Alejadas de los problemas sociales, excluidas de la vida pública, las mujeres eran grandes perdedoras en la sociedad judía de los tiempos de Jesús. Por eso no deja de sorprender la osadía del Maestro, que contaba con algunas en el grupo itinerante de sus discípulos.
Que Jesús tuvo discípulos varones es algo que ningún estudioso ha negado nunca. Sabemos que durante su vida pública se rodeó de un grupo de hombres que lo seguían a todas partes. Pero ¿tuvo también discípulas mujeres? De ser así, habría constituido un fenómeno sorprendente y escandaloso, ya que entre los judíos del siglo I estaba mal visto que un maestro enseñara la Biblia a mujeres y que, además, se dejara acompañar por ellas.
Si leemos el primer evangelio que se escribió, el de san Marcos, veremos que Jesús sólo aparece rodeado de varones, nunca de mujeres. Pero el final del evangelio nos depara una sorpresa. Cuando Jesús se halla clavado en la cruz, después de morir, Marcos dice que “había allí unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15, 40-41).
¿Quiénes son estas mujeres? Marcos da el nombre de algunas de ellas, las más conocidas en su ambiente, y nos señala tres características.
La primera es que “seguían” a Jesús. El verbo “seguir” es un verbo especial, que los evangelios suelen reservar para los discípulos de Jesús. Por ejemplo, cuando Jesús llamó a Pedro y Andrés, que estaban pescando, ellos dejaron las redes y “lo siguieron” (Mc 1, 18). Cuando llamó a Santiago y a Juan, también dejaron a su padre y “lo siguieron” (Mt 4, 22). Cuando invitó a Leví, sólo le dijo “sígueme” y él “lo siguió” (Mc 2, 14). Y al hombre rico lo llamó, diciendo: “Sígueme” (Mc 10, 21).
Es que, según Marcos, una de las condiciones que Jesús había puesto a sus discípulos era que “lo siguieran” (Mc 8, 34). Se trataba de algo tan fundamental y la idea estaba tan arraigada en los Doce, que una vez se cuenta que el apóstol Juan encontró por el camino a un hombre muy bueno, creyente, que hasta realizaba milagros, pero no fue considerado discípulo porque “no seguía” a Jesús (Mc 9, 38). Y cuando aquellos Doce quisieron recordarle a Jesús que eran verdaderos discípulos, le dijeron: “Nosotros te hemos seguido” (Mc 10, 28).
CON LA ESCUELA A CUESTAS
Pero no era un seguimiento simbólico, como cuando decimos “yo sigo a tal autor” para decir simplemente que somos adeptos a sus ideas. No. Jesús pedía el seguimiento físico, literal, por los lugares y pueblos que él recorría predicando y curando enfermos. Esa era la principal diferencia con los demás maestros y rabinos de su época. Éstos reunían a sus discípulos en un edificio o centro de estudio, donde les enseñaban la Ley, y después los mandaban de vuelta a sus casas. Además, el plan de estudios que les ofrecían duraba una cantidad fija de años. En cambio, Jesús había inventado algo novedoso. No los convocaba a ninguna escuela ni les ofrecía un curso fijo: los invitaba a experimentar en su propia vida la Buena Noticia que él predicaba. Y para eso los llevaba a todas partes para que vieran cómo aparecía el Reino de Dios entre la gente.
Ahora bien, si Marcos nos dice que aquellas mujeres que estaban al pie de la cruz “seguían a Jesús”, es porque formaban parte del grupo itinerante de sus discípulos.
NO SÓLO LAVAR LOS PLATOS
Lo segundo que el evangelista dice de ellas es que “servían” a Jesús cuando estaba en Galilea. Pero ¿qué clase de servicio prestaban en el grupo? Normalmente, se piensa que hacían trabajos “de mujeres”, es decir, cocinar, servir la mesa, lavar los platos, coser la ropa. Un grupo itinerante, como el de Jesús, necesitaría de alguien que se ocupara de estos menesteres.
