El año 1971, un joven escritor romano, Enrico Rafii, publicaba su primera novela, «Sposa mia», editada en Milán por Bompiani. Es una novela de un humorismo fino, que me encantó.
Los protagonistas son Tommaso y Alessandra, dos jóvenes esposos, que pasan en un hotel de la Liguria sus primeras horas de casados. …
Yo pondría la deliciosa novela de Enrico Raffi como libro de texto en las clases de teología moral. Hay que leerla, para recibir toda su carga de gracia y de observación. Tal vez ayudaría a convencer a los curas y a los supercuras de que dejen un poco en paz a los chicos y a las chicas, a los novios y a las novias, a los esposos y a las esposas.
Lo nuestro —de los curas, quiero decir—, sería ayudar a la gente a progresar en el verdadero amor al prójimo y en el respeto a la persona del otro. Y nada más, Si nuestro celibato por el reino de Dios es un poco auténtico, quizá podamos ayudar a otros en este asunto del amor estimativo (pero no «cerebral») al prójimo. Es la «agápe» cristiana, la «caridad», eso tan indescriptible y que ha sido tantas veces caricaturizado malamente por nosotros, pero que, si es genuina, constituye la clave de la moral cristiana, que no es propiamente una moral, sino un espíritu: el fruto del Espíritu.
Si ayudamos a la gente a descubrir lo que es amar al prójimo, siguiendo las huellas de Jesús, bien podemos dejarles después vivir el eros como Yahve Dios les dé a entender. Y creo yo que tendríamos muchas más garantías de que su vida erótico-sexual era grata al Señor, de quien viene el amor, que no atosigándoles con «preceptos humanos», inventados por nosotros con mayor o menor fundamento.
No somos los «profesionales del celibato» los llamados a pontificar en este asunto. Ni siquiera cuando nuestro «celibato por el reino de Dios» sea genuinamente carismático. Y, si no lo es en grado suficiente, entonces estamos todavía más descalificados.
Un psicoanalista creyente, no español, me decía, refiriéndose al celibato impuesto por ley a los presbíteros de la iglesia católica latina: «La castidad impuesta y no carismática va acompañada de serios problemas que lesionan la dignidad básica del individuo. Veo muy difícil la solución, porque aquellos que deberían resolverla sufren de los mismos problemas, y eso impide la visión serena».
Resulta, por tanto, que los célibes profesionales con carisma no tienen experiencia suficiente. Y los que no tienen carisma y soportan el celibato obligados, no pueden tener ni siquiera una visión serena. Y si, a veces, pueden tener experiencia, ésta suele ser poquísimo serena.
* * *
Me contó un amigo que, cuando una comisión pontificia estaba estudiando el problema moral de los fármacos anticonceptivos, un semanario inglés publicó, sin más explicaciones, una historieta de humor, poco más o menos como la siguiente: Con el aumento de los automóviles, los accidentes de circulación crecían de una manera alarmante. La gente estaba preocupada y angustiada. Pero un día un inventor afortunado ideó el espejo retrovisor, que permitía ver los coches que vienen por detrás, cosa que disminuía mucho el número de accidentes y de víctimas.
La gente se puso muy contenta y empezaron a instalar en los automóviles el espejito bienhechor.
Pero llegaron los moralistas y dijeron que los ojos están hechos para ver lo que hay delante y no para ver lo que está detrás. Que, por consiguiente, el uso del espejo retrovisor era contrario a la naturaleza y, por tanto, inmoral.
Gran tribulación y grandes discusiones.
Para salir del embrollo, acuerdan todos acudir a la reina. La reina nombra una comisión de expertos filósofos que estudien el asunto. Comienzan sesiones interminables. La gente espera y desespera. Pero los señores de la comisión no logran ponerse de acuerdo.
Entonces uno de los comisionados se arriesga a preguntar:
— Pero, vamos a ver, ¿alguno de los que estamos en esta comisión se ha puesto alguna vez al volante de un auto?
Silencio.
— ¿Y no sería mejor dejar a los que conducen automóviles que nos digan lo que ellos piensan del espejito retrovisor?
* * *
Como moraleja de estos cuentos, yo me atrevería a arriesgar un «Principio Fundamental de la Pastoral de los Señores Curas acerca del sexo y del matrimonio».
