse con la institución judía simbolizada aquí por el término sacro «Jerusalén», término que empleaban los judíos y, casi de forma exclusiva, los escritores del Antiguo Testamento. (Cuando Lucas quiere designar simplemente la ciudad de Jeru salén, como lugar geográfico, se sirve del término «Jerosólima», término neutro empleado exclusivamente por los paganos y por los otros evangelistas, si exceptuamos el logion de Mt 23,37.)
FRACASO ESTREPITOSO DE LOS MISIONEROS ENVIADOS A SAMARIA
«Envió mensajeros delante de él» (lit. «delante de su cara o persona») (9,52a). Los mensajeros que envía Jesús tienen que realizar una misión precursora en Samaría, semejante a la que había llevado a cabo Juan Bautista en el país judío: «Habiéndose puesto en camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle (la acogida de la gente)» (9,52b). Judíos y samaritanos eran enemigos mortales. Era necesario, por tanto, que los men sajeros preparasen convenientemente los ánimos de los Samaria nos, a fin de que éstos recibieran a Jesús de buen grado. Si los misioneros les anuncian que Jesús se dirige a Jerusalén para plantar cara a la institución judía, no hay duda de que será bien recibido. Precisamente lo que no podían soportar era que el Mesías fuese el rey destinado por Dios como caudillo del pueblo judío y que desde Israel debiese dominar a los demás pueblos. Si ahora resulta que aquel de quien habían oído decir que era un gran profeta o hasta puede que el Mesías, no iba a Jerusalén a tomar el poder, sino a hacer frente al sistema teocrático judío, los samaritanos le darán masivamente la bienvenida.
«Pero como él se dirigía en persona a Jerusalén, (los samari tanos) se negaron a recibirlo» (9,53). ¿Qué les han contado los mensajeros? Literalmente han ido proclamando con aires triun falistas que «su persona se dirigía a Jerusalén», ¡para coronarse rey de los judíos! Jesús les había dicho que «iba a plantar cara a la institución encaminándose hacia Jerusalén», ellos silencian lo más importante y dicen simplemente que «su cara / persona se encamina a Jerusalén». No es extraño que le cierren todas las puertas. La misión precursora de los misioneros ha sido un fra caso rotundo.
Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros interpondremos en tre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos rezumar. «Profeta» es precisamente aquel mensajero «por cuya boca habla» Dios o el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de manera irresistible que debe comunicar.
"Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusie ron: "Señor, si quieres, decimos que caiga fuego del cielo y los aniquile"» (9,54). Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber comprometido con sus tejemane jes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan ahora el grito al cielo y claman venganza. La propuesta que le hacen, la formulan con palabras del libro de los Reyes, donde se dice que Elías, en un caso parecido en que el rey Ocozías de Samaría le envió unos mensajeros pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había castigado por culpa de su idolatría, «hizo bajar fuego del cielo» que consumió a los cincuenta hombres que había enviado (4Re [2Re] 1,1-14 LXX). Piden, por tanto, a Jesús que actúe al modo de Elías y se vengue de la mala acogida de los samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales.
«Jesús se volvió y los increpó» (lit. «conminó», como si estu viesen endemoniados) (9,55). De hecho, están «poseídos» por una ideología que les impide actuar como personas sensatas: están repletos de odio, de intolerancia religiosa y de exaltación nacionalista. Jesús «se vuelve»: esto quiere decir que él no se había inmutado y que proseguía su camino, mientras que los discípulos se habían quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. «Y se marcharon a otra aldea» (9,56). La travesía de Samaria continúa. Ahora veremos las consecuen cias de esta oposición sistemática de los Doce a los planes de Jesús.
