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sábado, 17 de septiembre de 2011

XXV Domingo del T.O. (Mt 20,1-16) - Ciclo A: Dios en la humildad de un adverbio



Cada domingo, la comunidad escucha la palabra que se proclama y participa en el misterio que se celebra; la palabra anuncia lo que en el sacramento se realiza. Escuchamos lo que Dios nos dice, de modo que podamos gustar lo que Dios hace en nuestro favor.
Pudiera parecer, sin embargo, que, en esta celebración, los creyentes, además de ser quienes escuchan la palabra, han de ser también quienes se apresuren a cumplir el mandato recibido: “Buscad al Señor… invocadlo… Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor”.

¿De quién se preocupa el profeta? No de Dios, sino del malvado y del criminal. ¿Por qué les dice: «buscad, invocadlo, regresad»? Porque es Dios quien los está buscando, es Dios quien los llama, es Dios quien suplica. ¿Para qué los busca? No pienses que busca restablecer el orden violentado, o afear al criminal su conducta, o humillar al malvado ante la asamblea de los santos; Dios busca a quien salvar, Dios busca al hombre para ofrecerle piedad y perdón, Dios busca al pecador para que viva.

Que es el Señor quien anda atareado en la búsqueda del hombre nos lo ha dicho también el salmista, y unos a otros nos lo fuimos repitiendo como estribillo de nuestra oración: “Cerca está el Señor de los que lo invocan”. No hemos dicho que el Señor es, o que está en todas partes, o que nada se oculta a su mirada; hemos dicho que “está cerca”, y en la humildad de un adverbio de lugar encerramos la grandeza de Dios, su clemencia, su misericordia, su piedad, su bondad, su ternura con todas las criaturas. Por eso su palabra nos dice «buscad al Señor», porque él está cerca, «invocadlo», porque él es clemente y misericordioso.

No pienses, pues, que Dios es quien invita o manda, y tú eres el que se ha de poner a la tarea de hacer lo mandado; cuando él te dice, «búscame», ya se ha puesto a tu lado para que lo encuentres; cuando te dice, «invócame», ya ha entrado en tu corazón para que le hables.

De esta tarea de Dios da testimonio Jesús en el evangelio, cuando habla de aquel propietario derrochador, “que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña… salió otra vez a media mañana… salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde… salió al caer la tarde”. Cuando el propietario dice a los jornaleros: «Id a mi viña», él ya «ha ido» a la plaza donde estaban los que necesitaban un jornal. Dios busca a quien dar el salario del día.

El que nos dice: «Buscad», él es el que ya ha salido a buscarnos; el que nos dice: «Id», él es el que ya ha venido a nosotros. Y este misterio de gracia, no es algo que sucedió una vez en el pasado y para otros, sino que es lo que en esta celebración vivimos los creyentes.

Considera esta Iglesia a la que perteneces. Es una comunidad de hombres y mujeres que han salido en busca de Dios, invocan al Señor, piden cumplir en sus vidas la voluntad de Dios; es una comunidad de creyentes que buscan, invocan y piden, porque han experimentado que “el Señor está cerca”, que “el Señor es clemente y misericordioso… bueno con todos… cariñoso con todos”. Aquí buscamos al que desde siempre nos busca; aquí invocamos al que desde siempre es nuestro auxilio; pedimos al que por entero se nos ofrece antes de que nada pidamos.

Y ahora piensa en la comunión que vas a hacer: Tú te acercarás para recibir a Cristo, abrirás los labios como un niño que se dispone a comer, extenderás la mano como un pobre que espera una limosna; y allí, en Cristo, hallarás que tu Dios se ha acercado a recibirte, se ha hecho alimento para tu comida, se ha hecho tesoro para tu necesidad.

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