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viernes, 21 de enero de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: III Domingo del T.O. (Mt 4, 12-23) - Ciclo A


Publicado por Dominicos.org

“Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”

Cuando poco a poco se nos empieza a quedar atrás la Navidad resuena una vez más en la liturgia un motivo que nos recuerda al Cántico de Simeón al ver al niño Jesús: “luz para alumbrar a las naciones, gloria de Israel tu pueblo”.

Cristo nuevamente se nos muestra como luz, pero esta luz nos hace descubrir ahora unos “colores” particulares sobre su persona. Jesús es la luz que poco a poco se enciende para iluminarnos a Dios. Es una luz para todos los hombres y que a su vez necesita de los hombres para continuar iluminando la humanidad. Y por último es la luz que nos envuelve a todos, que a todos nos une bajo su resplandor. Es el fundamento de nuestra unidad, siendo esta verdad especialmente importante este Domingo.

Fr. Alejandro López Ribao O.P.
Real convento de Predicadores (Valencia)

COMENTARIO BÍBLICO

Primera lectura: (Isaías 9,1-4)

Marco: Forma parte del bloque así llamado “el Libro del Enmanuel” en él se recogen algunas de las más importantes profecías mesiánicas, que fueron añadiéndose por los discípulos del profeta, con las que trataban de responder a las distintas situaciones por las que atravesaba el pueblo de Dios a fin de alentar la esperanza.

Reflexión

¡La luz de Dios alcanza a los gentiles!
¡Es posible la alegría cuando se experimenta la acción eficaz de Dios!
Has multiplicado su alborozo, has acrecentado su alegría: se alegran ante ti, con la alegría de la siega, como se regocijan al repartirse el botín... Todo calzado de guerra, todo manto empapado en sangre, está siendo quemado, devorado por el fuego. La experiencia de alegría es una constante que se hace presente cuando se realizan las actuaciones salvadoras de Dios. De nuevo los Salmos nos proporcionan la clave para esta situación. Acabada la esclavitud, el pueblo puede sentirse seguro y vivir tranquilamente. En la Escritura encontramos la imagen de una vida sosegada bajo la parra y la higuera que han pasado a ser símbolos de la tranquilidad, de la paz, y de la felicidad del hombre. Cuando el pueblo se encuentra libre en su heredad puede disfrutar de los signos de la providencia. Esta experiencia que recorre la Escritura, la recoge ahora el profeta Isaías recurriendo a su vez a otras imágenes de la victoria y del cultivo de la tierra. El fondo de todo es que el proyecto salvador de Dios prevalece una vez más contra todas las resistencias y oposiciones de los pueblos más poderosos. En la Escritura se nos enseña que la esperanza siempre es posible. Y la esperanza verdadera engendra la alegría en aquellos que son capaces de esperar contra todas las resistencias y oposiciones. Los tiempos que tiene presente el profeta eran recios porque se trataba de una dura invasión del rey asirio con todas sus terribles consecuencias. Pero el cambio realizado por la intervención de Dios permite a su pueblo disfrutar con mayor hondura el beneficio de la liberación. Este mensaje ofrece al hombre de hoy un punto de referencia para la contemplación de un proyecto de Dios que puede responder a las necesidades profundas de nuestro mundo. La liberación en forma de luz que ilumina la existencia es un valor del que carece nuestro mundo. Y Dios sigue llevando su proyecto liberador hacia adelante pero quiere utilizar los medios y los testigos que lo hagan creíble y aceptable. Los discípulos de Jesús tienen hoy la misión de asumir este proyecto capaz de cambiar las estructuras desde su raíz para conseguir la verdadera humanización de la sociedad. La palabra de Dios sigue siendo una lámpara que ilumina en lugar tenebroso la existencia humana (1Pe 1,19).También en nuestros tiempos recios los creyentes necesitan esta palabra profética en medio de un mundo con frecuencia hostil y agresivo para ofrecerle motivos de esperanza verdadera. Una esperanza que debe hacer referencia siempre a la utopía aportada por Jesucristo a los hombres. Es necesario que los discípulos de Jesús sean transmisores de esta posibilidad real de esperanza y de cambio, aunque la experiencia cotidiana parezca desmentirla. Ese es el secreto de la palabra profética y de la palabra de Jesús: que el proyecto de Dios es más fuerte, firme y duradero que los proyectos que se realicen al margen del mismo.

