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domingo, 30 de enero de 2011

Domingo IV del tiempo ordinario: Sueños de aquí y ahora


Publicado por Entra y Verás

El evangelio de este domingo nos presenta el relato de las bienaventuranzas. Feliz quien tiene su corazón puesto en Dios. feliz quien menos cosas necesita. Feliz quien se fía incondicionalmente de Dios.… Para encontrarse con Dios hay que se capaces de soñar, de ilusionarse, de esperar y de luchar porque el sueño de Dios para el mundo se haga realidad.

¿Hay que ser un soñador o un cuerdo? ¿Hay que ser loco o juicioso? ¿Hay que aspirar a todo o conformarse con algo? ¿Los pies en el suelo o la cabeza en las nubes? Si somos sólo unos soñadores, ¿a quién ayudarán nuestras imaginaciones? ¿Nos perderemos en un mundo de fábulas y deseos que jamás tocará la tierra real donde la gente llora y ríe? Pero, si todos nos volvemos prosaicos y sensatos, razonables y prudentes, reposados y consecuentes, cumplidores y amarmolados ¿quién seguirá soñando que el Reino es posible? ¿Quién mantendrá viva su lógica imposible, su locura vencedora, su debilidad fuerte? Dice Blas Otero en uno de sus poemas: Mas no todo ha de ser ruina y vacío. No todo desescombro ni deshielo. Encima de este hombro llevo el cielo, y encima de este otro, un ancho río de entusiasmo. Los soñadores han sido vilipendiados en los cuentos, criticados por los pesimistas, ridiculizado por los fanáticos de la eficacia… Pero creer en la promesa, confiar, parte de tener un horizonte, aunque parezca inalcanzable. Hay que vivir con la ilusión inocente de quien sabe que sólo quien aspira a todo alcanzará algo. Nos hacen falta soñadores, inocentes, sinceros, honestos… capaces de proponerse grandes metas, de ilusionarse con ideales de los que se rían los sensatos y los descalifiquen los leguleyos adocenados por la norma, encadenados al cumplir sin vivir. Es en los sueños donde más libremente se expresan los deseos, las búsquedas, los anhelos profundos que condicionan nuestra vida. La promesa de Dios tiene que ver con sueños que se cumplen cuyos efectos sólo los intuye quien tiene ese olfato especial que llamamos fe.

El salmo nos presenta el sueño hecho realidad, un Dios que es portador de felicidad y de liberación para las víctimas de este mundo: hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda… Un Dios que es Padre y que se comporta como tal, que no permanece impertérrito ante el sufrimiento, sino que lo que busca y procura es precisamente lo contrario, aunque no nos lo parezca. Relacionar a Dios con el sufrimiento o considerar el dolor como el camino seguro para encontrarse con Él es una aberración vil y vergonzante que por desgracia no ha estado apartada de la espiritualidad cristiana más mentecata e interesada. ¿Tendremos que seguir insistiendo en que a Dios no le gustan ni la sangre, ni las lágrimas sino que, como cualquier padre, lo que quiere es la mayor felicidad de sus hijos? Hoy el evangelio llama “bienaventurados” es decir “felices”, y aquí no se habla ni de normas ni de leyes ni de obediencias sino de que la fe no es más que un camino confiado hacia la felicidad, pues eso es lo que el Padre quiere para sus hijos y es lo que vamos a encontrar si somos capaces de centrar nuestra mirada en Dios y poner en él nuestra confianza. Ojo que en ningún momento se llama felices a los que sufren por sufrir o por llorar.

Del mensaje de las bienaventuranzas no puede desprenderse una esperanza apocalíptica reservada únicamente para la otra vida sino que a los pobres se les dice que de ellos “es”, presente, no futuro, “será”, pues con la llegada de Jesús la esperanza de la verdadera felicidad se hizo realmente presente. En ocasiones el mensaje de las bienaventuranzas se ha convertido en un catálogo de virtudes con lo que no se ha conseguido sino ensombrecer y descafeinar su mensaje transformador: Sólo en Dios está la felicidad, pase lo que pase. Según Jesús, a los que les falta todo es a los que sólo poseen cosas. A veces confundimos felicidad con bienestar y entonces no podemos entender las bienaventuranzas.

Tenemos que soñar creyendo, confiando en que si nosotros queremos el sueño de Dios se hará realidad. Como decíamos al principio, hay que vivir con la ilusión inocente de quien sabe que sólo quien aspira a todo alcanzará algo. Dios está con nosotros, aquí y ahora. Descúbrelo.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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