Por Juan Masia Clavel sj
(De una charla de Juan Masiá, en japonés, en el curso de lectura bíblica de la parroquia de Kobe, traducida del japonés por el mismo autor)
Dos críticas sobre la teología occidental he escuchado a menudo de labios de orientales que nos reprochan: “Habláis mucho y escucháis poco. Demasiadas teorías y poca práctica”. Por otra parte, mis contactos con personas, comunidades y textos de la tradición budista me han hecho redescubrir cada vez más dos valores humanos y dos rasgos de la experiencia religiosa: la fe como camino y como escucha. Ambas características no son exclusivamente orientales, sino están muy presentes en la tradición bíblica. Como un ejemplo, comentaré las reflexiones que provocó en una convivencia bíblica con jóvenes la lectura compartida del conocido pasaje evangélico sobre Jesús en casa de Marta y Malena.
Se había invitado a los participantes a componer libremente narraciones, como un ejercicio de reinterpretar un pasaje evangélico en clave de actualidad. El episodio de la cena en casa de Marta y Malena dio lugar a versiones interesantes, de las que seleccionaré algunas.
En primer lugar, un guión que sigue de cerca el original lucano, fue el siguiente:
“Estaban Marta y Malena siguiendo el telefilme de las cinco de la tarde, cuando se presentó de improviso el Maestro. Malena apagó la tele y se sentó a darle conversación. Marta entraba y salía poniendo la mesa: que si las servilletas mejores, que si los minitenedores para entremeses, que si los mondadientes de marfil… Pero Jesús, riéndose, le dijo: “Para, hija, para ya de una vez; con este calor no hacen falta manteles. Saca pronto el refresco, que es lo único que necesitamos, y siéntate tú también y déjame ver tu cara”.
Otro de los grupos se separó más audazmente del texto lucano y produjo el texto siguiente:
“Estaban Marta y Malena viendo la tele cuando llegó Jesús de visita. Malena apagó el televisor, pasó a Jesús a la terraza y conversaron tomando el fresco. Marta iba y venía trayendo pinchitos de aperitivo. En realidad, era un pretexto, tenía un pequeño televisor en la cocina y estaba siguiendo el telefilme. Salió a la terraza trayendo una tónica. Jesús, sonriente, le dijo: “Anda, Marta, no te preocupes más, deja de ir y venir, quédate en la cocina hasta que acabe el serial y luego vienes, te sientas y nos cuentas si, al final, la huérfana descubrió a la verdadera madre y se casó con el empresario divorciado”.
Todavía voló más la imaginación de otro grupo que redactó la versión siguiente:
“Estaban Marta y Malena viendo la tele, cuando se presentó Jesús de visita. Malena cambió de canal, bajó el volumen y se puso a conversar con Jesús. Marta entraba y salía trayendo de comer y beber. En cada viaje de vuelta, antes de meterse en la cocina, se detenía ante el televisor, miraba unos segundos el canal de la telenovela y, luego, tras seguir el argumento, volvía a sus platos. Pero Jesús le dijo: “Marta, por Dios, ¿cuando vas a dejar, de una bendita vez, de juguetear con el mando a distancia? ¿No ves que Malena y yo preferimos tener de fondo el partido de liga?”
No reproduciré aquí lo que nos alargamos en el comentario en común analizando estas paráfrasis. Sólo constatar que una de las conclusiones fue reconocer que las tres citadas habían dado en el clavo por lo que se refiere a uno de los temas centrales, muy en el punto de mira del evangelista: pararse y prestar atención. Efectivamente, la pausa y la escucha son centrales en este episodio, como continuación de un tema ya iniciado en la parábola que precede a esta narración en el mismo capítulo décimo de Lucas.