Segunda lectura: (1Corintios 1,10-13.17)

Marco: Con el fragmento proclamado hoy, se inicia la primera parte de la Carta que sale al encuentro de las divisiones provocadas en la comunidad. Pablo declara que para los cristianos sólo hay un guía, un maestro, un Señor, Jesús. Todos los demás son servidores. Los grupos enfrentados de que se habla son con toda probabilidad grupos reales y no una mera enumeración retórica. Pablo urge a volver a la concordia en la comunidad.

Reflexión

¡Es necesario recuperar la concordia y la comunión en la comunidad!
Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Se trata de una situación histórica ocurrida en una comunidad concreta y por unas motivaciones concretas. La comunidad de Corinto, por la procedencia de sus miembros y por los dones del Espíritu recibidos, podía ser un modelo ejemplar de cómo Dios elige a los humildes y desposeídos de este mundo y los transforma en una familia suya sobre la que derrocha muchos de sus dones. Pero la experiencia real es que se produjo una profunda brecha en la misma. El abuso o mal uso de los dones recibidos la condujo a una situación lamentable. La exhortación de Pablo corresponde a una respuesta directa, real y urgente. Los dones de Dios son para constituir una comunidad, para el bien común de todos y no para el bien particular de nadie. Esta es una constante que encontramos en las cartas paulinas y en los escritos del Nuevo Testamento. La comunidad se salvará sólo si fomenta la comunión. Y sólo puede ofrecer un signo creíble de Jesús si recupera la unidad (así lo había pedido Jesús en la última Cena, según el testimonio de Jn 17). La recuperación de la unidad no es cuestión de pactar una tregua o un recurso fácil a la unidad externa. La unidad y la comunión sólo es posible, recuerda Pablo en esta carta a los miembros de la comunidad (y se convierte en un modelo para toda la historia de la Iglesia), a través de tres actitudes fundamentales y que alcanzan la hondura de cada miembro de la comunidad: ponerse de acuerdo mediante un diálogo mutuo y entre todos iluminado por la palabra y el ejemplo de Jesús; tener un mismo pensar en la verdad del Evangelio y compartir unos mismos sentimientos de fraternidad. Los tres elementos remiten a la interioridad del hombre, al corazón en términos bíblicos. Y esto exige un cambio decisivo que no es nada fácil. ¡Los mensajeros son servidores no líderes que capitanean partidos diferentes! Ayer como hoy la comunidad cristiana está formada por hombres y mujeres que tienen sus capacidades humanas y sus riquezas humanas así como sus flaquezas, pero que son invitados a vivir en comunión verdadera contando con la diversidad. Unanimidad, no necesariamente uniformidad, pide el Evangelio para la comunidad cristiana. Sólo desde esta aceptación de lo diverso con el empeño de formar una sola comunidad se convierte en un signo visible y creíble de la presencia viva de Jesús que anima a todos a la búsqueda del bien común. Y precisamente esto lo necesita hoy el mundo tanto o más que nunca. En un mundo dividido por las guerras y enemistades, es más urgente que nunca la recuperación de la comunión como una oferta creíble y coherente a este mismo mundo que es en el que desarrolla su historia la Iglesia.

Evangelio: (Mateo 4,12-23)

Marco: El fragmento se encuentra en un conjunto narrativo que describe los inicios de la misión de Jesús. Anuncio del Reino con obras y palabras. Un programa abierto y estable que recoge al final de su relato (Mt 28, 20). La universalidad es una trabajosa conquista en la visión mateana de la salvación.

