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sábado, 4 de junio de 2011

Domingo de la Ascensión del Señor (Mt 28,16-2) - Ciclo A: MIRANDO A LO ALTO



El verbo ascender es uno de los verbos más queridos, de los más preferidos. Nos gusta ascender. Y hoy celebramos el misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. Misterio que es la prolongación, el complemento de la resurrección. Jesús resucitó pero para ir al cielo. Se trata, pues, de un acontecimiento triunfal, significativo, troncal, alegre, pues marca la victoria de Cristo y en él la nuestra y la de la humanidad. Pero aceptar todo esto no nos resulta sencillo. Apunta el evangelio de hoy que “al verlo (a Jesús), ellos se postraron, pero algunos vacilaron”. Ciertamente este verbo “vacilar” es de lo más humano. Nosotros frente a los grandes misterios frecuentemente vacilamos. Por eso nuestra actitud tiene que ser de humildad: “creo, Señor, pero aumenta mi fe”.

Una nube juguetona y caprichosa les impidió seguir a los apóstoles la trayectoria de Jesús subiendo a los cielos. Así terminaba la vida terrena de Jesús y así comienza el libro de los Hechos de los Apóstoles, que narran la historia de las primeras comunidades cristianas, esto es, de la Iglesia. En su despedida Jesús nos dejó un encargo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”.Jesús quiere que sus seguidores se muevan. Por eso, cuando los apóstoles se hallan como embobados, mirando al cielo a ver si le ven de nuevo, unos hombres vestidos de blanco con cierta brusquedad les espabilan: “¿qué hacéis plantados mirando al cielo?”. El Maestro quiere una Iglesia misionera, un cristianismo que busque la “oveja perdida”, que luche por la justicia y por la verdad. Pero no lo quiere hacer él solo.

Un creyente escribió a los pies de un crucifijo mutilado como consecuencia de la guerra:

“Cristo no tiene manos/

solo cuenta con nuestras manos/

para hacer su trabajo hoy./

Cristo no tiene pies /…

Cristo no tiene labios/…

Nosotros somos la Biblia/

que los pueblos leen ahora,/

somos el único mensaje de Dios,/

escrito en obras y palabras”.

La misión encomendada por Jesús no ha terminado. Todavía hay pueblos y personas que no han oído el mensaje cristiano, la secularización se ha extendido y ha impregnado intensamente nuestros ambientes. Tampoco nos gustan los valores que mueven y caracterizan a nuestra sociedad. Nos queda mucho por hacer para que nuestro mundo sea el Reino de Dios anunciado por Jesús. Por otro lado el ”más allá” y el “más acá”, el aquí y ahora están íntimamente relacionados: el “más allá” depende de cómo actuemos aquí. A largo de la historia de la Iglesia ha habido épocas de excesivo espiritualismo, en la que los cristianos, centrados en el más allá, se han volcado en el cielo olvidándose de la tierra, y otros períodos, como el actual, en el que nos hemos olvidado del cielo y hablamos muy poco de él.

En la despedida les había dicho: “no os dejaré huérfanos. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Todos sabemos por experiencia lo importante que es la presencia de otra persona en nuestra vida: nos gusta más un paisaje según quién nos acompaña. Superamos mejor las crisis, según quién está a nuestro lado, tomamos decisiones difíciles con más tranquilidad según quién sentimos cerca. Y la presencia de Jesús va a ser de “todos los días”, no de vez en cuando.

Hoy celebramos el día de los medios de comunicación social y la Iglesia. Una primera afirmación es que, al menos según el sentir y pensar de la Iglesia, las relaciones entre la prensa y el mundo eclesial no son fluidas y que la Iglesia se siente en ocasiones maltratada.

Ciertamente la Iglesia es o debiera ser noticia. Precisamente en la Ascensión el Señor encomendó a los cristianos la tarea de dar a conocer la gran noticia: su evangelio, pues evangelio significa “buena noticia”. “ID por todo el mundo y enseñad a todos los pueblos a guardar todo lo que yo os he mandado”. La Iglesia necesita de la prensa escrita y hablada, de la televisión y de otros medios más modernos para cumplir con su compromiso, ya que son los medios de comunicación social los que modelan la opinión pública y ofrecen los datos y escenas que permiten al ciudadano formar su opinión e incluso motivar su oración y jerarquizar sus preocupaciones. El teólogo Karl Barth imaginaba al predicador con la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Algo similar se puede afirmar del cristiano de a pie.

Si la prensa debe presentar a sus lectores, oyentes o televidentes una visión del mundo, no puede olvidarse de la realidad religiosa, a veces poco valorada o no tenida en cuenta. Conviene recordar el consejo que daba el diario New York Times a las autoridades comunistas polacas:”los polacos que gobiernan Polonia deberían conocer mejor el poder de la cruz y no menospreciarlo”. Y el tiempo le dio la razón.

En resumen, es deseable una mejor relación entre la Iglesia y la prensa. Las dos tienen una lista de cosas en las que se puede mejorar. Por ejemplo, lograr una mayor confianza mutua. El Cardenal Somalo confesó que “la Iglesia abre el paraguas cuando ha dejado de llover”. Es decir, habla tarde, cuando ya no se necesita o se necesita menos. Atrevidas y comprometedoras fueron las palabras de Juan Pablo II a los periodistas, cunado declaró que la Iglesia tenía que ser como “.una campana de cristal” ¡Ojala llegue pronto el día en que se pueda acudir a los kioskos y encontrar una información honesta y suficiente sobre el mundo religioso.

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