En este 2do domingo después de Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y este día, nos invita a la meditación, para que descubramos la necesidad que tenemos en nuestras vidas de alimentarnos. De recibir el Pan de Vida, en que es el propio Jesús que nos alimenta en cada Eucaristía.
El sentido de esta fiesta, que se instituyó en el año 1264, es la consideración y el culto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Mediante las lecturas de hoy, la Iglesia quiere recalcar la nueva y eterna alianza que Dios hizo con su pueblo y que Cristo selló con su sangre.
En la primera lectura del libro de Éxodo se narra que Dios que había sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto para hacerlo un pueblo de hombres plenamente libres, hizo con ellos un pacto, una alianza: Él sería su Dios y ellos serían su pueblo.
Este texto nos muestra cómo se desarrolló este pacto. El altar, representa a Dios. La sangre significa vida. Moisés derramó esa sangre sobre el altar y luego sobre el pueblo. Esto indica la unión entre Dios y su pueblo, porque es la misma sangre, la misma vida, la que une el altar (Dios) y el pueblo.
Los términos de esa alianza, quedaron escritos. Son los mandamientos.
Fue en la alianza hecha en el desierto, celebrada con este ritual, cuando un grupo de clanes y tribus dispersas, tomaron conciencia que eran un solo pueblo y una sola nación, con un nombre propio (Israel), con un destino y con una tierra de pertenencia; con una ley original (los mandamientos), que les daba la orientación de la vida, y con un culto específico, con sus rituales y sus fiestas.
Jesucristo, había entregado un mensaje capaz de guiar a la humanidad, (como hacía 12 siglos, Dios lo había hecho con esas tribus que habían de ser el pueblo de Israel)
Pero era necesario un pueblo de Dios que fuera el fermento que propagara ese mensaje.
En esta última cena, Jesús recordando la otra Alianza, indica que ahora, es él quien derramará su sangre por una muchedumbre. Esa muchedumbre, somos todos nosotros, su Iglesia.
La Iglesia, es el nuevo pueblo de Dios. Aliado con Dios por medio de Cristo, por medio de su sangre derramada para liberar a la raza humana de todas las ataduras.
Las primeras comunidades cristianas, se reunían cada semana para conmemorar y revivir esta alianza total con Dios por medio de Jesús, y lo hacían en una ceremonia especial a la que llamaban la cena del Señor. Nosotros hoy la llamamos Eucaristía, que es una palabra griega que significa acción de gracias, y lo que hacemos en cada misa, es dar gracias.
Dar gracias a Dios por la alianza que ha hecho con nosotros por medio de Jesucristo.
La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo tiene el sentido de celebrar nuestra alianza con Dios por medio de Jesucristo, nuestro mediador, que hizo el pacto, en nombre nuestro, con su propia sangre.
Hoy tomamos conciencia que somos el pueblo de Dios y por ser su pueblo, tenemos una identidad que nos distingue entre otros pueblos y religiones y asumimos la responsabilidad de cumplir nuestra misión.
Las procesiones que se hacen en algunas ciudades, con Jesús Sacramentado por las calles, son la forma de testimoniar ante la sociedad que damos gracias a Dios por esta Alianza que Cristo selló con su sangre de una vez y para siempre.
Queremos quedarnos ahora con otra reflexión sobre el Evangelio de hoy:
Jesucristo dice al partir el pan: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo”; y entregando la copa dijo: “Esta es mi sangre”.
En esta cena, donde Cristo se despide de sus discípulos, Jesús, les deja algo. Así como cuando nosotros nos separamos de una persona querida, le damos una foto, inclusive con una hermosa dedicatoria, y no sabemos qué más darle para que nos tenga presente. Humanamente, no hay nada más que podamos hacer.
Cristo, que sí pudo dar algo más, les dio a sus discípulos y nos dió a nosotros, mucho más.
Se quedó con nosotros.
Cristo fue al Padre, pero permanece entre los hombres.