Reflexión

¡La estancia en Cafarnaúm un signo prometedor de universalidad!
La decisión de Jesús de fijar su residencia en Cafarnaúm es un símbolo significativo de su plan evangelizador. Importa la significación simbólica porque Cafarnaúm es una ciudad fronteriza entre el pueblo de Israel y el mundo pagano. En esta ciudad existe una red de control de mercancías. En esta ciudad hay muchos recaudadores de impuestos. Abierta al mundo pagano, es un signo prometedor de la llegada del Evangelio al mundo gentil, aunque en su día. Mateo anuncia pero espera a presentar la realidad después de la resurrección de Jesús que es cuando envía a los apóstoles a evangelizar a todas las gentes. Precisamente en el discurso misionero (capítulo 10), Mateo insiste en que los apóstoles no han de ir a los gentiles, sino que deben dirigirse a las ovejas perdidas de Israel. Anuncio y cumplimiento en dos etapas distintas: la etapa del Jesús que vive entre los hombres es para reunir a las tribus de Israel; la etapa del Jesús resucitado que ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra que supone el derribo de todos los muros de separación. Entonces será posible la oferta del Evangelio a todas las gentes porque el Señor de la tierra es Jesús resucitado y puede enviar embajadores y mensajeros suyos por todos su dominios. La estancia en Cafarnaúm no será estable y cerrada. Jesús va a adoptar una forma nueva de proclamación de la Palabra de Dios: la itinerancia. Será un itinerante permanente durante su ministerio. Es una característica que le permite alcanzar a pueblos y aldeas para anunciarles la Buena Nueva de la presencia ya de la Soberanía de Dios. La misión de la Iglesia es universal. Hemos de repetirlo una y otra vez porque es necesario ofrecer al mundo la realidad universal, en todos los planos y gentes, de la Iglesia. Sólo así será creíble su existencia y su mensaje a los hombres de toda cultura o nación. Los discípulos actuales de Jesús son invitados a seguir prestando una profunda y sincera adhesión a la persona de Jesús, y a su Evangelio liberador, consolador y esperanzador como respuesta eficaz y válida para las necesidades que aquejan a nuestro mundo. Es urgente y necesario este compromiso real, palpable y convincente con el Evangelio.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)


PAUTAS PARA LA HOMILÍA

Cristo es Luz de todos los pueblos

Lo primero que nos puede llamar la atención de las lecturas de este domingo, y que debemos resaltar, es la perfecta armonía que existe entre ellas. Esto no sólo es debido a que en el Evangelio de Mateo se nos cite el pasaje de Isaías que tenemos como primera lectura, sino porque en todas ellas, incluyendo el salmo responsorial, Cristo se nos presenta como la Luz, forma clásica, pero siempre sugerente. Sugerente porque esta luz nos habla de muchos matices y sobretodo nos deja alumbrar muchas realidades. Para empezar vemos que Jesús es la luz que poco a poco se ha ido encendiendo. Pensemos que el relato nos habla del comienzo de su vida pública, pero ya hacia mucho tiempo que esa luz había comenzado a iluminar. Jesús no es un fogonazo que nos deja ciegos, sino justamente lo contrario, la luz que poco a poco nos deja ver más claro su amor “Tu luz nos deja ver la luz” (Sal 35). Pero aunque esta luz surja poco a poco no es tímida, es universal. Cristo es visto como una “luz grande” en la Galilea de los gentiles, en los lugares que la sociedad piadosa judaica, centrada en la luz de su amada Jerusalén, no alcanzaba a ver como buenos judíos porque “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Y sobretodo está luz progresiva, que nos alumbra a todos para conocer a Dios, no es una luz muda sino que tiene un mensaje clave: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Este anuncio no nos tendría que dar miedo, sino alegría. El Reino de los cielos es el momento en que Dios Padre lleno de Misericordia va a llenar nuestra vida de sentido. El Reino de los cielos no es otro imperio terrestre, sino el imperio de la justicia y el amor. Por ello esta luz nos deja ver la verdad de nuestra existencia: vivir plenamente ese amor. Pero hemos de convertirnos, es decir, dar la vuelta a nuestros valores para aceptar con gozo que Dios será nuestro Rey.