Y bien podían haber sido ésas la tarea de ellas. Pero vemos que muchas de estas funciones las cumplían los varones. Así, los discípulos aparecen sirviendo la comida (Mc 6, 41), recogiendo las sobras (Jn 6, 12), comprando alimentos (Jn 4, 8). En el evangelio de Marcos, la palabra “servir” no significa hacer tareas domésticas, sino anunciar el Evangelio. Al hablar de su misión en este mundo, Jesús dijo que no vino “a ser servido, sino a servir y a dar su vida” (Mc 10, 48). O sea, servir, en lenguaje evangélico, significa dar la vida por los hermanos, pero cumpliendo una misión evangelizadora. Ésa, dice Jesús, es la misión de todo discípulo (Lc 12, 35-48; 17, 7-10). Incluso la perfección cristiana se obtiene con el servicio (Mt 25, 44).
En otras palabras, si estas mujeres “servían” a Jesús es porque de alguna manera predicaban el Evangelio, sanaban enfermos, expulsaban demonios y realizaban las mismas funciones de los demás discípulos, no porque cumplían tareas de cocina y limpieza.
Por último, Marcos dice que ellas “habían subido con Jesús a Jerusalén”. Es decir, no eran mujeres locales que al enterarse de su muerte se habían reunido espontáneamente a contemplar el macabro espectáculo, sino mujeres de Galilea que habían viajado con Jesús y sus discípulos a Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua. Habían hecho, pues, el largo viaje relatado en Mc 10, 1 - 11, 11.
OTROS NOMBRES PERO LA MISMA FUNCIÓN
Si Jesús tuvo durante su vida pública, además de los Doce, un grupo de mujeres que lo acompañaban en sus viajes y en su misión, ¿por qué Marcos guardó silencio sobre ellas durante todo su evangelio y sólo al final las menciona? Posiblemente, porque su presencia en el grupo de Jesús era un dato escandaloso para los lectores. Por eso prefirió no nombrarlas. Pero el hecho de que ellas hubieran estado presentes durante su muerte, e incluso durante su resurrección, era tan conocido que Marcos ya no pudo callarlo.
Pero Marcos no es el único evangelista que las menciona. También Mateo, al relatar la muerte de Jesús, agrega: “Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt 27, 55-56).
Mateo, al igual que Marcos, da el nombre de tres de ellas. Sólo cambia el de la tercera mujer. Mientras Marcos cita a Salomé, Mateo habla de la madre de los hijos de Zebedeo (es decir, la madre de Santiago y Juan). Posiblemente, Mateo lo hace porque no sabía quién era Salomé. En cambio, sabía que la madre de los Zebedeo estuvo siguiendo a Jesús durante su vida; de hecho, la menciona en una escena (Mt 20, 20). De todos modos, lo que nos dice de ellas es lo mismo que Marcos: que seguían al Señor, y que le servían.
AUNQUE PERJUDICABA A SU MARIDO
También Lucas menciona a las mujeres discípulas al final de la vida de Jesús (Lc 23, 49; 23, 55). Pero este autor nos depara una sorpresa, pues hizo algo que ningún otro evangelista se animó a hacer: las menciona como acompañantes de Jesús “durante” su vida pública.
En efecto, en cierta ocasión en que Jesús iba de viaje por Galilea, dice Lucas: “Recorría las ciudades y pueblos, proclamando y anunciando el Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana, y muchas otras que lo servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3).
Notemos cómo el evangelista coloca tanto a los Doce como a las mujeres en un mismo nivel, puesto que une a los dos grupos con la conjunción “y”, que sirve para igualarlos. Nos dice además que eran mujeres de buena posición económica, puesto que ayudaban material y económicamente el movimiento de Jesús con su propio dinero.
