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domingo, 26 de junio de 2011

Eucaristía: Cena que Jesús quería, no la que querían otros


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Solemos sentir la necesidad de “catalogar” las cosas, introducirlas en un esquema dado, para pensar que así las conocemos. En esa línea tendemos a interpretar la Eucaristía desde parámetros ya conocidos, de pascua o no pascua, para así añadir que lo que hizo Jesús era ya sabido, déjà vu, como dicen los franceses, jakiña, como decimos otros.
Pero la cena de Jesús no fue jakiña, algo ya visto, sino un conjunto de gestos y signos sorprendentes, como sigue diciendo el evangelio de Marcos, y como indica la referencia de Pablo en 1 Cor 11. Marcos supone que aquellos que invitaron a Jesús (queriendo ofrecerle una cena) querían en el fondo matarle (es decir) aprovecharse de él, utilizarle. Pero sabe también que Jesús invirtió ese deseo, transformando esa cena de traición y entrega en gesto de amor solidario, de cuerpo compartido.

El gran problema de la eucaristía no es saber si la cena fue pascual o no (asunto en el fondo secundario), sino descubrir y mostrar que ella fue “la cena de la entrega”, como sabe Marcos, como dice Pablo. Allí donde sus “amigos” quieren utilizar a Jesús (en el fondo “comerle”), Jesús podrá ofrecerles de verdad su propia vida, en un plano más alto.
Sigue aumentando así la sorpresa que ayer vimos, al descubrir que el “guía” de esta cena había sido el hombre del cántaro.
En muchas partes del mundo, este jueves 23 es día del Corpus…, el Cuerpo que Jesús regala (cuerpo que otros querían utilizar, vender, como parece evocar la imagen del hombre del cántaro…). Hoy, Corpus Christi (fiesta en muchos lugares de gobernadores y mantillas de gala, cosa digna de todo respeto), con acordes militares o no militares a la salida de la iglesia, es el día de todos los cuerpos despreciados, mutilados, escarnecidos…
Jesús, signo y compendio de todos los despreciados y utilizados, nos ha ofrece el don de su Cuerpo, transformando así la vieja lógica de violencia y dominio (en el fondo,le invitan a cenar para entregarle), en gesto de amor solidario. Precisamente allí donde quieren utilizar su cuerpo, él se adelanta y les invita al vino de su Reino, ofreciéndoles su Cuerpo. Estoy convencido de que "el Hombre del Cántaro en la calle" estaba allí sin cántaro en la Sala, veladamente, descubriendo el sentido de la Cena de Jesús, feliz por haber comprendido.
1.CENA PASCUAL O CENA NO-PASCUAL, UN TEMA SECUNDARIO
El tema se discutió y se sigue discutiendo, pero pienso que, al final, resulta secundario. Exegéticamente parece irresoluble, a pesar de que el mismo Papa Bendicto XI, en su libro Jesús de Nazaret II, optó por una solución (cena no pascual). Pienso que fue el mismo Marcos el que quiso que no supiéramos (no pudiéramos) resolverlo, para situarnos así ante otra pista.
La investigación exegética ha discutido intensamente el tema, desde la perspectiva del judaísmo de su tiempo, fijándose especialmente en el día en que ella pudo celebrarse. De todas formas, pienso que, más que la fijación del día de su celebración, a Marcos le interesa el hecho de que Jesús ha pasado de la vieja pascua nacional (celebrada con cordero sacrificado en el templo) a la nueva experiencia de su muerte y de su pascua (celebrada con pan y vino).
Por eso, Marcos empieza situando la cena de Jesús en contexto de pascua israelita (como quieren los Doce), para superar después (por dentro) ese nivel, pasando así de un tipo de alianza (fiesta) intrajudía a la alianza cristiana, que ha de estar abierta (como sabe 13, 10) a todas las gentes. Pero ese tema sigue siendo discutido. Por eso, para situarlo mejor, podemos empezar distinguiendo tres opiniones:
– Cena pascual.
Algunos exegetas, tomando la anotación de Mc 14, 12 par en sentido historicista, suponen que la Última Cena tuvo lugar la misma Vigilia de Pascua, el día en que la celebraba los judíos en conjunto, con los corderos que habían sido sacrificados unas horas antes en el templo. Según eso, Jesús habría empezado comiendo la carne del cordero sacrificado por los sacerdotes, con el resto de los fieles judíos, pero después transformó de un modo significativo el rito antiguo, rechazando probablemente el cordero (¡no aceptaba los sacrificios del templo!) y poniendo en primer plano los signos del pan y del vino, a los que confirió un sentido nuevo, vinculado a su propia entrega por el reino. Pero en ese caso habría que decir que (según el relato de Marcos) el juicio de Jesús ante Pilato y la crucifixión tuvo que realizarse la mañana siguiente, cosa bien extraña (y casi imposible) pues era el día de gran fiesta y en ella los judíos no podían realizar ningún trabajo (ni un juicio con condena a muerte) ( J. Jeremias, La última Cena. Palabras de Jesús, Cristiandad, Madrid 1980).