NUEVA LLAMADA DE DISCIPULOS, AHORA SAMARITANOS
La perícopa de 9,57-62 contiene la reacción de Jesús. Como sea que los discípulos judíos le llevan la contra y que algunos samaritanos que han comprendido su actitud quieren incorporarse al grupo, Jesús hace una nueva llamada de discípulos, ahora en territorio samaritano, precisando cuáles han de ser las actitudes del verdadero discípulo. La escena tiene forma de tríptico. En las tablillas laterales hay constancia de dos ofrecimientos («Te seguiré»), si bien condicionados; en el centro hay una llamada directa de Jesús («Sígueme»). El personaje central ha sido invi tado por Jesús, en vista de sus disposiciones; los otros dos han tomado ellos mismos la iniciativa, en vista de las actitudes de Jesús. Lucas describe con estos tres personajes la constitución de un nuevo grupo (tres indica siempre una totalidad). Estos personajes, sin embargo, no tienen nombre. La situación que describe tiene más de ideal que de real. Hay una referencia implícita a la primera llamada de discípulos israelitas: Pedro, Santiago y Juan. También tres. Las condiciones que les impone ahora son más exigentes si cabe: les exige una ruptura total con el pasado: casa, familia y, sobre todo, padre, como portador de tradición.
Al personaje del centro lo invita él mismo porque sabe que ya ha roto con la tradición paterna (muerte del «padre», figura de la tradición que nos vincula con el pasado). Le pide que se olvide del pasado («enterrar») y que se disponga a anunciar la novedad del reino. Al primero, que se ha ofrecido espontánea mente, le exige que no se identifique con ninguna institución («no tiene donde reclinar la cabeza»). Jesús nos quiere abiertos a todos y universales. La respuesta que da al tercero, quien también se ha ofrecido espontáneamente, se ha convertido en una máxima: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. » La «familia» es figura, en este contexto, de Samaria: la opción por el reino universal rompe con cualquier particularismo.
Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indi cando el acercamiento progresivo de este momento histórico (18,35; 19,11.29.37.41; 22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de la Pascua judía, figura del Exodo definitivo del Mesías fuera de Jerusalén. Por eso continúa: «Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él decidió irrevocablemente ir a Jerusalén» (9,51b). La frase contiene una referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el Antiguo Testamento. Literalmente dice que «también él (Jesús evidentemente) plantó cara a la situación encaminándose hacia Jerusalén».
En el libro del profeta Ezequiel, en la versión griega llamada de los Setenta, hallamos una serie de expresiones análogas, en las que Dios invita al profeta a encararse con una serie de situa ciones (once pasajes). En concreto, el pasaje a que aquí se hace referencia es Ez 21,7: «Por eso profetiza, hijo de hombre, y planta cara a Jerusalén, fija la mirada contra su santuario y pro fetiza contra la tierra de Israel. » (El original hebreo contiene algunas variantes: «Hijo de hombre, gira tu cara contra Jerusalén y haz gotear tu palabra contra el santuario y profetiza contra la tierra de Israel».)
Jesús, como en otro tiempo Ezequiel, toma la decisión irrevocable de encararse con la institución judía simbolizada aquí por el término sacro «Jerusalén», término que empleaban los judíos y, casi de forma exclusiva, los escritores del Antiguo Testamento. (Cuando Lucas quiere designar simplemente la ciudad de Jeru salén, como lugar geográfico, se sirve del término «Jerosólima», término neutro empleado exclusivamente por los paganos y por los otros evangelistas, si exceptuamos el logion de Mt 23,37.)
FRACASO ESTREPITOSO DE LOS MISIONEROS ENVIADOS A SAMARIA
«Envió mensajeros delante de él» (lit. «delante de su cara o persona») (9,52a). Los mensajeros que envía Jesús tienen que realizar una misión precursora en Samaría, semejante a la que había llevado a cabo Juan Bautista en el país judío: «Habiéndose puesto en camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle (la acogida de la gente)» (9,52b). Judíos y samaritanos eran enemigos mortales. Era necesario, por tanto, que los men sajeros preparasen convenientemente los ánimos de los Samaria nos, a fin de que éstos recibieran a Jesús de buen grado. Si los misioneros les anuncian que Jesús se dirige a Jerusalén para plantar cara a la institución judía, no hay duda de que será bien recibido. Precisamente lo que no podían soportar era que el Mesías fuese el rey destinado por Dios como caudillo del pueblo judío y que desde Israel debiese dominar a los demás pueblos. Si ahora resulta que aquel de quien habían oído decir que era un gran profeta o hasta puede que el Mesías, no iba a Jerusalén a tomar el poder, sino a hacer frente al sistema teocrático judío, los samaritanos le darán masivamente la bienvenida.
