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viernes, 1 de octubre de 2010

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 5-10) - Ciclo C: La fe que mueve montañas



Lo dice el adagio popular. Pero antes lo había dicho El. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa montaña echa al mar y se echaría”. Bueno, hoy nadie acude a la fe para terraplenar las montañas. Hoy preferimos esas tremendas escavadoras que lo hacen muy bien.

Sin embargo, lo del Evangelio sigue teniendo valor, a pesar de las grandes excavadoras.
Y no es que se nos pida mucho. Se nos pide solo “como un granito de mostaza”. ¡Qué sería si tuviésemos una fe como un melón o un zapallo!
Pondríamos al mundo de patas arriba. Seríamos capaces de cambiarlo todo.
Pero ¿no crees que, aún con esta poquita fe que tan fácilmente se tambalea, hacemos verdaderos milagros?

Con nuestra poca fe: somos capaces de comprometernos con el cambio de un mundo que diera la impresión de que no lo cambia nadie.
Con nuestra poca fe: somos capaces de seguir creyendo en Dios, por más que todos nos digan que la religión es una tontería y una obsesión piadosa.
Con nuestra poca fe: somos capaces de seguir creyendo en la Iglesia. Incluso hoy que tan maltratada la vemos por todas partes y tan sucia y manchada por las miserias de nosotros sus hijos.

Me encanta el capítulo “Conversión” del libro de Joan Chittister cuando escribe:
“Permanezco en la Iglesia porque, aunque las luces se han apagado en partes de la casa, sé que estoy en mi casa.
Caigo en la cuenta ahora, con intensa indignación, de lo sexista que es realmente la Iglesia pese a todas sus declaraciones de fe en Jesús y de amor a la mujer.
Pero caigo también en la cuenta de que es la familia en la que he crecido.
Es la familia que me dio mis primeras imágenes de Dios, mi primera sensación de valor humano, mi primer sentido de la santidad, mi primera invitación a una bondad medida por mucho más que el “éxito”.
Una familia, sólo por ser disfuncional, como lo es ésta, no deja de ser una familia.
En todo caso, debemos esforzarnos todo lo posible por llegar todos al bienestar en ella”. (pág. 101)

Con nuestra poca fe: donde algunos se escandalizan y son capaces de abandonar a la Iglesia, otros la seguimos amando como a nuestra madre.
Con nuestra poca fe: seguimos creyendo que, estos malos momentos en los que todo el mundo se dedica a embarrarla, muchos seguimos creyendo que no es sino una especie de invierno que la desnuda de su belleza externa, pero donde la savia sigue viva en sus raíces en espera de una nueva primavera.

Con nuestra poca fe: somos capaces de entregar nuestras vidas al servicio de los demás.
Con nuestra poca fe: los padres son capaces de envejecer luchando por sacar adelante a sus hijos.
Con nuestra poca fe: muchos hemos sido capaces de dejar nuestras familias para entregarnos a su servicio y al servicio del Evangelio y del Reino.

Pero Jesús no quiere sino que nos pide que no nos demos por satisfechos con “nuestra poca fe” y desea que tengamos más fe, una fe capaz de curarnos, sanarnos, salvarnos.

Una fe que no está en los libros sino en el encuentro amistoso y personal con El. Porque, al fin y al cabo, creer, tener fe, es mucho más que saber mucho de religión. Es una amistad y una relación personal y un fiarnos totalmente de El.

Por eso, la súplica de los discípulos tiene que seguir siendo también nuestro grito de cada día: “Señor, aumenta nuestra fe”. O la de aquel otro que le pide a Jesús: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

Señor, que hay muchas luces apagadas en esta nuestra casa que es la Iglesia: “aumenta nuestra fe”.
Señor, que todos los medios de comunicación airean los pecados de tu Iglesia y a veces ya no rebelamos tu rostro: “aumenta nuestra fe”.
Señor, que el sufrimiento de los inocentes pone obstáculos para que el mundo siga creyendo en Ti: “aumenta nuestra fe”.
Señor, que tanta pobreza y tantas desigualdades e injusticias parecen ser una acusación contra Ti: “aumenta nuestra fe”.
Señor, danos una fe que haga posible que nuestras vidas revelen y manifiesten mejor tu rostro de Padre en el mundo. No te pedimos que nos hagas milagros. Te pedimos una fe capaz de hacerlos.

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