“Si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida” (Mt 18:19)
Barbara E. Reid, O.P.*
Publicado por Mirada Global
Hace unos años, una de las hermanas con las cuales vivía escuchó por casualidad un comentario muy hiriente sobre ella, hecho por una de sus colaboradoras. Durante semanas el resto de nosotras la escuchó repetir el comentario una y otra vez, y su pena creció de manera exponencial. Finalmente, la instamos a que fuera hablar con la persona que la había ofendido para tratar de aligerar la situación. Después de una pausa, ella confesó: “¡Creo que prefiero quedarme con mi pena!”
En el Evangelio de hoy, Jesús aconseja a sus discípulos sobre cómo avanzar paso a paso hacia la reconciliación dentro de la comunidad cristiana. Ésta no es una receta que pueda aplicarse a cualquier situación, pero da ciertas pautas específicas sobre cómo resolver diferencias cuando uno ha sido ofendido por otro miembro de la comunidad.
Ante todo, la iniciativa casi siempre viene de aquel que ha sido agraviado. Es muy raro que los procesos de reconciliación partan con la toma de conciencia del mal causado por parte de los agresores y que luego pidan perdón. El primer paso, dice Jesús, lo debe dar el que ha sufrido el daño, al confrontar a la persona que lo ha causado. Esto no es tan fácil como parece. Tal como se dio cuenta mi hermana, a menudo nos deleitamos repitiéndole la historia a otros, y somos reacios a hablar directamente con la persona que nos ha ofendido. Pero nunca habrá paz mientras aquel que ha sufrido se aferre a la ofensa y se la cuenta a los demás, permitiendo que el dolor se encone y crezca. Sin embargo, si el ofendido se arma de valor para hablarle al ofensor y si el otro tiene el coraje de escuchar honesta y abiertamente, reconciliarse es una posibilidad.
Lo que Jesús no subraya aquí es que para que ocurra la verdadera reconciliación, el que se ha sentido ofendido debe estar dispuesto a ofrecer su perdón, y el que ha causado el mal debe estar dispuesto a reconocerlo sinceramente, enmendar su conducta y hacer alguna restitución, de ser posible. Entonces cabrá la posibilidad de un nuevo futuro de relación pacífica entre ellos.
¿Qué sucede si la confrontación cara a cara no da resultado? Entonces, dice Jesús, lleva una o dos personas contigo. Esto no es para que uno pueda confabularse contra el que nos ha ofendido, sino que para establecer la verdad de lo que sucedió. La tradición judía requiere de dos testigos para verificar. O, para usar lenguaje moderno, uno o dos mediadores imparciales pueden ayudar a establecer la verdad y ayudar a lograr un acuerdo entre las partes.
Jesús se anticipa a que los discípulos lo seguirán interrogando. ¿Y qué sucede si esto tampoco funciona? Entonces, dice Jesús, involucra a toda la comunidad, ya que cualquier ruptura de relaciones dentro de la comunidad cristiana afecta a todos sus miembros. Toma nota que en el versículo 18 toda la comunidad juega un papel para atar y desatar las ofensas (ver Mt 16,19). Si esta estrategia también falla, entonces Jesús aconseja tratar al ofensor “como a un gentil o a un recolector de impuestos”.
A primera vista esto pudiera significar que el ofensor debiera ser excluido de la comunidad. Pero cuando analizamos la manera cómo Jesús entabló amistad y compartió la comida con estas personas (ver Mt 8:5-13; 9:9-13; 11:19; 15:21-28), puede ser que Jesús nos esté pidiendo que estemos dispuestos a sentarnos y compartir el pan con ellos, aunque tengamos diferencias irreconciliables. Es importante notar que el texto del Evangelio no indica la naturaleza de la ofensa. La estrategia indicada en el Evangelio de hoy no es la adecuada para cualquier tipo de ofensa.
Finalmente, Jesús insta a la comunidad para que recen juntos por la reconciliación. La animosidad se esfuma cuando las partes en un diferendo pueden ponerse de acuerdo en rezar juntos en pro de la reconciliación. Cuando son genuinamente capaces de rezar juntos por el bien del otro, lo que piden ya se ha concedido.
