Por Juan Masiá
Las religiones son expresiones concretas en la historia de la relación humana con lo sagrado.
La “religación” es el despertar conscidente, crítico e interpretativo de la vinculación entre los interrogantes planteados por el enigma humano y el misterio de lo divino que responde a ellos con donación última de sentido.
¿Hay lugar en una mesa redonda de diálogo entre religiones para la participación de quien se dedica a la filosofía? Sí, desde una postura de mediación, para facilitar críticamente el debate.
La filosofía es crítica de la vida, ya sea con la mayéutica socrática, o con la cuchilla afilada del medieval Ockham, o con la negación de negaciones del indio Nagarjuna (siglo II). La filosofía critica a la vida para bien de la misma vida. Una vida no examinada no merece la pena, diría Sócrates. La filosofía critica a las religiones, para bien de la “religación”, con lo que se beneficia la religiosidad. La filosofía critica a las iglesias, con lo que se beneficia la fe. La filosofía critica las supersticiones, con lo que se depuran las creencias. La filosofía critica los excesivos entusiasmos de la mística, el peligro de fanatismo en la profecía y la hybris de autoritarismo dogmático de los sacerdocios.
Cuando el pensador Nagarjuna introduce su bisturí crítico en el cuerpo de las tradiciones budistas para operar los tumores acumulados a lo largo de su historia, había que depurar la espiritualidad budista, que tiene su fuente en la práctica y mensaje de Siddharta Gautama, el sabio de los Shaka o Shakamuni, llamado el Buda, No es un mero juego de palabras lo que hace Nagarjuna cuando repite paradójicamente: “No digo que sí, ni digo que no; no digo que sí y que no; no digo ni que sí, ni que no; tampoco digo que no ni al sí, ni al no”. Nagarjuna no está jugando con las palabras para desconcertarnos. Está practicando microcirugía sobre la tradición que hereda. Hacía falta ese examen de conciencia histórica y esa depuración de ganga y mena dentro de la tradición budista.
Tras la muerte del Buda se sucedieron corrientes de transmisión de su enseñanza. A nivel de predicación divulgadora se multiplicaron las leyendas, parábolas y florecillas pedagógicas. A nivel monástico e institucional se multiplicaron las regulaciones, preceptos y ritos. A nivel de religiosidad popular, se produjeron sincretismos prodigiosos con tradiciones politeístas. A nivel especulativo se desarrolló toda una escolástica tan complicada como la del Abhidharma, que deja pequeñas a las teorizaciones del cristianismo medieval. A nivel místico, surgió una inmensa literatura sapiencial, los sutras de la sabiduría.
Frente a todos esos desarrollos en diversos los niveles, tenía que levantarse la voz y el pensamiento crítico de Nagarjuna para criticarlos a todos, porque en todos hay un exceso, una exageración y una hybris. Diversas expresiones de la religión, populares o intelectuales, interiorizaciones místico-sapienciales o proyecciones sociales compasivas y liberadoras, moldes institucionalizados o libertades carismáticas, etcétera, ninguna está libre de exageraciones y, por eso, a todas apunta el disparo de la crítica de Nagarjuna. Ya sean monjes y monjas o laicos y laicas, ya sean reyes, sacerdotes o profetas, tanto de Oriente como de Occidente, no tienen derecho a patente de corso para navegar por los mares de la espiritualidad sin pasar por el control aduanero de la filosofía. Esta es la tesis aprendida de las negaciones de Nagarjuna y las preguntas de Sócrates, de los silencios del Buda y las parábolas de Jesús.
Tanto las religiones etiquetadas convencionalmente como místicas, así como las clasificadas con el letrero de proféticas, u otras que no encajen en dichas tipologías, todas sin excepción necesitan hoy día redescubrir la autenticidad mística (interioridad) y la genuina praxis profética (socialidad) como tarea urgente del presente siglo, más allá del mero diálogo interreligioso. Todas las religiones heredan tradiciones de paz, pero todas ellas a lo largo de la historia se han desviado de sus raíces y han caído en la violencia: violencia en el interior de la propia religión, violencia entre las religiones y violencia entre las religiones y la sociedad. Está por resolver el problema de si las causas de estas violencias son meramente coyunturales o se insertan estructuralmente en la religión misma. Habrá que continuar la tarea de dilucidar esta cuestión en el lugar privilegiado del encuentro intercultural e intercosmobvisional de las religiones, oportunidad para su transformación mutua en beneficio del redescubrimiento de la ”religación”.