– Cena no pascual.
Otros, siguiendo a Jn 19, 31-37, suponen que Jesús fue crucificado la víspera de pascua, por la tarde, es decir, en el momento en que se estaban matando en el templo los corderos, que se comerían unas horas después, esa misma noche, como alimento y signo de libertad para Israel. Conforme a esta visión, que parece hallarse al fondo de 1 Cor 5, 7b, Jesús habría muerto en el momento en que la mayoría del pueblo estaba preparando la pascua judía, de manera que su Última Cena aconteció la noche anterior (es decir, antes de la pascua judía). De esa forma se podría decir que la muerte sería una especie de antítesis de la pascua tradicional judía. Lógicamente, la Última Cena tendría que haberse celebrado la noche anterior, de manera que no pudo ser cena pascual (en sentido judío), sino cena especial de despedida (sin cordero) (Cf. E. Nodet y J. Taylor, The Origins of Christianity, Liturgical Po, Collegeville MI 1998).
− ¿Una pascua heterodoxa… o menos ortodoxa, tipo esenio?
Finalmente, otros investigadores piensan que en tiempo de Jesús había, al menos, dos fechas de celebración de la pascua, según las diferencias entre el calendario solar o el lunar, por el que se habían separado, por ejemplo, los esenios de Qumrán y algunos otros, entre los que se hallaría el grupo de Jesús. En esa línea, además, habría grupos de tendencia casi vegetariana que rechazaban no sólo la comida de carne (cf. Dan 1, 12.16), sino incluso los sacrificios de animales, de manera que celebraran su fiesta con pan y con vino (como hará Jesús) (El tema ha sido tratado ya en este blog por Ariel Álvarez. Cf. también su trabajo Cuándo fue la última cena, en Por qué murió Jesús, Paulinas, Buenos Aires 2010. Sigue siendo clásico el libro de. A. Jaubert, La date de la cène. Calendrier biblique et liturgique chrétienne, Aubert, Paris 1957 y también el ya antiguo de D. Chwolson, Das letzte Passamahl Christi und der Tag seines Todes, St. Petersburg, 1892 ; Leipzig 21908. Además H. W. Hoehner, Chronological Aspects of the Life of Christ, Eerdmans, Grand Rapids 1977; B. D. Smith, The Chronology of the Last Supper: Westminster Th. J. 53(1991) 29-45.
Estas son algunas opiniones y los investigadores no han alcanzado todavía un consenso, que resulta difícil y que, además, a mi juicio, (al menos para el evangelio de Marcos) acaba siendo innecesario pues lo que importa no es la fecha externa, sino la forma en que Marcos ha entendido la Cena de Jesús, en el conjunto de su evangelio. Personalmente, pienso que esa Cena no fue un sacrificio pascual (ni se celebró la noche de pascua), en el sentido del judaísmo normativo del templo, sino una comida de amistad y despedida mesiánica.
Posiblemente, los discípulos quisieron que fuera una liturgia oficial (con cordero), en la Víspera de Pascua, pero de hecho, según Marcos, esa liturgia no pudo celebrarse en la Vigilia de Pascua, pues aquel año la Pascua cayó en sábado y la cena de Jesús y sus discípulos no se celebró la víspera del sábado (que fue el día de la crucifixión), sino la víspera de la víspera (el llamado Jueves Santo).
No parece una cena pascual, al estilo “ortodoxo”:
Ciertamente, son muchos los investigadores que afirman que la cena de pascua se podía celebrar de hecho no sólo la vigilia de pascua (que era el día más santo), sino alguno de los días anteriores, que es lo que habría sucedido en el caso de Jesús y sus discípulos, que habrían adelantado el día de la celebración, por razones de prudencia. Sea como fuete, el caso es que, según Marcos, Jesús ofreció a su celebración un sentido distinto, pues prescindió del “cordero tradicional” (con su sangre), para centrarse en el pan y el vino, como signos de su propia entrega mesiánica, en sintonía con todo su mensaje anterior, como hemos destacado a lo largo de este comentario.