Cristo, quiso quedarse entre nosotros, pero bajo otra apariencia, se quedó bajo la apariencia de pan y de vino.
Por eso en esa última cena cuando parte el pan les dice: “esto es mi cuerpo” y cuando les pasa el vino les dice: “esta es mi sangre”; y después les dice: “hagan esto en memoria mía”.
En cada misa, en el momento de la consagración, Cristo se hace presente en el pan y en el vino consagrados.
Cristo se hace presente, con su cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su divinidad.
Este es el gran Misterio de Nuestra Fe, como decimos en cada misa, en cada partícula de hostia consagrada, en cada gota de vino consagrado, está Cristo, está todo Cristo... presente.
Pensemos en el amor y en la humildad de Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros, pero sin asustarnos.
Cristo ha querido que pudiésemos comerlo sin que nos produzca repugnancia. Fue tan delicado para con nosotros, que se quedó como pan y vino, como cosas. Cosas que son comunes para nosotros.
Pero qué riesgo corrió Jesús!
Se arriesgó a que lo mirásemos con indiferencia, como se mira un pedazo de pan.
A veces somos tan miopes, que no vemos detrás de ese pedazo de pan, que el sacerdote nos ofrece en cada comunión, en esa hostia consagrada que está colocada en la Custodia, a Cristo. No vemos.
Somos tan ciegos, que no podemos ver allí a Cristo.
Hoy vamos a pedirle a Dios que podamos reconocer a Cristo en cada Eucaristía y digamos muchas veces durante este día:
"Pan" es el término en que coinciden los textos litúrgicos. Jesús, en el pasaje evangélico, "tomó los cinco panes...y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición". Este gesto de Jesús, visto retrospectivamente, está prefigurado en el del Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, que ofrece a Abrahán pan y vino(primera lectura) como signo de hospitalidad, de generosidad y de amistad. Ese mismo gesto de Jesús, visto prolépticamente, anticipa la Última Cena con los suyos y la Eucaristía celebrada por los cristianos en memoria de Jesús: ATomó pan, dando gracias lo partió y dijo: "Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros" (segunda lectura).
La liturgia de hoy nos hace caer en la cuenta de algo importante: "El hombre, todo hombre, tiene necesidad de una dieta integral". El hecho de ser hombres nos coloca en una situación pluridimensional, diversa de las demás criaturas. Por eso, nuestra alimentación no puede ser unidimensional, sino que ha de ser integral y completa.
1. El pan de la Palabra. Jesús, antes de multiplicar los panes para alimentar a la multitud, "les hablaba del Reino de Dios", es decir, les proporcionó el pan de su Palabra, porque Abienaventurados los que tienen hambre de la Palabra, pues serán saciados. En la fracción del pan de los primeros cristianos, se comenzaba la acción litúrgica con una lectura y explicación de la Escritura, siguiendo en esto la tradición del culto sinagogal. Por tanto, los primeros cristianos alimentaban primeramente su alma con el pan de la Palabra de Dios, explicada a la luz del misterio de Cristo y actualizada por alguno de los apóstoles a las circunstancias concretas de la vida diaria. También en la primera lectura a la ofrenda del pan y el vino, hecha a Abrahán por parte de Melquisedec, sigue una bendición, que es como el pan espiritual que Dios otorga a Abrahán por medio del rey-sacerdote de Salem. El hombre es espíritu, y el espíritu necesita de un alimento diferente al pan de harina: necesita de la Palabra del Dios vivo.
2. El pan de los signos. Los milagros de Jesús, además de ser hechos extraordinarios más allá de las leyes naturales, son signos del Reino de los cielos, porque nos remiten a ese mundo nuevo regido y guiado por el poder de Dios, con exclusión de cualquier otro poder humano o diabólico. Por eso, Jesús, después de haber repartido a la multitud el pan de la Palabra, les regala con el pan de los signos. Nos dice san Lucas, primeramente, que "curaba a los que tenían necesidad de ser curados", y luego nos narra el maravilloso signo de la multiplicación de los panes y de los peces. Jesucristo, como amigo y hermano del hombre, como Señor de la vida y de la naturaleza, está interesado en curar las enfermedades, en saciar el hambre natural de los hombres. ¿Podría ser de otra manera? Pero su interés mayor está en que los hombres, mediante estos signos, sean capaces de elevarse hasta Dios Padre, que amorosamente cuida de sus hijos, y hasta el Reino de Dios en el que habrá pan para todos y para todos habrá un mismo y único pan.