Tres propuestas desde la filosofía sobre el diálogo interreligioso:
1. El encuentro interreligioso no es suficiente. El encuentro interreligioso entre religiones con predominio del aspecto místico y de religiones que acentúan los rasgos proféticos no parece suficiente para superar las desviaciones fanáticas, exclusivistas o intolerantes que se han dado en la historia de casi todas ellas.
2. Hace falta reflexión autocrítica en el seno de cada religión. Hay que decir que es necesario un pensamiento autocrítico y hermenéutico para discernir en el interior de cada religión sus desviaciones y autoengaños. No propongo que absoluticemos la crítica de la modernidad, ni tampoco que nos quedemos en ella; solamente pretendo constatar que las religiones que no pasen por esa etapa crítica, seguirán sin aprobar la asignatura pendiente: la tolerancia, la apertura al pluralismo y a dejarse transformar por lo diferente, atreviéndose a “renegociar” psicológica y sociológicamente su identidad.
3. La filosofía ayuda a discernir las ideologías dentro de las religiones. Convendrá para esta tarea que la filosofía discierna a las llamadas “religiones monoteístas del libro” y a las religiones incluidas bajo el común denominador de “espiritualidades no-teistas”. Ambas se pueden influir y fecundar mutuamente. La reflexión crítica de la filosofía será un reto para ambas y, a la vez, una ayuda para explorar el futuro de las religiones o, en su caso, el futuro de nuevas formas de espiritualidad, religiosidad o “religación” más allá de las religiones.
Religiones monoteístas y religiosidades no-teistas en debate interactivo
Reproduzco brevemente, simplificanda y estereotipando, una experiencia repetida en diálogos interreligiosos en Japón. Tras la intervención de un budista, pide la palabra un teólogo cristiano para decir que le ha producido la impresión de panteísmo. Un filósofo occidental levanta la mano para preguntar al mismo ponente si su noción de la Nada y el Vacío son formas de nihilismo. El budista responde que no le han entendido. A continuación, hablan representantes del judaismo, cristianismo e islam. Voces budistas dicen que “las tres religiones del libro” les parecen dualistas, muy personalistas y proclives al exclusivismo y la intolerancia. Ahora son estas últimas quienes dicen “no nos han entendido”.
Esta escena exagerada acentúa como toda caricatura rasgos típicos de la realidad.
Ante el reto del encuentro con religiosidades orientales, a las tres religiones monoteistas abrahámicas se les plantea la revision de lo que, visto desde fuera, produce la impresión (desmentida por sus apologetas)de ser un personalismo demasiado antropomórfico y un moralismo demasiado preceptista en las formas de vivir y expresar su fe.
Ante el reto del encuentro con las tres religiones monoteistas abrahámicas, a las llamadas religiones orientales se les plantea la revision de lo que, visto desde fuera, produce la impresión (desmentida por sus apologetas) de nihilismo metafísico y relativismo moral.
Al compartir y reflexionar en común sobre la historia de unas y otras religiones, tanto las de tradición abrahámica monoteista como las de tradición budista, se ven obligadas a reconocer la traición histórica de las religiones a la religiosidad, sobre todo por lo que se refiere a los problemas de la manipulación política de la religión o la manipulación religiosa de la política, con la consiguiente repercusión en la práctica de la violencia. Sería demasiado simplista vincular la violencia con la esencia de los monoteismos y seria ingenuo idealizar las tradiciones orientales como prototipos de no violencia. Desde una ética laica acompañada de crítica histórica habría que criticar las desviaciones violentas de unas y otras religiones cada vez que han traicionado el llamado religioso a la paz interior y a la pacificación social.
Decía un interlocutor budista que los cristianos parecemos demasiado tajantes en dogma y moral y demasiado antropomórficos al hablar de la divinidad y sus relaciones con el mundo y la sociedad. Pero, por otra parte, en conferencias de divulgación sobre budismo en paises occidentales, nos preguntan a menudo si el budismo es panteista o nihilista, y también nos preguntan sobre la impresión de relativismo y sincretismo. Reconozco que, en el primer caso, brota una reacción espontánea de hacer apologética, tratando de corregir la impresión producida por el monoteismo entre los orientales. También hay que admitir que, en el segundo caso, en cambio, surge una reacción espontánea de simpatizar con lo oriental y hacer igualmente apologética en su favor.
