Introducción
Las lecturas de hoy nos muestran el gran peligro que conlleva el egoísmo: la destrucción del elemento más importante de la creación de Dios, el ser humano.
Esto es algo que irrita tremendamente a Jesús, que además advierte de que la consecuencia de nuestro egoísmo repercute directamente en nosotros ya que nos priva de lo que verdaderamente puede hacernos plenamente felices: el compartir lo que tenemos y lo que somos por puro amor.
Todos estamos conectados por el mismo Espíritu que nos creó, y todos tenemos la libertad de hacer que esos lazos fructifiquen de forma positiva uniéndonos como la gran familia de Dios (aumentando la solidaridad, la justicia, la caridad que nos hermana…), o de forma negativa separándonos (favoreciendo el egoísmo, la injusticia, el dolor… que acaban aislándonos en nuestra propia miseria desheredándonos).
Sólo desde el nuevo Reino de Dios que predica Jesús con el ejemplo de su vida compartida y entregada hasta el extremo, es posible restaurar las situaciones de injusticia, esclavitud, hambre, persecución, sufrimiento en definitiva, que impiden que se cumpla el proyecto último de Dios: la plena realización y felicidad de todos.
La justicia, ahora, tiene que ver con nuestra felicidad futura
Iª Lectura: Amós (6,1-7):
I.1. Una de las “invectivas” más fuertes y acres del profeta Amós es ésta que se lee en este domingo y que nos recuerda las situaciones más escandalosas de la sociedad de consumo. El profeta de la justicia social sabe advertir contra aquellos que se refugian en un “boom económico” como está viviendo en esos instantes el reino del Norte, Israel, cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una sociedad de consumo es bien injusta desde todos los puntos de vista: los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres en la medida en que el lujo, el dinero, el poder, es sólo de unos pocos. El profeta no callará.
I.2. Pero vemos que el profeta no pretende pedir apretarse el cinturón ante una crisis que se avecina; el problema es más de raíz: el pueblo elegido tiene que vivir según los criterios de Dios que pide la justicia y la igualdad para todos. Su ideología no es la de un hombre desfasado, sino la de aquél que siente que Dios no puede soportar la irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la crisis, la destrucción por medio de la gran potencia Asiria. La injusticia trae destrucción; siempre ha sido así. La conciencia crítica de los profetas es una alerta siempre necesaria. Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles para nuestra conciencia adormecida.
IIª Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza
El texto de la carta a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Pero esta virtud no es la cerrazón en una ideología, sino la dinámica que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que ir consumándose en la justicia, en la solidaridad, en el amor...hasta que llegue la manifestación de la plenitud de Dios, que nos ha revelado Jesucristo.
Evangelio: Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el infierno!
III.1. El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener (Lc 16). Se cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo. El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son capaces de compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.
III.2. La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería haber sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de referencia del rico, no solamente mientras están los dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro le refresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o que se le mande para que advierta a sus hermanos (v. 27). ¿Es un adorno literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho más que eso. No intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como conciencia crítica expresada de una forma semiótica por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él debería haber liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como muchos defendían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.
III.3. La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a los miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y esto sin recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no solamente de una historia, sino de muchas historias reales!
III.4. El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa; frente a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se pueda hablar de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues, entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador de la injusticia que supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro.
La lectura del Evangelio, nos sitúa ante la pregunta de: ¿Qué nos ocurrirá tras la muerte? Pues bien, no lo sabemos. Y tampoco lo sabían los autores de las Escrituras Sagradas. Ni siquiera Jesús desde su plena humanidad podía saberlo, ya que eso habría sido “jugar con ventaja”, con información y conocimiento privilegiado. Pero lo que está claro es que ni a Jesús, ni a los evangelistas, ni a nosotros hoy, nos resultaría fácil aceptar que Dios pudiera equiparar tras la muerte (del modo que fuere) al rico despreocupado sin misericordia, con el pobre que pide humillado a su puerta. Algo dentro de nosotros clama justicia y exige explicación.