3. El pan de la Eucaristía. La dieta cristiana quedaría incompleta si faltara el pan de la Eucaristía, ese pan que es el cuerpo de Cristo. AEn el santísimo sacramento de la Eucaristía -nos enseña el catecismo 1374- están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Cuando san Lucas escribió su evangelio ya los cristianos llevaban varios decenios meditando los hechos y dichos de Jesús, predicándolos y celebrando la Eucaristía. Así se explica que el evangelista haya narrado el episodio de la multiplicación de los panes como una anticipación y prefiguración de la Última Cena: ATomó los panes, elevó los ojos, pronunció sobre ellos la bendición, los partió, los dio. Desde aquella Última Cena, preanunciada en la multiplicación de los panes, celebrada por las primeras comunidades cristianas, Cristo no ha cesado a lo largo de los siglos de dar al hombre, sin distinción de ningún género, el pan de su Cuerpo, alimento de vida eterna.
1. Hambre de pan, hambre de Dios. Es algo doloroso, que nos debe hacer pensar, el hecho de que después de 2000 años de cristianismo, haya millones de hermanos que tienen hambre de pan, y esto no a miles de kilómetros de nuestra casa, sino en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro país. Además, en estos últimos decenios, las instituciones internacionales y los medios de comunicación social nos han hecho más conscientes de este triste e inhumano fenómeno en todo el mundo. )No multiplicó Jesús los panes para saciar el hambre? )No dijo a sus discípulos: Adadles vosotros de comer@? )No hemos espiritualizado demasiado nuestra fe? )No hemos reducido nuestra fe al ámbito estrictamente privado? Ciertamente no se puede identificar el cristianismo con la ONU de la caridad y de la solidariedad, pero en la entraña misma del cristianismo está el amor al prójimo, sobre todo al más necesitado. Y hoy, en el siglo de la globalización, no basta la ayuda individual, pasajera. Los cristianos hemos de organizarnos, a nivel parroquial, diocesano, nacional, internacional para desterrar el hambre de la tierra. Incluso, donde sea necesario, hemos de colaborar con las instituciones de otras religiones para acabar con esta plaga de la humanidad. Mientras haya un niño que muera de hambre, nuestra conciencia cristiana no puede estar tranquila. El hambre de pan es terrible, pero y el hambre de Dios? No nos conmueve tanto, porque el hambre de Dios no se ve. Es, sin embargo, real, universalmente presente, más angustiosa no pocas veces que la misma hambre de pan. Y lo peor es que son pocos los que de esa hambre se preocupan, pocos los que buscan satisfacerla. No habremos de abrir nuestros ojos, ojos de fe y de amor, para ver a tantos hambrientos de Dios con que nos cruzamos por la calle, con los que convivimos en el trabajo, con quienes nos divertimos en un estadio de fútbol o en una discoteca?
2. Un pan gratis y para todos. La Eucaristía es eso. Dios, nuestro Padre, nos da gratuitamente el alimento del Cuerpo de Cristo, siempre que lo queramos recibir con las debidas disposiciones. Si este alimento no cuesta, si es el pan de los fuertes, ¿cómo es posible que sean tan pocos los que lo reciben? No será que no lo valoran? Es además un mismo y único pan para todos: la eucaristía es el sacramento de la absoluta igualdad cristiana. No existe una eucaristía para ricos y otra diversa para pobres. Para Cristo, pan de nuestra alma, todos somos iguales. Ante Cristo Eucaristía desaparecen todas las barreras económicas o sociales.
