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sábado, 6 de agosto de 2011

XIX Domingo del T.O. (Mt 14, 22-33) - Ciclo A: Silenciar



1. Situación

Nunca nos acercamos a Dios en blanco, sino con una idea preestablecida de El y desde un deseo o expectativa, con frecuencia inconsciente. Por ejemplo, nos parece más divino lo grande, lo que se impone.
Igualmente, vernos la presencia de Dios en nuestra vida a la luz de esquemas preestablecidos. Por ejemplo, asociamos la acción de Dios a intervenciones evidentes, definitivas. Nos cuesta percibirlo en lo sencillo, en lo escondido de los acontecimientos.
¿Cómo encontrar a Dios entre luces y sombras, en la mezcla extraña que somos los humanos y en lo que hacemos?



2. Contemplación

El paso de Dios es como un susurro (primera lectura). Pero para percibirlo hace falta estar atentos. Nosotros tendemos a verlo en el viento huracanado, en el terremoto o en el fuego, en lo espectacular y distinto.

Recuerda la presencia actuando de Dios en tu vida, y te darás cuenta de que, casi siempre, ha sido algo suave y pacífico; pero, por lo mismo, has tenido que afinar tu sensibilidad interior para vigilar su paso.

A veces nos ocurre como a Pedro (Evangelio). Un día dimos el salto de la fe y nos lanzamos al agua, entusiasmados con nuestra experiencia y decididos a comprometernos por la causa de Jesús hasta el final. Creíamos que la fe era una conquista lograda. ¡Qué fácil es apropiarse la fe y disponer de ella como de un poder de autoafirmación personal y social! Nuestro entusiasmo delata nuestra necesidad de seguridad. Utilizamos la fe para disponer del poder divino. Pero Jesús nos deja con nuestros miedos, con nuestra humanidad. Porque la fe no es un poder que asegura nada, sino una confianza que se afianza en la debilidad. Ella nos pacifica, es fuerte desde dentro de la condición humana, no por encima de ella.

Todo depende de la mirada, de no mirarnos a nosotros mismos, sino a El.


3. Reflexión

¿Cómo percibir el susurro de Dios?

El primer requisito es dejarle a Dios que sea humano, que quiera manifestarse en la fragilidad de quien camina sobre las aguas movedizas y confía.

Hay que aprender a estar atento a la vida ordinaria. ¿Por qué hay que esperar a las grandes acciones que solucionen el problema del Tercer Mundo, si a tu lado conviven inmigrantes africanos? ¿Por qué hay que quejarse de la falta de solidaridad en esta sociedad competitiva, si esta mañana has asistido a la reunión de vecinos de tu inmueble y has constatado el interés por esa familia que tiene un hijo drogadicto?

Dios no juega al escondite; al revés, se acerca apasionadamente a nosotros; pero no quiere imponerse, ni en lo personal, obligándonos a su voluntad, ni en lo social, arreglando nuestros problemas colectivos. Su acción es discreta: en la gente anónima que hace cosas muy elementales por dar calidad de amor a las relaciones humanas; en peones de las grandes instituciones (civiles o religiosas) que traducen los proyectos a la medida de los pequeños grupos, sin avasallar.

De vez en cuando, Dios parece interrumpir su estilo habitual de presencia, tan discreto, e irrumpe con fuerza: una enfermedad repentina, un líder carismático, una revolución social... Aun en este caso, la densidad de su obra está en las consecuencias concretas, nada llamativas (el heroísmo de la paciencia cotidiana, la justicia social que se traduce en la cesta de la compra de los más humildes...).

No sabemos valorar esta acción callada de Dios en la historia. Quizá porque tampoco valoramos nuestra vida anónima. Aunque seamos socialmente importantes, la mayor parte de nuestro tiempo supone una tarea oscura y tenaz.


4. Praxis

De vez en cuando, aunque sean los dos momentos semanales de 20 minutos que pide este libro, hay que hacer silencio y escuchar el susurro de Dios. ¿No es, cabalmente, esta palabra, tan humana, presencia actuante de Dios en forma de susurro?

Pues bien, el susurro de Dios en la Palabra y el susurro de Dios en la historia son correlativos. Que Jesús es el signo por excelencia del modo de actuar de Dios.

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