Mientras la vida del Bautista comienza a apagarse en la oscuridad de la cárcel, en Cafarnaúm comienza a alumbrar la luz de Jesús. Un lugar extraño para comenzar. “Un pueblo que habita en tinieblas y donde la gente habita en tierra y sombras de muerte”. Y es ahí donde Jesús da comienzo a su predicación. En los nuevos misterios luminosos del Rosario del “anuncio de la conversión y del Reino” pasa a ser el tercer misterio después del Bautismo y las Bodas de Caná.
Para muchos, hablarles de conversión implica ponerse ya a la defensiva. Como si alguien quisiera irrumpir en sus vidas y privarles de su estilo de vivir. Y sin embargo, la conversión tiene mucho de “luminoso”, porque llamarnos a la conversión significa:
Que Dios tiene fe en nosotros y cree en nosotros.
Que Dios no nos quiere achatados cuando podemos crecer más.
Que Dios no quiere nos contentemos con ser menos cuando podemos ser más.
Que Dios no quiere seamos buenos cuando podemos ser mejores.
Que Dios no quiere seamos mejores cuando tenemos vocación de santos.
Anunciar la conversión es proclamarle al hombre lo que Dios puede hacer en él y lo que él puede ser con la gracia de Dios.
Que la conversión no es solo dejar de hacer lo que hacemos.
Que la conversión no es sacarnos de donde estamos.
Que la conversión no está en la línea del “hacer” sino en la línea del “ser”.
La conversión es sentir que una nueva luz se enciende en las tinieblas de nuestro corazón. Es sentir latir una nueva dentro de nosotros allí precisamente donde antes había sombras de muerte. Es despertar dentro de nosotros las ilusiones marchitas, los ideales perdidos, las posibilidades atrofiadas.
Muchos me han preguntado sobre si Paulo Coelho era creyente o ateo. La verdad que no tenía respuesta. Hasta que hace unos meses me encontré en El Comercio con un articulito titulado “La beata de Baependi”. Un título no me decía nada, pero en él encontré una de las grandes experiencias de mi autor preferido.
Ni él sabía quién era doña Chica ni donde estaba Beapendi. Pero los caminos de Dios son misteriosos. Fue invitado a ser padrino de uno de sus sobrinos, precisamente, dice él “durante mi período hippi”. Y hasta reconoce que estaba en aquella Iglesita “apenas para cumplir un deber social”. Pero de regreso a Río algo sucedió en su vida. Un autobús frena en seco, súbitamente delante de él. Instintivamente da un “volantazo” y consigue esquivar el choque, al igual que su cuñado. Pero el que venía por detrás de él, se empotró violentamente en el autobús y se da una gran explosión. Varios muertos. Sin saber qué hacer, Paulo Coelho busca en el bolsillo un cigarro y se encuentra con la estampita de doña Chica silenciosa en su mensaje de protección.
“En ese punto comenzaba mi camino de regreso hacia los sueños, hacia la búsqueda espiritual, hacia la literatura”. “Yo había pasado por un período turbulento de mi vida y había dejado de creer en Dios. Había renunciado a mis locos sueños de juventud, y no pasaba por mi cabeza la idea de volver a tener ilusiones”. Un accidente. Una estampita al lado del paquete de cigarros fueron el momento en el que Dios volvió a reverdecer en sus vida y con él todas sus antiguas ilusiones.
Jesús comienza su predicación con la buena noticia de que el hombre, todos los hombres, no tienen por qué ser lo que son, porque pueden ser otra cosa. No comienza por denunciar el pecado sino por anunciar la gracia de la esperanza. Una predicación que busca despertar en nosotros todo lo que estaba seco, marchito y que nuestras vidas pueden florecer en una nueva primavera. Una predicación capaz de convertir “las turbulencias de la vida” en serenas y plácidas playas de serenidad.
No importa que todo sea noche en nuestras vidas. La conversión se encarga de encender todas las luces apagadas.
No importa que el calendario te haya envejecido. La invitación a la conversión es una invitación al rejuvenecimiento.
No importa que el jardín de tu vida esté marchito y muerto. La invitación a la conversión es capaz de embellecerlo de rosas y flores.
No importa que ya hayas perdido la esperanza en tu vida. La invitación a la conversión anuncia el nuevo mundo del reino de los cielos en tu espíritu. “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”.
No. Cuando la llamada de la conversión llame a tu corazón no es para aguarte la fiesta de la vida, sino para hacer de tu vida una fiesta. Y la conversión puede llegar a tu corazón a través de un cigarro y una estampita en el bolsillo. La conversión puede llegar a tu corazón de regreso a Río o de regreso a tu casa. Porque la gracia de Dios puede encontrarse no sólo en la Iglesia sino en la autopista o en la calle por donde vas al trabajo. La llamada a la conversión es la voz de Dios que te dice sencillamente: “deja de ser menos de lo que puedes ser”.
Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com
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Para muchos, hablarles de conversión implica ponerse ya a la defensiva. Como si alguien quisiera irrumpir en sus vidas y privarles de su estilo de vivir. Y sin embargo, la conversión tiene mucho de “luminoso”, porque llamarnos a la conversión significa:
Que Dios tiene fe en nosotros y cree en nosotros.
Que Dios no nos quiere achatados cuando podemos crecer más.
Que Dios no quiere nos contentemos con ser menos cuando podemos ser más.
Que Dios no quiere seamos buenos cuando podemos ser mejores.
Que Dios no quiere seamos mejores cuando tenemos vocación de santos.
Anunciar la conversión es proclamarle al hombre lo que Dios puede hacer en él y lo que él puede ser con la gracia de Dios.
Que la conversión no es solo dejar de hacer lo que hacemos.
Que la conversión no es sacarnos de donde estamos.
Que la conversión no está en la línea del “hacer” sino en la línea del “ser”.
La conversión es sentir que una nueva luz se enciende en las tinieblas de nuestro corazón. Es sentir latir una nueva dentro de nosotros allí precisamente donde antes había sombras de muerte. Es despertar dentro de nosotros las ilusiones marchitas, los ideales perdidos, las posibilidades atrofiadas.
Muchos me han preguntado sobre si Paulo Coelho era creyente o ateo. La verdad que no tenía respuesta. Hasta que hace unos meses me encontré en El Comercio con un articulito titulado “La beata de Baependi”. Un título no me decía nada, pero en él encontré una de las grandes experiencias de mi autor preferido.
Ni él sabía quién era doña Chica ni donde estaba Beapendi. Pero los caminos de Dios son misteriosos. Fue invitado a ser padrino de uno de sus sobrinos, precisamente, dice él “durante mi período hippi”. Y hasta reconoce que estaba en aquella Iglesita “apenas para cumplir un deber social”. Pero de regreso a Río algo sucedió en su vida. Un autobús frena en seco, súbitamente delante de él. Instintivamente da un “volantazo” y consigue esquivar el choque, al igual que su cuñado. Pero el que venía por detrás de él, se empotró violentamente en el autobús y se da una gran explosión. Varios muertos. Sin saber qué hacer, Paulo Coelho busca en el bolsillo un cigarro y se encuentra con la estampita de doña Chica silenciosa en su mensaje de protección.
“En ese punto comenzaba mi camino de regreso hacia los sueños, hacia la búsqueda espiritual, hacia la literatura”. “Yo había pasado por un período turbulento de mi vida y había dejado de creer en Dios. Había renunciado a mis locos sueños de juventud, y no pasaba por mi cabeza la idea de volver a tener ilusiones”. Un accidente. Una estampita al lado del paquete de cigarros fueron el momento en el que Dios volvió a reverdecer en sus vida y con él todas sus antiguas ilusiones.
Jesús comienza su predicación con la buena noticia de que el hombre, todos los hombres, no tienen por qué ser lo que son, porque pueden ser otra cosa. No comienza por denunciar el pecado sino por anunciar la gracia de la esperanza. Una predicación que busca despertar en nosotros todo lo que estaba seco, marchito y que nuestras vidas pueden florecer en una nueva primavera. Una predicación capaz de convertir “las turbulencias de la vida” en serenas y plácidas playas de serenidad.
No importa que todo sea noche en nuestras vidas. La conversión se encarga de encender todas las luces apagadas.
No importa que el calendario te haya envejecido. La invitación a la conversión es una invitación al rejuvenecimiento.
No importa que el jardín de tu vida esté marchito y muerto. La invitación a la conversión es capaz de embellecerlo de rosas y flores.
No importa que ya hayas perdido la esperanza en tu vida. La invitación a la conversión anuncia el nuevo mundo del reino de los cielos en tu espíritu. “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”.
No. Cuando la llamada de la conversión llame a tu corazón no es para aguarte la fiesta de la vida, sino para hacer de tu vida una fiesta. Y la conversión puede llegar a tu corazón a través de un cigarro y una estampita en el bolsillo. La conversión puede llegar a tu corazón de regreso a Río o de regreso a tu casa. Porque la gracia de Dios puede encontrarse no sólo en la Iglesia sino en la autopista o en la calle por donde vas al trabajo. La llamada a la conversión es la voz de Dios que te dice sencillamente: “deja de ser menos de lo que puedes ser”.
Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com
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