__________
Barbara E. Reid, O.P. Miembro de las Hermanas Dominicas de Grand Rapids, Mich.; profesora de estudios del Nuevo Testamento en la Catholic Theological Union de Chicago, Ill., donde es vice presidenta y decana. Publicado en revista America, www.americamagazine.org
En el Evangelio de hoy, Jesús aconseja a sus discípulos sobre cómo avanzar paso a paso hacia la reconciliación dentro de la comunidad cristiana. Ésta no es una receta que pueda aplicarse a cualquier situación, pero da ciertas pautas específicas sobre cómo resolver diferencias cuando uno ha sido ofendido por otro miembro de la comunidad.
Ante todo, la iniciativa casi siempre viene de aquel que ha sido agraviado. Es muy raro que los procesos de reconciliación partan con la toma de conciencia del mal causado por parte de los agresores y que luego pidan perdón. El primer paso, dice Jesús, lo debe dar el que ha sufrido el daño, al confrontar a la persona que lo ha causado. Esto no es tan fácil como parece. Tal como se dio cuenta mi hermana, a menudo nos deleitamos repitiéndole la historia a otros, y somos reacios a hablar directamente con la persona que nos ha ofendido. Pero nunca habrá paz mientras aquel que ha sufrido se aferre a la ofensa y se la cuenta a los demás, permitiendo que el dolor se encone y crezca. Sin embargo, si el ofendido se arma de valor para hablarle al ofensor y si el otro tiene el coraje de escuchar honesta y abiertamente, reconciliarse es una posibilidad.
Lo que Jesús no subraya aquí es que para que ocurra la verdadera reconciliación, el que se ha sentido ofendido debe estar dispuesto a ofrecer su perdón, y el que ha causado el mal debe estar dispuesto a reconocerlo sinceramente, enmendar su conducta y hacer alguna restitución, de ser posible. Entonces cabrá la posibilidad de un nuevo futuro de relación pacífica entre ellos.
¿Qué sucede si la confrontación cara a cara no da resultado? Entonces, dice Jesús, lleva una o dos personas contigo. Esto no es para que uno pueda confabularse contra el que nos ha ofendido, sino que para establecer la verdad de lo que sucedió. La tradición judía requiere de dos testigos para verificar. O, para usar lenguaje moderno, uno o dos mediadores imparciales pueden ayudar a establecer la verdad y ayudar a lograr un acuerdo entre las partes.
Jesús se anticipa a que los discípulos lo seguirán interrogando. ¿Y qué sucede si esto tampoco funciona? Entonces, dice Jesús, involucra a toda la comunidad, ya que cualquier ruptura de relaciones dentro de la comunidad cristiana afecta a todos sus miembros. Toma nota que en el versículo 18 toda la comunidad juega un papel para atar y desatar las ofensas (ver Mt 16,19). Si esta estrategia también falla, entonces Jesús aconseja tratar al ofensor “como a un gentil o a un recolector de impuestos”.
A primera vista esto pudiera significar que el ofensor debiera ser excluido de la comunidad. Pero cuando analizamos la manera cómo Jesús entabló amistad y compartió la comida con estas personas (ver Mt 8:5-13; 9:9-13; 11:19; 15:21-28), puede ser que Jesús nos esté pidiendo que estemos dispuestos a sentarnos y compartir el pan con ellos, aunque tengamos diferencias irreconciliables. Es importante notar que el texto del Evangelio no indica la naturaleza de la ofensa. La estrategia indicada en el Evangelio de hoy no es la adecuada para cualquier tipo de ofensa.
Finalmente, Jesús insta a la comunidad para que recen juntos por la reconciliación. La animosidad se esfuma cuando las partes en un diferendo pueden ponerse de acuerdo en rezar juntos en pro de la reconciliación. Cuando son genuinamente capaces de rezar juntos por el bien del otro, lo que piden ya se ha concedido.
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Barbara E. Reid, O.P. Miembro de las Hermanas Dominicas de Grand Rapids, Mich.; profesora de estudios del Nuevo Testamento en la Catholic Theological Union de Chicago, Ill., donde es vice presidenta y decana. Publicado en revista America, www.americamagazine.org
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