Por cierto, ¿ganaríamos el concurso, si nos planteasen a bocajarro dos preguntas de cultura bíblica? Primera pregunta, fácil: ¿En qué parte del evangelio según Lucas está contado el episodio de Marta y Malena? ¿Al comienzo, a la mitad o al final? Casi todos los concursantes aciertan, contestando que hacia la mitad. Más exactamente, se trata del capítulo diez. Pero la segunda pregunta es más difícil: ¿Qué episodio narra Lucas, justamente antes de la escena en casa de Marta y Malena? Aquí son ya menos los concursantes que aciertan. En un grupo de religiosos y religiosas familiarizados con la Biblia, sólo dos de 47 acertaron. La respuesta es: la parábola del buen samaritano (que se lee el domingo 15 del Tiempo ordinario, este 11 de Julio del 2010)..
La lectura de estas dos perícopas, no como dos recortes aislados, sino formando un díptico, nos descubre la riqueza de ambas. Además, nos damos así cuenta de que no iban tan desencaminadas las relecturas atrevidas citadas antes. Al colocar ambos pasajes como si fueran las dos caras de un díptico, resalta el paralelismo entre ambos cuadros. Malena tiene parecido con el buen samaritano. Marta se asemeja en algunos aspectos al levita y al sacerdote de la parábola.
Reproducimos, a continuación, el texto de ambas narraciones en la traducción de Alonso Shôkel. Para acentuar los paralelismos reproduciremos en cursiva las pinceladas que tienen que ver con la escucha o la pausa y con subrayados lo relativo a la falta de pausa y la atención. Además, convirtiendo el díptico en tríptico, colocaremos en el centro, con tipografía en negritas, la persona de Jesús y su equivalente en la parábola: el herido.
“En esto se levantó un jurista y le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley?¿Cómo es eso que recitas? El jurista contestó: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a tí mismo. Él le dijo: Bien contestado. Haz eso y tendrás vida. Pero el otro, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo? Jesús le contestó:
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y lo asaltaron unos bandidos, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba un sacerdote por aquel camino: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un clérigo que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, le dio lástima: se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó cuarenta duros y, dándoselos al posadero, le dijo: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta. ¿Qué te parece? ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: Pues anda, haz tú lo mismo.
Por el camino entró Jesús en una aldea y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio, se distraía con el mucho trajín; hasta que se paró delante y dijo: Señor, ¿no se te da nada de que mi hermana me deje trajinar sola? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y nerviosqa con tantas cosas: sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la mejor parte; y esa no se le quitará (Lc 10, 25-41).
Si damos un repaso a los comentarios exegéticos, veremos cuánta tinta ha corrido para discutir la traducción de la sentencia famosa: “Solamente una cosa es necesaria”. A lo largo de la tradición, desde la patrística hasta los más recientes escritores espirituales, encontramos abundantes sugerencias sobre la contemplación y la acción. Unos se han pasado, dejando a Malena como la buena y a Marta como la mala. Otros han reaccionado en el sentido opuesto. Otros, finalmente, han tratado de conjugar contemplación y acción y se ha convertido en interpretación estereotipada decir que ambas son importantes.
Pero los exégetas más fieles nos recuerdan que el matiz del texto acentúa más el escuchar que el contemplar. Malena no está absorta en éxtasis contemplativo. Simplemente está escuchando en una conversación. Lo había captado intuitivamente la juventud de los grupos que redactaron las reinterpretaciones citadas antes. La comparación con la parábola del samaritano lo confirma.
El levita y el sacerdote que pasaron de largo tienen algo en común con Marta: ellos no se detienen, Marta no tiene oídos para escuchar a Jesús. Ellos son, en el camino y en forma de personajes masculinos, el equivalente de lo que es Marta, en la casa y como personaje femenino. Además, el verbo “servir” sugiere otra connotación: el clérigo cree que sirve a Dios en el templo; pero habría que decirle: “Una iglesia que no sirve al hermano y hermana no sirve para nada…” Marta cree que sirve afanosa a Jesús, pero le falta pararse a escucharle.
El buen samaritano, en el camino, es el equivalente de Malena, en la casa. Jesús, que aparece en persona en la segunda escena, está presente también en la primera, ya que el herido puede representar, como bien habían intuido Agustín y los Padres antiguos, al mismo Jesús. Por eso tiene sentido colocar a Jesús y al herido en el centro de un tríptico, a cuyos lados situamos respectivmente los otros cuadros: la casa y el camino.