–En la Cena de Jesús faltan (o no se citan) tres elementos básicos de la pascua judía tradicional (pan ázimo, cordero, hierbas amargas). Resulta asombroso que Jesús no hubiera aludido en su Cena a esos signos, si es que estuvieran celebrando la Pascua oficial judía: las hierbas amargas podían expresar su sufrimiento, el cordero su muerte, los ázimos el nuevo pan del reino.
– Varios datos del juicio y crucifixión del día siguiente resultan difíciles de entender si Jesús la celebró su Cena la noche de Pascua "oficial": la referencia de Mc 14, 2 par («que no sea en un día de pascua»), la dificultad de que el Sanedrín o Consejo Sacerdotal se reúna la noche de la cena, la liberación de Barrabás (a quien debían sacar de prisión para que pueda celebrar la pascua, no después que ella se ha celebrado), los diversos movimientos de la gente, contrarios al descanso de ese día: Simón de Cirene vuelve del campo, José de Arimatea compra una sábana etc. .
Pienso, según eso, que el Jesús de Marcos no ha querido culminar su obra con el cordero ritual de la fiesta oficial(que debía sacrificarse precisamente en el templo), sobre todo, teniendo en cuenta que él habían volcado las mesas de los vendedores de palomas, rechazando también, según eso, el sacrificio de los corderos (realizado en el templo) para el culto de la pascua (celebrado luego en las casas). Me inclino a pensar, según eso, que la cena de Jesús no tuvo carácter pascual estricto.
Pero, como he dicho, el problema no está en mostrar el carácter pascual o no pascual de la Cena de Jesús,
sino en descubrir la razón por la que Marcos ha querido introducirla en un contexto pascual. Pienso que lo ha hecho para ejemplificar la oposición entre los discípulos (que se empeñan en comer la pascua judía, en fidelidad a las tradiciones rituales del pueblo) y Jesús, que les ofrece una comida distinta de aquella que le piden. Por eso, ha introducido la Cena en contexto de pascua judía, para indicar así mejor la novedad de Jesús frente a ella)).
2, Mc 14, 18-21. CENA DE ENTREGA MESIÁNICA
17 Al atardecer llegó con los doce 18 y estando reclinados y comiendo, Jesús dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me entregará, el que está comiendo conmigo. 19 Ellos comenzaron a entristecerse y a preguntarle uno tras otro: ¿Acaso soy yo? 20 Él les contestó: Uno de los doce, el que moja conmigo en el plato. 21 El Hijo del Hombre se va, tal como está escrito de él, pero (ay de aquél que entrega al Hijo del hombre! ¡Mejor sería para él si hombre no hubiera nacido!
En un primer momento, Marcos nos dice que Jesús acepta el deseo de los Doce, representantes del pueblo mesiánico, en el marco de su anuncio de Reino, para celebrar la cena ritual de la memoria y esperanza israelita. Pero después él transforma el rito nacional y lo convierte en Cena de su propia despedida (y de su presencia más alta), desplegando en ella los signos básicos de su mensaje.
a. Le han impulsado a cenar
Sentado a la mesa con sus discípulos (¡que van a traicionarle!), Jesús celebra con ellos, por anticipado, el banquete de anuncio del Reino, que había sido un elemento esencial de su camino, desde la comida con Leví y los publicanos (2, 13-18), a quienes invitaba al reino, pasando por las multiplicaciones (6, 30-44 y 8, 1-10), que extienden el banquete hacia los pobres de Israel y los gentiles, hasta la cena de la noche anterior en casa del leproso, con el gesto de la unción de la mujer (14, 3-9). Culminando y condensando esas comidas, en el momento final de su camino, Jesús se ha sentado con los Doce para realizar ratificar su camino y realizar su gesto culminante.
Le han impulsado a cenar ellos (sus discípulos), de manera que él debía mostrarse satisfecho de su solicitud. Le han invitado a celebrar la fiesta de la afirmación judía, a fin de que él pudiera decidirse, finalmente, a realizar aquello para lo que había venido a Jerusalén: Para instaurar por fin el Reino. Éste era el momento decisivo, la hora de la verdad; ahora debía cumplirse ya lo prometido, esta noche de Pascua, noche del Paso de Dios y de la liberación del pueblo.
Lógicamente, desde la perspectiva de los discípulos (Roca/Pedro en 8, 31-33; los zebedeos en 10, 35-40), Jesús debía descorrer ahora el velo de su trama, como Dios lo había descorrido la noche de la Pascua de los hebreos en Egipto (cf. Ex 12). Si algo podía, Jesús debía hacerlo esta noche. Pero él no pudo o no quiso, sino que, en contra de lo que esperaban, empezó a entristecerse y a decirles que uno de ellos, del grupo de los Doce, uno de los que le habían invitado a cenar y metía la mano en el mismo plano, le iba a traicionar (14, 18-20, retomando un motivo de Sal 41, 9).
