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viernes, 7 de enero de 2011

Homilías y Recursos para la Homilía: EL BAUTISMO DEL SEÑOR (Mt 3,13-17)


Publicado por Agustinos España

"ESTE ES MI HIJO"

Hoy la Iglesia celebra la Fiesta del Bautismo del Señor. El tiempo litúrgico de Navidad termina con esta fiesta, que ocupa el primer domingo después de la Epifanía de Reyes.
La fiesta de hoy completa en cierta forma la del 6 de enero, porque vuelve a contemplar el mismo misterio desde otra perspectiva.
El 6 de Enero celebramos la manifestación de Dios a los magos que representaban a los paganos, y hoy celebramos la manifestación de Dios cuando proclama a Jesús como su Hijo amado.
Como Jesús, todos los cristianos son llamados por Dios y consagrados por Él para evangelizar y colaborar en la construcción del Reino. Así el Reino llega a todos y con la colaboración de todos.

En la primera lectura de la misa de hoy Isaías anuncia la llegada del Mesías como Siervo de Dios, lleno del Espíritu y trayendo la justicia y la liberación. El profeta habla de un Siervo, una personificación del pueblo israelita, oprimido y maltratado por los babilonios.
Pero el Señor lo ha llenado del espíritu-fortaleza, para que implante el derecho y la justicia de Dios, convocando a los hermanos dispersos para la liberación de toda esclavitud.
Este pueblo-siervo, debe aceptar su misión sin lamentarse ni vacilar, para ser el modelo de otros israelitas dispersos en otras regiones.
Estos conceptos son aplicados por la comunidad cristiana a Jesús, siervo obediente de Dios, que redime por los dolores de su pasión.

En el Evangelio se narra el bautismo de Jesús. Poco antes de que comenzara la actividad de Jesús, había algunos grupos religiosos judíos en la zona cercana al río Jordán, vivían con exaltación la esperanza de la venida del
Mesías.
Juan el Bautista, estaba en aquella región predicando la inminente llegada del Señor, y hacía un bautismo que consistía en un lavado con agua, al que acompañaba la confesión de los pecados.
Así como el pueblo se presentaba a hacer estos lavados, se presentó Jesús para sumergirse en las aguas del Jordán como todos los demás.

La insistencia de Jesús en hacer la voluntad de Dios, obligo a Dios a pronunciarse en publico reconociendo en un hombre, y en apariencia pecador, a su amado hijo. Y es que Dios siente cierta debilidad ante quienes, como Jesús, se compromenten públicamente a hacer "todo lo que Él quiera", a los que obedecen a Dios, los declara hijos predilectos; a los que queren hacer su querer, Dios los quiere como a hijos amados; Dios encuentra a sus preferidos entre quienes viven prefiriendo su voluntad

La suerte de Jesús, ser hijo amado de Dios, está a nuestro alcance, si nos decidimos a cumplir todo lo que Él quiere de nosotros. Como Jesús, nosotros hemos sido bautizados y desde ese día, Dios nos aceptó como sus hijos, pero sólo cuando nos decidamos a hacer la voluntad de Dios, seremos sus hijos preferidos.

