Al término del primer tramo de la estructura paralela que estamos examinando (A-F // A'-F'), encontramos una perícopa (unidad bien delimitada que tiene sentido por sí misma) donde se ejemplifican dos actitudes contrastadas, actitudes que de he cho se dan ya entre los diversos componentes del grupo de discípulos de Jesús, a fin de que los miembros de las diversas comunidades que van a leerlo y comentarlo examinen sus propias actitudes y disciernan por sí mismos con cuál de los dos personajes se identifican.
Tratándose de la última perícopa del primer tramo de la estructura, podríamos decir que Lucas resume en ella las diversas actitudes con que Jesús se ha topado hasta ahora en Israel, y a la vez se sirve de ella, a manera de puente, para introducir el segundo tramo. Puesto que ya hemos identificado una serie de marcas y de rasgos característicos del «lenguaje» de Lucas, tra taremos de relacionarlos y de contrastarlos, a fin de sacarles el meollo. Los cuatro evangelistas describen una escena análoga, pero con rasgos muy discordes, indicativos de situaciones com pletamente diversas (véanse Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8).
Empecemos por el escenario: la «casa del fariseo» Simón (7,36b), como lugar de reunión de todos los que participan de su mentalidad, la comunidad (vv. 37b.44b, subrayada por la repetición) constituida por Simón y los «comensales» (v. 49a). El escenario queda calificado a continuación por la intenciona lidad mostrada por el fariseo: «Un fariseo lo invitó a comer con él» (7,36a). Se pone de relieve la función de «comer», siendo el «alimento» sinónimo de enseñanza: participar de una misma mesa comporta, en la mente de un semita, compartir una misma mentalidad. Jesús entra en casa del fariseo y se recuesta a la mesa (vv. 36b.37b.44b, nuevamente muy subrayado).
Los personajes. El primero que aparece en escena es un individuo masculino, descrito con los rasgos típicos de los per sonajes representativos («cierto», indefinido), perteneciente a una colectividad («de entre los fariseos», v. 36a). Representa, por tanto, una parte o facción de esta colectividad, no todo el partido fariseo. De momento no lleva nombre. Además del par titivo «cierto (individuo) de entre los fariseos», es identificado como «el fariseo» tres veces (vv. 36b.37b.39a). En el preciso momento en que pone en duda que Jesús sea un profeta, éste lo pone en evidencia designándolo por su nombre, «Simón», nombre que se repetirá a partir de ahora también tres veces. Es el único fariseo que lleva nombre en los evangelios sinópticos (de «fariseos» con nombre, sólo encontramos, en Jn 3,1, Nicode mo; en Hch 5,34, Gamaliel, y 23,6, Pablo: «Yo soy fariseo, hijo de fariseos»).
En contrapartida, el segundo personaje es femenino, una «mujer pública» (vv. 37a.39b.47-48; además, «mujer» aparece también en los vv. 44a.44b.50a: es el modo de subrayar al máxi mo, dentro de un género literario arcaico, la calidad de un per sonaje), sin nombre, introducido con una locución que los evan gelistas emplean con frecuencia para centrar la atención en el personaje en torno al cual gira el relato («y, mirad, una mujer...», v. 37a: se corresponde con el foco de los escenarios; véase 2,25;
5,12; 7,12, etc.). Representa («cierta mujer») el estamento de los marginados por motivos religiosos y sociales por parte de la sociedad teocrática judía.
La descripción detallada que Lucas hace de la mujer, que todos tienen en la ciudad por una «pecadora», deja ya entrever que en ella se ha verificado un giro de ciento ochenta grados: «Y, mirad, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba recostado en la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume, se colocó detrás de él, junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume» (7,37-38). Con tres acciones -"regar/secar, besar, ungir" des cribe de forma tridimensional el sentimiento de profunda grati tud de esta mujer. Volveremos a ello en seguida.
