¿Puede decir algo al hombre o a la mujer de hoy el deseo de Dios de un creyente del siglo once?
¿Está permitido publicar su oración en un periódico de nuestros días?
¿Es una provocación de mal gusto? ¿Una ingenuidad?
¿Puede ser una «llamarada» diferente para quienes buscan algo más que bienestar material?
He dudado antes de transcribir estos fragmentos de la célebre oración de Anselmo de Canterbury. Tal vez sean para alguno un «regalo de Navidad».
«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales;
entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos.
Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes;
aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia....
Excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte a buscarle...
Ahora di a Dios:
Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro...
Enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte...
Si no estás aquí, ¿dónde te buscaré?
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?...
Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará éste tu desterrado lejos de ti?
¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu rostro?
Anhela verte, y tu rostro está muy lejos.
Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible.
Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives.
No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro...
Tú me has creado... y me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
Me creaste para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado...
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes,
y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas.
Deseando te buscaré,
buscando te desearé,
amando te hallaré
y hallándote te amaré».
¿Está permitido publicar su oración en un periódico de nuestros días?
¿Es una provocación de mal gusto? ¿Una ingenuidad?
¿Puede ser una «llamarada» diferente para quienes buscan algo más que bienestar material?
He dudado antes de transcribir estos fragmentos de la célebre oración de Anselmo de Canterbury. Tal vez sean para alguno un «regalo de Navidad».
«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales;
entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos.
Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes;
aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia....
Excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte a buscarle...
Ahora di a Dios:
Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro...
Enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte...
Si no estás aquí, ¿dónde te buscaré?
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?...
Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará éste tu desterrado lejos de ti?
¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu rostro?
Anhela verte, y tu rostro está muy lejos.
Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible.
Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives.
No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro...
Tú me has creado... y me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
Me creaste para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado...
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes,
y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas.
Deseando te buscaré,
buscando te desearé,
amando te hallaré
y hallándote te amaré».
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