Pero sobre todo resulta interesante ver los nombres que aparecen en la lista, especialmente el de una tal Juana. De ella se nos explica que estaba casada con Cusa. Ahora bien, éste era nada menos que el administrador de Herodes Antipas, gobernador de Galilea, con quien Jesús se llevaba tan mal. La tensión entre ambos se debía a que Antipas había hecho degollar a Juan el Bautista, por considerarlo su enemigo.
¿Qué habrá dicho ahora Antipas al enterarse de que la esposa de su gerente general andaba deambulando atrás de Jesús, un Maestro revolucionario radical y, para colmo, ex discípulo de Juan el Bautista? Para empeorar las cosas, en cierta ocasión Jesús mismo criticó públicamente a Antipas, llamándolo “zorro”, por su temperamento pérfido y codicioso (Lc 13, 31-32). Todo esto, ¿habrá hecho peligrar la situación laboral de Cusa? ¿Se habrá enojado el gobernador con él y lo habrá expulsado de su trabajo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que Juana, a pesar de que su seguimiento a Jesús ponía en riesgo la carrera de su marido, nunca abandonó al Maestro y lo siguió hasta el final (Lc 24, 10).
LAS LECCIONES FEMENINAS
El hecho de que los evangelios mencionen nada menos que en cinco oportunidades a un grupo de mujeres que seguían a Jesús es, sin duda, un indicio de que estamos ante un valioso testimonio histórico. Pero falta responder a unas preguntas: ¿estas mujeres escuchaban también las enseñanzas privadas de Jesús, o no? ¿Estaban, también en ese sentido, al mismo nivel que los discípulos varones?
La cuestión es importante porque en tiempos de Jesús los judíos no permitían que las mujeres estudiaran la Palabra de Dios. Se pensaba que ellas estaban en condiciones intelectuales inferiores y que era peligroso enseñarles algo tan sagrado por los errores que podían sacar de las Escrituras. Sabemos, por ejemplo, que los rabinos decían: “Es preferible quemar el Libro de la Ley, antes que enseñarle a una mujer”. Otro maestro judío, Rabí Eliezer, en el siglo I d.C. comentaba: “Quien le enseña a su hija la Ley, le enseña obscenidades”. También decían los rabinos: “Todos los males que existen en el mundo entran por el tiempo que los hombres pierden hablando con las mujeres”. Frente a este clima adverso hacia la enseñanza de las mujeres, ¿cómo actuó Jesús?
Los evangelios no nos dicen nada. Sin embargo, cuando ellas van a su tumba la mañana de Pascua y la encuentran vacía, cuenta san Lucas que se les aparecen dos ángeles y les dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: ‘Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite’”. Y Lucas continúa: “Ellas entonces recordaron sus palabras” (Lc 24, 5-8). En este pasaje se repite dos veces la palabra “recordar”. O sea que, según Lucas, las mujeres habían escuchado las enseñanzas privadas que Jesús impartió en Galilea sobre los últimos acontecimientos de su vida y que en los evangelios aparecen como transmitidas sólo a los varones (Lc 9, 18-27). Igualmente Marcos (16, 6-7) da a entender que ellas participaron de esas enseñanzas.
UNA OSADÍA ESCANDALOSA
Durante su vida, Jesús conformó un nuevo tipo de discipulado itinerante. Pero su actitud más innovadora y audaz fue la de haber admitido en ese grupo a mujeres que viajaban con él, compartiendo esas instrucciones.
En su época, a las mujeres no se les permitían semejantes libertades. No era bien visto que tuvieran trato directo con hombres que no fueran sus propios familiares (Jn 4, 27). Y, cuando asistían al templo con motivo de una fiesta religiosa, no podían ingresar en el patio donde estaban los hombres, debiendo permanecer en un claustro exclusivo. Asimismo, cuando iban a rezar a las sinagogas, permanecían separadas de los varones.
