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jueves, 18 de noviembre de 2010

ESTE ES EL REY



Desnudo, sirviendo de espectáculo para los desocupados y objeto de burla para los jefes; amargo el paladar por el vinagre y la traición, inmovilizado y colgado de una madero, sometido a las más crueles de las torturas, agonizante...

ESTE ES EL REY. No hay, pues, lugar para el triunfalismo.
«CRISTO REY»

A veces, cuando hemos querido expresar qué significa que Jesús Mesías es rey, en lugar de leer el evangelio nos hemos dado una vuelta por los palacios de la tierra y, sin demasiado espíritu critico, hemos ido colgando de Jesús toda la autoridad y la gloria que nos hemos encontrado en ellos: tronos majestuosos, coronas de oro, mantos de púrpura, cen tros de plata y piedras preciosas... y leyes, muchas leyes con sus correspondientes castigos...

Otras veces, con el pretexto de que Jesús es el rey del universo, hemos intentado someter, si no el universo entero, al menos una buena parte de él a nuestros caprichos, a nues tros intereses o a nuestros dogmas, y hemos usado para ello incluso la violencia, la tortura... y hasta la muerte. Y así, el nombre de Jesús, su mensaje sobre el reinado de Dios, se han presentado muchas veces de una manera que nada tiene que ver con lo que él pretendía: ni con su manera de ser Mesías, ni con el proyecto de nueva humanidad contenido en el anun cio de que Dios quiere reinar en el mundo de los hombres.


ACUSADO DE SER UN REY MAS

En el evangelio de Lucas, de todas las veces que alguien se dirige a Jesús para llamarle «rey», sólo en dos de ellas los que lo hacen tienen buena intención. La primera vez, en la entrada de Jesús en Jerusalén; allí, los discípulos aclaman a Jesús con estas palabras: «¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor!» Entendieran lo que entendieran los que decían esto, una cosa es clara: Jesús se presenta como un rey distinto a los reyes de este mundo. El es rey pacífico, que no utilizará la violencia para reinar, y rey humilde (Zac 9,9): no usa una cabalgadura propia de reyes (la muía, véase 1 Re 1,33), sino la de los campesinos (el asno).

En el resto de las ocasiones en que alguien llama a Jesús rey (Lc 23,2.3.37.38) es para acusarlo -y condenarlo- de meterse en política, de tener ambiciones de poder, de querer ser un rey más. Jamás, en el evangelio de Lucas, se dice que Jesús afirmara que él era o pretendía ser rey; pero ésta es la acusación que los dirigentes de su nación presentan ante el gobernador romano: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, impidiendo que se paguen im puestos al César y afirmando que él es Mesías y rey» (Lc 23,2). Y consiguen la condena a muerte, y la ejecución. Y es entonces, mientras la muerte se va acercando con una cruel lentitud, cuando todos pueden ver escrito quién es aquel condenado: «ESTE ES EL REY DE LOS JUDíOS».


¡Y QUE CLASE DE REY!

Allí está. En aquel majestuoso trono: un patíbulo, un lugar de tormento; y la corona... de espinas; y sin otro manto que su propia piel; y en las manos el hierro frío y penetrante de los clavos; y sus leyes y sus amenazantes castigos... «Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Y su poder... Los que están allí presentes, los que lo habían llevado a aquella situación y a aquel estado, le propo nen que haga uso de su poder para demostrarles que es ver daderamente rey. Para ellos, un rey lo primero que debe hacer es salvarse a sí mismo, y ésa es la prueba que piden a Jesús de su realeza: «A otros ha salvado; que se salve él, si es el Mesías de Dios, el Elegido». Tenían la prueba, «a otros ha salvado», pero no podían aceptarla de ninguna manera. Ni los que se estaban sirviendo del pueblo -habían convertido la religión en un negocio, ni el pueblo, víctima de ellos, podían comprender que Jesús no es rey para servirse de su realeza, sino para ponerse al servicio de los hombres y darles la oportunidad de convertirse en un pueblo de hombres libres, en un «linaje real» (Ap 1,6; 5,10).

Sólo uno de los presentes sabe reconocer a un rey en aquel cuerpo magullado: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (1a segunda vez que alguien llama «rey» a Jesús con buena intención). Por eso, «el buen ladrón» será el prime ro en experimentar lo radicalmente verdadera que es la libe ración que ofrece Jesús: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Este es Cristo Rey: el que perdona a los que le asesinan, el que no usa la violencia ni otra fuerza cualquiera en beneficio propio, el que se ha jugado la vida enfrentándose a los po­derosos para que reine en el mundo un Dios que, porque es Padre, no quiere súbditos, sino hijos que vivan como her manos.

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