En su bautismo en el río Jordán, Jesús fue elegido por Dios como su enviado; allí fue llenado con la fuerza del Espíritu para que comience su predicación del Reino y para que realice los signos del Reino, aún con dificultades y
a riesgo de su vida.
Y eso es precisamente lo que significa ser cristianos.
Los cristianos somos llamados por Dios, somos elegidos por Dios , para nuestra vocación cristiana.
El cristiano es alguien que, tras ser elegido por Dios para ser su hijo y mensajero, acepta esa elección y se entrega o consagra a Dios de por vida.
Esta elección y esta consagración se realiza en el Bautismo, un acto que en la antigüedad sólo se hacía con adultos y después de una larga preparación.
En un mundo pagano por mayoría, ser cristiano era una elección que tenía sus riesgos. Quien elegía la fe, sabía a ciencia cierta a qué se comprometía y qué misión tenía ya qué riesgos, incluso de muerte se sometía.
El bautismo transforma al ser humano en otro Cristo.
En Belén Jesús nació como hombre; pero en su bautismo nació como elegido de Dios y consagrado a Dios. Allí nació como anunciador del Reino de Dios.
Por eso la liturgia entronca el bautismo de Jesús con la Navidad, porque ambos hechos se refieren a la elección y consagración de Jesús a la misión que el Padre le encomienda.
Y este es el sentido de nuestro bautismo. El bautismo es nuestro nacimiento a la realidad de la fe, de nuestra vocación divina, de nuestra misión de mensajeros del Reino de Dios.
Como fuimos bautizados de pequeños, por la fe de nuestros padres, hoy tenemos la oportunidad de reafirmar esa elección de Dios y esa respuesta libre que le damos. Hoy se nos pide que asumamos nuestro bautismo con
todos sus riesgos y con su misión, como lo hizo Jesús cuando fue bautizado, para poder ser hijos preferidos de Dios.
Como cristianos no nos diferenciamos culturalmente de las demás personas; tenemos que trabajar, estudiar, ganar dinero, sostener una familia, actuar profesionalmente, divertirnos.
Los cristianos no somos un núcleo cerrado, el círculo de los perfectos o de los únicos que se salvan. Y eso lo sabemos. Los cristianos somos como la semilla que lentamente testimonia la presencia del reinado de Dios.
La diferencia entre los cristianos y los no cristianos, es que los cristianos, hemos tomado conciencia del llamado y hemos asumido libre y responsablemente la tarea de construir un mundo armónico desde la perspectiva de Cristo, con sus criterios y su propuesta.
Hoy Dios nos asocia a su proyecto, nos da su Espíritu de fortaleza, nos une a Cristo, nos reconoce como sus hijos y nos invita a una espléndida tarea: trabajar por su reinado de amor, de justicia y de paz.
En este año, vamos a decirle al Señor: Señor, hoy al celebrar el Bautismo de Jesús, celebramos también nuestro bautismo en el Espíritu, y nos sentimos hijos tuyos, amados y predilectos, participando de tu vida divina.
Hoy comprendemos mucho mejor todo lo que significa estar bautizados, no como un rito tradicional de nuestro pueblo, sino como un sentirnos llamados personalmente para formar parte de tu pueblo y para ser mensajeros de tu Evangelio.
Señor que siempre tengamos presente nuestra misión.



RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

Sin que aparezca la palabra nuevo en los textos litúrgicos, todos ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: "ha terminado la esclavitud..., que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado..., ahí viene el Señor Yahvéh con poder y su brazo lo sojuzga todo". Es absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo: "Tú eres mi hijo predilecto". Es nueva la realidad del hombre que ha recibido el bautismo: "un baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Señor".

Mensaje doctrinal

1. La novedad viene de Dios. El hombre, desde los mismos inicios, lleva en sí el deterioro y la vieja carne del pecado. En ella está inmerso, como en un pozo profundo, del que es imposible salir por sí mismo. Como se trata de una realidad común a toda la humanidad, tampoco nadie, por su propio valer y querer, puede ayudar a otros a salir. Esta es la triste condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja carne en pura novedad de gracia y misericordia. Está igualmente claro que Dios quiere echar una mano y actuar en favor del hombre, porque "ha sido creado a imagen y semejanza suya". La liturgia presenta tres momentos históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (evangelio), finalmente para manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es lógica: Si Dios ha intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más propio de Dios es la fidelidad.