Alejadas de los problemas sociales, excluidas de la vida pública, apartadas de los debates religiosos, sin competencia en cuestiones políticas, eran las grandes perdedoras en la sociedad judía de los tiempos de Jesús. Su función se reducía al cuidado de la casa y de los hijos. Por eso no deja de sorprender la osadía del Maestro de Nazaret.
LA APTITUD DEL CORAZÓN
Ya de por sí la gente criticaba a Jesús diciendo que era un comilón y un borracho, amigo de pecadores (Mt 11, 19) y de prostitutas (Lc 7, 39); lo tildaba de loco (Mc 3, 20-21) y endemoniado (Jn 8, 48). Pero verlo además acompañado de un séquito de mujeres sin maridos, algunas de las cuales eran antiguas endemoniadas, que lo sostenían económicamente y que viajaban con él por las zonas rurales de Galilea, escuchando y aprendiendo sus enseñanzas, debió ser algo escandaloso y, sin duda, debió de haber aumentado la desconfianza hacia su persona. La gente seguramente se preguntaría cómo era posible que un maestro afamado como él admitiera a personas que la tradición judía consideraba no capacitadas para el estudio y el servicio religioso. Pero la respuesta de Jesús, al aceptarlas en su grupo, fue que toda persona es apta para el servicio de Dios.
En las manos de Jesús, en el grupo de Jesús, en la escuela de Jesús, todos somos valiosos e importantes. Más aún, todos somos necesarios. De aquellas mujeres, a quienes la sociedad de su época no consideraba, Jesús supo sacar enormes riquezas y descubrir un potencial impresionante. Porque nuestro valor como personas no depende de la aceptación de los demás, ni de que los otros nos reconozcan o aprueben. Depende del llamado de Jesús a cada uno. Eso es lo que vuelve a alguien extraordinariamente importante. Y él sigue hoy llamándonos a hacer cosas grandiosas. A todos. Basta con escucharlo y preguntarle: ¿a dónde nos quieres llevar?
_____________
Ariel Álvarez Valdés. Doctor en Teología Bíblica, Santiago del Estero, Argentina. Artículo publicado en revista Mensaje, www.mensaje.cl
Que Jesús tuvo discípulos varones es algo que ningún estudioso ha negado nunca. Sabemos que durante su vida pública se rodeó de un grupo de hombres que lo seguían a todas partes. Pero ¿tuvo también discípulas mujeres? De ser así, habría constituido un fenómeno sorprendente y escandaloso, ya que entre los judíos del siglo I estaba mal visto que un maestro enseñara la Biblia a mujeres y que, además, se dejara acompañar por ellas.
Si leemos el primer evangelio que se escribió, el de san Marcos, veremos que Jesús sólo aparece rodeado de varones, nunca de mujeres. Pero el final del evangelio nos depara una sorpresa. Cuando Jesús se halla clavado en la cruz, después de morir, Marcos dice que “había allí unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15, 40-41).
¿Quiénes son estas mujeres? Marcos da el nombre de algunas de ellas, las más conocidas en su ambiente, y nos señala tres características.
La primera es que “seguían” a Jesús. El verbo “seguir” es un verbo especial, que los evangelios suelen reservar para los discípulos de Jesús. Por ejemplo, cuando Jesús llamó a Pedro y Andrés, que estaban pescando, ellos dejaron las redes y “lo siguieron” (Mc 1, 18). Cuando llamó a Santiago y a Juan, también dejaron a su padre y “lo siguieron” (Mt 4, 22). Cuando invitó a Leví, sólo le dijo “sígueme” y él “lo siguió” (Mc 2, 14). Y al hombre rico lo llamó, diciendo: “Sígueme” (Mc 10, 21).