Es un principio recogido de la sabiduría popular y acuñado en forma de proverbio: Que, por favor, los «profesionales del celibato» no nos metamos «en camisa de once varas».
Porque hay que convenir en que una camisa de once varas no sería lo más a propósito para ayudar a hombres y mujeres a encontrar la vena secreta y maravillosa del eros más profundo.
Según el relato del Génesis, cuando Yahve Dios le quiso hacer al hombre el mejor regalo, le dio a la mujer intacta, sin camisa. Se la presentó. Y el hombre la acogió con entusiasmo, como su otro yo. Y Yahvé Dios vio que aquello era bueno.
RELACIONES PREMATRIMONIALES
Hace unos días, un joven periodista me pidió unas respuestas a una encuesta, para ser publicada en una revista exquisitamente «eclesiástica».
Yo me resistía. El insistió. Al fin, acepté.
Me remitió las preguntas, y entre ellas figuraba ésta: «¿Cuál es su opinión sobre las relaciones prematrimoniales?».
Yo pensé que la dirección de la revista no publicaría mi respuesta, porque las direcciones de las revistas exquisitamente «eclesiásticas», incluso las postconciliares, suelen estar más cerca de los débiles que de los fuertes.
Pero contesté así:
«No condeno a los jóvenes que tienen relaciones prematrimoniales con amor, sin abusar el uno de la otra (o la una del otro), y sintiendo sinceramente en conciencia que no hacen mal, sino bien. Es una conciencia que me parece muy respetable. Me parece muy bien que otros jóvenes se abstengan de ese tipo de relaciones, si lo hacen no por una inhibición impuesta, psicológicamente negativa, sino por un juicio ético-antropológico personalmente asumido. No creo que el problema pueda plantearse adecuadamente en abstracto. En abstracto se podrán dar algunas orientaciones importantes. Hay que procurar ayudar a que la gente haga lo que haga por conciencia, y no por un tabú antropológicamente insano y éticamente deleznable».
Esto respondí. Y añadiría que los que sean víctimas de esos tabús estructuralmente insanos, no deben ser despreciados, sino respetados y ayudados en lo posible. Sólo ellos serían, en este caso, los débiles.
Bueno, lo que pasó con mi respuesta, es que la dirección de la revista no llegó a conocerla, porque vetaron mi nombre, antes de saber cómo había yo respondido.
Los protagonistas son Tommaso y Alessandra, dos jóvenes esposos, que pasan en un hotel de la Liguria sus primeras horas de casados. …
Yo pondría la deliciosa novela de Enrico Raffi como libro de texto en las clases de teología moral. Hay que leerla, para recibir toda su carga de gracia y de observación. Tal vez ayudaría a convencer a los curas y a los supercuras de que dejen un poco en paz a los chicos y a las chicas, a los novios y a las novias, a los esposos y a las esposas.
Lo nuestro —de los curas, quiero decir—, sería ayudar a la gente a progresar en el verdadero amor al prójimo y en el respeto a la persona del otro. Y nada más, Si nuestro celibato por el reino de Dios es un poco auténtico, quizá podamos ayudar a otros en este asunto del amor estimativo (pero no «cerebral») al prójimo. Es la «agápe» cristiana, la «caridad», eso tan indescriptible y que ha sido tantas veces caricaturizado malamente por nosotros, pero que, si es genuina, constituye la clave de la moral cristiana, que no es propiamente una moral, sino un espíritu: el fruto del Espíritu.
Si ayudamos a la gente a descubrir lo que es amar al prójimo, siguiendo las huellas de Jesús, bien podemos dejarles después vivir el eros como Yahve Dios les dé a entender. Y creo yo que tendríamos muchas más garantías de que su vida erótico-sexual era grata al Señor, de quien viene el amor, que no atosigándoles con «preceptos humanos», inventados por nosotros con mayor o menor fundamento.
No somos los «profesionales del celibato» los llamados a pontificar en este asunto. Ni siquiera cuando nuestro «celibato por el reino de Dios» sea genuinamente carismático. Y, si no lo es en grado suficiente, entonces estamos todavía más descalificados.
Un psicoanalista creyente, no español, me decía, refiriéndose al celibato impuesto por ley a los presbíteros de la iglesia católica latina: «La castidad impuesta y no carismática va acompañada de serios problemas que lesionan la dignidad básica del individuo. Veo muy difícil la solución, porque aquellos que deberían resolverla sufren de los mismos problemas, y eso impide la visión serena».
