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sábado, 16 de octubre de 2010

Dom 17 X 10. Grito infalible, el poder de la viuda

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Dom 29 Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 18, 1-8. En una de las páginas más hondas de la filosofía del siglo XX, E. Levinas, judío bien curtido en opresiones, nos habló de la eficacia del “rostro suplicante”; el mayor poder del mundo no es la bomba, ni un Estado pretendidamente soberano, ni una Iglesia triunfante, sino un rostro impotente que mira y suplica, pues lleva en el fondo toda la energía de Dios. En una línea convergente se sitúa hoy el testimonio de la viuda del evangelio, que sólo cuenta con su rostro suplicante y con su grito para exigir justicia, siendo así capaz de cambiar al juez inicuo.

Las viudas son para la Biblia judía y cristiana el prototipo de los necesitados, personas sin derechos familiares (no tienen ya padre, ni tienen marido ni hijos), sometidas a la arbitrariedad de los poderosos. Pues bien, las viudas aparecen de un modo especial en el evangelio de Lucas, que seguimos leyendo este domingo:

Está la viuda del nacimiento de Jesús (Lc 2, 37);
Está la viuda y madre del hijo muerto de Naím (Lc 7, 12);
Está la viuda que da todo lo que tiene, la mejor cristiana(Lc 21, 2-3).
Hoy está la viuda suplicante, la del grito que todo lo consgue (Lc 18, 1-8).

En contra de los que piensan que no merece la pena salir a la calle y gritar (en plano social y religioso, político y eclesial) habla este evangelio , que nos sitúa ante el grito de la viuda, capaz de cambiar el orden injusto del sistema.

Muchas veces queda sólo un grito, pero un grito que es más hondo y eficaz que todas las voces opresoras, huecas, prepotentes, del sistema dominante. Ese grito de la viuda que llega al corazón de Jesús (y al mismo cerebro del juez injusto) sigue siendo para nosotros promesa de vida.

Ciertamente, es necesaria la justicia, con el buen pensamiento, con el compromiso de instituciones e iglesias. Pero, en el fondo de todo, según el evangelio, importa y logra más el grito insistente de las viudas, que claman ante Dios y ante los hombres.

Para que el mundo cambie sigue siendo necesario el grito de las viudas, la voz de todos los oprimidos del mundo, a los que el mismo Jesús dice: Juntáos y gritad al Dios omnipotente.

Texto

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.

Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)

La viuda “cree” en el valor de su insistencia:

está convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene firme y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que no tiene más recurso que su insistencia!) puede transformar al mismo juez.
En el contexto bíblico, esta viuda que “pide justicia”, de un modo insistente, es signo de todos los pobres del mundo que sólo cuentan con eso que la tradición católica ha llamado la “omnipotencia suplicante” (aplicada a la Virgen María, cuando intercede por los hombres). Pues bien, en nuestro caso, esta viuda es la Virgen María, que es omnipotente por su forma de pedir.

Traslademos el gesto de la viuda a nuestro mundo, a todos los pobres y excluidos de la sociedad.

Ciertamente, el mal juez (los malos poderes del mundo, que no creen en Dios ni en la justicia) pueden ignorar a los que piden, gritan, se manifiestan. ¿Qué le importa al sistema la vida o muerte de los pobres? ¿Qué le importa al capitalismo la suerte de los miles de hombres y mujeres que mueren cada día de hambre o abandono? No, en un primer momento, a los jueces del mundo no les importa nada. Ellos van a lo suyo: su justicia particular, si imperio, su dinero, los demás que mueren. Pero esa respuesta no está tan clara: ¡Si todos los pobres gritan, como esa viuda, el sistema tiembla!

Ésta parábola no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino que ella recoge la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). En contra de lo que se dice, al final de todo no está el triunfo militar de los más fuertes, ni el poder del dinero, sino el poder más alto, la omnipotencia del grito, un grito incesante, de no-violencia activa.

El problema está en que la mayoría callan o se doblegan ante el sistema,

pidiendo pequeñas migajas, subsidios pequeños…, para que todo siga igual. Pues bien, en contra de eso, esta viuda grita, en gesto de manifestación radical. ¡Una y otra vez se eleva ante el juez!, que controla los grandes poderes del mundo (tiene a su servicio el ejército, la policía, la cárcel y el dinero). Pero la viuda tiene algo más fuerte: Su grito insistente, su protesta continua, su “huelga” sin fin (su no-violencia activa).