Ahora ya desde nuestro momento, desde nuestra teología, desde nuestro diálogo amistoso con las culturas, podemos identificar ese clamor como un lugar teológico en el que Dios habla y se manifiesta con claridad a través de la historia.
Tal vez hoy estemos en mejores condiciones que ayer, para poder captar la imagen en la que se nos revela Dios, que no actúa desde la venganza, ni condena como creían los judíos o los cristianos de épocas pasadas (con la imagen del Pantocrátor en los ábsides de sus iglesias).
La Teología descubre hoy a un ser humano imagen y semejanza de Dios, al que se le encarga dar nombre y continuar la obra del Padre - Madre de la Creación. Un ser humano en el que Dios descarga plenamente su poder, de modo que aquel ya no puede como antes culpar de nada de lo ocurrido a Dios, sino que es responsable tanto de lo que hace por mejorar el mundo, como de lo que no hace, como en el caso de nuestro rico inmisericorde.
En eso consiste la encarnación. Dios se hizo plenamente humano en Jesús de Nazaret, para desvelarnos su manera de abajarse (su kénosis), su forma de estar presente mediante su Espíritu en nuestra propia humanidad.
De ahí que cuando hacemos el bien, hacemos visible a Dios en el mundo y saciamos una sed de la que apenas somos conscientes, nuestra sed de felicidad, o sed de Dios, lo cual nos realiza y nos identifica como hijos e hijas suyos herederos de su proyecto.
Ya nos decía también Jesús que hay mayor dicha en el dar que en el recibir, como nos recuerda San Pablo (en hch 20,35) porque el que da se permitir obrar desde la caridad a imagen y semejanza de Dios y eso le otorga una felicidad profunda que toca lo más auténtico de su ser.
Del mismo modo, el que cierra sus ojos y sus entrañas al dolor y al sufrimiento de su prójimo, se cierra él mismo la puerta del Reino de Dios, la puerta de la felicidad, porque no permite que Dios se manifieste en y a través de su vida. Y eso no es ninguna venganza de Dios, sino la consecuencia de su obrar equivocado.
En cuanto a los pobres (un grupo especialmente querido por Jesús dentro de todos los marginados y excluidos por la Ley judía), hoy estamos en mejores condiciones que los judíos para comprender que ellos son un lugar teológico en el que Dios se manifiesta. Es un gran paso el que dio Jesús, cuando afirmó a propósito del Dios justiciero de la retribución, que esa no podía ser la forma de obrar de Dios. Así en el Evangelio de Juan, ante la pregunta de quién pecó para merecer nacer ciego, su respuesta fue:
“Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,2-3).
Como dice San Pablo en la segunda lectura: “practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza...” y serás “un hombre de Dios”, y como consecuencia “conquistarás la vida eterna a la que fuiste llamado”.
Descubrirnos como parte del proyecto de Dios abre nuestra mirada sobre el mundo y nos llena de un nuevo sentido, que antes nos pasaba desapercibido y que ahora nos ayuda a descubrir la huella de bondad y amor en todo lo que nos rodea.
Y desde ese Espíritu, es de donde surge en nosotros la alegría, el agradecimiento y la alabanza a Dios, como se expresa en el salmo responsorial, “alaba alma mía al Señor”. Porque nuestro Dios es fiel y no nos abandona, porque nos ha devuelto la esperanza, porque podemos confiar en Él y podemos estar seguros de que siempre nos bendecirá con su Gracia a pesar de nuestra debilidad, de nuestras luchas diarias y de nuestras cruces cotidianas.
Fr. Samuel Leiva O.P.
Convento de Santo Tomás (Sevilla)
Esto es algo que irrita tremendamente a Jesús, que además advierte de que la consecuencia de nuestro egoísmo repercute directamente en nosotros ya que nos priva de lo que verdaderamente puede hacernos plenamente felices: el compartir lo que tenemos y lo que somos por puro amor.