Sin embargo, en un segundo momento, frenando estas tentaciones apologéticas de uno y otro lado, uno reconoce que ambos cuestionamientos obligan a la autocrítica y la revisión a ambas partes. En estos debates interculturales e interreligiosos tenemos todos que renunciar a decir la ultima palabra y dejarnos más bien influenciar y transformar mutuamente para seguir creciendo humana y religiosamente.
Diré como conclusión que, para evitar la tergiversación violenta de las tradiciones de paz, las religiones necesitan redescubrir el presupuesto místico y el acompañamiento crítico: en el budismo, iluminación y compasión conjugadas; en el cristianismo, conversión y discernimiento hermanados. Para el monje chino Chi-I (538-597), la receptividad de la iluminación y la crítica que descubre un nuevo modo de mirar son complementarias. En japonés, shi-kan, shi: pararse, y kan: mirar, es decir, detenerse a respirar y a contemplar o mirar de otro modo, el momento contemplativo y crítico respectivamente.
Esta conjugación de mística y crítica evitará que las religiones se conviertan en ideologías y, por consiguiente, justifiquen las violencias.
El peligro de desvirtuarse la religiosidad y convertirse en violencia acecha cuando se olvida el presupuesto místico y cuando falta el acompañamiento crítico. En el caso de la fe cristiana a lo largo de la historia occidental, cuando se ha convertido en ideología ha dado lugar a justificaciones de la violencia. También en Oriente, la religiosidad budista ha caído en semejante trampa cuando se ha convertido en ideología. Ambas tradiciones religiosas han sido manipuladas en esos casos por las instancias del poder fáctico y han acabado por ceder a compromisos que entraban en contradicción con su propia espiritualidad. Sin renunciar a la propia tradición espiritual, pero dejándose transformar mutuamente en contacto con otras espiritualidades, unas y otras tendrán que evitar convertirse en ideologías. Para ello quisiera contribuir la aportación de la filosofía como crítica de las ideologías.
La “religación” es el despertar conscidente, crítico e interpretativo de la vinculación entre los interrogantes planteados por el enigma humano y el misterio de lo divino que responde a ellos con donación última de sentido.
¿Hay lugar en una mesa redonda de diálogo entre religiones para la participación de quien se dedica a la filosofía? Sí, desde una postura de mediación, para facilitar críticamente el debate.
La filosofía es crítica de la vida, ya sea con la mayéutica socrática, o con la cuchilla afilada del medieval Ockham, o con la negación de negaciones del indio Nagarjuna (siglo II). La filosofía critica a la vida para bien de la misma vida. Una vida no examinada no merece la pena, diría Sócrates. La filosofía critica a las religiones, para bien de la “religación”, con lo que se beneficia la religiosidad. La filosofía critica a las iglesias, con lo que se beneficia la fe. La filosofía critica las supersticiones, con lo que se depuran las creencias. La filosofía critica los excesivos entusiasmos de la mística, el peligro de fanatismo en la profecía y la hybris de autoritarismo dogmático de los sacerdocios.
Cuando el pensador Nagarjuna introduce su bisturí crítico en el cuerpo de las tradiciones budistas para operar los tumores acumulados a lo largo de su historia, había que depurar la espiritualidad budista, que tiene su fuente en la práctica y mensaje de Siddharta Gautama, el sabio de los Shaka o Shakamuni, llamado el Buda, No es un mero juego de palabras lo que hace Nagarjuna cuando repite paradójicamente: “No digo que sí, ni digo que no; no digo que sí y que no; no digo ni que sí, ni que no; tampoco digo que no ni al sí, ni al no”. Nagarjuna no está jugando con las palabras para desconcertarnos. Está practicando microcirugía sobre la tradición que hereda. Hacía falta ese examen de conciencia histórica y esa depuración de ganga y mena dentro de la tradición budista.
