Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Son muchas las cosas de la vida que nos sorprenden y escandalizan.
Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero.
Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él. Qué falta de consideración y respeto con los de siempre.
Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular.
¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo.
Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente dormía a pierna suelta, pero mientras el taxista conducía la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo. Vaya fraude.
Y tenemos razón. Vivimos en un mundo de injusticias. Todos somos víctimas de la injusticia humana.
La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza.
Los trabajadores de última hora reciben los mismos euros que los que trabajaron todo el día No comprenden ni la generosidad ni la extravagancia de semejante patrón.
Éstas son cosas que no suceden en el mundo real. En el mundo real hay explotación y, a veces, uno no recibe ni lo que se merece.
Aquí y ahora, en la iglesia, en cierto sentido no estamos en el mundo real ni hablamos de los patronos salvajes de este mundo.
Aquí estamos hablando del Reino de Dios. Nuestro patrón es Dios y no se parece en nada a los tiburones del mundo real.
Aquí estamos en el mundo de Dios que es también el mundo real, el mundo de los hijos de Dios.
Según el evangelio que hemos proclamado, nuestra lección para hoy, Dios no es un capataz cruel, no es un juez sin entrañas, no es un policía inculto, Dios es un padre siempre generoso, siempre sorprendente, siempre extravagante.
Jesús, hoy, nos avisa y alecciona: cuidado con aquellos que creen conocer a Dios muy bien.
A Dios nunca lo conoceremos muy bien. No esperen justicia de mi Padre y de su Padre. Esperen, sí, compasión y amor.
No piensen que se lo merecen. Es un don que Dios da a los de siempre y a los que creemos que no son dignos.
No confíen en sus méritos y en sus muchos trabajos. Sitúense ante Dios como niños que todo lo esperan de sus padres.
No calculen las horas que han trabajado ni la recompensa que les espera. Dios recompensa a todos los que lo buscan con un corazón sincero.
Nosotros, los de la primera hora, los que acudimos al área de descanso todos los domingos a celebrar a nuestro Dios, los que estamos en los caminos del Señor, nosotros queremos celebrar la extravagancia de Dios.
Queremos alegrarnos con los de la última hora aunque reciban el mismo salario que nosotros.
Queremos que todos acudan a la viña del Señor y reciban su paga.
El amor grande y el perdón generoso de Dios en esta parábola y en la vida real es todo corazón. No cuente las horas trabajadas, mire sólo el corazón.
Dios sufre ante las injusticias y se ríe de nuestra justicia. Y es corazón para todos.
Hagan algo extravagante, a imagen de Dios, para con sus familiares, amigos, vecinos… a lo largo de este domingo.
Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero.
Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él. Qué falta de consideración y respeto con los de siempre.
Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular.
¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo.
Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente dormía a pierna suelta, pero mientras el taxista conducía la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo. Vaya fraude.
Y tenemos razón. Vivimos en un mundo de injusticias. Todos somos víctimas de la injusticia humana.
La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza.
Los trabajadores de última hora reciben los mismos euros que los que trabajaron todo el día No comprenden ni la generosidad ni la extravagancia de semejante patrón.
Éstas son cosas que no suceden en el mundo real. En el mundo real hay explotación y, a veces, uno no recibe ni lo que se merece.
Aquí y ahora, en la iglesia, en cierto sentido no estamos en el mundo real ni hablamos de los patronos salvajes de este mundo.
Aquí estamos hablando del Reino de Dios. Nuestro patrón es Dios y no se parece en nada a los tiburones del mundo real.
Aquí estamos en el mundo de Dios que es también el mundo real, el mundo de los hijos de Dios.
Según el evangelio que hemos proclamado, nuestra lección para hoy, Dios no es un capataz cruel, no es un juez sin entrañas, no es un policía inculto, Dios es un padre siempre generoso, siempre sorprendente, siempre extravagante.
Jesús, hoy, nos avisa y alecciona: cuidado con aquellos que creen conocer a Dios muy bien.
A Dios nunca lo conoceremos muy bien. No esperen justicia de mi Padre y de su Padre. Esperen, sí, compasión y amor.
No piensen que se lo merecen. Es un don que Dios da a los de siempre y a los que creemos que no son dignos.
No confíen en sus méritos y en sus muchos trabajos. Sitúense ante Dios como niños que todo lo esperan de sus padres.
No calculen las horas que han trabajado ni la recompensa que les espera. Dios recompensa a todos los que lo buscan con un corazón sincero.
Nosotros, los de la primera hora, los que acudimos al área de descanso todos los domingos a celebrar a nuestro Dios, los que estamos en los caminos del Señor, nosotros queremos celebrar la extravagancia de Dios.
Queremos alegrarnos con los de la última hora aunque reciban el mismo salario que nosotros.
Queremos que todos acudan a la viña del Señor y reciban su paga.
El amor grande y el perdón generoso de Dios en esta parábola y en la vida real es todo corazón. No cuente las horas trabajadas, mire sólo el corazón.
Dios sufre ante las injusticias y se ríe de nuestra justicia. Y es corazón para todos.
Hagan algo extravagante, a imagen de Dios, para con sus familiares, amigos, vecinos… a lo largo de este domingo.
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