Una gran multitud de falsas imágenes e ídolos banales y crueles suelen agolparse en nuestros idearios, y oprimen nuestras almas y mentes, especialmente esas fotografías retocadas sin cesar de una divinidad convenientemente lejana y distante, que suele irrumpir de modo espectacular en la historia humana en contadas ocasiones.
Precisamente es conveniente pues a un Dios así se le rinde culto los domingos -o en algunas fechas puntuales- en liturgias vacías de compromiso y comunión, para luego continuar como si nada. Una fé que no transforma la vida es, tristemente, el modelo religioso al que nos hemos acostumbrado, un simple hecho social más.
Sin embargo, el Dios de Jesús, sin imposición ni irrupciones violentas, sale al encuentro de la humanidad en su cotidianeidad, en su caminar diario como un andante más, interesándose y conversando acerca de las decepciones y tristezas, partícipe humilde de nuestros quebrantos y animándonos a releer nuestra historia personal desde una esperanza que nunca caduca.
Más aún: lo sagrado se revela en ese Jesús de Nazareth que, siendo invitado a la mesa, se pone a partir y repartir el pan como un servidor más, Él mismo haciéndose pan y vino.
En el hecho elemental del alimento que sostiene la vida, ese alimento que abunda cuando se comparte, precisamente allí se revela lo que trasciende y nunca perece.
Como a los peregrinos de Emaús, quizás al Resucitado no se lo vé pero se lo intuye en el caminar diario, en corazones encendidos; sin embargo resplandece y se lo reconoce cuando al anochecer de nuestras mínimas existencias, hay un pan que se comparte, vidas que se descubren eternas cuando prevalece una vida que se comparte por amor, puro desinterés y generosidad.
El pan compartido es el signo del Resucitado, signo que de nunca vamos a morir...
Las exégesis y las reflexiones teológicas son importantísimas así como los escritos pastorales, litúrgicos e institucionales
Sin embargo, todo viene en segundo lugar: el hecho fundante, el mandato primordial del Resucitado es hacernos camino junto a tanto hermano que anda deambulando en el sinsentido y en la perplejidad y más aún, volverse pan para el hambriento, señal sagrada y revolucionaria del servicio y la misericordia, signo de esperanza y Resurrección.
Paz y Bien
Precisamente es conveniente pues a un Dios así se le rinde culto los domingos -o en algunas fechas puntuales- en liturgias vacías de compromiso y comunión, para luego continuar como si nada. Una fé que no transforma la vida es, tristemente, el modelo religioso al que nos hemos acostumbrado, un simple hecho social más.
Sin embargo, el Dios de Jesús, sin imposición ni irrupciones violentas, sale al encuentro de la humanidad en su cotidianeidad, en su caminar diario como un andante más, interesándose y conversando acerca de las decepciones y tristezas, partícipe humilde de nuestros quebrantos y animándonos a releer nuestra historia personal desde una esperanza que nunca caduca.
Más aún: lo sagrado se revela en ese Jesús de Nazareth que, siendo invitado a la mesa, se pone a partir y repartir el pan como un servidor más, Él mismo haciéndose pan y vino.
En el hecho elemental del alimento que sostiene la vida, ese alimento que abunda cuando se comparte, precisamente allí se revela lo que trasciende y nunca perece.
Como a los peregrinos de Emaús, quizás al Resucitado no se lo vé pero se lo intuye en el caminar diario, en corazones encendidos; sin embargo resplandece y se lo reconoce cuando al anochecer de nuestras mínimas existencias, hay un pan que se comparte, vidas que se descubren eternas cuando prevalece una vida que se comparte por amor, puro desinterés y generosidad.
El pan compartido es el signo del Resucitado, signo que de nunca vamos a morir...
Las exégesis y las reflexiones teológicas son importantísimas así como los escritos pastorales, litúrgicos e institucionales
Sin embargo, todo viene en segundo lugar: el hecho fundante, el mandato primordial del Resucitado es hacernos camino junto a tanto hermano que anda deambulando en el sinsentido y en la perplejidad y más aún, volverse pan para el hambriento, señal sagrada y revolucionaria del servicio y la misericordia, signo de esperanza y Resurrección.
Paz y Bien
No hay comentarios:
Publicar un comentario