Tras la muerte del Buda se sucedieron corrientes de transmisión de su enseñanza. A nivel de predicación divulgadora se multiplicaron las leyendas, parábolas y florecillas pedagógicas. A nivel monástico e institucional se multiplicaron las regulaciones, preceptos y ritos. A nivel de religiosidad popular, se produjeron sincretismos prodigiosos con tradiciones politeístas. A nivel especulativo se desarrolló toda una escolástica tan complicada como la del Abhidharma, que deja pequeñas a las teorizaciones del cristianismo medieval. A nivel místico, surgió una inmensa literatura sapiencial, los sutras de la sabiduría.
Frente a todos esos desarrollos en diversos los niveles, tenía que levantarse la voz y el pensamiento crítico de Nagarjuna para criticarlos a todos, porque en todos hay un exceso, una exageración y una hybris. Diversas expresiones de la religión, populares o intelectuales, interiorizaciones místico-sapienciales o proyecciones sociales compasivas y liberadoras, moldes institucionalizados o libertades carismáticas, etcétera, ninguna está libre de exageraciones y, por eso, a todas apunta el disparo de la crítica de Nagarjuna. Ya sean monjes y monjas o laicos y laicas, ya sean reyes, sacerdotes o profetas, tanto de Oriente como de Occidente, no tienen derecho a patente de corso para navegar por los mares de la espiritualidad sin pasar por el control aduanero de la filosofía. Esta es la tesis aprendida de las negaciones de Nagarjuna y las preguntas de Sócrates, de los silencios del Buda y las parábolas de Jesús.
Tanto las religiones etiquetadas convencionalmente como místicas, así como las clasificadas con el letrero de proféticas, u otras que no encajen en dichas tipologías, todas sin excepción necesitan hoy día redescubrir la autenticidad mística (interioridad) y la genuina praxis profética (socialidad) como tarea urgente del presente siglo, más allá del mero diálogo interreligioso. Todas las religiones heredan tradiciones de paz, pero todas ellas a lo largo de la historia se han desviado de sus raíces y han caído en la violencia: violencia en el interior de la propia religión, violencia entre las religiones y violencia entre las religiones y la sociedad. Está por resolver el problema de si las causas de estas violencias son meramente coyunturales o se insertan estructuralmente en la religión misma. Habrá que continuar la tarea de dilucidar esta cuestión en el lugar privilegiado del encuentro intercultural e intercosmobvisional de las religiones, oportunidad para su transformación mutua en beneficio del redescubrimiento de la ”religación”.
Tres propuestas desde la filosofía sobre el diálogo interreligioso:
1. El encuentro interreligioso no es suficiente. El encuentro interreligioso entre religiones con predominio del aspecto místico y de religiones que acentúan los rasgos proféticos no parece suficiente para superar las desviaciones fanáticas, exclusivistas o intolerantes que se han dado en la historia de casi todas ellas.
2. Hace falta reflexión autocrítica en el seno de cada religión. Hay que decir que es necesario un pensamiento autocrítico y hermenéutico para discernir en el interior de cada religión sus desviaciones y autoengaños. No propongo que absoluticemos la crítica de la modernidad, ni tampoco que nos quedemos en ella; solamente pretendo constatar que las religiones que no pasen por esa etapa crítica, seguirán sin aprobar la asignatura pendiente: la tolerancia, la apertura al pluralismo y a dejarse transformar por lo diferente, atreviéndose a “renegociar” psicológica y sociológicamente su identidad.
3. La filosofía ayuda a discernir las ideologías dentro de las religiones. Convendrá para esta tarea que la filosofía discierna a las llamadas “religiones monoteístas del libro” y a las religiones incluidas bajo el común denominador de “espiritualidades no-teistas”. Ambas se pueden influir y fecundar mutuamente. La reflexión crítica de la filosofía será un reto para ambas y, a la vez, una ayuda para explorar el futuro de las religiones o, en su caso, el futuro de nuevas formas de espiritualidad, religiosidad o “religación” más allá de las religiones.
Religiones monoteístas y religiosidades no-teistas en debate interactivo
Reproduzco brevemente, simplificanda y estereotipando, una experiencia repetida en diálogos interreligiosos en Japón. Tras la intervención de un budista, pide la palabra un teólogo cristiano para decir que le ha producido la impresión de panteísmo. Un filósofo occidental levanta la mano para preguntar al mismo ponente si su noción de la Nada y el Vacío son formas de nihilismo. El budista responde que no le han entendido. A continuación, hablan representantes del judaismo, cristianismo e islam. Voces budistas dicen que “las tres religiones del libro” les parecen dualistas, muy personalistas y proclives al exclusivismo y la intolerancia. Ahora son estas últimas quienes dicen “no nos han entendido”.
