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sábado, 11 de diciembre de 2010

Iglesia ¿eres tú?


III Domingo de Adviento, GAUDETE (Mt 11, 2-11) - Ciclo A
Por Clemente Sobrado C. P.

El Evangelio de hoy nos lleva a preguntarnos sobre la identidad de la Iglesia.

Juan, desde la oscuridad de la cárcel, entra en la otra oscuridad del espíritu. El tiene una idea preconcebida sobre Jesús. Pero lo que le cuentan de El quiebra su propio esquema. Y entra en la duda. Una duda que le angustia más que las rejas mismas de la cárcel.
Quiere salir de sus dudas y envía algunos discípulos para que le pregunten directamente a Jesús para que se defina El mismo.
Y resulta curioso. Jesús no se define a sí mismo por su relación con el Padre, sino por su relación con los hombres. “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

La misión de Jesús tiene como finalidad el hombre.
Hacer más humano al hombre.
Hacer más feliz al hombre.
Darle más esperanza al hombre.
Anunciarles las buenas noticias a los pobres.
Ponerse a favor de los pobres y necesitados.
Algo que se puede “ver” y se puede “oir”.
No se trata de simples promesas de futuro, sino de algo que está aconteciendo ya.
Un Jesús que se define a sí mismo como el defensor de los más necesitados, de aquellos a quienes la religión de la Ley excluía y marginaba.
Frente a una Ley que sólo defendía los derechos de Dios y se daba por satisfecha por el culto y los sacrificios a Dios, Jesús se define a sí mismo como defensor de los derechos del hombre.
Por tanto, saca la religión y a Dios del Templo y lo echa a andar por la calle por los mismos caminos del hombre.

Y hace una seria observación: “¡Dichosos los que no se escandalicen de El!” Dichosos los que no se escandalicen:
De un Dios al aire libre.
De un Dios ensuciándose los pies con el polvo de los caminos.
De un Dios empeñado en cambiar la suerte de los hombres.
De un Dios que anuncia y defiende los derechos de los débiles.
De un Dios que, evidentemente choca con los intereses religiosos y con los intereses de los grandes.

¿No es también esta la condición de la Iglesia?
Muchos siguen pensando en una Iglesia encerrada en las sacristías.
Una Iglesia metida en el templo. Que ahí haga lo que le venga en ganas.
Una Iglesia que sólo nos hable del más allá, de la felicidad del más allá.
Pero no aceptan una Iglesia que se acerque al hombre y sus problemas.
No aceptan una Iglesia que defienda los derechos de los débiles.
No aceptan una Iglesia que anuncie y se comprometa con las realidades y estructuras humanas que atenten contra la dignidad de las personas.
A esta Iglesia se la acusa de “meterse en política”, de “perturbar el orden establecido por el poder y a favor de los poderosos”.

Frente a esta mala interpretación de la Iglesia, tenemos que recordar cómo Jesús sintetizó todos los mandamientos en dos: amor a Dios y amor al prójimo. Esta es la síntesis de la Ley. Y Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es caridad” dice claramente:
“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar…. El amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en síu misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros”. (DC. N 15) y nos recuerda la parábola del Juicio final “en el cuala el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana”. “Jesús se identifica con los pobres, los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados”. (id)

También aquí debiéramos decir como Jesús: “Dichosos los que no se escandalicen de la Iglesia” cuando se compromete en la lucha por la justicia y por la defensa de los derechos humanos.
La Iglesia no hace política.
La Iglesia no se mete en política.
La Iglesia hace “humanidad”.
La Iglesia hace más humana y digna la vida de los seres humanos.

La Iglesia no ha sido fundada por Jesús para que “oliese a cera de altar” ni “a velorios sentimentales”. Las primeras persecuciones tuvieron como razón que “el cristianismo era un peligro para el Imperio”. Las persecuciones actuales, camufladas de proceso de desarrollo, también supone un peligro para los poderosos que buscan enriquecerse despojando a los pobres de lo poco que tienen. No es promover el desarrollo de los pobres enriqueciendo más los poderosos. Se promueve el desarrollo de los débiles respetando sus derechos como personas y dándoles posibilidades de llevar una vida digna.

Dios ama tanto la dignidad del hombre que El mismo se quiso hacer hombre. Y eso es lo que celebramos en la Navidad. Jesús nace como los pobres y entre los pobres, que fueron los primeros en reconocerle.


www.iglesiaquecamina.com

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