También es importante fijarse en que Jesús conversa con Malena. Como en la escena junto al pozo, en la que aparece Jesús, en Juan 4,27, hablando con la samaritana, es inusitado que el Maestro se siente tranquilamente de conversación con una mujer. Pero Jesús no la margina, como sus contemporáneos, por ser mujer. Parece más importante Malena como símbolo de conversación que de contemplación. En realidad, por lo que se reprochará a Marta no será por la acción. No es el caso de que Malena se haya dejado a Jesús por atender a hermanos necesitados, ni que se haya dejado la contemplación por la acción. El problema es que ha dejado de escuchar y no ha dejado hueco de espacio ni de tiempo para la conversación.
Mucho más afanoso, activo y ocupado está el buen samaritano, más que Marta con todos sus platos. Pero no se le reprocha su actividad. Al contrario, es alabado por su acción: una acción que brota del pararse a atender, con ojos para ver y oídos para escuchar. Precisamente eso le faltaba al levita, al sacerdote y a Marta, a pesar de y en medio de sus “diaconías” en el templo y en la casa.
Por otra parte, también coincide Malena con el herido en ser objeto de atención por parte de Jesús como aquél por parte del buen samaritano. Podemos leer estas historias identificándonos con el herido y con Malena, a quienes prestan atención el buen samaritano y Jesús. También podemos leerlas identificándonos con Malena que atiende a Jesús en persona y con el buen samaritano que atiende a Jesús, representado por el herido.
También podemos descubrir, tanto en Malena como en el herido, que ambos tienen algo de marginados, éste por ser un herido abandonado y aquella por ser mujer, a la que se le negaba el derecho a conversar con un maestro. Pero el papel de la mujer no es el de limitarse a poner la mesa; tiene derecho a aprender y, después, a predicar lo aprendido. En las primeras comunidades cristianas jugó un papel importante la mujer, que luego, por desgracia, se difumina en la historia de la iglesia.
Si nos quedamos solamente dentro de la escena de Marta y Malena, parece como si Jesús se pusiera de parte de la segunda contra la primera. En cambio, al comparar con la parábola del buen samaritano, resaltan otros contrastes y paralelismos. En el pasar de largo y en la falta de receptividad se asemejen el sacerdote, el levita y Marta.. Por otra parte, el samaritano, que en un esquema de actividad-pasividad sería un personaje más activo que contemplativo, es, sin embargo, semejante a María en lo que se refiere a prestar atención y pararse a caer en la cuenta de lo principal. Por tanto, las oposiciones y contrastes que cuentan aquí son “el pasar de largo” frente al “escuchar”, más que las de “actividad” frente a “pasividad”. No se valora lo pasivo frente a lo activo, sino la capacidad de pararse, atender y escuchar, por contraste con el pasar de largo, no caer en la cuenta y no escuchar. Se puede ser muy activo, como el samaritano, y, a la vez muy atento. Se puede ser muy pasivo, como el sacerdote y el levita, y, a la vez, muy sordo, ciego y centrado en sí mismo.
Conectando esta lectura con la tradicional perspectiva sobre acción y contemplación, la podríamos recuperar profundizándola. La contemplación no es Malena por oposición a Marta. Tampoco la contemplación es la tranquilidad de la casa, la inactividad o el mero silencio. Tampoco se identifica sin más con la mujer por oposición al varón. La contemplación es la escucha, tanto en la casa como en el camino; tanto en el momento del culto como en el momento de la praxis; tanto en el rato a solas con Jesús en oración retirada como en el momento de encontrarse con Él en el hermano o hermana en necesidad o marginación; tanto en la versión masculina como femenina. Lo opuesto a la contemplación como escucha no es la acción, ni el servicio o el movimiento, sino la falta de atención: la falta de ojos para ver y oídos para escuchar.