Todos estamos conectados por el mismo Espíritu que nos creó, y todos tenemos la libertad de hacer que esos lazos fructifiquen de forma positiva uniéndonos como la gran familia de Dios (aumentando la solidaridad, la justicia, la caridad que nos hermana…), o de forma negativa separándonos (favoreciendo el egoísmo, la injusticia, el dolor… que acaban aislándonos en nuestra propia miseria desheredándonos).
Sólo desde el nuevo Reino de Dios que predica Jesús con el ejemplo de su vida compartida y entregada hasta el extremo, es posible restaurar las situaciones de injusticia, esclavitud, hambre, persecución, sufrimiento en definitiva, que impiden que se cumpla el proyecto último de Dios: la plena realización y felicidad de todos.
Comentario bíblico
La justicia, ahora, tiene que ver con nuestra felicidad futura
Iª Lectura: Amós (6,1-7):
I.1. Una de las “invectivas” más fuertes y acres del profeta Amós es ésta que se lee en este domingo y que nos recuerda las situaciones más escandalosas de la sociedad de consumo. El profeta de la justicia social sabe advertir contra aquellos que se refugian en un “boom económico” como está viviendo en esos instantes el reino del Norte, Israel, cuya capital, Samaría, era muy lujosa. Una sociedad de consumo es bien injusta desde todos los puntos de vista: los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres en la medida en que el lujo, el dinero, el poder, es sólo de unos pocos. El profeta no callará.
I.2. Pero vemos que el profeta no pretende pedir apretarse el cinturón ante una crisis que se avecina; el problema es más de raíz: el pueblo elegido tiene que vivir según los criterios de Dios que pide la justicia y la igualdad para todos. Su ideología no es la de un hombre desfasado, sino la de aquél que siente que Dios no puede soportar la irresponsabilidad humana. Llegará, como llegó, la crisis, la destrucción por medio de la gran potencia Asiria. La injusticia trae destrucción; siempre ha sido así. La conciencia crítica de los profetas es una alerta siempre necesaria. Molestan nuestra comodidad, pero son imprescindibles para nuestra conciencia adormecida.
IIª Lectura: Iª Timoteo (6,11-16): Perseverancia en la fe, como confianza
El texto de la carta a Timoteo es una llamada a la lucha por la fe. El hombre piadoso, religioso, sabe que en este mundo, mantener la fe, no es fácil, porque las cosas de Dios y del evangelio no se imponen por sí mismas. Otros dioses, otros poderes, roban el corazón de los hombres y es necesario mantener la perseverancia. Pero esta virtud no es la cerrazón en una ideología, sino la dinámica que nos abre al proyecto futuro de Dios. Este mundo tiene que ir consumándose en la justicia, en la solidaridad, en el amor...hasta que llegue la manifestación de la plenitud de Dios, que nos ha revelado Jesucristo.
Evangelio: Lucas (16,19-31): ¡Construyamos el cielo como Dios quiere, no el infierno!
III.1. El evangelio de Lucas cierra el famoso capítulo social que el domingo pasado planteaba cuestiones concretas para los cristianos, como el amor al dinero o a las riquezas y la actitud que se debe mantener (Lc 16). Se cierra con la famosa parábola del pobre Lázaro y el rico epulón, que es lo opuesto a la parábola con la que se abría el mismo. El rico epulón es el motivo para poner de manifiesto, en la mentalidad de Lucas, lo que espera a los que no son capaces de compartir sus riquezas con los pobres. Y no ya solamente dando limosnas, sino que la parábola es mucho más concluyente: la situación de Lázaro se produce por la actitud del que se viste de púrpura y lino y celebra grandes fiestas. Esta narración parabólica da mucho de sí para hablar, hoy más que nunca, de las diferencias sociales; del empobrecimiento mundial, de la deuda que muchos pueblos del Tercer y Cuarto mundo no pueden soportar. Y se hablará, incluso, del “infierno” que muchos se merecen… Veamos algunos aspectos.
