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miércoles, 1 de septiembre de 2010

No temáis


“No os inquietéis por vuestra vida, qué comeréis”
Publicado por Hesiquia

… Gran parte de nuestras inquietudes giran alrededor del tener que nos parece garantizar la seguridad del mañana. Cada uno conoce muy bien el miedo de que le falte algo. ¿Es necesario recordar el Evangelio?
“No os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Pues todas estas cosas preocupan a los paganos: pero ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad antes que nada el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Entonces, no os preocupéis del día de mañana, pues el día de mañana se preocupará de él mismo. Ya le basta a cada día su mal”. (Mt 6, 31-34).
Estas frases encantan a algunos e indignan a otros; demasiado rápido tal vez en ambos casos pues se evita establecer la relación entre la soberana despreocupación sobre el tener y la búsqueda de justicia. A quienes se entregan a la obra del Reino y en la medida de su donación, se les promete que serán liberados de la preocupación de lo que es anterior al Reino. Evidentemente, esta promesa se les ofrece a todos los que la reciben, no sólo a sacerdotes, a religiosos, a militantes.
Por cierto, que se realiza según diversos tipos. Ha ocurrido que el Señor haya manifestado por medio de milagros a alguna atención especial su providencia respecto de aquellos que se han expuesto vigorosamente por su justicia. Pero no es esto lo que se ha de retener esencialmente de la lección evangélica.
Aquí Jesús afirma sobre todo que el Reino nos basta en lo que respecta a nuestra vida y la felicidad de nuestra vida. Tenemos en él el gozo “que no nos será quitado”, “el tesoro al que no roe la polilla”. Y se nos llama a estar suficientemente unificados en nuestro interior para que la seguridad de la felicidad fundamental haga retroceder hasta hacerla desaparecer la inquietud sobre la añadidura.
Si damos respuesta correcta a la pregunta: “¿Dónde está tu tesoro? “ podremos saber si nuestro corazón comienza a establecerse donde ya no hay temor. Amor, desprendimiento y liberación de la preocupación están admirablemente vinculados con un lazo que solamente la gracia y el Espíritu saben atar.
“No tenemos acá ciudad permanente”
Tememos lo que amenaza nuestro haber, pero más aún lo que amenaza nuestro ser: la muerte o su equivalente, el sufrimiento insoportable, la locura, la pérdida de nuestros seres queridos o de nuestras razones de vivir. Los cristianos conocen más o menos que el misterio pascual es victoria sobre la muerte, pero raramente dan en su vida la imagen de esa muerte ya vencida, y como la mayoría de los hombres de hoy, se esconden a la realidad de la muerte…
Pero frente a la muerte tenemos en nuestra fe otros recursos que una sabiduría fugaz. La baja Edad Media conocía un “arte (cristiano) de morir”; nosotros preferiríamos descubrir un arte cristiano de vivir una vida desposeída.
El escándalo de la muerte procede en gran parte de que ella nos enseña que no poseemos nuestra vida. Habíamos creído tener derecho sobre ella y conservarla como en un depósito, y he aquí que se nos va a escapar de nuestras manos crispadas. Habíamos convertido nuestra existencia en un tener. Pues bien, Cristo nos enseña otra manera de tratar nuestra vida. En él, fue un don recibido siempre pronto a ser devuelto. “Nadie me quita la vida sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y el poder de volverla a tomar”, dice Jesús.
La vida ya no es más esa agua envasada que mientras podemos, conservamos avaramente en nosotros; es un torrente que surge y al que se lo deja correr libremente. Concepción sacrificial, tal vez, pero en modo alguno triste, y que permite comprender la muerte como un acto de la vida. Concepción exigente en la línea de pobreza de que hablábamos más arriba. Esta actitud de desposeimiento abre hacia una existencia continuamente recibida como un don maravilloso al que no se tiene derecho.
Torna la vida menos pesada y prepara al desposeimiento radical de la muerte sin que sea necesario pensar en ello especialmente. Tiene sentido y poder sobre nuestros miedos a condición de que vaya conjugado con otra actitud: la de una confianza en Dios que sólo Dios puede infundirnos. De otro modo sería tan solo una sombría resignación. Pero esta confianza, que se apoya en el amor que Jesús nos ha testimoniado, es a su vez una cierta desapropiación: quiere que arrojemos en Otro los fundamentos de la esperanza de nuestra vida.
Esta confianza tiene por horizonte –y digámoslo sin ambages– nuestra propia resurrección. Tal vez algunos hayan esperado que la mencionásemos antes para oponerla a nuestros temores. Pero el pensamiento de la resurrección tiene su lugar en la fe y su fuerza verdadera sólo cuando está en continuidad con una experiencia de confianza y de amor durante esta vida.
... Algunos santos frente a la muerte han experimentado audacia y hasta una extraña alegría. No es simplemente casual que hayan sido verdaderamente pobres y de aquellos que, según la expresión de la carta a los Hebreos, “no tienen acá ciudad permanente” (13,14).
Recordemos a Domingo en su misión en el Languedoc, afligido, desprovisto de todo recurso, perseguido. Cierto día, por un camino entre Prouille y Fanjeaux se dirige al encuentro de unos sicarios escondidos entre los matorrales; canta; su rostro irradia alegría; los asesinos estupefactos comprenden que nada pueden contra un hombre como este…


CLAUDE GEREST, OP
Tradujo: Hna. Paula Debussy, osb
Santa Escolástica

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