Los dos encuentros con el Señor, en el camino y en la casa, requieren capacidad de pausa y escucha. No es solamente contemplativo el segundo y activo el primero. Ambos son activos y contemplativos. En los dos hay que hacer un esfuerzo activo por detenerse y pararse, por encontrar un hueco para la receptividad, la escucha y la atención al Dios que nos sorprende desde dentro y desde fuera, desde nuestro interior y desde el hermano y la hermana
A la luz de lo que acabamos de ver, podríamos redescubrir la tradición veterotestamentaria, recogida y profundizada por Pablo, que integra el culto y la práctica, la liturgia y la praxis. Pero, sobre todo, hay que mencionar aquí las dos tradiciones eucarísticas: el Lavatorio y la Cena. A través de la perícopa que se lee en un domingo determinado, ya sea la del Buen Samaritano o la de Marta y Malena, se despliega ante nosotros el Evangelio entero. Como insistía Agustín, cualquier pasaje es una puerta por la que entramos y llegamos a Cristo.
Y dicho todo esto, ya no nos preocupará la homilía cuando llegue el día de la fiesta de santa Marta, en cuya liturgia se lee también el citado pasaje evangélico. Antes de la misa preguntaba una feligresa a su párroco: “¿De qué va hoy la homlía? ¿Dejará bien a Malena o romperá una lanza por las Martas?”. “Bueno, le daremos un poquito a cada una”, contestó el párroco, “al fin y al cabo las dos son necesarias”. “Bien, pero lleve cuidado, don Paco, no vaya a ser que con eso de Marta en la cocina, resulte machista la prédica.” “No, tranquila, Eugenia, le dijo, diré que todos necesitamos un poquito de cada una, de acción y contemplación.” No debió ser fácil la explicación, porque al acabar la misa se le acercó una anciana y comentó: “Oiga, padre, al principio ha felicitado usted a las que se llaman Marta, porque hoy es su santo, pero luego resulta que en el Evangelio a quien felicitan es a Malena. Lo que es Marta, hay que ver lo mal que queda…”
Oyendo esta anécdota me confirmé en la importancia del díptico de los dos pasajes, la parábola del Samaritano y la escena en casa de Marta y Malena. ¿Haremos un alto en el camino para escuchar? ¿Nos movilizará la escucha para seguir caminando?
Dos críticas sobre la teología occidental he escuchado a menudo de labios de orientales que nos reprochan: “Habláis mucho y escucháis poco. Demasiadas teorías y poca práctica”. Por otra parte, mis contactos con personas, comunidades y textos de la tradición budista me han hecho redescubrir cada vez más dos valores humanos y dos rasgos de la experiencia religiosa: la fe como camino y como escucha. Ambas características no son exclusivamente orientales, sino están muy presentes en la tradición bíblica. Como un ejemplo, comentaré las reflexiones que provocó en una convivencia bíblica con jóvenes la lectura compartida del conocido pasaje evangélico sobre Jesús en casa de Marta y Malena.
Se había invitado a los participantes a componer libremente narraciones, como un ejercicio de reinterpretar un pasaje evangélico en clave de actualidad. El episodio de la cena en casa de Marta y Malena dio lugar a versiones interesantes, de las que seleccionaré algunas.
En primer lugar, un guión que sigue de cerca el original lucano, fue el siguiente:
“Estaban Marta y Malena siguiendo el telefilme de las cinco de la tarde, cuando se presentó de improviso el Maestro. Malena apagó la tele y se sentó a darle conversación. Marta entraba y salía poniendo la mesa: que si las servilletas mejores, que si los minitenedores para entremeses, que si los mondadientes de marfil… Pero Jesús, riéndose, le dijo: “Para, hija, para ya de una vez; con este calor no hacen falta manteles. Saca pronto el refresco, que es lo único que necesitamos, y siéntate tú también y déjame ver tu cara”.
Otro de los grupos se separó más audazmente del texto lucano y produjo el texto siguiente:
“Estaban Marta y Malena viendo la tele cuando llegó Jesús de visita. Malena apagó el televisor, pasó a Jesús a la terraza y conversaron tomando el fresco. Marta iba y venía trayendo pinchitos de aperitivo. En realidad, era un pretexto, tenía un pequeño televisor en la cocina y estaba siguiendo el telefilme. Salió a la terraza trayendo una tónica. Jesús, sonriente, le dijo: “Anda, Marta, no te preocupes más, deja de ir y venir, quédate en la cocina hasta que acabe el serial y luego vienes, te sientas y nos cuentas si, al final, la huérfana descubrió a la verdadera madre y se casó con el empresario divorciado”.