Los discípulos “oficiales” querían que Jesús celebrara la pascua “oficial”, para definir el sentido de su grupo, recostados en torno a la mesa (anakeimenôn: 14, 18), compartiendo la memoria y esperanza israelita.
Éste sería el momento de la decisión, el signo de solidaridad suprema. Jesús debería haber hablado entonces del cordero y de la sangre de la pascua, asumiendo los ideales de la nación sagrada en su compromiso por el Reino. Era la oportunidad para estrechar los lazos con el pasado y presente de su pueblo.
Si todo hubiera sido normal, Jesús debería haber reafirmado su pertenencia al pueblo de la alianza, en clave de comida sagrada. Pues bien, en vez de eso, en el momento de mayor solemnidad, dejando a un lado el simbolismo judío de la sangre y del cordero nacional de pascua, Jesús dirá a sus discípulos que van a traicionarle.
b. Le invitan aquellos que van a traicionarle
En vez de planear con ellos el “asalto” definitivo (como hubiera sido lógico ese día), Jesús aprovechó este tiempo de encuentro decisivo (que debía servir para instaurar el Reino, preparando el camino del “paso liberador” de Dios), para manifestarles la hondura más oculta de su traición, entristeciéndoles por ello. Por eso, ésta no es la cena de la Pascua de Dios, sino la cena donde culminó la infidelidad de sus discípulos, como él mismo se lo hizo ver, hablándoles de su traición, de tal manera que ellos, uno a uno, empezaron a entristecerse (êrxanto lypeisthai; 14, 19).
Ha comenzado la comida, conforme al deseo de los Doce, y se recuestan para conversar y tomar el alimento. Se supone que es la Última, la hora de la decisión. Los discípulos, por fin, van a expresar su verdad, Jesús la suya. Será una cena dramática, con dos discursos que se sobreponen: el de los discípulos, centrado en su propio deseo de pascua nacional, de honor intra-judío; el de Jesús, que se expresa en la entrega de su vida:
En ese contexto, mientras se recuestan ante la mesa, en signo que debía ser de fuerte solidaridad, Jesús desenmascara su traición (centrada en Judas), pero extensiva a todos: ¡La noche de la traición!... aquí y en Getsemaní.
Se supone que ésta debía ser una hora de unión intensa, de vinculación grupal: momento oportuno para estrechar los grupales y abrir caminos de futuro nacional. Para poner de relieve ese aspecto, Marcos ha situado la cena en contexto de Pascua.
Los Doce quieren que sea la hora del Cordero de la liberación, el momento de la prueba asumida (hierbas amargas), de la esperanza nacional cercana (ázimos). Pero, en lugar de eso, Jesús descubre en la Cena la ruptura radical del grupo: «¡Uno de vosotros (=de los Doce) me ha de traicionar!» (14, 20).
Lo que debía ser comida de fidelidad se vuelve memorial de muerte, y así vemos que Jesús no muere por intriga de una mala reina en el Banquete de Herodes, como se dice de Juan Bautista (cf. Mc 6, 14-29; aunque también en este caso se habla de “entrega”, pero sin indicar quién la realiza; cf. 1, 14), sino por algo más doloroso: Por la “entrega” de uno de sus Doce, que rompe el signo del pan universal, para ponerse al servicio de la comida intra-judía sacral de los sacerdotes. Precisamente aquí, dentro de un banquete que debía ser de Pascua Nacional, cumpliendo su sagrado deber israelita, Judas se dispone a entregar a Jesús (como anunciaba 14, 10-11).
3. UNA CENA DE ESCÁNDALO.
Mirada en sentido superficial, la postura de Jesús resulta escandalosa. Sus discípulos le invitan a cenar y, en vez de alegrarse con los suyos, para beber y proclamar el triunfo israelita (en vez de afirmarse con ellos y unirles en la tarea del compromiso por el Reino), esa noche de la Pascua/Paso de Dios y Afirmación Nacional, Jesús ofrece a sus discípulos su revelación más honda, diciéndoles que uno de ellos, de los Doce, va a traicionarle, desenmascarando el fracaso del grupo que ha formado, precisamente en el momento en que ese grupo debía aparecer como signo final de salvación y reino.
