Cuando llega Juan a la región desértica del Jordán, están muy difundidos por todo el Oriente los baños sagrados y las purificaciones con agua. Muchos pueblos han atribuido al agua un significado simbólico de carácter sagrado, pues el agua lava, purifica, refresca y da vida. También el pueblo judío acudía a las abluciones y los baños para obtener la purificación ante Dios. Era uno de los medios más expresivos de renovación religiosa. Cuando más hundidos se encontraban en su pecado y su desgracia, más añoraban una purificación que los limpiara de toda maldad. Todavía se recordaba la conmovedora promesa hecha por Dios al profeta Ezequiel, hacia el año 587 a. C: «Os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y basuras yo os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo».
El deseo de purificación generó entre los judíos del siglo I una difusión sorprendente de la práctica de ritos purificatorios y la aparición de diversos movimientos bautistas. La conciencia de vivir alejados de Dios, la necesidad de conversión y la esperanza de salvarse en el «día final» llevaba a no pocos a buscar su purificación en el desierto. No era Juan el único. A menos de veinte kilómetros del lugar en que él bautizaba se levantaba el «monasterio» de Qumrán, donde una numerosa comunidad de «monjes» vestidos de blanco y obsesionados por la pureza ritual practicaban a lo largo del día baños y ritos de purificación en pequeñas piscinas dispuestas especialmente para ello.
La atracción del desierto como lugar de conversión y purificación debió de ser muy intensa. Flavio Josefo nos informa de que «un tal Banus, que vivía en el desierto, llevaba un vestido hecho de hojas, comía alimentos silvestres y se lavaba varias veces de día y de noche con agua fría para purificarse».
Sin embargo, el bautismo de Juan y, sobre todo, su significado eran absolutamente nuevos y originales. No es un rito practicado de cualquier manera. Para empezar, no lo realiza en estanques o piscinas, como se hace en el «monasterio» de Qumrán o en los alrededores del templo, sino en plena corriente del río Jordán. No es algo casual. Juan quiere purificar al pueblo de la impureza radical causada por su maldad y sabe que, cuando se trata de impurezas muy graves y contaminantes, la tradición judía exige emplear no agua estancada o «agua muerta», sino «agua viva», un agua que fluye y corre.
A quienes aceptan su bautismo, Juan los sumerge en las aguas del Jordán. Su bautismo es un baño completo del cuerpo, no una aspersión con agua ni un lavado parcial de las manos o los pies, como se acostumbraba en otras prácticas purificatorias de la época. Su nuevo bautismo apunta a una purificación total. Por eso mismo se realiza solo una vez, como un comienzo nuevo de la vida, y no como las inmersiones que practican los «monjes» de Qumrán varias veces al día para recuperar la pureza ritual perdida a lo largo de la jornada.
Hay algo todavía más original. Hasta la aparición de Juan no existía entre los judíos la costumbre de bautizar a otros. Se conocía gran número de ritos de purificación e inmersiones, pero los que buscaban purificarse siempre se lavaban a sí mismos. Juan es el primero en atribuirse la autoridad de bautizar a otros. Por eso precisamente lo empezaron a llamar el «bautizador» o «sumergidor». Esto le da a su bautismo un carácter singular. Por una parte, crea un vínculo estrecho entre los bautizados y Juan.
Las abluciones que se practicaban entre los judíos eran cosa de cada uno, ritos privados que se repetían siempre que se consideraba necesario. El bautismo del Jordán es diferente. La gente habla del «bautismo de Juan». Ser sumergidos por el Bautista en las aguas vivas del Jordán significa acoger su llamada e incorporarse a la renovación de Israel. Por otra parte, al ser realizado por Juan y no por cada uno, el bautismo aparece como un don de Dios. Es Dios mismo el que concede la purificación a Israel. Juan soloes su mediador.
El bautismo de Juan se convierte así en signo y compromiso de una conversión radical a Dios. El gesto expresa solemnemente el abandono del pecado en que está sumido el pueblo y la vuelta a la Alianza con Dios. Esta conversión ha de producirse en lo más profundo de la persona, pero ha de traducirse en un comportamiento digno de un pueblo fiel a Dios: el Bautista pide «frutos dignos de conversión». Esta «conversión» es absolutamente necesaria y ningún rito religioso puede sustituirla, ni siquiera el bautismo.
