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lunes, 18 de abril de 2011

Homilías y Recursos para la Homilías: Jueves Santo (Juan 13, 1-15) - Ciclo A


"DÍA DEL AMOR FRATERNO"
Publicado por Agustinos España

Con esta celebración de esta tarde se da por concluido el tiempo de la Cuaresma y entramos en la celebración del Santo Triduo Pascual; es decir, en la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor en los días de Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección, aunque la celebración vespertina de hoy abre ya la puerta de ese Triduo Santo. La Cena del Señor el Jueves Santo, los Oficios de su Pasión el Viernes Santo y la Vigilia Pascual o la misa del Domingo de Resurrección son, en realidad, una liturgia unitaria aunque partida en tres momentos coincidiendo con los días en que el Señor vive su pasión, muerte y resurrección, que venimos en llamar “los acontecimientos pascuales” y que dan lugar a nuestra fe cristiana.
La víspera de dar su vida en la cruz, Jesús se reúne con sus discípulos y celebra con ellos la última cena. La liturgia de hoy nos trae el recuerdo del acontecimiento del éxodo en el Antiguo Testamento para que lo miremos como telón de fondo de la Cena del Señor. En esos días, Jesús estaba en Jerusalén porque había ido allí con sus discípulos a celebrar la pascua judía. Esas grandes fiestas se celebraban en el Templo, por lo que todos los judíos estaban obligados a viajar a Jerusalén para acudir al Templo. Pero el mensaje que Jesús predicaba y las acciones que realizaba habían inquietado a las autoridades religiosas, que no han creído que Jesús fuera el Mesías esperado ni el Hijo de Dios como él afirmaba. La crítica despiadada hacia ellos, la escena con los mercaderes en la explanada del templo, su desafío de “levantarlo” en tres días, el grupo de gente que le sigue a todas partes... acaba por meter el miedo a perder su influencia en los jefes de los sacerdotes y planean detener y matar a Jesús.

Jesús es consciente de que va a la muerte y decide entregarse a ella como víctima por nosotros. Al instituir la Eucaristía, la refiere directamente a su entrega y a su sacrificio: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros; y Esta es la sangre de la nueva alianza, derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Antes de caer en manos de los paganos, antes de ser detenido y ajusticiado, Jesús anticipa su entrega a sus discípulos. Y lo hace como alimento, como comida, como nutriente. Desde los acontecimientos de la Pascua, la Eucaristía será el lugar privilegiado del encuentro de Jesús con los suyos. Durante dos mil años lo ha sido y lo sigue siendo para nosotros. Este año ha sido declarado por Juan Pablo II como el Año de la Eucaristía. Es el centro de nuestra fe, el centro de nuestra vida cristiana, el centro de nuestra identidad de pertenencia a la comunidad de Jesús. El propio Jesús resucitado aparece celebrando la Eucaristía con sus discípulos el mismísimo día de Pascua. Las primeras comunidades pusieron en práctica la recomendación del Maestro: Haced esto en memoria mía. De hecho, en algunos relatos del evangelio previos al de la última cena, descubrimos fórmulas concretas y concisas que empleaban aquellos cristianos en las celebraciones de la fracción del pan. La Eucaristía recoge, así, no sólo la referencia explícita a los momentos de la pasión y muerte de Jesús, sino también a su amor, a su gran amor, al amor más grande, que le lleva a dar su vida por los amigos. A través de la Eucaristía, la Iglesia rinde culto al Padre, actualiza el memorial del amor y de la entrega de Jesús, se alimenta con la Palabra proclamada y predicada y se nutre con el alimento de la vida eterna: el pan y el vino de la nueva alianza. La Eucaristía nos une íntimamente a Cristo: el que me come vivirá por mí, nos dice el Señor. Pero también la comunión nos une entre nosotros porque nos hace hermanos. Comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo es unirnos a él en su destino, en su entrega, en su mismo amor. El que come el cuerpo de Cristo debe estar dispuesto a lo mismo a lo que él se arriesgó: a ser fiel hasta el final, incluso hasta la muerte. El que come el cuerpo de Cristo sólo puede vivir en justicia y solidaridad con sus semejantes, hijos todos de Dios y, por tanto, hermano con todos y para todos; de modo que el perdón de las ofensas y el amor fraterno se conviertan, cuando no en condición previa, sí, al menos, en consecuencia de la participación en la Eucaristía.