Y este día, nos invita a la meditación, para que descubramos la necesidad que tenemos en nuestras vidas de alimentarnos. De recibir el Pan de Vida, en que es el propio Jesús que nos alimenta en cada Eucaristía.
El sentido de esta fiesta, que se instituyó en el año 1264, es la consideración y el culto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Mediante las lecturas de hoy, la Iglesia quiere recalcar la nueva y eterna alianza que Dios hizo con su pueblo y que Cristo selló con su sangre.
En la primera lectura del libro de Éxodo se narra que Dios que había sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto para hacerlo un pueblo de hombres plenamente libres, hizo con ellos un pacto, una alianza: Él sería su Dios y ellos serían su pueblo.
Este texto nos muestra cómo se desarrolló este pacto. El altar, representa a Dios. La sangre significa vida. Moisés derramó esa sangre sobre el altar y luego sobre el pueblo. Esto indica la unión entre Dios y su pueblo, porque es la misma sangre, la misma vida, la que une el altar (Dios) y el pueblo.
Los términos de esa alianza, quedaron escritos. Son los mandamientos.
Fue en la alianza hecha en el desierto, celebrada con este ritual, cuando un grupo de clanes y tribus dispersas, tomaron conciencia que eran un solo pueblo y una sola nación, con un nombre propio (Israel), con un destino y con una tierra de pertenencia; con una ley original (los mandamientos), que les daba la orientación de la vida, y con un culto específico, con sus rituales y sus fiestas.
Jesucristo, había entregado un mensaje capaz de guiar a la humanidad, (como hacía 12 siglos, Dios lo había hecho con esas tribus que habían de ser el pueblo de Israel)
Pero era necesario un pueblo de Dios que fuera el fermento que propagara ese mensaje.
En esta última cena, Jesús recordando la otra Alianza, indica que ahora, es él quien derramará su sangre por una muchedumbre. Esa muchedumbre, somos todos nosotros, su Iglesia.
La Iglesia, es el nuevo pueblo de Dios. Aliado con Dios por medio de Cristo, por medio de su sangre derramada para liberar a la raza humana de todas las ataduras.
Las primeras comunidades cristianas, se reunían cada semana para conmemorar y revivir esta alianza total con Dios por medio de Jesús, y lo hacían en una ceremonia especial a la que llamaban la cena del Señor. Nosotros hoy la llamamos Eucaristía, que es una palabra griega que significa acción de gracias, y lo que hacemos en cada misa, es dar gracias.
Dar gracias a Dios por la alianza que ha hecho con nosotros por medio de Jesucristo.
La fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo tiene el sentido de celebrar nuestra alianza con Dios por medio de Jesucristo, nuestro mediador, que hizo el pacto, en nombre nuestro, con su propia sangre.
Hoy tomamos conciencia que somos el pueblo de Dios y por ser su pueblo, tenemos una identidad que nos distingue entre otros pueblos y religiones y asumimos la responsabilidad de cumplir nuestra misión.
Las procesiones que se hacen en algunas ciudades, con Jesús Sacramentado por las calles, son la forma de testimoniar ante la sociedad que damos gracias a Dios por esta Alianza que Cristo selló con su sangre de una vez y para siempre.
Queremos quedarnos ahora con otra reflexión sobre el Evangelio de hoy:
Jesucristo dice al partir el pan: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo”; y entregando la copa dijo: “Esta es mi sangre”.
En esta cena, donde Cristo se despide de sus discípulos, Jesús, les deja algo. Así como cuando nosotros nos separamos de una persona querida, le damos una foto, inclusive con una hermosa dedicatoria, y no sabemos qué más darle para que nos tenga presente. Humanamente, no hay nada más que podamos hacer.
Cristo, que sí pudo dar algo más, les dio a sus discípulos y nos dió a nosotros, mucho más.
Se quedó con nosotros.
Cristo fue al Padre, pero permanece entre los hombres.
Cristo, quiso quedarse entre nosotros, pero bajo otra apariencia, se quedó bajo la apariencia de pan y de vino.
