Miren al que levantaron en la cruz. Miren a Jesús, al hombre que pasó su vida haciendo el bien. Miren al Hijo de Dios, sucio y roto, crucificado por nosotros. Mírenlo, sí, pero con los ojos del corazón, con los ojos del amor, con los ojos de su madre.
Es Viernes Santo, día de luto para la gran familia cristiana,
Día de derramar una lágrima sincera por Jesús,
Día de congregarse en familia para despedir al hermano y contar juntos sus bondades.
Miren y empiecen a subir la escalera que lleva por la cruz a la puerta del cielo.
Uno de los grandes recuerdos de mi infancia está para siempre asociado a una escalera, que a mi, niño, me parecía inmensa. La escalera del Viernes Santo. La escalera del Descendimiento de Jesús de la cruz. Mi boca y mis ojos se abrían grandes mirando unos hombres que subían por la escalera y poco a poco y con gran cuidado bajaban a Jesús de su cruz.
Era como aquel primer Viernes Santo cuando Nicodemo y José de Arimatea bajaron a Jesús de su cruz y se lo entregaban a su madre María.
Hoy, hermanos y hermanas, les invito a todos a hacer memoria y recordar algo, alguien, que en un Viernes Santo ya lejano se grabó para siempre en su corazón. Yo con mis ojos de niño recuerdo la cruz altísima plantada delante del altar y la escalera inmensa por la que subían y bajaban a mi Jesús ensangrentado, al Jesús de mi infancia.
Este Viernes Santo del 2006 es más Viernes Santo que nunca para nosotros. Año de guerra, de destrucción y muerte, los cimientos de la tierra y de la humanidad se han estremecido una vez más y hemos contemplado la negrura del corazón humano.
Junto a la cruz de Jesús, una escalera para llegar hasta él, para subir al cielo. Mis palabras, hoy, quieren ser una invitación a todos los cristianos del Pilar a subir por la escalera que Dios y la iglesia ponen a nuestro servicio a lo largo de nuestro vivir.
Dice una hermosa leyenda que Dios bajaba todos los días por una escalera para caminar y conversar con Adán y Eva por el jardín del Edén. Y el día en que desobedecieron y pecaron Dios retiró la escalera y nunca más la usó. Comenzó la vida errante y peregrina y Adán y Eva se convirtieron en los primeros emigrantes, los primeros buscadores de un sueño terrenal y americano que nunca encontraron. Sin la escalera por la que Dios bajaba a ellos, todos los sueños son estériles.
La Biblia nos cuenta la historia de otra escalera, la de Jacob. Este huía de la ira de su hermano y una noche cansado del camino se quedó dormido y, en sueños, vio una escalera que llegaba hasta el cielo y por ella bajaban y subían los ángeles. Al final de la escalera estaba Dios. Dios bendijo a Jacob y a todos sus descendientes.
Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, cuando Dios quiso que su amor por nosotros se hiciera palpable y visible, cuando Dios quiso bajar de nuevo para estar con nosotros, nos envió una escalera que une cielo y tierra, ésta se llama Jesús.
Jesús, el justo, ajusticiado.
Jesús, el hombre para todos, crucificado por nosotros.
Jesús, el hombre que bajó por la escalera del amor para conversar con nosotros, para plantar la cruz de la salvación en el Gólgota, una cruz que llega hasta el cielo, que abre el cielo y que Dios bendice.
Cristo, dice la carta a los Filipenses, "apareciendo en su porte como un hombre cualquiera, se humilló y obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz. Por ello Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre."
Este Cristo, humillado y obediente, escándalo para unos y locura para muchos, este Cristo y su cruz son, hoy, la escalera por la que nosotros estamos llamados a subir para heredar la gloria.
Este Cristo del que nosotros hacemos memoria en este Viernes Santo no es una reliquia del pasado. Es eterno presente, diaria presencia en medio de su pueblo.
Hermanos y hermanas, miren a su Señor. No son los clavos los que hacen que Cristo esté en la cruz clavado. Es el amor por Usted, el amor por todos nosotros, y sólo el amor el que hace que Cristo no baje de la cruz.
