Por Entra y Veras
Abrimos el tiempo de Adviento y en la diana de nuestras vida un objetivo claro por el que esperar: la encarnación. Esperamos que Dios se haga niño; que nos visite y se quede para siempre entre nosotros. No es un esperar vacío ni paciente. La espera de adviento es activa, el deseo por el encuentro no puede dejarnos sentados.
Ernesto Cardenal, al comenzar su libro Vida en el amor afirma: «En los ojos de todos los seres humanos, brilla un deseo insaciable. En las pupilas de todos los hombres, de todas las razas, en las miradas de los niños como de los ancianos, de la madre y de la mujer enamorada, en los ojos del policía y del funcionario, del aventurero y del asesino, del revolucionario, del dictador y del santo. En todos brilla la misma chispa de una exigencia insaciable, el mismo fuego misterioso, el mismo abismo insondable, la misma infinita sed de dicha y de alegría, de posesión sin fin». Podríamos resumir el pensamiento de Ernesto Cardenal en que todo ser humano anhela en última instancia, un amor incondicional capaz de hacer de la vida algo digno de vivirse y a cada uno el considerarse como un ser único. Todo es pues un deseo.
Me pregunto si en este día cuando estrenamos un nuevo año litúrgico, cuando las hojas del almanaque de la vida de Jesús comienzan de nuevo a pasar en nuestras celebraciones dominicales, nuestros sentimientos son también los de un anhelo y un deseo profundo como nos lo describe Cardenal. O más bien entramos en el Adviento como un algo más, como un ciclo más, como un año más, como un tiempo más en el que lo distinto es que las calles adornadas con luces de colores, huele a polvorones y a papel de celofán. Sin embargo, este tiempo litúrgico no hace sino concentrar en cuatro semanas la celebración de un componente esencial en el ser humano y también en la vida cristiana como es el deseo, la espera, la búsqueda ilusionada de la vida en plenitud o para que nos suene más familiarmente: la salvación a través del Dios encarnado. Y ese Dios a quien buscamos y, como dice san Agustín, al encontrarlo seguimos buscándolo porque nunca podemos poseerlo, porque siempre está viniendo; hace que estemos siempre a la espera pendientes de un más allá en nosotros mismos. Tenemos que vivir en un Adviento continuo o en un continuo Adviento, en vela, como nos dice el evangelio de hoy.
Pero esperar no significa no hacer nada sino dar tiempo a que una cosa acabe para comenzar otra. Pero claro en nuestro mundo de la prisa y del reloj, la espera nos desespera. Dicen en Italia que el impaciente no sabe amar pues el amor tiene que ver con esperar, soportar y aguantar.¿O no? Ahora es el tiempo de una espera paciente pero para nada rutinaria, pues no deja de ser una nueva oportunidad de encontrarnos con Dios.
Esperar es preparar, estar atentos para que llegue algo. Esta es la enseñanza del evangelio de hoy. Estar atentos y preparados pues no sabemos el día ni la hora en que comenzará un tiempo nuevo como sucedió con Noé. La pelota está en nuestro tejado, de nosotros depende no despistarnos: estarán dos a uno dejarán a otro se lo llevarán…
Me gustaría dedicar una última palabra a Isaías que nos va a presentar a un Dios fiel a su proyecto de amor a la humanidad y que invita constantemente al pueblo a ponerse en camino a la luz de una promesa, para recorrer senderos de paz. Hoy nos ha descrito como el verdadero cimiento de la historia es la presencia de Dios en medio del pueblo. Dios no se encumbra sino que atrae a todos hacia sí a través del camino de la paz, de la armonía entre Dios y las criaturas.