Todavía voló más la imaginación de otro grupo que redactó la versión siguiente:
“Estaban Marta y Malena viendo la tele, cuando se presentó Jesús de visita. Malena cambió de canal, bajó el volumen y se puso a conversar con Jesús. Marta entraba y salía trayendo de comer y beber. En cada viaje de vuelta, antes de meterse en la cocina, se detenía ante el televisor, miraba unos segundos el canal de la telenovela y, luego, tras seguir el argumento, volvía a sus platos. Pero Jesús le dijo: “Marta, por Dios, ¿cuando vas a dejar, de una bendita vez, de juguetear con el mando a distancia? ¿No ves que Malena y yo preferimos tener de fondo el partido de liga?”
No reproduciré aquí lo que nos alargamos en el comentario en común analizando estas paráfrasis. Sólo constatar que una de las conclusiones fue reconocer que las tres citadas habían dado en el clavo por lo que se refiere a uno de los temas centrales, muy en el punto de mira del evangelista: pararse y prestar atención. Efectivamente, la pausa y la escucha son centrales en este episodio, como continuación de un tema ya iniciado en la parábola que precede a esta narración en el mismo capítulo décimo de Lucas.
Por cierto, ¿ganaríamos el concurso, si nos planteasen a bocajarro dos preguntas de cultura bíblica? Primera pregunta, fácil: ¿En qué parte del evangelio según Lucas está contado el episodio de Marta y Malena? ¿Al comienzo, a la mitad o al final? Casi todos los concursantes aciertan, contestando que hacia la mitad. Más exactamente, se trata del capítulo diez. Pero la segunda pregunta es más difícil: ¿Qué episodio narra Lucas, justamente antes de la escena en casa de Marta y Malena? Aquí son ya menos los concursantes que aciertan. En un grupo de religiosos y religiosas familiarizados con la Biblia, sólo dos de 47 acertaron. La respuesta es: la parábola del buen samaritano (que se lee el domingo 15 del Tiempo ordinario, este 11 de Julio del 2010)..
La lectura de estas dos perícopas, no como dos recortes aislados, sino formando un díptico, nos descubre la riqueza de ambas. Además, nos damos así cuenta de que no iban tan desencaminadas las relecturas atrevidas citadas antes. Al colocar ambos pasajes como si fueran las dos caras de un díptico, resalta el paralelismo entre ambos cuadros. Malena tiene parecido con el buen samaritano. Marta se asemeja en algunos aspectos al levita y al sacerdote de la parábola.
Reproducimos, a continuación, el texto de ambas narraciones en la traducción de Alonso Shôkel. Para acentuar los paralelismos reproduciremos en cursiva las pinceladas que tienen que ver con la escucha o la pausa y con subrayados lo relativo a la falta de pausa y la atención. Además, convirtiendo el díptico en tríptico, colocaremos en el centro, con tipografía en negritas, la persona de Jesús y su equivalente en la parábola: el herido.
“En esto se levantó un jurista y le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley?¿Cómo es eso que recitas? El jurista contestó: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a tí mismo. Él le dijo: Bien contestado. Haz eso y tendrás vida. Pero el otro, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo? Jesús le contestó:
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y lo asaltaron unos bandidos, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba un sacerdote por aquel camino: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Lo mismo hizo un clérigo que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, le dio lástima: se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó cuarenta duros y, dándoselos al posadero, le dijo: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta. ¿Qué te parece? ¿Cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: Pues anda, haz tú lo mismo.
Por el camino entró Jesús en una aldea y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio, se distraía con el mucho trajín; hasta que se paró delante y dijo: Señor, ¿no se te da nada de que mi hermana me deje trajinar sola? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y nerviosqa con tantas cosas: sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la mejor parte; y esa no se le quitará (Lc 10, 25-41).