Sin embargo, este mismo rito crea el clima apropiado para despertar el deseo de una conversión radical. Hombres y mujeres, pertenecientes o no a la categoría de «pecadores», considerados puros o impuros, son bautizados por Juan en el río Jordán mientras confiesan en voz alta sus pecados. No es un bautismo colectivo, sino individual: cada uno asume su propia responsabilidad. Sin embargo, la confesión de los pecados no se limita al ámbito del comportamiento individual, sino que incluye también los pecados de todo Israel. Probablemente se asemejaba a la confesión pública de los pecados que hacía todo el pueblo cuando se reunía para la fiesta de la Expiación.
El «bautismo de Juan» es mucho más que un signo de conversión. Incluye el perdón de Dios. No basta el arrepentimiento para hacer desaparecer los pecados acumulados por Israel y para crear el pueblo renovado en el que piensa Juan. El proclama un bautismo de conversión «para el perdón de los pecados» . Este perdón concedido por Dios en la última hora a aquel pueblo completamente perdido es probablemente lo que más conmueve a muchos. A los sacerdotes de Jerusalén, por el contrario, los escandaliza: el Bautista está actuando al margen del templo, despreciando el único lugar donde es posible recibir el perdón de Dios. La pretensión de Juan es inaudita: ¡Dios ofrece su perdón al pueblo, pero lejos de aquel templo corrompido de Jerusalén!
Cuando se acercó al Jordán, Jesús se encontró con un espectáculo conmovedor: gentes venidas de todas partes se hacían bautizar por Juan, confesando sus pecados e invocando el perdón de Dios. No había entre aquella muchedumbre sacerdotes del templo ni escribas de Jerusalén. La mayoría era gente de las aldeas; también se ven entre ellos prostitutas, recaudadores y personas de conducta sospechosa. Se respira una actitud de «conversión». La purificación en las aguas vivas del Jordán significa el paso del desierto a la .tierra que Dios les ofrece de nuevo para disfrutarla de manera más digna y justa. Allí se está formando el nuevo pueblo de la Alianza.
Juan no está pensando en una comunidad «cerrada», como la de Qumrán; su bautismo no es un rito de iniciación para formar un grupo de elegidos. Juan lo ofrece a todos. En el Jordán se está iniciando la «restauración» de Israel. Los bautizados vuelven a sus casas para vivir de manera nueva, como miembros de un pueblo renovado, preparado para acoger la llegada ya inminente de Dios.
El deseo de purificación generó entre los judíos del siglo I una difusión sorprendente de la práctica de ritos purificatorios y la aparición de diversos movimientos bautistas. La conciencia de vivir alejados de Dios, la necesidad de conversión y la esperanza de salvarse en el «día final» llevaba a no pocos a buscar su purificación en el desierto. No era Juan el único. A menos de veinte kilómetros del lugar en que él bautizaba se levantaba el «monasterio» de Qumrán, donde una numerosa comunidad de «monjes» vestidos de blanco y obsesionados por la pureza ritual practicaban a lo largo del día baños y ritos de purificación en pequeñas piscinas dispuestas especialmente para ello.
La atracción del desierto como lugar de conversión y purificación debió de ser muy intensa. Flavio Josefo nos informa de que «un tal Banus, que vivía en el desierto, llevaba un vestido hecho de hojas, comía alimentos silvestres y se lavaba varias veces de día y de noche con agua fría para purificarse».
Sin embargo, el bautismo de Juan y, sobre todo, su significado eran absolutamente nuevos y originales. No es un rito practicado de cualquier manera. Para empezar, no lo realiza en estanques o piscinas, como se hace en el «monasterio» de Qumrán o en los alrededores del templo, sino en plena corriente del río Jordán. No es algo casual. Juan quiere purificar al pueblo de la impureza radical causada por su maldad y sabe que, cuando se trata de impurezas muy graves y contaminantes, la tradición judía exige emplear no agua estancada o «agua muerta», sino «agua viva», un agua que fluye y corre.
