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sábado, 28 de mayo de 2011

VI Domingo de Pascua (Jn 14, 15-21) - Ciclo A: ¿UNA ETICA CRISTIANA?



¿Existe una ética cristiana? ¿Existen unas normas de com­portamiento que se puedan considerar propiamente cristianas?

No. No se trata de ponerlo todo en duda. Hay normas o principios de comportamiento que son aceptados y defendidos por la Iglesia, pero que no le pertenecen en exclusiva, sino que son patrimonio de toda o de gran parte de la humanidad. En­tonces, ¿qué es «lo propio» del comportamiento cristiano?


«SI ME AMAIS. . . »

Además de los buenos sentimientos que de forma natural pueda tener una persona, en el origen del comportamiento cris­tiano hay un hecho fundamental: la relación del creyente con Jesús de Nazaret. Una relación que es, primero, de adhesión a su persona y a su proyecto de hombre y de humanidad; y en segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, una rela­ción de amor que conduce a la plena identificación entre Jesús y el creyente.

Según esto, el comportamiento del creyente en Jesús no se rige por unas normas impuestas o por unos principios aceptados sin rechistar, ni de una ley que se le impone desde fuera, sino, muy al contrario, su actuación nace del amor, sus normas de comportamiento se las da él mismo, le salen de dentro como consecuencia de su identificación personal con Jesús: «El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama».


«... CUMPLIREIS LOS MANDAMIENTOS MIOS»

Pero ¿cuáles son esos mandamientos?

En el capítulo anterior de su evangelio, Juan nos deja el testimonio del único mandamiento que Jesús ha dejado a los suyos, un mandamiento nuevo que, por serlo, sustituye a los mandamientos viejos: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vos­otros amaos unos a otros. En esto conocerán que sois discí­pulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros» (13,34). Jesús, que acababa de aceptar su muerte como culminación de su entrega en favor de los hombres sus hermanos y que de esa manera llevaba su amor hasta el extremo, se pone como ejem­plo y medida del amor entre sus discípulos. Y hace de ese amor el signo mediante el cual se podrá reconocer en adelante a sus seguidores. Poner en práctica en cada caso y en cada cir­cunstancia este único mandamiento, en eso consisten los man­damientos de Jesús.

En realidad, el mandamiento nuevo no es sino el encargo de Jesús a sus seguidores para que continúen su misión. En efecto, antes de hablar del mandamiento nuevo, Jesús, en el evangelio de Juan, había hablado dos veces de la misión que él tenía que desarrollar diciendo que era un mandamiento, un encargo de su Padre. La primera vez se refiere a lo que tenía que hacer: «Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla y está en mi mano recobrarla. Este es el mandamiento que recibí de

mi Padre» (Jn 10,17-18). Entregar la vida voluntariamente, éste es el mandamiento que Jesús ha recibido de su Padre. La segunda vez se refiere a lo que Jesús tiene que decir, al men­saje que tiene que comunicar: «Porque yo no he propuesto lo que se me ha ocurrido, sino que el Padre que me envió me dejó mandado él mismo lo que tenía que decir y que proponer, y sé que su mandamiento significa vida definitiva» (Jn 12, 49-50). El mandamiento del Padre consiste en que comunique un mensaje que es al mismo tiempo una oferta de vida, que si la aceptamos, nos hace hijos y nos compromete a trabajar para convertir este mundo en un mundo de hermanos.

A la luz de estos mandamientos que cumple Jesús debe­mos entender el mandamiento que él nos deja.


UN COMPORTAMIENTO CRISTIANO

En consecuencia, una moral cristiana no se distingue de otras porque, por ejemplo, condena el divorcio o prácticamen­te todo lo relacionado con el sexo. No. La moral, la ética cris­tiana se distingue porque nace de un amor hasta el extremo y tiene como meta practicar un amor de la misma calidad. En todo tipo de relación interpersonal, ésta es la característica que debe distinguir el comportamiento de los cristianos. (De este modo, el matrimonio cristiano, siguiendo con el ejemplo, no se distingue de un matrimonio no cristiano en su indisolu­bilidad, sino en que marido y mujer se quieren tanto que están dispuestos a dar la vida el uno por el otro y, en ese amor, sien­ten la presencia del amor sin límites del mismo Jesús. Y en que ese amor no se encierra ni siquiera en los límites del ma­trimonio mismo, ni en los de la familia, ni dentro de ningún otro límite, sino que se extiende y se comunica a cuantos pue­da alcanzar. De esa manera, la pareja se convierte en una uni­dad de lucha en favor de un mundo de hermanos en el que sea posible la felicidad de todos los seres humanos. La indisolubi­lidad vendrá por añadidura.)


¿SEREMOS CAPACES?

Si quisiéramos hacer un esfuerzo de síntesis de la ética cristiana podríamos proponer esta fórmula: Todo lo que se opone, estorba o ignora cualquier tipo de amor es moralmente malo. Todo lo que es amor es moralmente bueno; todo lo que es amor hasta el extremo y, por tanto, compromiso de realizar el proyecto de un mundo de hermanos, es específicamente cristiano.

Comportarse de esa manera es, sin duda, un proyecto difí­cil. Pero Jesús no nos deja solos: antes de marcharse promete el envío de alguien que nos sirva de apoyo: «Yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad...»; y anuncia su próxima vuelta («No os voy a dejar desamparados, volveré con vosotros») a un mundo que lo ha rechazado, que no lo reconoce, pero en el que ha quedado un grupo de personas que, median­te la práctica del amor, están identificados con él y se han comprometido a hacer posible que en el mundo sea verdade­ramente posible el amor.

¿Seremos capaces?

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