La llamada de Cristo

“Pero Jesús, la luz que brilla, no quiere actuar sólo; todo hombre, incluso, el hombre Dios es hombre con otros hombres. Por eso Jesús busca enseguida colaboradores”. Este bellísimo pasaje de Von Balthasar nos puede ayudar a comprender la siguiente acción de Jesús en el Evangelio. Cristo no sólo anuncia una nueva luz, sino que necesita de sus discípulos, de seguidores, de “amigos” suyos (Jn15, 14-16) para que esta luz continúe brillando. La misma encarnación fundamenta la llamada a otros hombres para que sean colaboradores de su misión. Pero un detalle importante es darnos cuenta de la forma de llamar de Cristo. Llama a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Esta máxima libertad de Jesús es condición necesaria para nuestra propia vocación cristiana. Jesús llama a unos simples pescadores de copo, unos “obreros” de la pesca. Pero también llama a unos pescadores con barca y redes, los “ricos” del negocio. La llamada al seguimiento es universal, para todos. La luz no es para muchos ni para pocos sino para todos los hombres y para todo el hombre. Pero a todos los llamados se les llama a lo mismo y se les dará la misma paga, aunque dejen diferentes cosas. Todos buscan seguirle y todos serán pescadores de hombres. No es extraño que la madre de los hijos del Zebedeo, los pescadores ricos que dejaron “más” por seguir a Cristo, luego pida para ellos mayor recompensa. Lo que es extraño y profundo es que Jesús cree a su alrededor un misterio de comunión que es necesario vehículo para la proclamación del Reino. Por ahora los discípulos serán “contemplativos” del maestro, pero cuando ellos también hayan de comenzar a actuar las misiones que recibirán serán las mismas para todos, pero también las adecuadas para cada uno de ellos. Esta es la forma real de la unidad de la Iglesia, que es tanto la que predica Pablo en la segunda lectura como en otros textos que la complementan (Rom 12, 1Co 12). Pero esta ya es nuestra última clave.

Jesucristo, el único objeto de nuestro seguimiento y pertenencia

Quizás este sea el aspecto de las lecturas de este domingo que más podemos aplicar a nuestra realidad cotidiana y eclesial. El apóstol Pablo comienza así esta carta a su querida comunidad de Corinto, que debía estar dando un ejemplo poco edificante al resto de sus iglesias hermanas. Y esto era debido a sus divisiones, a sus luchas intestinas dentro de la comunidad para ver quién era más o quién tenía toda la verdad: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”. ¡Cuantas veces a nosotros nos pasa lo mismo dentro de la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas! Yo soy de Domingo, tu de Francisco y tu de Ignacio. La división, a la que tan proclives somos por desgracia, no atenta contra la caridad principalmente sino contra el propio mensaje evangélico. Una constatación de todo ello la tenemos estos días muy presente, ya que estamos dentro del octavario de oración para la unión de los cristianos. Las divisiones siempre se dan por creerse las dos partes las únicas llenas de razón y romper el diálogo. Pero la lectura de Pablo, que es expresión de su propia experiencia de conversión, nos habla de la verdadera forma cristiana de luchar y vivir por la unidad: “¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” No. Nosotros somos hijos de Dios por Cristo y su vida, muerte y Resurrección es la que nos ha mostrado el camino verdadero del hombre. Cristo es nuevamente una luz para todos, pero esta vez una luz que nos abarca a todos en su interior. Cristo es el fundamento único de nuestra pertenencia y unidad porque es el único que nos ha mostrado y amado como Dios. Por eso es todavía más sangrante que nosotros fundamentemos nuestras divisiones en su Persona. Tengamos así especialmente en cuenta este domingo esta intención, y pidámosla al Espíritu, principio de la unidad, que nos ilumine con la verdadera y única Luz: Cristo.

Fr. Alejandro López Ribao O.P.
Real convento de Predicadores (Valencia)

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