A quienes aceptan su bautismo, Juan los sumerge en las aguas del Jordán. Su bautismo es un baño completo del cuerpo, no una aspersión con agua ni un lavado parcial de las manos o los pies, como se acostumbraba en otras prácticas purificatorias de la época. Su nuevo bautismo apunta a una purificación total. Por eso mismo se realiza solo una vez, como un comienzo nuevo de la vida, y no como las inmersiones que practican los «monjes» de Qumrán varias veces al día para recuperar la pureza ritual perdida a lo largo de la jornada.
Hay algo todavía más original. Hasta la aparición de Juan no existía entre los judíos la costumbre de bautizar a otros. Se conocía gran número de ritos de purificación e inmersiones, pero los que buscaban purificarse siempre se lavaban a sí mismos. Juan es el primero en atribuirse la autoridad de bautizar a otros. Por eso precisamente lo empezaron a llamar el «bautizador» o «sumergidor». Esto le da a su bautismo un carácter singular. Por una parte, crea un vínculo estrecho entre los bautizados y Juan.
Las abluciones que se practicaban entre los judíos eran cosa de cada uno, ritos privados que se repetían siempre que se consideraba necesario. El bautismo del Jordán es diferente. La gente habla del «bautismo de Juan». Ser sumergidos por el Bautista en las aguas vivas del Jordán significa acoger su llamada e incorporarse a la renovación de Israel. Por otra parte, al ser realizado por Juan y no por cada uno, el bautismo aparece como un don de Dios. Es Dios mismo el que concede la purificación a Israel. Juan soloes su mediador.
El bautismo de Juan se convierte así en signo y compromiso de una conversión radical a Dios. El gesto expresa solemnemente el abandono del pecado en que está sumido el pueblo y la vuelta a la Alianza con Dios. Esta conversión ha de producirse en lo más profundo de la persona, pero ha de traducirse en un comportamiento digno de un pueblo fiel a Dios: el Bautista pide «frutos dignos de conversión». Esta «conversión» es absolutamente necesaria y ningún rito religioso puede sustituirla, ni siquiera el bautismo.
Sin embargo, este mismo rito crea el clima apropiado para despertar el deseo de una conversión radical. Hombres y mujeres, pertenecientes o no a la categoría de «pecadores», considerados puros o impuros, son bautizados por Juan en el río Jordán mientras confiesan en voz alta sus pecados. No es un bautismo colectivo, sino individual: cada uno asume su propia responsabilidad. Sin embargo, la confesión de los pecados no se limita al ámbito del comportamiento individual, sino que incluye también los pecados de todo Israel. Probablemente se asemejaba a la confesión pública de los pecados que hacía todo el pueblo cuando se reunía para la fiesta de la Expiación.
El «bautismo de Juan» es mucho más que un signo de conversión. Incluye el perdón de Dios. No basta el arrepentimiento para hacer desaparecer los pecados acumulados por Israel y para crear el pueblo renovado en el que piensa Juan. El proclama un bautismo de conversión «para el perdón de los pecados» . Este perdón concedido por Dios en la última hora a aquel pueblo completamente perdido es probablemente lo que más conmueve a muchos. A los sacerdotes de Jerusalén, por el contrario, los escandaliza: el Bautista está actuando al margen del templo, despreciando el único lugar donde es posible recibir el perdón de Dios. La pretensión de Juan es inaudita: ¡Dios ofrece su perdón al pueblo, pero lejos de aquel templo corrompido de Jerusalén!
Cuando se acercó al Jordán, Jesús se encontró con un espectáculo conmovedor: gentes venidas de todas partes se hacían bautizar por Juan, confesando sus pecados e invocando el perdón de Dios. No había entre aquella muchedumbre sacerdotes del templo ni escribas de Jerusalén. La mayoría era gente de las aldeas; también se ven entre ellos prostitutas, recaudadores y personas de conducta sospechosa. Se respira una actitud de «conversión». La purificación en las aguas vivas del Jordán significa el paso del desierto a la .tierra que Dios les ofrece de nuevo para disfrutarla de manera más digna y justa. Allí se está formando el nuevo pueblo de la Alianza.
Juan no está pensando en una comunidad «cerrada», como la de Qumrán; su bautismo no es un rito de iniciación para formar un grupo de elegidos. Juan lo ofrece a todos. En el Jordán se está iniciando la «restauración» de Israel. Los bautizados vuelven a sus casas para vivir de manera nueva, como miembros de un pueblo renovado, preparado para acoger la llegada ya inminente de Dios.
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