Pero si la primera lectura nos hablaba de la pascua judía y la segunda, de la institución de la Eucaristía, el pasaje del evangelio de San Juan recoge el relato del lavatorio de los pies en la última cena. Jesús agachado, abajado ante sus discípulos para servirles. El siervo era el que refrescaba los pies de su amo al llegar a la casa; Jesús invierte los términos. No se comporta como amo sino como siervo. Y lo que hace –dice- es para darnos ejemplo de que nosotros hagamos lo mismo unos con otros. No desde el puesto del que es servido, sino del que sirve; no desde el superior, sino desde el inferior; no del que se eleva, sino del que se abaja; no del amo, sino del siervo. Quien no quiera dejarse servir por él, no tiene nada que ver con él. Quien no sea capaz de aceptar a un Dios que se abaja y que se pone por debajo de nosotros, tampoco entenderá que él debe situarse por debajo de los demás. El discípulo de Jesús es sólo el que ha tomado la misma opción que Jesús: la del servicio al prójimo.

En esta tarde, somos nosotros los que hemos sido sentados a la mesa del altar en este cenáculo para actualizar la última cena del Señor. Debemos poner especial interés en que no quede sólo en unos ritos externos y en la repetición de ciertas fórmulas litúrgicas. Lo que está sucediendo en nosotros en esta tarde es que Jesús se ha reunido con este grupo y nos habla con sus palabras, con sus gestos lo mismo que al grupo de discípulos en el cenáculo de Jerusalén. A nosotros nos explica hoy su palabra, para nosotros parte su pan, ante nosotros da el ejemplo de servicio; y a nosotros nos dice: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Que esta celebración nos ayude, pues, a adentrarnos en los misterios que celebramos estos tres días y nos estimule a seguir el ejemplo de amor de Jesús, el ejemplo de su actitud de servicio hacia todos y la entrega voluntaria y generosa de su persona y de su vida.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

“La institución de la nueva alianza en la sangre de Cristo”. En estas palabras se nos ofrece un elemento unificador de la lecturas de esta hermosísima Celebración de la cena del Señor. La primera lectura del libro delÉxodo nos expone detalladamente los preparativos de la cena Pascual; cena en la que se sacrificaba y se comía el cordero con un ritual muy detallado. Se trata de un rito antiquísimo que se celebraba incluso antes de la estancia del pueblo en Egipto, pero que, en todo caso, estaba unido íntimamente a la alianza que Dios hacia con su pueblo. Israel celebra esta pascua como el paso de la esclavitud a la libertad (1L). El evangelio nos expone el amor sin medida del redentor que se ofrece en sacrificio: “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” Cristo está a punto de entregar su vida en la cruz y anticipa sacramentalmente su sacrificio. Así, Jesús instituye una nueva alianza en su sangre. El cordero pascual es ahora él mismo quien, en obediencia al Padre, se ofrece en resacate por todos los hombre. Él ha venido a servir, Él es el maestro y nos dice que el amor cristiano no puede tener límites (EV). La carta de Pablo a los Corintios expone la tradición más antigua de la Eucaristía. Jesús ordena a sus discípulos que respeten y repitan este gesto: “Haced esto en memoria mía” y, al mismo tiempo, vincula esta liturgia con “la muerte del Señor hasta que vuelva” (2L).


Mensaje doctrinal

1. El cordero pascual. En la cena se debía consumir el cordero pascual, un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Su sangre se debía rociar en las jambas y en el dintel de la casa simbolizando la salvación que correspondía a los primogénitos de Israel. Los israelitas debían comer de pie, con la cintura ceñida, bastón en mano, de prisa. Era la Pascua del Señor. Esto lo debían celebrar de generación en generación.

En la pascua cristiana es Cristo mismo el cordero que se inmola por la salvación de los hombres. Aquí también se da un paso de la esclavitud a la libertad, pero los términos se profundizan: de la esclavitud del pecado a la libertad de la gracia de los hijos de Dios. Cristo derrama su sangre en la cruz para liberarnos de la muerte y del pecado. Se ofrece en holocausto para establecer una nueva y definitiva Alianza con los hombres. En muchas ocasiones y de muchas maneras Dios había hablado a los hombres por medio de los profetas, ahora lo hace por medio del Hijo amado. Jesús describía su propio corazón cuando decía: Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos. Melitón de Sardes en una admirable página sobre la Pascua comenta: Él (Cristo) es aquel que nos rescató de la esclavitud para conducirnos a la libertad, nos llevó de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al Reino eterno. Ha hecho de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido para siempre. Él es la Pascua de nuestra salvación. (Homilía sobre la Pascua).

