Publicado por Ecclesalia
Carta del actual superior general de los Misioneros Claretianos, Josep María Abella Batlle, con este motivo. La carta, dirigida a la Congregación Claretiana, se titula “Haced esto en memoria mía”
Estas palabras de Jesús a sus discípulos durante la última cena marcan indeleblemente la vida de la comunidad cristiana. Se trata de hacer memoria de una vida que tuvo como único objetivo cumplir la voluntad del Padre, como único principio inspirador el amor, como horizonte permanente construir la comunión con Dios y con los hermanos y como marco de comprensión de la realidad la Alianza de Dios con la humanidad.
La comunidad que celebra la memoria dela Pascua de su Señor, está llamada a vivir de tal modo que se convierta en signo y testimonio del Misterio que celebra. Quien “celebra de corazón la memoria” se siente llamado a “ser memoria” de Jesús y signo del Reino en la historia de todos los tiempos y de todos los pueblos. Es la misión difícil y gozosa de la Iglesia.
Para cumplir esta misión el Espíritu suscita en la Iglesia carismas y ministerios. Este año el Papa ha pedido que nos fijemos particularmente en el ministerio de los presbíteros. Lo ha llamado “año sacerdotal”. La iniciativa ha sido secundada con diversas iniciativas en las distintas iglesias particulares. Estoy seguro de que muchos claretianos se habrán sumado a ellas encontrando una oportunidad para profundizar en la conciencia y vivencia de su vocación como religiosos presbíteros, como misioneros del Reino.
Es una coincidencia gozosa el que este año, precisamente, conmemoremos el 175 aniversario de la ordenación sacerdotal de nuestro Padre Fundador. El día 13 de junio de 1835 era ordenado sacerdote en la capilla de la residencia del Obispo de Solsona. Allí se reunirán algunos claretianos para recordar este momento importante de la vida del Fundador. Nosotros nos unimos a ellos desde diversas partes del mundo.
El Padre Fundador se sintió llamado al sacerdocio ya de pequeño (cf. Aut 40), aunque las circunstancias de la vida le llevaron por otros caminos. De joven redescubrió esta llamada que fue clarificándose paulatinamente. Pasó por la fase de ruptura con el mundo y se materializó en una opción por ser sacerdote (Aut 93). Al final de su proceso formativo fue ordenado presbítero, después de haber hecho cuarenta días de ejercicios espirituales con “gran pena y tentación” (cf. Aut 102). Fue seguramente un momento de purificación de las motivaciones y del ideal de sacerdote del seminarista Claret. Inquieto, siguió buscando cómo vivir su vocación sacerdotal, acompañado siempre en esta búsqueda por los textos de la Palabra de Dios en los que sentía una poderosa llamada del Señor y por su contacto con el pueblo al que descubría necesitado de escuchar esta Palabra.
Sabemos que se sintió, finalmente, llamado a consagrarse totalmente a Dios en el seguimiento radical de Jesús a través de un ministerio profético: sería “misionero apostólico”. En torno al seguimiento radical de Jesús se articulan todas las dimensiones de su existencia. El don de la vocación sacerdotal lo vivió en la entrega absoluta a Dios: que le exigía ser testigo, “reproduciendo en sí mismo aquella forma de vida que el Hijo de Dios abrazó” (cf. LG 44); que le llenaba de deseos de anunciar la Palabra que él mismo escuchaba y meditaba con asiduidad;
que le hacía estar atento a las situaciones de sus hermanos, hijos e hijas queridos de Dios, y le impulsaba a buscar creativamente nuevos modos de responder a sus necesidades;
que le orientaba continuamente hacia nuevos horizontes misioneros y le desplazaba hacia las fronteras de la evangelización; que le llenaba el corazón de una caridad apostólica que se convirtió en el dinamismo que movió toda su vida; que le llevó a descubrir en María el Corazón totalmente abierto a la Palabra de Dios y a las necesidades de sus hijos e hijas; que le ayudó a apreciar la vocación de los demás y a proponer nuevas iniciativas que potenciaran el dinamismo evangelizador de la Iglesia.
Claret se sintió, además, llamado a vivir este don de la vocación sacerdotal en la fraternidad misionera, compartiendo la vida con otros sacerdotes y laicos (integrados éstos muy pronto a la comunidad misionera) animados de su mismo espíritu (cf. Aut 489) y alimentando en ella su entrega al Señor y el carácter misionero de su servicio ministerial.
La celebración de este aniversario dentro del año sacerdotal nos invita a pensar sobre las exigencias que conlleva vivir el ministerio ordenado en esta clave misionera. Estamos llamados a insertarnos en las iglesias particulares, pero sin perder nunca el horizonte de la universalidad de nuestra vocación misionera. Estamos llamados a caminar conjuntamente con los demás miembros de la comunidad cristiana, pero atentos siempre a las necesidades de todos, más allá de las fronteras de la Iglesia. La consagración a Dios, que define nuestra vida, crea en nosotros un ámbito de libertad que nos prepara para vivir la misión desde el carisma misionero que el Espíritu nos ha dado. El discernimiento en la fraternidad misionera, con sus diversas mediaciones, nos garantiza el enraizamiento evangélico y eclesial de nuestras opciones.
Será bueno releer y meditar lo que nos dicen las Constituciones en los nn. 82-85. Allí se nos indican los rasgos que deben caracterizar el ejercicio del ministerio ordenado en nuestra comunidad misionera. Nos corresponde acentuar la dimensión profética de este ministerio, tanto al servicio de la Iglesia particular como de la Iglesia universal. La vida del P. Fundador nos alienta a ello.
Retomamos el encargo de Jesús a sus discípulos: “haced esto en memoria mía”, y nos sentimos llamados, en cada uno de los lugares donde hemos sido enviados, a unirnos a su entrega para que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia (cf Jn 10,10). Que nuestro servicio ministerial ayude a la comunidad cristiana a ser “memoria de Jesús” y de su anuncio del Reino.
Josep M. Abella, cmf.
Superior General
Estas palabras de Jesús a sus discípulos durante la última cena marcan indeleblemente la vida de la comunidad cristiana. Se trata de hacer memoria de una vida que tuvo como único objetivo cumplir la voluntad del Padre, como único principio inspirador el amor, como horizonte permanente construir la comunión con Dios y con los hermanos y como marco de comprensión de la realidad la Alianza de Dios con la humanidad.
La comunidad que celebra la memoria dela Pascua de su Señor, está llamada a vivir de tal modo que se convierta en signo y testimonio del Misterio que celebra. Quien “celebra de corazón la memoria” se siente llamado a “ser memoria” de Jesús y signo del Reino en la historia de todos los tiempos y de todos los pueblos. Es la misión difícil y gozosa de la Iglesia.
Para cumplir esta misión el Espíritu suscita en la Iglesia carismas y ministerios. Este año el Papa ha pedido que nos fijemos particularmente en el ministerio de los presbíteros. Lo ha llamado “año sacerdotal”. La iniciativa ha sido secundada con diversas iniciativas en las distintas iglesias particulares. Estoy seguro de que muchos claretianos se habrán sumado a ellas encontrando una oportunidad para profundizar en la conciencia y vivencia de su vocación como religiosos presbíteros, como misioneros del Reino.
Es una coincidencia gozosa el que este año, precisamente, conmemoremos el 175 aniversario de la ordenación sacerdotal de nuestro Padre Fundador. El día 13 de junio de 1835 era ordenado sacerdote en la capilla de la residencia del Obispo de Solsona. Allí se reunirán algunos claretianos para recordar este momento importante de la vida del Fundador. Nosotros nos unimos a ellos desde diversas partes del mundo.
El Padre Fundador se sintió llamado al sacerdocio ya de pequeño (cf. Aut 40), aunque las circunstancias de la vida le llevaron por otros caminos. De joven redescubrió esta llamada que fue clarificándose paulatinamente. Pasó por la fase de ruptura con el mundo y se materializó en una opción por ser sacerdote (Aut 93). Al final de su proceso formativo fue ordenado presbítero, después de haber hecho cuarenta días de ejercicios espirituales con “gran pena y tentación” (cf. Aut 102). Fue seguramente un momento de purificación de las motivaciones y del ideal de sacerdote del seminarista Claret. Inquieto, siguió buscando cómo vivir su vocación sacerdotal, acompañado siempre en esta búsqueda por los textos de la Palabra de Dios en los que sentía una poderosa llamada del Señor y por su contacto con el pueblo al que descubría necesitado de escuchar esta Palabra.
Sabemos que se sintió, finalmente, llamado a consagrarse totalmente a Dios en el seguimiento radical de Jesús a través de un ministerio profético: sería “misionero apostólico”. En torno al seguimiento radical de Jesús se articulan todas las dimensiones de su existencia. El don de la vocación sacerdotal lo vivió en la entrega absoluta a Dios: que le exigía ser testigo, “reproduciendo en sí mismo aquella forma de vida que el Hijo de Dios abrazó” (cf. LG 44); que le llenaba de deseos de anunciar la Palabra que él mismo escuchaba y meditaba con asiduidad;
que le hacía estar atento a las situaciones de sus hermanos, hijos e hijas queridos de Dios, y le impulsaba a buscar creativamente nuevos modos de responder a sus necesidades;
que le orientaba continuamente hacia nuevos horizontes misioneros y le desplazaba hacia las fronteras de la evangelización; que le llenaba el corazón de una caridad apostólica que se convirtió en el dinamismo que movió toda su vida; que le llevó a descubrir en María el Corazón totalmente abierto a la Palabra de Dios y a las necesidades de sus hijos e hijas; que le ayudó a apreciar la vocación de los demás y a proponer nuevas iniciativas que potenciaran el dinamismo evangelizador de la Iglesia.
Claret se sintió, además, llamado a vivir este don de la vocación sacerdotal en la fraternidad misionera, compartiendo la vida con otros sacerdotes y laicos (integrados éstos muy pronto a la comunidad misionera) animados de su mismo espíritu (cf. Aut 489) y alimentando en ella su entrega al Señor y el carácter misionero de su servicio ministerial.
La celebración de este aniversario dentro del año sacerdotal nos invita a pensar sobre las exigencias que conlleva vivir el ministerio ordenado en esta clave misionera. Estamos llamados a insertarnos en las iglesias particulares, pero sin perder nunca el horizonte de la universalidad de nuestra vocación misionera. Estamos llamados a caminar conjuntamente con los demás miembros de la comunidad cristiana, pero atentos siempre a las necesidades de todos, más allá de las fronteras de la Iglesia. La consagración a Dios, que define nuestra vida, crea en nosotros un ámbito de libertad que nos prepara para vivir la misión desde el carisma misionero que el Espíritu nos ha dado. El discernimiento en la fraternidad misionera, con sus diversas mediaciones, nos garantiza el enraizamiento evangélico y eclesial de nuestras opciones.
Será bueno releer y meditar lo que nos dicen las Constituciones en los nn. 82-85. Allí se nos indican los rasgos que deben caracterizar el ejercicio del ministerio ordenado en nuestra comunidad misionera. Nos corresponde acentuar la dimensión profética de este ministerio, tanto al servicio de la Iglesia particular como de la Iglesia universal. La vida del P. Fundador nos alienta a ello.
Retomamos el encargo de Jesús a sus discípulos: “haced esto en memoria mía”, y nos sentimos llamados, en cada uno de los lugares donde hemos sido enviados, a unirnos a su entrega para que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia (cf Jn 10,10). Que nuestro servicio ministerial ayude a la comunidad cristiana a ser “memoria de Jesús” y de su anuncio del Reino.
Josep M. Abella, cmf.
Superior General
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