Si todas las viudas del mundo gritaran, si todos los que están engañados por esta sociedad elevaran la voz y se plantaran, los grandes jueces tendrían que decir, pues no se pude vivir en este mundo enfrentándose a todos.

La omnipotencia de los que gritan, pidiendo justicia

He visto el rostro de esta viuda por doquier,
aquí en Castilla donde vivo, en la Iglesia de la que formo parte,
y, de un modo especial, entre los hombres y mujeres que sufren y llaman, a lo largo y a lo ancho de la tierra.

Por eso creo que este mundo tiene solución..., creo que existe una respuesta, porque el grito de los llaman ante Dios y ante los hombres tiene una fuerza infinita.

Vivimos en un mundo que parece dominado por la voz de los que viven de olvidar, por la propaganda de un sistema que quiere silenciar todos los gritos y engañarnos a todos con el circo mediático de las mentiras organizadas. Pues bien, en contra de eso tenemos que comprometernos a elevar la voz, como tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo:
Ésta es la voz de O. Romero, que pidió justicia y fue asesinado el año 1981… Le mataron los jueces injustos y mentirosos (¡por lo menos el de la parábola de Jesús confiesa que no cree en Dios!), pero su voz sigue resonando, y son muchos los juces que acabarán cediendo.

Ésta es la voz de I. Ellacuría y sus compañeros, asesinados el año 1989… Mataron sus “cuerpos” externos, pero su voz sigue gritando, más fuerte que todas las voces de sus jueces.

Ésta es la voz de Jesús, que gritó en contra de las injusticias, a favor de la justicia del Reino, pero fue asesinado… ¡Es evidente que no lograron acallar su voz, que sigue resonando, como la primera de las voces de la historia de occidente!

Ésta es la fe de los que creen que la oración constante acabará siendo escuchada…

Humanamente hablando, esa voz parece muy débil: ¿Cómo puede compararse a los millones y millones de dineros del sistema, a las armas infinitas del imperio, a la injusticia organizada de los jueces del mundo? Externamente, esa voz era muy poco:
una voz en el micrófono de cada domingo (M. Romero),
una palabra en la cátedra (Ellacuría),
un simple grito en la calle (viudas y viudas).

No es nada y sin embargo esa voz ha sido y sigue siendo más poderosa que todas las armas y dineros del sistema.

Acabará pegándome en la cara…

Ciertamente, el sistema puede matar esas voces… pero si las mata a todas acaba destruyéndose a sí mismo. Los jueces del mundo necesitan de las viudas y los pobres, pues sin ellos no son nada. Por eso, allí donde todas las viudas del mundo se junten y griten, negándose a colaborar con el sistema, allí donde miles y miles de hombres y mujeres protesten (¡sin necesidad de armas!) el sistema caerá.
Ésta es la presión popular, esta la revolución de todas las viudas del mundo, es decir, de todos los pobres, una revolución que tiene que empezar, desde el evangelio.

Lo que pasa es que, muchas veces, los que deberían protestar con la viuda (con ella) prefieren ajustarse al sistema “por un plato de lentejas”: prefieren pactar con el juez, con el imperio… Ésa ha sido la actitud de gran parte de las iglesias organizadas, de las jerarquías oficiales, de los que dicen que nada puede cambiar. Ésa es la actitud de los que no creen en Dios (aunque se digan siervos suyos, aunque parezcan expertos en vivir el evangelio).

Sólo esta “protesta” de las viudas y los pobres, unidos pidiendo justicia, harán que el sistema cambie… porque los jueces del mundo tendrán miedo, miedo de los pobres que pueden “pegarles”, sin necesidad de armas: dejando de trabajar para ellos, dejando de obedecerles, dejando de respetarles como si ellos fueran signo de Dios.

Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?

Éste es el tema, ésta la pregunta.

¿Creemos también nosotros como cree esta viuda, en la justicia final y en la salvación para los pobres? ¿Creemos de verdad o preferimos pactar con el sistema, es decir, con el juez injusto que no cree en Dios ni se interesa de los hombres?

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