2. El lavatorio de los pies. El gesto del lavatorio de los pies va más allá de un simple ejemplo. Se puede decir que es una especie de signo de la misión y obra redentora de Cristo. El Señor nos purifica de nuestros pecados, cancela nuestras culpas, lava en su sangre nuestros delitos y nos conduce al Reino de su Padre. Su misericordia se derrama eternamente sobre nuestra existencia pecadora. Al lavar los pies a sus discípulos, Jesús hace presente la necesidad de purificación que tiene el hombre, la necesidad de salvación y les anticipa que gracias a su misterio pascual (muerte-resurrección del Señor) ellos quedarán libres de sus pecados.


Sugerencias pastorales

1. El amor a la Eucaristía. Una de las ceremonias litúrgicas más amadas de los fieles es la procesión con el Santísimo hasta el monumento y la subsiguiente adoración eucarística. Lo mismo los niños que los jóvenes o la gente adulta, participa en esta liturgia con ánimo cordial, sensibilizada por la belleza y profundidad de la Celebración de la Cena del Señor. Se mezclan sentimientos de compasión, de agradecimiento, de amistad con Cristo, de anhelo de acompañarlo en sus momentos de dolor. Se trata de una ocasión muy a propósito para crecer en el amor a Jesucristo Eucaristía, quien ha querido quedarse con nosotros para aliviar nuestra soledad y nuestras luchas. Conviene, por ello, favorecer la participación de los fieles en la procesión preparándola detalladamente con cantos eucarísticos apropiados. Preparemos con esmero y detalle el monumento. Adornémoslo de flores con arte y buen gusto. Involucremos en esta preparación a los niños y jóvenes de nuestras parroquias, pues todo ello constituye la mejor catequesis eucarística. Será muy conveniente prolongar durante la noche la adoración eucarística. Sabemos por experiencia que muchos fieles vienen esta noche a visitar a Jesús. Quizá no lo han hecho en años, sin embargo, hoy se sienten invitados a hacerlo. Suelen hacer una especie de síntesis de su vida, vienen a exponer sus penas, sus alegrías, sus sufrimientos, todo lo vivido y lo realizado. Aprovechemos esta ocasión para preparar una sencilla y profunda hora eucarística que comente los momentos de Jesús en el huerto e invite a todos los presentes a descubrir al “amigo de su alma”. Como el Cura de Ars, al mirar al altar, digamos con conmoción a los fieles: “El está ahí”.

2. En esta noche el hombre está invitado a reconciliarse con Dios. Hoy experimentamos de una forma muy particular que Dios es amor y que Dios envía a su Hijo para darme la salvación. Por eso, la invitación que dio inicio a la cuaresma: “dejaos reconciliar con Dios” encuentra en esta noche su punto más alto. En esta noche hay dos apóstoles que tienen actitudes diversas: hoy Judas se desespera de su pecado, hoy Pedro se arrepiente de su pecado. El sacrificio que Cristo está por ofrecer nos reconcilia con el Padre, pero requiere nuestra condescendencia, nuestra aceptación.

“El amor sobreabundante de Cristo nos salva a todos. Sin embargo, forma parte de la grandeza del amor de Cristo no dejarnos en la condición de destinatarios, sino incluirnos en su acción salvífica y, en particular, en su pasión” (Incarnationis Mysterium 10). Así, el hombre que vuelve a la amistad con Dios descubre un nuevo significado para su vida. Ya nada le es indiferente, empieza a comprender más afondo el sentido de su existencia. Se siente responsable por el mundo, por el hombre y su destino. Siente que, de alguna manera, el hombre, el ser humano, ha sido encomendado a sus cuidados. Aprecia cada día más y mejor el valor del tiempo de cara a la eternidad. Empieza a vislumbrar el sentido del dolor, de los sufrimientos y contratiempos de la vida y, sobre todo, de la muerte, encuentro definitivo con el Señor. Él, reconciliado con Dios y consigo mismo, se convierte en un don de Dios para los demás y en instrumento de reconciliación y salvación para sus semejantes.

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