Debemos abandonar, como nos dice Pablo, las actividades las tinieblas, para caminar a la luz del Señor en esa continua tensión y deseo que deben llenar nuestra existencia, especialmente durante este Adviento. Es este un tiempo de ilusión, de sueños, de proyectos, de expectativas. No nos conformemos con dejar pasar los días. Bien está que pensemos en los regalos pero que no nos absorban tanto que perdamos de vista que los cristianos tenemos que esperar activamente el nacimiento de Jesús en nuestros corazones. El adviento es un tiempo de profundo deseo. Nuestras pupilas tienen que brillar de forma diferente. Nos preparamos para la llegada. El objetivo está definido: encarnación, el que Dios se haga pequeño, limitado, cercano. Apenas cuatro semanas para que esto se produzca y la alegría de la vida recién nacida nos inunde. Ahora toca esperar, velar, desear… No vale dormirse.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Ernesto Cardenal, al comenzar su libro Vida en el amor afirma: «En los ojos de todos los seres humanos, brilla un deseo insaciable. En las pupilas de todos los hombres, de todas las razas, en las miradas de los niños como de los ancianos, de la madre y de la mujer enamorada, en los ojos del policía y del funcionario, del aventurero y del asesino, del revolucionario, del dictador y del santo. En todos brilla la misma chispa de una exigencia insaciable, el mismo fuego misterioso, el mismo abismo insondable, la misma infinita sed de dicha y de alegría, de posesión sin fin». Podríamos resumir el pensamiento de Ernesto Cardenal en que todo ser humano anhela en última instancia, un amor incondicional capaz de hacer de la vida algo digno de vivirse y a cada uno el considerarse como un ser único. Todo es pues un deseo.
Me pregunto si en este día cuando estrenamos un nuevo año litúrgico, cuando las hojas del almanaque de la vida de Jesús comienzan de nuevo a pasar en nuestras celebraciones dominicales, nuestros sentimientos son también los de un anhelo y un deseo profundo como nos lo describe Cardenal. O más bien entramos en el Adviento como un algo más, como un ciclo más, como un año más, como un tiempo más en el que lo distinto es que las calles adornadas con luces de colores, huele a polvorones y a papel de celofán. Sin embargo, este tiempo litúrgico no hace sino concentrar en cuatro semanas la celebración de un componente esencial en el ser humano y también en la vida cristiana como es el deseo, la espera, la búsqueda ilusionada de la vida en plenitud o para que nos suene más familiarmente: la salvación a través del Dios encarnado. Y ese Dios a quien buscamos y, como dice san Agustín, al encontrarlo seguimos buscándolo porque nunca podemos poseerlo, porque siempre está viniendo; hace que estemos siempre a la espera pendientes de un más allá en nosotros mismos. Tenemos que vivir en un Adviento continuo o en un continuo Adviento, en vela, como nos dice el evangelio de hoy.
Pero esperar no significa no hacer nada sino dar tiempo a que una cosa acabe para comenzar otra. Pero claro en nuestro mundo de la prisa y del reloj, la espera nos desespera. Dicen en Italia que el impaciente no sabe amar pues el amor tiene que ver con esperar, soportar y aguantar.¿O no? Ahora es el tiempo de una espera paciente pero para nada rutinaria, pues no deja de ser una nueva oportunidad de encontrarnos con Dios.
Esperar es preparar, estar atentos para que llegue algo. Esta es la enseñanza del evangelio de hoy. Estar atentos y preparados pues no sabemos el día ni la hora en que comenzará un tiempo nuevo como sucedió con Noé. La pelota está en nuestro tejado, de nosotros depende no despistarnos: estarán dos a uno dejarán a otro se lo llevarán…
Me gustaría dedicar una última palabra a Isaías que nos va a presentar a un Dios fiel a su proyecto de amor a la humanidad y que invita constantemente al pueblo a ponerse en camino a la luz de una promesa, para recorrer senderos de paz. Hoy nos ha descrito como el verdadero cimiento de la historia es la presencia de Dios en medio del pueblo. Dios no se encumbra sino que atrae a todos hacia sí a través del camino de la paz, de la armonía entre Dios y las criaturas.
Debemos abandonar, como nos dice Pablo, las actividades las tinieblas, para caminar a la luz del Señor en esa continua tensión y deseo que deben llenar nuestra existencia, especialmente durante este Adviento. Es este un tiempo de ilusión, de sueños, de proyectos, de expectativas. No nos conformemos con dejar pasar los días. Bien está que pensemos en los regalos pero que no nos absorban tanto que perdamos de vista que los cristianos tenemos que esperar activamente el nacimiento de Jesús en nuestros corazones. El adviento es un tiempo de profundo deseo. Nuestras pupilas tienen que brillar de forma diferente. Nos preparamos para la llegada. El objetivo está definido: encarnación, el que Dios se haga pequeño, limitado, cercano. Apenas cuatro semanas para que esto se produzca y la alegría de la vida recién nacida nos inunde. Ahora toca esperar, velar, desear… No vale dormirse.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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