En la escena que examinamos descubrimos una serie de ras gos sorprendentes: un individuo perteneciente al partido fariseo (los observantes y defensores por antonomasia de la Ley) invita a Jesús (vv. 36a.39a.45b, triple repetición tipos en negrilla actuales) «a comer con él», convencido que comparte las mismas ideas y convicciones religiosas, pese a que los dirigentes religiosos (los fariseos y los letrados juristas) hayan rechazado a Jesús (6,11) y que éste les haya reprobado haber frustrado el plan que Dios tenía previsto para ellos (7,30). El fariseo Simón, además, no está sólo, sino que ha invitado también a sus colegas que piensan como él, «los otros comensales» (v. 49a). Jesús, por el contrario, no va acompañado de nadie cuando entra en la casa (vv. 36b.44c).
Un segundo rasgo chocante lo constituye el hecho de que una mujer pública ponga los pies en casa de un fariseo. Simón, por lo que se ve, no es fariseo intransigente, ya que muestra cierta tolerancia hacia los individuos representados por la peca dora, por lo menos mientras Jesús está en su casa. Tampoco los comensales hacen aspavientos, al menos en principio.
Ni el fariseo ni los comensales se atreven a reprochar a Jesús su comportamiento hacia la pecadora, sino que lo formulan en su fuero interno (vv. 39a. 49a). El primero se escandaliza porque Jesús se ha dejado «tocar» por una «mujer pecadora» (7,39b), pues quien toca a un impuro queda él mismo impuro. Como buen fariseo, pese al afecto que profesa a Jesús, continúa creyen do en la validez de la Ley de lo puro e impuro, continúa dividien do la humanidad entre buenos y malos, entre justos y pecadores, ufano de su condición privilegiada de hombre justo y observante. Los comensales se escandalizan también, pero en un segundo momento: «empezaron a decirse: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados"» (7,49), es decir, no repiten el reproche, sino que, complementándose con aquél, formulan uno más grave. El primero ponía en duda la aureola de «profeta» que rodeaba a Jesús; los segundos en la misma línea que los fariseos y los maestros de la Ley en el caso del paralítico (cf. 5,17.21-22)- se resisten a aceptar que un hombre pueda «perdonar pecados», cosa que ellos reservaban en exclusiva a Dios coronando así la pirámide del poder (Dios - dirigentes - pueblo), pirámide que les permitía excluir y marginar a todos los que no pensaban como ellos.
EL AGRADECIMIENTO, DISTINTIVO DE LA PERSONA LIBERADA
La parábola que encontramos en el centro de la perícopa ilumina y desenmascara dos actitudes contrapuestas, invirtiendo la escala de valores que todos tenían como válida: «"Un presta mista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios de plata y el otro cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, hizo gracia (de la deuda) a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?" Contestó Simón: "Supongo que aquel a quien hizo mayor gracia." Jesús le dijo: "Has juzgado con acierto"» (7,41-43). El número «cinco», factor común a «quinientos» y a «cin cuenta», pone en íntima relación los dos deudores y su deuda. El término «hizo gracia» indica que no solamente se les ha per donado la deuda (aspecto negativo), sino que los ha «agraciado» con un don, el don del Espíritu (aspecto positivo). La experiencia
del Espíritu se manifiesta en la capacidad de agradecimiento de uno y otro.
Teniendo en cuenta la descripción que acaba de hacer de los dos personajes, nos damos cuenta de que el observante, el fariseo, tiene una exigua capacidad de agradecimiento, pues está convencido de que se ha ganado a pulso la salvación, a excepción de la pequeña deuda que había contraído. La seguridad personal que le da el cumplimiento de la Ley le impide experimentar plenamente la gratuidad de la salvación. La liberación que expe rimenta es relativa, pues está condicionada por el lastre de sus prácticas religiosas. La mujer pecadora, en cambio, que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que el otro de percatarse de la novedad que comporta el mensaje de Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo.
QUE CADA COFRADE TOME SU VELA
En la aplicación de la parábola, Jesús recalca los rasgos con que Lucas había descrito la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y los contrasta con las omisiones del fariseo: éste no ha sido capaz siquiera de ofrecerle las tradi cionales muestras de hospitalidad típicas del mundo oriental: «¿Ves esta mujer? (¡la que él tanto ha despreciado!). Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste, ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume» (7,44-46).
