Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
De joven era un revolucionario y mi oración a Dios era siempre la misma: dame fuerza, Señor, para cambiar el mundo.
De mayor viendo que no había cambiado nada, ni siquiera uno, cambié mi oración: Señor, oraba, dame la fuerza de cambiar a los míos, mi familia, mis amigos y me sentiré satisfecho.
Ahora que soy anciano y mis días están contados mi única oración es: Señor, dame la gracia de cambiar yo.
La historia de nuestra vida es la historia de nuestras relaciones. Y una relación implica comunicación, conocimiento, amor y presencia.
Y si en la vida real se dan esas relaciones vacías, en que dos personas viven sin conocerse, imagínense lo que pasa en la vida cristiana.
La palabra del Señor es verdadera y se cumple. Su promesa de darnos el Espíritu Santo es una realidad. El Espíritu Santo permanece con ustedes y está dentro de ustedes.
El Espíritu Santo y yo compartiendo el mismo piso, el mismo corazón y sin embargo no nos conocemos. Vivimos vidas separadas y dormimos en camas separadas. No hay relación. No hay comunicación. No hay conocimiento. No hay amor.
La vida de la carne y la vida del Espíritu son enemigas.
Confundimos muchas veces el amor con la cama, la felicidad con el dinero, la fe con las cosquillas, la esperanza con los sueños y la iglesia con la seguridad.
Jesús, en su ausencia, nos dejó su presencia en dos grandes regalos: el regalo del Espíritu Santo, el abogado, el maestro, el guía, el huésped del alma.
El Espíritu Santo no es un inquilino al que se le alquila un cuarto y uno se desentiende de él con tal de que pague la renta.
Y nos dio el regalo del mandamiento del amor.
"Si me aman guardarán mi palabra".
El cristiano es una persona que ama, obedece a Jesús y guarda su palabra.
El Espíritu Santo, para el cristiano, es el dueño del piso, el que gobierna la casa y con el que hay que estar en comunicación permanente.
El Espíritu Santo es el agente del cambio en la vida del cristiano y de la Iglesia.
Y las dos cosas que todos tenemos que hacer guiados por el Espíritu son:
Una pasar la tradición de generación en generación y en cada tiempo de manera nueva y con más atrevimiento para que todos la oigan. Y la otra es estar siempre abiertos a los vientos del Espíritu por los que esta tradición se hace viva y presente a cada generación.
Envíanos el Espíritu de fortaleza, a fin de combatir, en nosotros y en torno de nosotros, valerosamente el mal.
Envíanos el Espíritu de intrepidez, con el que los apóstoles comparecieron ante reyes y gobernantes y te confesaron.
Envíanos el Espíritu de paciencia, a fin de que en todas nuestras pruebas nos mostremos como fieles siervos tuyos.
Envíanos el Espíritu de alegría, a fin de sentirnos dichosos de ser hijos del Padre del cielo.
Envíanos el Espíritu Santo a fin de no desfallecer en este mundo, sino que nos alegremos de tu divina cercanía.
De mayor viendo que no había cambiado nada, ni siquiera uno, cambié mi oración: Señor, oraba, dame la fuerza de cambiar a los míos, mi familia, mis amigos y me sentiré satisfecho.
Ahora que soy anciano y mis días están contados mi única oración es: Señor, dame la gracia de cambiar yo.
La historia de nuestra vida es la historia de nuestras relaciones. Y una relación implica comunicación, conocimiento, amor y presencia.
Y si en la vida real se dan esas relaciones vacías, en que dos personas viven sin conocerse, imagínense lo que pasa en la vida cristiana.
La palabra del Señor es verdadera y se cumple. Su promesa de darnos el Espíritu Santo es una realidad. El Espíritu Santo permanece con ustedes y está dentro de ustedes.
El Espíritu Santo y yo compartiendo el mismo piso, el mismo corazón y sin embargo no nos conocemos. Vivimos vidas separadas y dormimos en camas separadas. No hay relación. No hay comunicación. No hay conocimiento. No hay amor.
La vida de la carne y la vida del Espíritu son enemigas.
Confundimos muchas veces el amor con la cama, la felicidad con el dinero, la fe con las cosquillas, la esperanza con los sueños y la iglesia con la seguridad.
Jesús, en su ausencia, nos dejó su presencia en dos grandes regalos: el regalo del Espíritu Santo, el abogado, el maestro, el guía, el huésped del alma.
El Espíritu Santo no es un inquilino al que se le alquila un cuarto y uno se desentiende de él con tal de que pague la renta.
Y nos dio el regalo del mandamiento del amor.
"Si me aman guardarán mi palabra".
El cristiano es una persona que ama, obedece a Jesús y guarda su palabra.
El Espíritu Santo, para el cristiano, es el dueño del piso, el que gobierna la casa y con el que hay que estar en comunicación permanente.
El Espíritu Santo es el agente del cambio en la vida del cristiano y de la Iglesia.
Y las dos cosas que todos tenemos que hacer guiados por el Espíritu son:
Una pasar la tradición de generación en generación y en cada tiempo de manera nueva y con más atrevimiento para que todos la oigan. Y la otra es estar siempre abiertos a los vientos del Espíritu por los que esta tradición se hace viva y presente a cada generación.
Envíanos el Espíritu de fortaleza, a fin de combatir, en nosotros y en torno de nosotros, valerosamente el mal.
Envíanos el Espíritu de intrepidez, con el que los apóstoles comparecieron ante reyes y gobernantes y te confesaron.
Envíanos el Espíritu de paciencia, a fin de que en todas nuestras pruebas nos mostremos como fieles siervos tuyos.
Envíanos el Espíritu de alegría, a fin de sentirnos dichosos de ser hijos del Padre del cielo.
Envíanos el Espíritu Santo a fin de no desfallecer en este mundo, sino que nos alegremos de tu divina cercanía.
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