Es que, según Marcos, una de las condiciones que Jesús había puesto a sus discípulos era que “lo siguieran” (Mc 8, 34). Se trataba de algo tan fundamental y la idea estaba tan arraigada en los Doce, que una vez se cuenta que el apóstol Juan encontró por el camino a un hombre muy bueno, creyente, que hasta realizaba milagros, pero no fue considerado discípulo porque “no seguía” a Jesús (Mc 9, 38). Y cuando aquellos Doce quisieron recordarle a Jesús que eran verdaderos discípulos, le dijeron: “Nosotros te hemos seguido” (Mc 10, 28).
CON LA ESCUELA A CUESTAS
Pero no era un seguimiento simbólico, como cuando decimos “yo sigo a tal autor” para decir simplemente que somos adeptos a sus ideas. No. Jesús pedía el seguimiento físico, literal, por los lugares y pueblos que él recorría predicando y curando enfermos. Esa era la principal diferencia con los demás maestros y rabinos de su época. Éstos reunían a sus discípulos en un edificio o centro de estudio, donde les enseñaban la Ley, y después los mandaban de vuelta a sus casas. Además, el plan de estudios que les ofrecían duraba una cantidad fija de años. En cambio, Jesús había inventado algo novedoso. No los convocaba a ninguna escuela ni les ofrecía un curso fijo: los invitaba a experimentar en su propia vida la Buena Noticia que él predicaba. Y para eso los llevaba a todas partes para que vieran cómo aparecía el Reino de Dios entre la gente.
Ahora bien, si Marcos nos dice que aquellas mujeres que estaban al pie de la cruz “seguían a Jesús”, es porque formaban parte del grupo itinerante de sus discípulos.
NO SÓLO LAVAR LOS PLATOS
Lo segundo que el evangelista dice de ellas es que “servían” a Jesús cuando estaba en Galilea. Pero ¿qué clase de servicio prestaban en el grupo? Normalmente, se piensa que hacían trabajos “de mujeres”, es decir, cocinar, servir la mesa, lavar los platos, coser la ropa. Un grupo itinerante, como el de Jesús, necesitaría de alguien que se ocupara de estos menesteres.
Y bien podían haber sido ésas la tarea de ellas. Pero vemos que muchas de estas funciones las cumplían los varones. Así, los discípulos aparecen sirviendo la comida (Mc 6, 41), recogiendo las sobras (Jn 6, 12), comprando alimentos (Jn 4, 8). En el evangelio de Marcos, la palabra “servir” no significa hacer tareas domésticas, sino anunciar el Evangelio. Al hablar de su misión en este mundo, Jesús dijo que no vino “a ser servido, sino a servir y a dar su vida” (Mc 10, 48). O sea, servir, en lenguaje evangélico, significa dar la vida por los hermanos, pero cumpliendo una misión evangelizadora. Ésa, dice Jesús, es la misión de todo discípulo (Lc 12, 35-48; 17, 7-10). Incluso la perfección cristiana se obtiene con el servicio (Mt 25, 44).
En otras palabras, si estas mujeres “servían” a Jesús es porque de alguna manera predicaban el Evangelio, sanaban enfermos, expulsaban demonios y realizaban las mismas funciones de los demás discípulos, no porque cumplían tareas de cocina y limpieza.
Por último, Marcos dice que ellas “habían subido con Jesús a Jerusalén”. Es decir, no eran mujeres locales que al enterarse de su muerte se habían reunido espontáneamente a contemplar el macabro espectáculo, sino mujeres de Galilea que habían viajado con Jesús y sus discípulos a Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua. Habían hecho, pues, el largo viaje relatado en Mc 10, 1 - 11, 11.
OTROS NOMBRES PERO LA MISMA FUNCIÓN
Si Jesús tuvo durante su vida pública, además de los Doce, un grupo de mujeres que lo acompañaban en sus viajes y en su misión, ¿por qué Marcos guardó silencio sobre ellas durante todo su evangelio y sólo al final las menciona? Posiblemente, porque su presencia en el grupo de Jesús era un dato escandaloso para los lectores. Por eso prefirió no nombrarlas. Pero el hecho de que ellas hubieran estado presentes durante su muerte, e incluso durante su resurrección, era tan conocido que Marcos ya no pudo callarlo.