Jesús no dice quién será el traidor, sino que habla en general (¡uno de vosotros, uno de los Doce…!). Por el relato anterior, los lectores sabemos que es Judas (cf. 3, 19 y 14, 10-11). Pero los sentados a la mesa no lo saben, pues Jesús sólo dice que se ha roto el grupo de los Doce. La traición ha entrado hasta la entraña de ese núcleo de transformación, que él había creado, como signo del nuevo Israel. La más honda intimidad, la que se encuentra formada por un gesto de comida compartida (un mismo plato), la promesa de unidad final que Jesús quiso trazar cuando reunía al grupo de los Doce se ha quebrado por traición: uno de vosotros me entregará (paradosei me: 14, 18).
a. Una cena de contraste: La noche de la entrega
Hemos resaltado ya la importancia que tiene la entrega en el transcurso de la vida de Jesús (cf. 9, 31; 10, 33). Pues bien, en el principio de su “entrega”, en el origen de su muerte, no se encuentran ya gentes de fuera, sino alguien del grupo, uno de los Doce, de manera que Jesús morirá de hecho porque un discípulo (uno de la cena pascual) va a entregarle. Es evidente que el grupo se ha roto; ha fracasado el mesianismo de la plenitud israelita, la llamada a las doce tribus de Israel.
Aquí está la paradoja. Precisamente allí donde se ha introducido de manera más intensa en el camino israelita (acepta en principio la cena pascual con los Doce), Jesús ha descubierto y ha proclamado que el mismo grupo israelita le destruye y se destruye, pues uno de los Doce le expulsa y entrega, negando así el programa de Jesús y defendiendo aquello que a su juicio constituye la verdadera tradición grupal.
El “traidor” (y en el fondo el grupo entero de los Doce) ha podido pensar que Jesús se había vuelto infiel a la pascua judía, y al pueblo que vive de ella, naciendo cada año por la celebración de los antiguos ritos familiares; por eso, pensando que la pascua de Jesús debería haberse puesto al servicio del triunfo nacional israelita, en complicidad con los sacerdotes del templo, uno de sus discípulos decide entregarle, y lo hace lógicamente, según la dinámica de la pascua judía.
Estrictamente hablando, más que acción contra Jesús, el gesto del traidor, a quien Jesús desenmascara en la cena, puede interpretarse como signo de fidelidad a los principios del viejo Israel, representado por los sacerdotes. Judas quiere llevar a Jesús a otro “lugar” (es decir, al espacio del “verdadero” mesianismo israelita de la Pascua nacional), pero Jesús no cambia, no cede en su camino.
b. Una cena de fidelidad
Sólo a partir de aquí, desde la experiencia de la traición de sus discípulos, en el centro de la cena pascual que ellos le ofrecen, Jesús puede proponer (y ha propuesto) su verdadera cena (eucaristía), como sabe ya Pablo, cuando alude a ellas: “El Señor Jesús, en la noche en que fue entregado…” (1 Cor 11, 23). Esta cena se sitúa por tanto en el lugar de la gran división: allí donde los Doce siguen buscando una solidaridad antigua, Jesús ha creado una nueva solidaridad de mesa con sus discípulos, mientras uno de ellos, alguien que moja de su plato, le acabará entregando, no por algún tipo especial de maldad, sino porque quiere ser fiel a la solidaridad antigua. Pues bien, precisamente allí donde, queriendo ser fiel a la alianza judía, Judas le traiciona, Jesús podrá ofrecer su nueva alianza.
Lógicamente, él queda sólo: ha elegido a unos discípulos para que le acompañen, y para que avalen su obra, pero ellos le abandonan; escoge a un nuevo pueblo, para celebrar la pascua de la vida solidaria, pero ellos le niegan. Sin embargo, esa negación abre un camino nuevo de esperanza: «¡Tras resucitar os precederé a Galilea!» (14, 28). La entrega de Jesús viene a mostrarse de esa forma como principio de más alta solidaridad. Superando el fracaso de la pascua judía (simbolizada por Jerusalén) Jesús remite a Galilea, lugar de comienzo universal de evangelio.
Marcos ha introducido la Cena de Jesús en el espacio de máximas tensiones y rupturas Jesús y de sus seguidores. A su juicio, esa Cena no ha sido un “simposio” de paz sagrada, cuando se ilumina la verdad del grupo y todos están bien comprometidos a entregar la vida con el Cristo, sino el momento de máximo contraste entre unos discípulos que siguen aferrados a sus propios intereses (al triunfo de su grupo, utilizando a Jesús) y un Maestro que les ofrece su más honda lección de solidaridad (su cuerpo y sangre), en los signos del pan y el vino.
Entendida así, esta Cena aparece como expresión y compendio del fracaso mesiánico antiguo de Jesús, un fracaso que resulta necesario para que él pueda expresar y desplegar su más alto compromiso de Reino. En este fondo ha de entenderse la incomprensión de los discípulos.

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