Por eso en esa última cena cuando parte el pan les dice: “esto es mi cuerpo” y cuando les pasa el vino les dice: “esta es mi sangre”; y después les dice: “hagan esto en memoria mía”.
En cada misa, en el momento de la consagración, Cristo se hace presente en el pan y en el vino consagrados.
Cristo se hace presente, con su cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su divinidad.
Este es el gran Misterio de Nuestra Fe, como decimos en cada misa, en cada partícula de hostia consagrada, en cada gota de vino consagrado, está Cristo, está todo Cristo... presente.
Pensemos en el amor y en la humildad de Jesús, que ha querido quedarse entre nosotros, pero sin asustarnos.
Cristo ha querido que pudiésemos comerlo sin que nos produzca repugnancia. Fue tan delicado para con nosotros, que se quedó como pan y vino, como cosas. Cosas que son comunes para nosotros.
Pero qué riesgo corrió Jesús!
Se arriesgó a que lo mirásemos con indiferencia, como se mira un pedazo de pan.
A veces somos tan miopes, que no vemos detrás de ese pedazo de pan, que el sacerdote nos ofrece en cada comunión, en esa hostia consagrada que está colocada en la Custodia, a Cristo. No vemos.
Somos tan ciegos, que no podemos ver allí a Cristo.
Hoy vamos a pedirle a Dios que podamos reconocer a Cristo en cada Eucaristía y digamos muchas veces durante este día:
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
Nexo entre las lecturas
"Pan" es el término en que coinciden los textos litúrgicos. Jesús, en el pasaje evangélico, "tomó los cinco panes...y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición". Este gesto de Jesús, visto retrospectivamente, está prefigurado en el del Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, que ofrece a Abrahán pan y vino(primera lectura) como signo de hospitalidad, de generosidad y de amistad. Ese mismo gesto de Jesús, visto prolépticamente, anticipa la Última Cena con los suyos y la Eucaristía celebrada por los cristianos en memoria de Jesús: ATomó pan, dando gracias lo partió y dijo: "Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros" (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
La liturgia de hoy nos hace caer en la cuenta de algo importante: "El hombre, todo hombre, tiene necesidad de una dieta integral". El hecho de ser hombres nos coloca en una situación pluridimensional, diversa de las demás criaturas. Por eso, nuestra alimentación no puede ser unidimensional, sino que ha de ser integral y completa.
1. El pan de la Palabra. Jesús, antes de multiplicar los panes para alimentar a la multitud, "les hablaba del Reino de Dios", es decir, les proporcionó el pan de su Palabra, porque Abienaventurados los que tienen hambre de la Palabra, pues serán saciados. En la fracción del pan de los primeros cristianos, se comenzaba la acción litúrgica con una lectura y explicación de la Escritura, siguiendo en esto la tradición del culto sinagogal. Por tanto, los primeros cristianos alimentaban primeramente su alma con el pan de la Palabra de Dios, explicada a la luz del misterio de Cristo y actualizada por alguno de los apóstoles a las circunstancias concretas de la vida diaria. También en la primera lectura a la ofrenda del pan y el vino, hecha a Abrahán por parte de Melquisedec, sigue una bendición, que es como el pan espiritual que Dios otorga a Abrahán por medio del rey-sacerdote de Salem. El hombre es espíritu, y el espíritu necesita de un alimento diferente al pan de harina: necesita de la Palabra del Dios vivo.
2. El pan de los signos. Los milagros de Jesús, además de ser hechos extraordinarios más allá de las leyes naturales, son signos del Reino de los cielos, porque nos remiten a ese mundo nuevo regido y guiado por el poder de Dios, con exclusión de cualquier otro poder humano o diabólico. Por eso, Jesús, después de haber repartido a la multitud el pan de la Palabra, les regala con el pan de los signos. Nos dice san Lucas, primeramente, que "curaba a los que tenían necesidad de ser curados", y luego nos narra el maravilloso signo de la multiplicación de los panes y de los peces. Jesucristo, como amigo y hermano del hombre, como Señor de la vida y de la naturaleza, está interesado en curar las enfermedades, en saciar el hambre natural de los hombres. ¿Podría ser de otra manera? Pero su interés mayor está en que los hombres, mediante estos signos, sean capaces de elevarse hasta Dios Padre, que amorosamente cuida de sus hijos, y hasta el Reino de Dios en el que habrá pan para todos y para todos habrá un mismo y único pan.
