Los niños y niñas de la posguerra nos dividíamos en dos grupos según tomáramos aceite de ricino o de hígado de bacalao, remedios igualmente repugnantes.
A nivel doctrinal, unos éramos del catecismo del P. Astete y otros del Ripalda que comenzaba así: “Decid, niño ¿cómo os llamáis?, pregunta a la que respondíamos con voz cantarina: “Pedro, Juan, Francisco etcétera”.
Las niñas íbamos incluidas en el “etcétera”, pero por aquel entonces aún no estábamos maleadas por la ideología de género con la que tantos disgustillos estamos dando ahora a nuestros obispos.
Jugábamos con muñecas y leíamos libros de cuentos, ajenas por completo a estar siendo manipuladas hasta la punta de las coletas por aquellos juegos y lecturas sexistas, machistas y antifeministas, según nos han informado recientemente.
Volviendo al ricino: lo he recordado hace poco visitando el Monasterio de Bose (Italia) porque su editorial se llama Qiqajon, nombre hebreo del árbol bajo el que se refugió Jonás, sofocado a partes iguales por la calor y por el enfado que le produjo la conversión de los ninivitas.
Miro en el logo de la editorial la rama de ricino que acoge a una lechucita atentísima y pienso qué necesitados estamos todos de encontrar alguna sombra que nos cobije en estos tiempos inclementes.
A Bose, una comunidad ecuménica de monjes y monjas en su mayoría jóvenes y con Enzo Bianchi como Prior, acude una cantidad ingente de personas de todo tipo y condición buscando silencio, oración litúrgica, lectio divina y cursos de Biblia y de espiritualidad: qué suerte vivir cerca de un lugar así, tan nutriente para la fe y benditos sean los que ya existen entre nosotros.
En todo caso, quien viva a la intemperie y no haya encontrado aún una “rama de ricino” para cobijarse, que se ponga a buscarla por tierra, mar y aire hasta que dé con alguna comunidad, asociación, grupo de fe o compañeros que le den sombra en su camino cristiano…
Quizá lleguen días en que en nuestro correo electrónico parpadeará un mensaje como éste:
“¿No tienes curiosidad por saber cuáles son los ricinos de tus amigos? ¡Contáctalos para preguntárselo!”.
Por si se retrasa ese momento, los ojos inquisitivos de la lechucita nos seguirán inquietando hasta que encontremos el nuestro.
A nivel doctrinal, unos éramos del catecismo del P. Astete y otros del Ripalda que comenzaba así: “Decid, niño ¿cómo os llamáis?, pregunta a la que respondíamos con voz cantarina: “Pedro, Juan, Francisco etcétera”.
Las niñas íbamos incluidas en el “etcétera”, pero por aquel entonces aún no estábamos maleadas por la ideología de género con la que tantos disgustillos estamos dando ahora a nuestros obispos.
Jugábamos con muñecas y leíamos libros de cuentos, ajenas por completo a estar siendo manipuladas hasta la punta de las coletas por aquellos juegos y lecturas sexistas, machistas y antifeministas, según nos han informado recientemente.
Volviendo al ricino: lo he recordado hace poco visitando el Monasterio de Bose (Italia) porque su editorial se llama Qiqajon, nombre hebreo del árbol bajo el que se refugió Jonás, sofocado a partes iguales por la calor y por el enfado que le produjo la conversión de los ninivitas.
Miro en el logo de la editorial la rama de ricino que acoge a una lechucita atentísima y pienso qué necesitados estamos todos de encontrar alguna sombra que nos cobije en estos tiempos inclementes.
A Bose, una comunidad ecuménica de monjes y monjas en su mayoría jóvenes y con Enzo Bianchi como Prior, acude una cantidad ingente de personas de todo tipo y condición buscando silencio, oración litúrgica, lectio divina y cursos de Biblia y de espiritualidad: qué suerte vivir cerca de un lugar así, tan nutriente para la fe y benditos sean los que ya existen entre nosotros.
En todo caso, quien viva a la intemperie y no haya encontrado aún una “rama de ricino” para cobijarse, que se ponga a buscarla por tierra, mar y aire hasta que dé con alguna comunidad, asociación, grupo de fe o compañeros que le den sombra en su camino cristiano…
Quizá lleguen días en que en nuestro correo electrónico parpadeará un mensaje como éste:
“¿No tienes curiosidad por saber cuáles son los ricinos de tus amigos? ¡Contáctalos para preguntárselo!”.
Por si se retrasa ese momento, los ojos inquisitivos de la lechucita nos seguirán inquietando hasta que encontremos el nuestro.
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