2. La novedad es invisible. La novedad que Dios infunde en el corazón de los hombres incide y repercute en la historia, pero en sí es invisible, interior, netamente espiritual. Primero hace nuevo el corazón, luego desde el corazón del hombre y con la ayuda del hombre, trasmuta también la realidad histórica. En los exiliados de Babilonia primero creó la añoranza de Sión, el deseo y la decisión del retorno, luego dispuso los hilos de la historia para que tal deseo y decisión llegase a cumplimiento. En el caso de Jesús, la teofanía del bautismo nos hace descubrir una novedad inicial, que se irá desplegando a lo largo de toda su vida pública y sobre todo en el misterio de su muerte y resurrección. La novedad del bautizado sólo se irá percibiendo con el tiempo, en la medida en que exista una coherencia vital entre la novedad infundida por Dios y la existencia concreta y diaria del cristiano. Para quienes juzgamos desde fuera, no pocas veces resulta difícil desvelar la relación entre la novedad interior y sus manifestaciones históricas en la vida ordinaria de cada ser humano. Por eso, ¡cuan difícil es juzgar sobre la vida verdadera, la interior, de los hombres, y con cuanta facilidad nos podemos equivocar!

3. La novedad es eficaz. Si viene de Dios, no puede ser de otro modo. La acción de Dios se lleva a cabo, si el hombre no la obstaculiza. La teofanía que nos narra el evangelio supuso el que Jesús, Hijo de Dios, fuese bautizado por un hombre, Juan; sin esta acción de Jesús, tal teofanía no hubiese tenido lugar. La regeneración y renovación interior del hombre están aseguradas, "si el hombre renuncia a la impiedad y a las pasiones mundanas" (segunda lectura), que como tales impiden cualquier acción del Espíritu de Dios. Por otra parte, hemos de admitir que la eficacia de Dios no es manipulable a nuestro antojo y arbitrio. Dios muestra su eficacia cuando quiere y como quiere. No son los exiliados en Babilonia los que ponen a Dios los plazos y modos de actuar para librarlos de la esclavitud; es Dios quien los determina y los realiza.

Sugerencias pastorales

1. Bautismo, epifanía de Dios. En el evangelio el bautismo de Jesús es una epifanía. Eso mismo debe ser el bautismo del cristiano: una epifanía de lo que Dios es y de lo que Dios hace en el hombre. El bautizado, podríamos decir, es un hombre en quien se manifiesta el Dios trinitario, en virtud de la relación personal que mantiene con cada una de las personas divinas. Como hijo del Padre vive una verdadera relación filial, sobretodo en la oración y adoración. Como redimido por el Hijo y sumergido en su misma vida, entabla con él una relación principalmente de seguimiento e imitación. Como templo del Espíritu Santo, vive con la conciencia de una relación sagrada, santificante, vivificadora de su existir cotidiano, modeladora de su vida familiar, profesional y social. El bautizado es al mismo tiempo epifanía de la acción de Dios en el hombre: una acción purificadora, que manifiesta el perdón de Dios; una acción transformante, que pone de relieve el poder de Dios; una acción unificadora de las energías y capacidades del cristiano, que subraya el misterio unitario de Dios; una acción vivificante, que revela, por medio del hombre, la extraordinaria vida de Dios uno y trino... Es importante que la predicación y catequesis tengan muy en cuenta y desarrollen y expliquen estos aspectos espirituales y pastorales del sacramento del bautismo. Así el bautismo no será el sacramento de la "inconsciencia", sino el sacramento de la epifanía diaria de Dios en la vida, en la fe y en el obrar del bautizado.

2. Bautizados para siempre. En el catecismo se dice que el bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano? ¿cuando se reniega de la propia fe? ¿cuando se cambia de religión y credo? La huella de la impresión bautismal queda. Una huella que es memoria, y es invitación: "Recuerda que eres un bautizado", "Sé lo que eres, vive lo que eres". Eres libre, pero la huella divina te indica el verdadero camino para tu libertad, lejos de los espejismos engañosos. ¿Y qué pasa con el bautizado que quiere vivir como bautizado? Tiene que ratificar cada día con la vida la huella divina, que lleva impresa. Tiene que testimoniar decididamente y con valentía la transformación que Dios ha operado en su ser por el bautismo. Tiene que ser un bautizado que viva consciente de su bautismo día tras día, por siempre

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