3. El pan de la Eucaristía. La dieta cristiana quedaría incompleta si faltara el pan de la Eucaristía, ese pan que es el cuerpo de Cristo. AEn el santísimo sacramento de la Eucaristía -nos enseña el catecismo 1374- están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Cuando san Lucas escribió su evangelio ya los cristianos llevaban varios decenios meditando los hechos y dichos de Jesús, predicándolos y celebrando la Eucaristía. Así se explica que el evangelista haya narrado el episodio de la multiplicación de los panes como una anticipación y prefiguración de la Última Cena: ATomó los panes, elevó los ojos, pronunció sobre ellos la bendición, los partió, los dio. Desde aquella Última Cena, preanunciada en la multiplicación de los panes, celebrada por las primeras comunidades cristianas, Cristo no ha cesado a lo largo de los siglos de dar al hombre, sin distinción de ningún género, el pan de su Cuerpo, alimento de vida eterna.
Sugerencias pastorales
1. Hambre de pan, hambre de Dios. Es algo doloroso, que nos debe hacer pensar, el hecho de que después de 2000 años de cristianismo, haya millones de hermanos que tienen hambre de pan, y esto no a miles de kilómetros de nuestra casa, sino en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro país. Además, en estos últimos decenios, las instituciones internacionales y los medios de comunicación social nos han hecho más conscientes de este triste e inhumano fenómeno en todo el mundo. )No multiplicó Jesús los panes para saciar el hambre? )No dijo a sus discípulos: Adadles vosotros de comer@? )No hemos espiritualizado demasiado nuestra fe? )No hemos reducido nuestra fe al ámbito estrictamente privado? Ciertamente no se puede identificar el cristianismo con la ONU de la caridad y de la solidariedad, pero en la entraña misma del cristianismo está el amor al prójimo, sobre todo al más necesitado. Y hoy, en el siglo de la globalización, no basta la ayuda individual, pasajera. Los cristianos hemos de organizarnos, a nivel parroquial, diocesano, nacional, internacional para desterrar el hambre de la tierra. Incluso, donde sea necesario, hemos de colaborar con las instituciones de otras religiones para acabar con esta plaga de la humanidad. Mientras haya un niño que muera de hambre, nuestra conciencia cristiana no puede estar tranquila. El hambre de pan es terrible, pero y el hambre de Dios? No nos conmueve tanto, porque el hambre de Dios no se ve. Es, sin embargo, real, universalmente presente, más angustiosa no pocas veces que la misma hambre de pan. Y lo peor es que son pocos los que de esa hambre se preocupan, pocos los que buscan satisfacerla. No habremos de abrir nuestros ojos, ojos de fe y de amor, para ver a tantos hambrientos de Dios con que nos cruzamos por la calle, con los que convivimos en el trabajo, con quienes nos divertimos en un estadio de fútbol o en una discoteca?
2. Un pan gratis y para todos. La Eucaristía es eso. Dios, nuestro Padre, nos da gratuitamente el alimento del Cuerpo de Cristo, siempre que lo queramos recibir con las debidas disposiciones. Si este alimento no cuesta, si es el pan de los fuertes, ¿cómo es posible que sean tan pocos los que lo reciben? No será que no lo valoran? Es además un mismo y único pan para todos: la eucaristía es el sacramento de la absoluta igualdad cristiana. No existe una eucaristía para ricos y otra diversa para pobres. Para Cristo, pan de nuestra alma, todos somos iguales. Ante Cristo Eucaristía desaparecen todas las barreras económicas o sociales.
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