Hermanos y hermanas, miren a su amante crucificado como si fuera la primera vez y decidan, hoy, subir por la escalera de la cruz hasta los brazos del Padre. El es el final del viaje. Jesús y su cruz son escalera y puente para cruzar hasta la orilla de la vida sin fin.
Hermanos y hermanas, miren al que traspasaron, es Jesús. Jesús no tiene doble. Es El. No hay otro. No hay otra cruz, otra escalera, otro amor que pueda salvar. Y en este Viernes Santo nosotros miramos y miramos pero sobre todo le pedimos que nos mire él, que nos ame él, que nos ayude con su gracia a poner nuestros pies en el primer escalón que sube hasta su corazón.
Por esta escalera José de Arimatea, Nicodemo y otros amigos bajarán a Jesús de su cruz y lo pondrán en brazos de María ,su madre.
María fue la primera escalera por la que Jesús bajó a visitarnos, la primera escalera para hacerse hombre como nosotros, la primera escalera por la que el ángel bajó el día de la Anunciación, y el primer peldaño fue su sí.
María, escalera santa, al pie de la cruz, nos ofrece a todos a recibir a su hijo para hacerlo nuestro hermano, nuestro Señor y Salvador.
Sí, Jesús es la única escalera a subir pero ¿quién nos enseñará a subir por ella?
¿Quién nos dará el valor para vencer el vértigo de la altura?
¿Quién nos acompañará en esta ascensión?
¿Quién fortalecerá las rodillas vacilantes?
¿Quién señalará los peldaños más eficaces?
¿Quién? La iglesia, nosotros, comunión de hermanos que nos recordamos hoy y siempre que Jesús es la escalera que nos lleva hasta el Padre.
¿Quién? La iglesia, que a través de los sacramentos nos libera del peso de la culpa y nos devuelve la alegría de la salvación.
¿Quién? La iglesia, que nos recuerda que para subir esta escalera no hay que llevar ningún peso, sólo el peso de un gran amor a Jesús y a los hermanos es la carga que podemos llevar a la espalda.
¿Quién? La iglesia del Pilar es para nosotros, una escalera por la que Jesús sube y baja hasta nosotros sus hijos.
Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Es Viernes Santo, día de luto para la gran familia cristiana,
Día de derramar una lágrima sincera por Jesús,
Día de congregarse en familia para despedir al hermano y contar juntos sus bondades.
Miren y empiecen a subir la escalera que lleva por la cruz a la puerta del cielo.
Uno de los grandes recuerdos de mi infancia está para siempre asociado a una escalera, que a mi, niño, me parecía inmensa. La escalera del Viernes Santo. La escalera del Descendimiento de Jesús de la cruz. Mi boca y mis ojos se abrían grandes mirando unos hombres que subían por la escalera y poco a poco y con gran cuidado bajaban a Jesús de su cruz.
Era como aquel primer Viernes Santo cuando Nicodemo y José de Arimatea bajaron a Jesús de su cruz y se lo entregaban a su madre María.
Hoy, hermanos y hermanas, les invito a todos a hacer memoria y recordar algo, alguien, que en un Viernes Santo ya lejano se grabó para siempre en su corazón. Yo con mis ojos de niño recuerdo la cruz altísima plantada delante del altar y la escalera inmensa por la que subían y bajaban a mi Jesús ensangrentado, al Jesús de mi infancia.
Este Viernes Santo del 2006 es más Viernes Santo que nunca para nosotros. Año de guerra, de destrucción y muerte, los cimientos de la tierra y de la humanidad se han estremecido una vez más y hemos contemplado la negrura del corazón humano.
Junto a la cruz de Jesús, una escalera para llegar hasta él, para subir al cielo. Mis palabras, hoy, quieren ser una invitación a todos los cristianos del Pilar a subir por la escalera que Dios y la iglesia ponen a nuestro servicio a lo largo de nuestro vivir.