Si damos un repaso a los comentarios exegéticos, veremos cuánta tinta ha corrido para discutir la traducción de la sentencia famosa: “Solamente una cosa es necesaria”. A lo largo de la tradición, desde la patrística hasta los más recientes escritores espirituales, encontramos abundantes sugerencias sobre la contemplación y la acción. Unos se han pasado, dejando a Malena como la buena y a Marta como la mala. Otros han reaccionado en el sentido opuesto. Otros, finalmente, han tratado de conjugar contemplación y acción y se ha convertido en interpretación estereotipada decir que ambas son importantes.
Pero los exégetas más fieles nos recuerdan que el matiz del texto acentúa más el escuchar que el contemplar. Malena no está absorta en éxtasis contemplativo. Simplemente está escuchando en una conversación. Lo había captado intuitivamente la juventud de los grupos que redactaron las reinterpretaciones citadas antes. La comparación con la parábola del samaritano lo confirma.
El levita y el sacerdote que pasaron de largo tienen algo en común con Marta: ellos no se detienen, Marta no tiene oídos para escuchar a Jesús. Ellos son, en el camino y en forma de personajes masculinos, el equivalente de lo que es Marta, en la casa y como personaje femenino. Además, el verbo “servir” sugiere otra connotación: el clérigo cree que sirve a Dios en el templo; pero habría que decirle: “Una iglesia que no sirve al hermano y hermana no sirve para nada…” Marta cree que sirve afanosa a Jesús, pero le falta pararse a escucharle.
El buen samaritano, en el camino, es el equivalente de Malena, en la casa. Jesús, que aparece en persona en la segunda escena, está presente también en la primera, ya que el herido puede representar, como bien habían intuido Agustín y los Padres antiguos, al mismo Jesús. Por eso tiene sentido colocar a Jesús y al herido en el centro de un tríptico, a cuyos lados situamos respectivmente los otros cuadros: la casa y el camino.
También es importante fijarse en que Jesús conversa con Malena. Como en la escena junto al pozo, en la que aparece Jesús, en Juan 4,27, hablando con la samaritana, es inusitado que el Maestro se siente tranquilamente de conversación con una mujer. Pero Jesús no la margina, como sus contemporáneos, por ser mujer. Parece más importante Malena como símbolo de conversación que de contemplación. En realidad, por lo que se reprochará a Marta no será por la acción. No es el caso de que Malena se haya dejado a Jesús por atender a hermanos necesitados, ni que se haya dejado la contemplación por la acción. El problema es que ha dejado de escuchar y no ha dejado hueco de espacio ni de tiempo para la conversación.
Mucho más afanoso, activo y ocupado está el buen samaritano, más que Marta con todos sus platos. Pero no se le reprocha su actividad. Al contrario, es alabado por su acción: una acción que brota del pararse a atender, con ojos para ver y oídos para escuchar. Precisamente eso le faltaba al levita, al sacerdote y a Marta, a pesar de y en medio de sus “diaconías” en el templo y en la casa.
Por otra parte, también coincide Malena con el herido en ser objeto de atención por parte de Jesús como aquél por parte del buen samaritano. Podemos leer estas historias identificándonos con el herido y con Malena, a quienes prestan atención el buen samaritano y Jesús. También podemos leerlas identificándonos con Malena que atiende a Jesús en persona y con el buen samaritano que atiende a Jesús, representado por el herido.
También podemos descubrir, tanto en Malena como en el herido, que ambos tienen algo de marginados, éste por ser un herido abandonado y aquella por ser mujer, a la que se le negaba el derecho a conversar con un maestro. Pero el papel de la mujer no es el de limitarse a poner la mesa; tiene derecho a aprender y, después, a predicar lo aprendido. En las primeras comunidades cristianas jugó un papel importante la mujer, que luego, por desgracia, se difumina en la historia de la iglesia.