Resulta, por tanto, que los célibes profesionales con carisma no tienen experiencia suficiente. Y los que no tienen carisma y soportan el celibato obligados, no pueden tener ni siquiera una visión serena. Y si, a veces, pueden tener experiencia, ésta suele ser poquísimo serena.
* * *
Me contó un amigo que, cuando una comisión pontificia estaba estudiando el problema moral de los fármacos anticonceptivos, un semanario inglés publicó, sin más explicaciones, una historieta de humor, poco más o menos como la siguiente: Con el aumento de los automóviles, los accidentes de circulación crecían de una manera alarmante. La gente estaba preocupada y angustiada. Pero un día un inventor afortunado ideó el espejo retrovisor, que permitía ver los coches que vienen por detrás, cosa que disminuía mucho el número de accidentes y de víctimas.
La gente se puso muy contenta y empezaron a instalar en los automóviles el espejito bienhechor.
Pero llegaron los moralistas y dijeron que los ojos están hechos para ver lo que hay delante y no para ver lo que está detrás. Que, por consiguiente, el uso del espejo retrovisor era contrario a la naturaleza y, por tanto, inmoral.
Gran tribulación y grandes discusiones.
Para salir del embrollo, acuerdan todos acudir a la reina. La reina nombra una comisión de expertos filósofos que estudien el asunto. Comienzan sesiones interminables. La gente espera y desespera. Pero los señores de la comisión no logran ponerse de acuerdo.
Entonces uno de los comisionados se arriesga a preguntar:
— Pero, vamos a ver, ¿alguno de los que estamos en esta comisión se ha puesto alguna vez al volante de un auto?
Silencio.
— ¿Y no sería mejor dejar a los que conducen automóviles que nos digan lo que ellos piensan del espejito retrovisor?
* * *
Como moraleja de estos cuentos, yo me atrevería a arriesgar un «Principio Fundamental de la Pastoral de los Señores Curas acerca del sexo y del matrimonio».
Es un principio recogido de la sabiduría popular y acuñado en forma de proverbio: Que, por favor, los «profesionales del celibato» no nos metamos «en camisa de once varas».
Porque hay que convenir en que una camisa de once varas no sería lo más a propósito para ayudar a hombres y mujeres a encontrar la vena secreta y maravillosa del eros más profundo.
Según el relato del Génesis, cuando Yahve Dios le quiso hacer al hombre el mejor regalo, le dio a la mujer intacta, sin camisa. Se la presentó. Y el hombre la acogió con entusiasmo, como su otro yo. Y Yahvé Dios vio que aquello era bueno.
RELACIONES PREMATRIMONIALES
Hace unos días, un joven periodista me pidió unas respuestas a una encuesta, para ser publicada en una revista exquisitamente «eclesiástica».
Yo me resistía. El insistió. Al fin, acepté.
Me remitió las preguntas, y entre ellas figuraba ésta: «¿Cuál es su opinión sobre las relaciones prematrimoniales?».
Yo pensé que la dirección de la revista no publicaría mi respuesta, porque las direcciones de las revistas exquisitamente «eclesiásticas», incluso las postconciliares, suelen estar más cerca de los débiles que de los fuertes.
Pero contesté así:
«No condeno a los jóvenes que tienen relaciones prematrimoniales con amor, sin abusar el uno de la otra (o la una del otro), y sintiendo sinceramente en conciencia que no hacen mal, sino bien. Es una conciencia que me parece muy respetable. Me parece muy bien que otros jóvenes se abstengan de ese tipo de relaciones, si lo hacen no por una inhibición impuesta, psicológicamente negativa, sino por un juicio ético-antropológico personalmente asumido. No creo que el problema pueda plantearse adecuadamente en abstracto. En abstracto se podrán dar algunas orientaciones importantes. Hay que procurar ayudar a que la gente haga lo que haga por conciencia, y no por un tabú antropológicamente insano y éticamente deleznable».
Esto respondí. Y añadiría que los que sean víctimas de esos tabús estructuralmente insanos, no deben ser despreciados, sino respetados y ayudados en lo posible. Sólo ellos serían, en este caso, los débiles.
Bueno, lo que pasó con mi respuesta, es que la dirección de la revista no llegó a conocerla, porque vetaron mi nombre, antes de saber cómo había yo respondido.
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