Esta escena exagerada acentúa como toda caricatura rasgos típicos de la realidad.
Ante el reto del encuentro con religiosidades orientales, a las tres religiones monoteistas abrahámicas se les plantea la revision de lo que, visto desde fuera, produce la impresión (desmentida por sus apologetas)de ser un personalismo demasiado antropomórfico y un moralismo demasiado preceptista en las formas de vivir y expresar su fe.
Ante el reto del encuentro con las tres religiones monoteistas abrahámicas, a las llamadas religiones orientales se les plantea la revision de lo que, visto desde fuera, produce la impresión (desmentida por sus apologetas) de nihilismo metafísico y relativismo moral.
Al compartir y reflexionar en común sobre la historia de unas y otras religiones, tanto las de tradición abrahámica monoteista como las de tradición budista, se ven obligadas a reconocer la traición histórica de las religiones a la religiosidad, sobre todo por lo que se refiere a los problemas de la manipulación política de la religión o la manipulación religiosa de la política, con la consiguiente repercusión en la práctica de la violencia. Sería demasiado simplista vincular la violencia con la esencia de los monoteismos y seria ingenuo idealizar las tradiciones orientales como prototipos de no violencia. Desde una ética laica acompañada de crítica histórica habría que criticar las desviaciones violentas de unas y otras religiones cada vez que han traicionado el llamado religioso a la paz interior y a la pacificación social.
Decía un interlocutor budista que los cristianos parecemos demasiado tajantes en dogma y moral y demasiado antropomórficos al hablar de la divinidad y sus relaciones con el mundo y la sociedad. Pero, por otra parte, en conferencias de divulgación sobre budismo en paises occidentales, nos preguntan a menudo si el budismo es panteista o nihilista, y también nos preguntan sobre la impresión de relativismo y sincretismo. Reconozco que, en el primer caso, brota una reacción espontánea de hacer apologética, tratando de corregir la impresión producida por el monoteismo entre los orientales. También hay que admitir que, en el segundo caso, en cambio, surge una reacción espontánea de simpatizar con lo oriental y hacer igualmente apologética en su favor.
Sin embargo, en un segundo momento, frenando estas tentaciones apologéticas de uno y otro lado, uno reconoce que ambos cuestionamientos obligan a la autocrítica y la revisión a ambas partes. En estos debates interculturales e interreligiosos tenemos todos que renunciar a decir la ultima palabra y dejarnos más bien influenciar y transformar mutuamente para seguir creciendo humana y religiosamente.
Diré como conclusión que, para evitar la tergiversación violenta de las tradiciones de paz, las religiones necesitan redescubrir el presupuesto místico y el acompañamiento crítico: en el budismo, iluminación y compasión conjugadas; en el cristianismo, conversión y discernimiento hermanados. Para el monje chino Chi-I (538-597), la receptividad de la iluminación y la crítica que descubre un nuevo modo de mirar son complementarias. En japonés, shi-kan, shi: pararse, y kan: mirar, es decir, detenerse a respirar y a contemplar o mirar de otro modo, el momento contemplativo y crítico respectivamente.
Esta conjugación de mística y crítica evitará que las religiones se conviertan en ideologías y, por consiguiente, justifiquen las violencias.
El peligro de desvirtuarse la religiosidad y convertirse en violencia acecha cuando se olvida el presupuesto místico y cuando falta el acompañamiento crítico. En el caso de la fe cristiana a lo largo de la historia occidental, cuando se ha convertido en ideología ha dado lugar a justificaciones de la violencia. También en Oriente, la religiosidad budista ha caído en semejante trampa cuando se ha convertido en ideología. Ambas tradiciones religiosas han sido manipuladas en esos casos por las instancias del poder fáctico y han acabado por ceder a compromisos que entraban en contradicción con su propia espiritualidad. Sin renunciar a la propia tradición espiritual, pero dejándose transformar mutuamente en contacto con otras espiritualidades, unas y otras tendrán que evitar convertirse en ideologías. Para ello quisiera contribuir la aportación de la filosofía como crítica de las ideologías.
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