El contraste palmario entre «el fariseo» y la mujer «pecado ra», personajes que ejemplarizan dos tipos de «deudores» a quie nes «se ha hecho gracia» de deuda (500/50 denarios) que nunca hubieran podido saldar (vv. 41-43) y que, no obstante haberse sentido atraídos uno y otro por la persona de Jesús y su mensaje liberador, dan muestras muy diversas de «agradecimiento», sirve para elevar a nivel de paradigma dos actitudes contrapuestas que con toda probabilidad se dan ya entre los mismos discípulos: la del grupo que representa a Israel, compuesto de judíos observantes y religiosos (su única preocupación es la Ley de la pureza / impureza ritual), tipificado por Simón, Santiago y Juan (c£ 5, 1-11), así como por los Doce (cf 6,12-16) y, ahora, por el fariseo Simón (¿es pura coincidencia la homonimia entre Simón «Pedro» y el «fariseo» Simón?), y la del grupo que representa a los mar ginados de Israel, descreídos y ateos, tipificado por el recaudador de impuestos, Leví (cf. 5,27-32), y, ahora, por la mujer pecadora.
La acogida que uno y otro han brindado a Jesús es diametral mente opuesta. Ambos han sido descritos mediante una terna -agua, beso, ungüento- de acciones / omisiones (vv. 38 / 44-46) que son interpretadas como muestras de agradecimien to / de falta de afecto: «Por eso te digo (forma solemne de introducir una aseveración importante): "Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por eso muestra tanto agradeci miento; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer"» (7,47). Tanto a Simón como a la mujer les ha sido perdonada una deuda personal con anterioridad a la presente escena: la invitación hecha ajesús para que comiese con él quería ser una muestra de gratitud, pero como el cambio de vida que había experimentado no ha sido profundo, se ha mostrado poco agradecido; la mujer, en cambio, todo lo contrario, ha dado grandes muestras de agradecimiento por la liberación plena que había experimentado.
El hilo conductor de la secuencia es la actitud agradecida de la mujer por la salvación que ha experimentado gracias a su adhesión a Jesús; por contraste, queda en evidencia la actitud fría y desagradecida del fariseo Simón. En el fondo, la temática es la sólita de Lucas: «justos / pecadores». Aquí se nos explica por qué los justos no son capaces de amar y, por tanto, de dar una acíhesión plena y confiada a Jesús: porque se les ha perdo nado poco y no han tomado conciencia de que la deuda, por pequeña que les pareciese, nunca la habrían podido enjugar; no están capacitados para valorar la gracia del perdón, ya que son unos autosuficientes. Los pecadores, en cambio, tienen concien cia clara de la absoluta gratitud del perdón y se adhieren plena mente y sin reservas a Jesús, gracias al cual se han sentido libe rados.
Hemos visto la última secuencia del primer tramo de la es tructura paralela. Por cuarta vez se formula en el marco de esta estructura la cuestión sobre la identidad de Jesús: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo», en boca de Israel (D); «¿Eres tú el que tenía que llegar o espe ramos a otro?», en boca del Precursor (E); «Este, si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando: una pecadora», en boca de Simón (Fi); «¿Quién es éste, que hasta perdona peca dos?», en boca de los comensales (F2). Jesús ha ido mostrando toda su capacidad liberadora: curando al esclavo del centurión romano, representante del paganismo (C); resucitando al hijo único de la viuda de Naín, representante del pueblo de Israel (D); respondiendo a la interpelación de Juan con toda clase de signos liberadores (E) y dejando constancia una vez más de que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (F: cf. 5,24). La liberación es condición previa para que el men saje pueda ser proclamado.