III.2. La culpabilidad del rico siempre está en oposición a alguien que vive miserablemente y a quien él debería haber sacado de ese mal. De ahí que la figura de Lázaro, el pobre, aparezca en toda la narración como punto de referencia del rico, no solamente mientras están los dos en este mundo, sino muy especialmente en el más allá. Cuando el rico vive su situación de desgracia, ya irreversible según la ideología del texto, pide y ruega que Lázaro le refresque su lengua con la punta de sus dedos (v. 24); o que se le mande para que advierta a sus hermanos (v. 27). ¿Es un adorno literario, pasivo, para confirmar lo que se ha definido en el v.25? Es mucho más que eso. No intentemos definir el “infierno” al pie de la letra de la narración, con llamas o algo así: ¡sería una equivocación teológicamente imperdonable! Consideramos que se quiere poner el dedo en la llaga como conciencia crítica expresada de una forma semiótica por la figura del pobre, que tiene un nombre propio, a quien él debería haber liberado. Y es que la riqueza en sí no es neutra, ni se recibe nunca como bien discriminatorio, como muchos defendían en la mentalidad del judaísmo del tiempo de Jesús y del cristianismo primitivo.
III.3. La acumulación de riquezas es injusta; pero es más injusta todavía cuando al lado (y hoy, al lado, por los medios de comunicación, son miles de kilómetros) hay personas que ni siquiera tienen las migajas necesarias para comer. A nosotros nos parece que la culpabilidad de los ricos (o de los pueblos ricos) que se comportan frente a los miserables como el de nuestro ejemplo está absolutamente presente desde el principio al final de la narración, y esto sin recurrir a una alegorización excesiva de la misma. Pero no deja de ser curioso que el rico ni siquiera tiene nombre. Es un rico sin nombre… ¡qué curioso!. En la parábola, por el contrario, quien tiene nombre propio es Lázaro. No es eso lo que sucede precisamente en nuestro mundo de relaciones sociales injustas. Los ricos salen en todos los periódicos y hablan de ellos todas las revistas financieras y del corazón. Y además, el rico sin nombre bien que sabe el nombre que tiene el pobre: ¡Lázaro!, signifique lo que signifique (Eleazar, en hebreo significa “Dios es mi ayuda”). ¡Todo esto da que pensar en la parábola que Jesús ha inventado, no solamente de una historia, sino de muchas historias reales!
III.4. El rico es culpable frente a Lázaro, no frente a los pobres en general, que siempre puede ser una excusa; frente a una persona con nombre propio que se ha encontrado en su vida. Eso, desde luego, no quita que también se pueda hablar de la esperanza de los pobres frente al Dios justo, aquí representado por Abrahán. El abismo, pues, entre los ricos y los pobres, según Lucas quiere poner de manifiesto, puede y debe cambiarse en el presente. El futuro se hace en el presente y quien sabe cambiar su presente, cambia también el futuro. Este es el objetivo final también de la narración sobre el rico epulón y el pobre Lázaro, como lo era del administrador de la injusticia que supo repartir el dinero acumulado de su señor para hacerse amigos; no se lo guardó para él. Pero los que usan las riquezas sólo para sí... se están cerrando el futuro.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
La lectura del Evangelio, nos sitúa ante la pregunta de: ¿Qué nos ocurrirá tras la muerte? Pues bien, no lo sabemos. Y tampoco lo sabían los autores de las Escrituras Sagradas. Ni siquiera Jesús desde su plena humanidad podía saberlo, ya que eso habría sido “jugar con ventaja”, con información y conocimiento privilegiado. Pero lo que está claro es que ni a Jesús, ni a los evangelistas, ni a nosotros hoy, nos resultaría fácil aceptar que Dios pudiera equiparar tras la muerte (del modo que fuere) al rico despreocupado sin misericordia, con el pobre que pide humillado a su puerta. Algo dentro de nosotros clama justicia y exige explicación.