Pero Marcos no es el único evangelista que las menciona. También Mateo, al relatar la muerte de Jesús, agrega: “Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (Mt 27, 55-56).
Mateo, al igual que Marcos, da el nombre de tres de ellas. Sólo cambia el de la tercera mujer. Mientras Marcos cita a Salomé, Mateo habla de la madre de los hijos de Zebedeo (es decir, la madre de Santiago y Juan). Posiblemente, Mateo lo hace porque no sabía quién era Salomé. En cambio, sabía que la madre de los Zebedeo estuvo siguiendo a Jesús durante su vida; de hecho, la menciona en una escena (Mt 20, 20). De todos modos, lo que nos dice de ellas es lo mismo que Marcos: que seguían al Señor, y que le servían.
AUNQUE PERJUDICABA A SU MARIDO
También Lucas menciona a las mujeres discípulas al final de la vida de Jesús (Lc 23, 49; 23, 55). Pero este autor nos depara una sorpresa, pues hizo algo que ningún otro evangelista se animó a hacer: las menciona como acompañantes de Jesús “durante” su vida pública.
En efecto, en cierta ocasión en que Jesús iba de viaje por Galilea, dice Lucas: “Recorría las ciudades y pueblos, proclamando y anunciando el Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana, y muchas otras que lo servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3).
Notemos cómo el evangelista coloca tanto a los Doce como a las mujeres en un mismo nivel, puesto que une a los dos grupos con la conjunción “y”, que sirve para igualarlos. Nos dice además que eran mujeres de buena posición económica, puesto que ayudaban material y económicamente el movimiento de Jesús con su propio dinero.
Pero sobre todo resulta interesante ver los nombres que aparecen en la lista, especialmente el de una tal Juana. De ella se nos explica que estaba casada con Cusa. Ahora bien, éste era nada menos que el administrador de Herodes Antipas, gobernador de Galilea, con quien Jesús se llevaba tan mal. La tensión entre ambos se debía a que Antipas había hecho degollar a Juan el Bautista, por considerarlo su enemigo.
¿Qué habrá dicho ahora Antipas al enterarse de que la esposa de su gerente general andaba deambulando atrás de Jesús, un Maestro revolucionario radical y, para colmo, ex discípulo de Juan el Bautista? Para empeorar las cosas, en cierta ocasión Jesús mismo criticó públicamente a Antipas, llamándolo “zorro”, por su temperamento pérfido y codicioso (Lc 13, 31-32). Todo esto, ¿habrá hecho peligrar la situación laboral de Cusa? ¿Se habrá enojado el gobernador con él y lo habrá expulsado de su trabajo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que Juana, a pesar de que su seguimiento a Jesús ponía en riesgo la carrera de su marido, nunca abandonó al Maestro y lo siguió hasta el final (Lc 24, 10).
LAS LECCIONES FEMENINAS
El hecho de que los evangelios mencionen nada menos que en cinco oportunidades a un grupo de mujeres que seguían a Jesús es, sin duda, un indicio de que estamos ante un valioso testimonio histórico. Pero falta responder a unas preguntas: ¿estas mujeres escuchaban también las enseñanzas privadas de Jesús, o no? ¿Estaban, también en ese sentido, al mismo nivel que los discípulos varones?
La cuestión es importante porque en tiempos de Jesús los judíos no permitían que las mujeres estudiaran la Palabra de Dios. Se pensaba que ellas estaban en condiciones intelectuales inferiores y que era peligroso enseñarles algo tan sagrado por los errores que podían sacar de las Escrituras. Sabemos, por ejemplo, que los rabinos decían: “Es preferible quemar el Libro de la Ley, antes que enseñarle a una mujer”. Otro maestro judío, Rabí Eliezer, en el siglo I d.C. comentaba: “Quien le enseña a su hija la Ley, le enseña obscenidades”. También decían los rabinos: “Todos los males que existen en el mundo entran por el tiempo que los hombres pierden hablando con las mujeres”. Frente a este clima adverso hacia la enseñanza de las mujeres, ¿cómo actuó Jesús?