Tratándose de la última perícopa del primer tramo de la estructura, podríamos decir que Lucas resume en ella las diversas actitudes con que Jesús se ha topado hasta ahora en Israel, y a la vez se sirve de ella, a manera de puente, para introducir el segundo tramo. Puesto que ya hemos identificado una serie de marcas y de rasgos característicos del «lenguaje» de Lucas, tra taremos de relacionarlos y de contrastarlos, a fin de sacarles el meollo. Los cuatro evangelistas describen una escena análoga, pero con rasgos muy discordes, indicativos de situaciones com pletamente diversas (véanse Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8).
LOS OBSERVANTES Y LOS MARGINADOS DE ISRAEL EN UN PUÑO
Empecemos por el escenario: la «casa del fariseo» Simón (7,36b), como lugar de reunión de todos los que participan de su mentalidad, la comunidad (vv. 37b.44b, subrayada por la repetición) constituida por Simón y los «comensales» (v. 49a). El escenario queda calificado a continuación por la intenciona lidad mostrada por el fariseo: «Un fariseo lo invitó a comer con él» (7,36a). Se pone de relieve la función de «comer», siendo el «alimento» sinónimo de enseñanza: participar de una misma mesa comporta, en la mente de un semita, compartir una misma mentalidad. Jesús entra en casa del fariseo y se recuesta a la mesa (vv. 36b.37b.44b, nuevamente muy subrayado).
Los personajes. El primero que aparece en escena es un individuo masculino, descrito con los rasgos típicos de los per sonajes representativos («cierto», indefinido), perteneciente a una colectividad («de entre los fariseos», v. 36a). Representa, por tanto, una parte o facción de esta colectividad, no todo el partido fariseo. De momento no lleva nombre. Además del par titivo «cierto (individuo) de entre los fariseos», es identificado como «el fariseo» tres veces (vv. 36b.37b.39a). En el preciso momento en que pone en duda que Jesús sea un profeta, éste lo pone en evidencia designándolo por su nombre, «Simón», nombre que se repetirá a partir de ahora también tres veces. Es el único fariseo que lleva nombre en los evangelios sinópticos (de «fariseos» con nombre, sólo encontramos, en Jn 3,1, Nicode mo; en Hch 5,34, Gamaliel, y 23,6, Pablo: «Yo soy fariseo, hijo de fariseos»).
En contrapartida, el segundo personaje es femenino, una «mujer pública» (vv. 37a.39b.47-48; además, «mujer» aparece también en los vv. 44a.44b.50a: es el modo de subrayar al máxi mo, dentro de un género literario arcaico, la calidad de un per sonaje), sin nombre, introducido con una locución que los evan gelistas emplean con frecuencia para centrar la atención en el personaje en torno al cual gira el relato («y, mirad, una mujer...», v. 37a: se corresponde con el foco de los escenarios; véase 2,25;
5,12; 7,12, etc.). Representa («cierta mujer») el estamento de los marginados por motivos religiosos y sociales por parte de la sociedad teocrática judía.
La descripción detallada que Lucas hace de la mujer, que todos tienen en la ciudad por una «pecadora», deja ya entrever que en ella se ha verificado un giro de ciento ochenta grados: «Y, mirad, una mujer conocida en la ciudad como pecadora, al enterarse de que estaba recostado en la mesa en casa del fariseo, llegó con un frasco de perfume, se colocó detrás de él, junto a sus pies, llorando, y empezó a regarle los pies con sus lágrimas; se los secaba con el pelo, se los besaba y se los ungía con perfume» (7,37-38). Con tres acciones -"regar/secar, besar, ungir" des cribe de forma tridimensional el sentimiento de profunda grati tud de esta mujer. Volveremos a ello en seguida.
¿QUE PINTA UNA PECADORA PUBLICA EN CASA DE UN FARISEO?
En la escena que examinamos descubrimos una serie de ras gos sorprendentes: un individuo perteneciente al partido fariseo (los observantes y defensores por antonomasia de la Ley) invita a Jesús (vv. 36a.39a.45b, triple repetición tipos en negrilla actuales) «a comer con él», convencido que comparte las mismas ideas y convicciones religiosas, pese a que los dirigentes religiosos (los fariseos y los letrados juristas) hayan rechazado a Jesús (6,11) y que éste les haya reprobado haber frustrado el plan que Dios tenía previsto para ellos (7,30). El fariseo Simón, además, no está sólo, sino que ha invitado también a sus colegas que piensan como él, «los otros comensales» (v. 49a). Jesús, por el contrario, no va acompañado de nadie cuando entra en la casa (vv. 36b.44c).
Un segundo rasgo chocante lo constituye el hecho de que una mujer pública ponga los pies en casa de un fariseo. Simón, por lo que se ve, no es fariseo intransigente, ya que muestra cierta tolerancia hacia los individuos representados por la peca dora, por lo menos mientras Jesús está en su casa. Tampoco los comensales hacen aspavientos, al menos en principio.
Ni el fariseo ni los comensales se atreven a reprochar a Jesús su comportamiento hacia la pecadora, sino que lo formulan en su fuero interno (vv. 39a. 49a). El primero se escandaliza porque Jesús se ha dejado «tocar» por una «mujer pecadora» (7,39b), pues quien toca a un impuro queda él mismo impuro. Como buen fariseo, pese al afecto que profesa a Jesús, continúa creyen do en la validez de la Ley de lo puro e impuro, continúa dividien do la humanidad entre buenos y malos, entre justos y pecadores, ufano de su condición privilegiada de hombre justo y observante. Los comensales se escandalizan también, pero en un segundo momento: «empezaron a decirse: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados"» (7,49), es decir, no repiten el reproche, sino que, complementándose con aquél, formulan uno más grave. El primero ponía en duda la aureola de «profeta» que rodeaba a Jesús; los segundos en la misma línea que los fariseos y los maestros de la Ley en el caso del paralítico (cf. 5,17.21-22)- se resisten a aceptar que un hombre pueda «perdonar pecados», cosa que ellos reservaban en exclusiva a Dios coronando así la pirámide del poder (Dios - dirigentes - pueblo), pirámide que les permitía excluir y marginar a todos los que no pensaban como ellos.
EL AGRADECIMIENTO, DISTINTIVO DE LA PERSONA LIBERADA
La parábola que encontramos en el centro de la perícopa ilumina y desenmascara dos actitudes contrapuestas, invirtiendo la escala de valores que todos tenían como válida: «"Un presta mista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios de plata y el otro cincuenta. Como ellos no tenían con qué pagar, hizo gracia (de la deuda) a los dos. ¿Cuál de ellos le estará más agradecido?" Contestó Simón: "Supongo que aquel a quien hizo mayor gracia." Jesús le dijo: "Has juzgado con acierto"» (7,41-43). El número «cinco», factor común a «quinientos» y a «cin cuenta», pone en íntima relación los dos deudores y su deuda. El término «hizo gracia» indica que no solamente se les ha per donado la deuda (aspecto negativo), sino que los ha «agraciado» con un don, el don del Espíritu (aspecto positivo). La experiencia
del Espíritu se manifiesta en la capacidad de agradecimiento de uno y otro.
Teniendo en cuenta la descripción que acaba de hacer de los dos personajes, nos damos cuenta de que el observante, el fariseo, tiene una exigua capacidad de agradecimiento, pues está convencido de que se ha ganado a pulso la salvación, a excepción de la pequeña deuda que había contraído. La seguridad personal que le da el cumplimiento de la Ley le impide experimentar plenamente la gratuidad de la salvación. La liberación que expe rimenta es relativa, pues está condicionada por el lastre de sus prácticas religiosas. La mujer pecadora, en cambio, que ha tocado fondo, tiene mucha más capacidad que el otro de percatarse de la novedad que comporta el mensaje de Jesús y de la nueva e incomparable libertad que ha experimentado al acogerlo.
QUE CADA COFRADE TOME SU VELA
En la aplicación de la parábola, Jesús recalca los rasgos con que Lucas había descrito la actitud de acogida de la persona de Jesús por parte de la pecadora y los contrasta con las omisiones del fariseo: éste no ha sido capaz siquiera de ofrecerle las tradi cionales muestras de hospitalidad típicas del mundo oriental: «¿Ves esta mujer? (¡la que él tanto ha despreciado!). Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con su pelo. Tú no me besaste, ella, en cambio, desde que entró no ha dejado de besarme los pies. Tú no me echaste ungüento en la cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume» (7,44-46).
El contraste palmario entre «el fariseo» y la mujer «pecado ra», personajes que ejemplarizan dos tipos de «deudores» a quie nes «se ha hecho gracia» de deuda (500/50 denarios) que nunca hubieran podido saldar (vv. 41-43) y que, no obstante haberse sentido atraídos uno y otro por la persona de Jesús y su mensaje liberador, dan muestras muy diversas de «agradecimiento», sirve para elevar a nivel de paradigma dos actitudes contrapuestas que con toda probabilidad se dan ya entre los mismos discípulos: la del grupo que representa a Israel, compuesto de judíos observantes y religiosos (su única preocupación es la Ley de la pureza / impureza ritual), tipificado por Simón, Santiago y Juan (c£ 5, 1-11), así como por los Doce (cf 6,12-16) y, ahora, por el fariseo Simón (¿es pura coincidencia la homonimia entre Simón «Pedro» y el «fariseo» Simón?), y la del grupo que representa a los mar ginados de Israel, descreídos y ateos, tipificado por el recaudador de impuestos, Leví (cf. 5,27-32), y, ahora, por la mujer pecadora.
LA CONCIENCIA DEL PERDON
ACRECIENTA LA CAPACIDAD DE AMAR
ACRECIENTA LA CAPACIDAD DE AMAR
La acogida que uno y otro han brindado a Jesús es diametral mente opuesta. Ambos han sido descritos mediante una terna -agua, beso, ungüento- de acciones / omisiones (vv. 38 / 44-46) que son interpretadas como muestras de agradecimien to / de falta de afecto: «Por eso te digo (forma solemne de introducir una aseveración importante): "Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado, por eso muestra tanto agradeci miento; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer"» (7,47). Tanto a Simón como a la mujer les ha sido perdonada una deuda personal con anterioridad a la presente escena: la invitación hecha ajesús para que comiese con él quería ser una muestra de gratitud, pero como el cambio de vida que había experimentado no ha sido profundo, se ha mostrado poco agradecido; la mujer, en cambio, todo lo contrario, ha dado grandes muestras de agradecimiento por la liberación plena que había experimentado.
El hilo conductor de la secuencia es la actitud agradecida de la mujer por la salvación que ha experimentado gracias a su adhesión a Jesús; por contraste, queda en evidencia la actitud fría y desagradecida del fariseo Simón. En el fondo, la temática es la sólita de Lucas: «justos / pecadores». Aquí se nos explica por qué los justos no son capaces de amar y, por tanto, de dar una acíhesión plena y confiada a Jesús: porque se les ha perdo nado poco y no han tomado conciencia de que la deuda, por pequeña que les pareciese, nunca la habrían podido enjugar; no están capacitados para valorar la gracia del perdón, ya que son unos autosuficientes. Los pecadores, en cambio, tienen concien cia clara de la absoluta gratitud del perdón y se adhieren plena mente y sin reservas a Jesús, gracias al cual se han sentido libe rados.
Hemos visto la última secuencia del primer tramo de la es tructura paralela. Por cuarta vez se formula en el marco de esta estructura la cuestión sobre la identidad de Jesús: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo», en boca de Israel (D); «¿Eres tú el que tenía que llegar o espe ramos a otro?», en boca del Precursor (E); «Este, si fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo está tocando: una pecadora», en boca de Simón (Fi); «¿Quién es éste, que hasta perdona peca dos?», en boca de los comensales (F2). Jesús ha ido mostrando toda su capacidad liberadora: curando al esclavo del centurión romano, representante del paganismo (C); resucitando al hijo único de la viuda de Naín, representante del pueblo de Israel (D); respondiendo a la interpelación de Juan con toda clase de signos liberadores (E) y dejando constancia una vez más de que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (F: cf. 5,24). La liberación es condición previa para que el men saje pueda ser proclamado.
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