Dice una hermosa leyenda que Dios bajaba todos los días por una escalera para caminar y conversar con Adán y Eva por el jardín del Edén. Y el día en que desobedecieron y pecaron Dios retiró la escalera y nunca más la usó. Comenzó la vida errante y peregrina y Adán y Eva se convirtieron en los primeros emigrantes, los primeros buscadores de un sueño terrenal y americano que nunca encontraron. Sin la escalera por la que Dios bajaba a ellos, todos los sueños son estériles.
La Biblia nos cuenta la historia de otra escalera, la de Jacob. Este huía de la ira de su hermano y una noche cansado del camino se quedó dormido y, en sueños, vio una escalera que llegaba hasta el cielo y por ella bajaban y subían los ángeles. Al final de la escalera estaba Dios. Dios bendijo a Jacob y a todos sus descendientes.
Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, cuando Dios quiso que su amor por nosotros se hiciera palpable y visible, cuando Dios quiso bajar de nuevo para estar con nosotros, nos envió una escalera que une cielo y tierra, ésta se llama Jesús.
Jesús, el justo, ajusticiado.
Jesús, el hombre para todos, crucificado por nosotros.
Jesús, el hombre que bajó por la escalera del amor para conversar con nosotros, para plantar la cruz de la salvación en el Gólgota, una cruz que llega hasta el cielo, que abre el cielo y que Dios bendice.
Cristo, dice la carta a los Filipenses, "apareciendo en su porte como un hombre cualquiera, se humilló y obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz. Por ello Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre."
Este Cristo, humillado y obediente, escándalo para unos y locura para muchos, este Cristo y su cruz son, hoy, la escalera por la que nosotros estamos llamados a subir para heredar la gloria.
Este Cristo del que nosotros hacemos memoria en este Viernes Santo no es una reliquia del pasado. Es eterno presente, diaria presencia en medio de su pueblo.
Hermanos y hermanas, miren a su Señor. No son los clavos los que hacen que Cristo esté en la cruz clavado. Es el amor por Usted, el amor por todos nosotros, y sólo el amor el que hace que Cristo no baje de la cruz.
Hermanos y hermanas, miren a su amante crucificado como si fuera la primera vez y decidan, hoy, subir por la escalera de la cruz hasta los brazos del Padre. El es el final del viaje. Jesús y su cruz son escalera y puente para cruzar hasta la orilla de la vida sin fin.
Hermanos y hermanas, miren al que traspasaron, es Jesús. Jesús no tiene doble. Es El. No hay otro. No hay otra cruz, otra escalera, otro amor que pueda salvar. Y en este Viernes Santo nosotros miramos y miramos pero sobre todo le pedimos que nos mire él, que nos ame él, que nos ayude con su gracia a poner nuestros pies en el primer escalón que sube hasta su corazón.
Por esta escalera José de Arimatea, Nicodemo y otros amigos bajarán a Jesús de su cruz y lo pondrán en brazos de María ,su madre.
María fue la primera escalera por la que Jesús bajó a visitarnos, la primera escalera para hacerse hombre como nosotros, la primera escalera por la que el ángel bajó el día de la Anunciación, y el primer peldaño fue su sí.
María, escalera santa, al pie de la cruz, nos ofrece a todos a recibir a su hijo para hacerlo nuestro hermano, nuestro Señor y Salvador.
Sí, Jesús es la única escalera a subir pero ¿quién nos enseñará a subir por ella?
¿Quién nos dará el valor para vencer el vértigo de la altura?
¿Quién nos acompañará en esta ascensión?
¿Quién fortalecerá las rodillas vacilantes?
¿Quién señalará los peldaños más eficaces?
¿Quién? La iglesia, nosotros, comunión de hermanos que nos recordamos hoy y siempre que Jesús es la escalera que nos lleva hasta el Padre.
¿Quién? La iglesia, que a través de los sacramentos nos libera del peso de la culpa y nos devuelve la alegría de la salvación.
¿Quién? La iglesia, que nos recuerda que para subir esta escalera no hay que llevar ningún peso, sólo el peso de un gran amor a Jesús y a los hermanos es la carga que podemos llevar a la espalda.
¿Quién? La iglesia del Pilar es para nosotros, una escalera por la que Jesús sube y baja hasta nosotros sus hijos.
Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
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