Ahora ya desde nuestro momento, desde nuestra teología, desde nuestro diálogo amistoso con las culturas, podemos identificar ese clamor como un lugar teológico en el que Dios habla y se manifiesta con claridad a través de la historia.
Tal vez hoy estemos en mejores condiciones que ayer, para poder captar la imagen en la que se nos revela Dios, que no actúa desde la venganza, ni condena como creían los judíos o los cristianos de épocas pasadas (con la imagen del Pantocrátor en los ábsides de sus iglesias).
La Teología descubre hoy a un ser humano imagen y semejanza de Dios, al que se le encarga dar nombre y continuar la obra del Padre - Madre de la Creación. Un ser humano en el que Dios descarga plenamente su poder, de modo que aquel ya no puede como antes culpar de nada de lo ocurrido a Dios, sino que es responsable tanto de lo que hace por mejorar el mundo, como de lo que no hace, como en el caso de nuestro rico inmisericorde.
En eso consiste la encarnación. Dios se hizo plenamente humano en Jesús de Nazaret, para desvelarnos su manera de abajarse (su kénosis), su forma de estar presente mediante su Espíritu en nuestra propia humanidad.
De ahí que cuando hacemos el bien, hacemos visible a Dios en el mundo y saciamos una sed de la que apenas somos conscientes, nuestra sed de felicidad, o sed de Dios, lo cual nos realiza y nos identifica como hijos e hijas suyos herederos de su proyecto.
Ya nos decía también Jesús que hay mayor dicha en el dar que en el recibir, como nos recuerda San Pablo (en hch 20,35) porque el que da se permitir obrar desde la caridad a imagen y semejanza de Dios y eso le otorga una felicidad profunda que toca lo más auténtico de su ser.
Del mismo modo, el que cierra sus ojos y sus entrañas al dolor y al sufrimiento de su prójimo, se cierra él mismo la puerta del Reino de Dios, la puerta de la felicidad, porque no permite que Dios se manifieste en y a través de su vida. Y eso no es ninguna venganza de Dios, sino la consecuencia de su obrar equivocado.
En cuanto a los pobres (un grupo especialmente querido por Jesús dentro de todos los marginados y excluidos por la Ley judía), hoy estamos en mejores condiciones que los judíos para comprender que ellos son un lugar teológico en el que Dios se manifiesta. Es un gran paso el que dio Jesús, cuando afirmó a propósito del Dios justiciero de la retribución, que esa no podía ser la forma de obrar de Dios. Así en el Evangelio de Juan, ante la pregunta de quién pecó para merecer nacer ciego, su respuesta fue:
“Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,2-3).
Como dice San Pablo en la segunda lectura: “practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza...” y serás “un hombre de Dios”, y como consecuencia “conquistarás la vida eterna a la que fuiste llamado”.
Descubrirnos como parte del proyecto de Dios abre nuestra mirada sobre el mundo y nos llena de un nuevo sentido, que antes nos pasaba desapercibido y que ahora nos ayuda a descubrir la huella de bondad y amor en todo lo que nos rodea.
Y desde ese Espíritu, es de donde surge en nosotros la alegría, el agradecimiento y la alabanza a Dios, como se expresa en el salmo responsorial, “alaba alma mía al Señor”. Porque nuestro Dios es fiel y no nos abandona, porque nos ha devuelto la esperanza, porque podemos confiar en Él y podemos estar seguros de que siempre nos bendecirá con su Gracia a pesar de nuestra debilidad, de nuestras luchas diarias y de nuestras cruces cotidianas.
Fr. Samuel Leiva O.P.
Convento de Santo Tomás (Sevilla)
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