Si nos quedamos solamente dentro de la escena de Marta y Malena, parece como si Jesús se pusiera de parte de la segunda contra la primera. En cambio, al comparar con la parábola del buen samaritano, resaltan otros contrastes y paralelismos. En el pasar de largo y en la falta de receptividad se asemejen el sacerdote, el levita y Marta.. Por otra parte, el samaritano, que en un esquema de actividad-pasividad sería un personaje más activo que contemplativo, es, sin embargo, semejante a María en lo que se refiere a prestar atención y pararse a caer en la cuenta de lo principal. Por tanto, las oposiciones y contrastes que cuentan aquí son “el pasar de largo” frente al “escuchar”, más que las de “actividad” frente a “pasividad”. No se valora lo pasivo frente a lo activo, sino la capacidad de pararse, atender y escuchar, por contraste con el pasar de largo, no caer en la cuenta y no escuchar. Se puede ser muy activo, como el samaritano, y, a la vez muy atento. Se puede ser muy pasivo, como el sacerdote y el levita, y, a la vez, muy sordo, ciego y centrado en sí mismo.
Conectando esta lectura con la tradicional perspectiva sobre acción y contemplación, la podríamos recuperar profundizándola. La contemplación no es Malena por oposición a Marta. Tampoco la contemplación es la tranquilidad de la casa, la inactividad o el mero silencio. Tampoco se identifica sin más con la mujer por oposición al varón. La contemplación es la escucha, tanto en la casa como en el camino; tanto en el momento del culto como en el momento de la praxis; tanto en el rato a solas con Jesús en oración retirada como en el momento de encontrarse con Él en el hermano o hermana en necesidad o marginación; tanto en la versión masculina como femenina. Lo opuesto a la contemplación como escucha no es la acción, ni el servicio o el movimiento, sino la falta de atención: la falta de ojos para ver y oídos para escuchar.
Los dos encuentros con el Señor, en el camino y en la casa, requieren capacidad de pausa y escucha. No es solamente contemplativo el segundo y activo el primero. Ambos son activos y contemplativos. En los dos hay que hacer un esfuerzo activo por detenerse y pararse, por encontrar un hueco para la receptividad, la escucha y la atención al Dios que nos sorprende desde dentro y desde fuera, desde nuestro interior y desde el hermano y la hermana
A la luz de lo que acabamos de ver, podríamos redescubrir la tradición veterotestamentaria, recogida y profundizada por Pablo, que integra el culto y la práctica, la liturgia y la praxis. Pero, sobre todo, hay que mencionar aquí las dos tradiciones eucarísticas: el Lavatorio y la Cena. A través de la perícopa que se lee en un domingo determinado, ya sea la del Buen Samaritano o la de Marta y Malena, se despliega ante nosotros el Evangelio entero. Como insistía Agustín, cualquier pasaje es una puerta por la que entramos y llegamos a Cristo.
Y dicho todo esto, ya no nos preocupará la homilía cuando llegue el día de la fiesta de santa Marta, en cuya liturgia se lee también el citado pasaje evangélico. Antes de la misa preguntaba una feligresa a su párroco: “¿De qué va hoy la homlía? ¿Dejará bien a Malena o romperá una lanza por las Martas?”. “Bueno, le daremos un poquito a cada una”, contestó el párroco, “al fin y al cabo las dos son necesarias”. “Bien, pero lleve cuidado, don Paco, no vaya a ser que con eso de Marta en la cocina, resulte machista la prédica.” “No, tranquila, Eugenia, le dijo, diré que todos necesitamos un poquito de cada una, de acción y contemplación.” No debió ser fácil la explicación, porque al acabar la misa se le acercó una anciana y comentó: “Oiga, padre, al principio ha felicitado usted a las que se llaman Marta, porque hoy es su santo, pero luego resulta que en el Evangelio a quien felicitan es a Malena. Lo que es Marta, hay que ver lo mal que queda…”
Oyendo esta anécdota me confirmé en la importancia del díptico de los dos pasajes, la parábola del Samaritano y la escena en casa de Marta y Malena. ¿Haremos un alto en el camino para escuchar? ¿Nos movilizará la escucha para seguir caminando?
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