Los evangelios no nos dicen nada. Sin embargo, cuando ellas van a su tumba la mañana de Pascua y la encuentran vacía, cuenta san Lucas que se les aparecen dos ángeles y les dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden cómo les habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: ‘Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite’”. Y Lucas continúa: “Ellas entonces recordaron sus palabras” (Lc 24, 5-8). En este pasaje se repite dos veces la palabra “recordar”. O sea que, según Lucas, las mujeres habían escuchado las enseñanzas privadas que Jesús impartió en Galilea sobre los últimos acontecimientos de su vida y que en los evangelios aparecen como transmitidas sólo a los varones (Lc 9, 18-27). Igualmente Marcos (16, 6-7) da a entender que ellas participaron de esas enseñanzas.
UNA OSADÍA ESCANDALOSA
Durante su vida, Jesús conformó un nuevo tipo de discipulado itinerante. Pero su actitud más innovadora y audaz fue la de haber admitido en ese grupo a mujeres que viajaban con él, compartiendo esas instrucciones.
En su época, a las mujeres no se les permitían semejantes libertades. No era bien visto que tuvieran trato directo con hombres que no fueran sus propios familiares (Jn 4, 27). Y, cuando asistían al templo con motivo de una fiesta religiosa, no podían ingresar en el patio donde estaban los hombres, debiendo permanecer en un claustro exclusivo. Asimismo, cuando iban a rezar a las sinagogas, permanecían separadas de los varones.
Alejadas de los problemas sociales, excluidas de la vida pública, apartadas de los debates religiosos, sin competencia en cuestiones políticas, eran las grandes perdedoras en la sociedad judía de los tiempos de Jesús. Su función se reducía al cuidado de la casa y de los hijos. Por eso no deja de sorprender la osadía del Maestro de Nazaret.
LA APTITUD DEL CORAZÓN
Ya de por sí la gente criticaba a Jesús diciendo que era un comilón y un borracho, amigo de pecadores (Mt 11, 19) y de prostitutas (Lc 7, 39); lo tildaba de loco (Mc 3, 20-21) y endemoniado (Jn 8, 48). Pero verlo además acompañado de un séquito de mujeres sin maridos, algunas de las cuales eran antiguas endemoniadas, que lo sostenían económicamente y que viajaban con él por las zonas rurales de Galilea, escuchando y aprendiendo sus enseñanzas, debió ser algo escandaloso y, sin duda, debió de haber aumentado la desconfianza hacia su persona. La gente seguramente se preguntaría cómo era posible que un maestro afamado como él admitiera a personas que la tradición judía consideraba no capacitadas para el estudio y el servicio religioso. Pero la respuesta de Jesús, al aceptarlas en su grupo, fue que toda persona es apta para el servicio de Dios.
En las manos de Jesús, en el grupo de Jesús, en la escuela de Jesús, todos somos valiosos e importantes. Más aún, todos somos necesarios. De aquellas mujeres, a quienes la sociedad de su época no consideraba, Jesús supo sacar enormes riquezas y descubrir un potencial impresionante. Porque nuestro valor como personas no depende de la aceptación de los demás, ni de que los otros nos reconozcan o aprueben. Depende del llamado de Jesús a cada uno. Eso es lo que vuelve a alguien extraordinariamente importante. Y él sigue hoy llamándonos a hacer cosas grandiosas. A todos. Basta con escucharlo y preguntarle: ¿a dónde nos quieres llevar?
_____________
Ariel Álvarez Valdés. Doctor en Teología Bíblica, Santiago del Estero, Argentina. Artículo publicado en revista Mensaje, www.mensaje.cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario