Por Federico Pastor-Ramos
Publicado por Alandar
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“Hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella sólo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo.”
Estas palabras no son de ningún disidente hipercítico con la institución eclesiástica oficial. Las escribió el teólogo Josef Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, hace 40 años en su Introducción al cristianismo (Salamanca, Sígueme, 1970 pag. 301).
Como comienzo de algunas reflexiones sobre temas eclesiales cabe preguntarse si esa afirmación, en el momento actual y de manera más especial en la Iglesia española, no tiene todavía más vigencia que entonces. A fin de cuentas en aquel momento acababa de terminar el Concilio y el ambiente era de esperanza e ilusión. Y, en cambio, hoy en día, en nuestro entorno se ha dado un enorme cambio social, muy apreciable, en las relaciones y sensibilidades de muchas personas respecto a la religión, al cristianismo y más todavía ante la institución eclesial. Con mucha mayor razón que en tiempos de la Segunda República se puede decir que “España ha dejado de ser católica”. Y, esta realidad, en lugar de provocar desolación o lamentos sobre lo mal que estamos, debe estimular a los creyentes y a sus dirigentes a revisar y a cambiar lo que ha de cambiarse por diversas razones.
Es evidente que el aspecto humano de la comunidad eclesial ha pecado y peca siempre de los defectos señalados en la cita inicial y de otros muchos. Y ello desde el mismo comienzo. Basta leer los Evangelios y el Nuevo Testamento en general para caer en la cuenta de que ni siquiera los primeros seguidores de Jesús estuvieron libres de ellos. Y, durante los restantes veinte siglos la historia de la iglesia es prueba fehaciente de esto mismo. De ahí que, como dice el viejo adagio, Ecclesia semper reformanda, o sea, en román paladino “Hay que estar reformando siempre a la Iglesia”.
Pero no se trata de eso. O, al menos, no sólo de eso. Se trata de percibir la situación eclesiástica que nos toca vivir, la nuestra, y concienciar algunos puntos “manifiestamente mejorables”. Es un breve diagnóstico acompañado de alguna sugerencia.
Iglesia no es sólo jerarquía
Ciertamente, como tantas veces decimos, la Iglesia no se identifica con la jerarquía, pero tanto en la forma de hablar más extendida y frecuente como en la misma teoría, la relación entre una y otra son grandes. Y como parece latir dentro de la cita apuntada, en cierta medida cabe hablar de la iglesia cuando se habla de la jerarquía. Lo hacemos todos en algunas ocasiones. Y. en cualquier caso, lo referente a la dirección, a cualquier dirección humana de cualquier institución, tiene importancia para toda ella. Por eso no es injusto hablar sinceramente de los obispos desde dentro de la comunidad eclesial, procurando ayudar a su tarea, aunque, para ello, sea necesario señalar lo, a mi juicio, negativo, precisamente para procurar su mejoría.
Esto supuesto, las recientes intervenciones “hacia afuera” de muy diverso tipo de la Conferencia Episcopal Española sobre temas como la educación para la ciudadanía, ley del aborto, libro de Pagola… dan no poco que pensar. Se podrían discutir cada uno de esos temas con sus diferentes matices, agradeciendo que en nuestros pagos todavía no haya aparecido pederastia clerical hispánica y por tanto los obispos no hayan tomado postura alguna específica. Pero lo importante es el denominador común. No sólo que sean siempre actitudes y conductas de tipo conservador y, en último término, de derechas. Por razones no muy claras y muy poco dependientes del Evangelio, sino más bien lo contrario, ello ha sido siempre característico de la iglesia institución durante los últimos siglos con muy pocas excepciones. A mi modo de ver lo preocupante es la falta de sintonía con la sensibilidad actual predominante y mayoritaria con lo cual se pierden ocasiones de evangelizar de verdad.
Sensibilidad actual, por un lado, de los miembros más abiertos de la iglesia, partidarios y seguidores en la medida de lo posible del Concilio, y, por otro, de muchas personas a las que es preciso proponer el mensaje del evangelio de forma que lo entiendan y les sea posible optar por él. La imagen de la iglesia oficial en España está a años luz de distancia de tales personas y a ellas se aplica la frase con que se abrían estas líneas. En conjunto no es injusto afirmar que la jerarquía española en su conjunto no las tiene muy presentes en sus actuaciones. Y no digamos si son de “cáscara amarga”, más o menos anticlericales, entonces se comienza a hablar de “persecución” y se asume una actitud victimista nada favorable.
Pagola
Resulta significativo que un “bestseller” religioso, como el mencionado libro de Pagola y que logra empalmar con un público más amplio, como muestran sus numerosas ediciones no sólo no reciba reconocimiento por parte de los responsables eclesiásticos españoles sino que, - con injusticia motivada por la ignorancia - tropiece con dificultades. Es tirar piedras contra el propio tejado.
Y no es que se quieran grandes masas. Ya han pasado los tiempos del nacionalcatolicismo o, sin ir tan lejos, aquellos en que se medía la religiosidad por el número de los asistentes a los actos.
Un decisivo cometido de quienes predican el Evangelio es hacerlo de forma que los posibles oyentes lo entiendan. Predicación no principalmente de palabra, sino de obra. Y no se puede decir que la jerarquía española hable el lenguaje de la gente corriente y actúe en consonancia con ella.
Tampoco se espera ingenuamente que con un cambio de lenguaje y de actitudes, todos se hagan cristianos. Ni siquiera todos, ni la mayoría de los oyentes de Jesús, se hicieron discípulos suyos. Pero ello no exime del esfuerzo por la cercanía. Porque es una responsabilidad evangélica.
Se podrá decir que hay otros grupos de personas, y hasta numerosos, que están de acuerdo con las mencionadas posturas y las apoyan. Son los que llenan los actos públicos multitudinarios (vg. las pasadas y futuras visitas papales), los movimientos neoconservadores en la iglesia y otros del mismo tipo. Pero la pregunta es: ¿son el futuro tales personas o la reviviscencia del pasado?. Y en todo caso, es necesario estar abiertos a todos y contar con todos, no sólo con los que nos resultan más afines o cómodos.
Estas palabras no son de ningún disidente hipercítico con la institución eclesiástica oficial. Las escribió el teólogo Josef Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, hace 40 años en su Introducción al cristianismo (Salamanca, Sígueme, 1970 pag. 301).
Como comienzo de algunas reflexiones sobre temas eclesiales cabe preguntarse si esa afirmación, en el momento actual y de manera más especial en la Iglesia española, no tiene todavía más vigencia que entonces. A fin de cuentas en aquel momento acababa de terminar el Concilio y el ambiente era de esperanza e ilusión. Y, en cambio, hoy en día, en nuestro entorno se ha dado un enorme cambio social, muy apreciable, en las relaciones y sensibilidades de muchas personas respecto a la religión, al cristianismo y más todavía ante la institución eclesial. Con mucha mayor razón que en tiempos de la Segunda República se puede decir que “España ha dejado de ser católica”. Y, esta realidad, en lugar de provocar desolación o lamentos sobre lo mal que estamos, debe estimular a los creyentes y a sus dirigentes a revisar y a cambiar lo que ha de cambiarse por diversas razones.
Es evidente que el aspecto humano de la comunidad eclesial ha pecado y peca siempre de los defectos señalados en la cita inicial y de otros muchos. Y ello desde el mismo comienzo. Basta leer los Evangelios y el Nuevo Testamento en general para caer en la cuenta de que ni siquiera los primeros seguidores de Jesús estuvieron libres de ellos. Y, durante los restantes veinte siglos la historia de la iglesia es prueba fehaciente de esto mismo. De ahí que, como dice el viejo adagio, Ecclesia semper reformanda, o sea, en román paladino “Hay que estar reformando siempre a la Iglesia”.
Pero no se trata de eso. O, al menos, no sólo de eso. Se trata de percibir la situación eclesiástica que nos toca vivir, la nuestra, y concienciar algunos puntos “manifiestamente mejorables”. Es un breve diagnóstico acompañado de alguna sugerencia.
Iglesia no es sólo jerarquía
Ciertamente, como tantas veces decimos, la Iglesia no se identifica con la jerarquía, pero tanto en la forma de hablar más extendida y frecuente como en la misma teoría, la relación entre una y otra son grandes. Y como parece latir dentro de la cita apuntada, en cierta medida cabe hablar de la iglesia cuando se habla de la jerarquía. Lo hacemos todos en algunas ocasiones. Y. en cualquier caso, lo referente a la dirección, a cualquier dirección humana de cualquier institución, tiene importancia para toda ella. Por eso no es injusto hablar sinceramente de los obispos desde dentro de la comunidad eclesial, procurando ayudar a su tarea, aunque, para ello, sea necesario señalar lo, a mi juicio, negativo, precisamente para procurar su mejoría.
Esto supuesto, las recientes intervenciones “hacia afuera” de muy diverso tipo de la Conferencia Episcopal Española sobre temas como la educación para la ciudadanía, ley del aborto, libro de Pagola… dan no poco que pensar. Se podrían discutir cada uno de esos temas con sus diferentes matices, agradeciendo que en nuestros pagos todavía no haya aparecido pederastia clerical hispánica y por tanto los obispos no hayan tomado postura alguna específica. Pero lo importante es el denominador común. No sólo que sean siempre actitudes y conductas de tipo conservador y, en último término, de derechas. Por razones no muy claras y muy poco dependientes del Evangelio, sino más bien lo contrario, ello ha sido siempre característico de la iglesia institución durante los últimos siglos con muy pocas excepciones. A mi modo de ver lo preocupante es la falta de sintonía con la sensibilidad actual predominante y mayoritaria con lo cual se pierden ocasiones de evangelizar de verdad.
Sensibilidad actual, por un lado, de los miembros más abiertos de la iglesia, partidarios y seguidores en la medida de lo posible del Concilio, y, por otro, de muchas personas a las que es preciso proponer el mensaje del evangelio de forma que lo entiendan y les sea posible optar por él. La imagen de la iglesia oficial en España está a años luz de distancia de tales personas y a ellas se aplica la frase con que se abrían estas líneas. En conjunto no es injusto afirmar que la jerarquía española en su conjunto no las tiene muy presentes en sus actuaciones. Y no digamos si son de “cáscara amarga”, más o menos anticlericales, entonces se comienza a hablar de “persecución” y se asume una actitud victimista nada favorable.
Pagola
Resulta significativo que un “bestseller” religioso, como el mencionado libro de Pagola y que logra empalmar con un público más amplio, como muestran sus numerosas ediciones no sólo no reciba reconocimiento por parte de los responsables eclesiásticos españoles sino que, - con injusticia motivada por la ignorancia - tropiece con dificultades. Es tirar piedras contra el propio tejado.
Y no es que se quieran grandes masas. Ya han pasado los tiempos del nacionalcatolicismo o, sin ir tan lejos, aquellos en que se medía la religiosidad por el número de los asistentes a los actos.
Un decisivo cometido de quienes predican el Evangelio es hacerlo de forma que los posibles oyentes lo entiendan. Predicación no principalmente de palabra, sino de obra. Y no se puede decir que la jerarquía española hable el lenguaje de la gente corriente y actúe en consonancia con ella.
Tampoco se espera ingenuamente que con un cambio de lenguaje y de actitudes, todos se hagan cristianos. Ni siquiera todos, ni la mayoría de los oyentes de Jesús, se hicieron discípulos suyos. Pero ello no exime del esfuerzo por la cercanía. Porque es una responsabilidad evangélica.
Se podrá decir que hay otros grupos de personas, y hasta numerosos, que están de acuerdo con las mencionadas posturas y las apoyan. Son los que llenan los actos públicos multitudinarios (vg. las pasadas y futuras visitas papales), los movimientos neoconservadores en la iglesia y otros del mismo tipo. Pero la pregunta es: ¿son el futuro tales personas o la reviviscencia del pasado?. Y en todo caso, es necesario estar abiertos a todos y contar con todos, no sólo con los que nos resultan más afines o cómodos.
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