«Pero como él se dirigía en persona a Jerusalén, (los samari tanos) se negaron a recibirlo» (9,53). ¿Qué les han contado los mensajeros? Literalmente han ido proclamando con aires triun falistas que «su persona se dirigía a Jerusalén», ¡para coronarse rey de los judíos! Jesús les había dicho que «iba a plantar cara a la institución encaminándose hacia Jerusalén», ellos silencian lo más importante y dicen simplemente que «su cara / persona se encamina a Jerusalén». No es extraño que le cierren todas las puertas. La misión precursora de los misioneros ha sido un fra caso rotundo.
Un filtrado parecido del mensaje, según las conveniencias de cada uno o de un grupo o comunidad determinada, lo hacemos con frecuencia. Cuanto más fanáticos seamos y más cerrados estemos sobre nosotros mismos, más filtros interpondremos en tre la Palabra que nos quiere interpelar y el mensaje que dejamos rezumar. «Profeta» es precisamente aquel mensajero «por cuya boca habla» Dios o el Señor Jesús. Y lo es cuando el contenido de la palabra que pronuncia no es lo que él piensa, sino aquello que, desde lo más profundo, experimenta de manera irresistible que debe comunicar.
SED DE VENGANZA
"Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusie ron: "Señor, si quieres, decimos que caiga fuego del cielo y los aniquile"» (9,54). Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber comprometido con sus tejemane jes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan ahora el grito al cielo y claman venganza. La propuesta que le hacen, la formulan con palabras del libro de los Reyes, donde se dice que Elías, en un caso parecido en que el rey Ocozías de Samaría le envió unos mensajeros pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había castigado por culpa de su idolatría, «hizo bajar fuego del cielo» que consumió a los cincuenta hombres que había enviado (4Re [2Re] 1,1-14 LXX). Piden, por tanto, a Jesús que actúe al modo de Elías y se vengue de la mala acogida de los samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales.
«Jesús se volvió y los increpó» (lit. «conminó», como si estu viesen endemoniados) (9,55). De hecho, están «poseídos» por una ideología que les impide actuar como personas sensatas: están repletos de odio, de intolerancia religiosa y de exaltación nacionalista. Jesús «se vuelve»: esto quiere decir que él no se había inmutado y que proseguía su camino, mientras que los discípulos se habían quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. «Y se marcharon a otra aldea» (9,56). La travesía de Samaria continúa. Ahora veremos las consecuen cias de esta oposición sistemática de los Doce a los planes de Jesús.
NUEVA LLAMADA DE DISCIPULOS, AHORA SAMARITANOS
La perícopa de 9,57-62 contiene la reacción de Jesús. Como sea que los discípulos judíos le llevan la contra y que algunos samaritanos que han comprendido su actitud quieren incorporarse al grupo, Jesús hace una nueva llamada de discípulos, ahora en territorio samaritano, precisando cuáles han de ser las actitudes del verdadero discípulo. La escena tiene forma de tríptico. En las tablillas laterales hay constancia de dos ofrecimientos («Te seguiré»), si bien condicionados; en el centro hay una llamada directa de Jesús («Sígueme»). El personaje central ha sido invi tado por Jesús, en vista de sus disposiciones; los otros dos han tomado ellos mismos la iniciativa, en vista de las actitudes de Jesús. Lucas describe con estos tres personajes la constitución de un nuevo grupo (tres indica siempre una totalidad). Estos personajes, sin embargo, no tienen nombre. La situación que describe tiene más de ideal que de real. Hay una referencia implícita a la primera llamada de discípulos israelitas: Pedro, Santiago y Juan. También tres. Las condiciones que les impone ahora son más exigentes si cabe: les exige una ruptura total con el pasado: casa, familia y, sobre todo, padre, como portador de tradición.
Al personaje del centro lo invita él mismo porque sabe que ya ha roto con la tradición paterna (muerte del «padre», figura de la tradición que nos vincula con el pasado). Le pide que se olvide del pasado («enterrar») y que se disponga a anunciar la novedad del reino. Al primero, que se ha ofrecido espontánea mente, le exige que no se identifique con ninguna institución («no tiene donde reclinar la cabeza»). Jesús nos quiere abiertos a todos y universales. La respuesta que da al tercero, quien también se ha ofrecido espontáneamente, se ha convertido en una máxima: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. » La «familia» es figura, en este contexto, de Samaria: la opción por el reino universal rompe con cualquier particularismo.
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