Publicado por Corazones
El Evangelio del Domingo XXVII del tiempo ordinario, nos trae a la reflexión una parábola de Jesús, con final trágico. La leemos en versión de S. Mateo (21, 33-43). Jesús sigue hablando con los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (que se consideraban más sabios, debido a su larga experiencia de vida). Ellos no aceptan a Jesús, como no aceptaron a otros profetas; se encaran constantemente con él, a pesar de salir derrotados continuamente. Pero todo lo aguantan y todo vale, con tal de desprestigiar a aquel “supuesto Maestro” que ha salido de Nazaret, en la Galilea de los gentiles.
Esta vez, o mejor una vez más, son acusados por Jesús por su obcecación. Son los labradores de la viña que deberían haber entregado una parte de los frutos al dueño, y no lo hicieron; son los labradores que hirieron, apedrearon y matado a los enviados por el dueño de la viña para que les entregasen la parte correspondiente; son los que al ver llegar al hijo, se confabularon para matarlo igualmente:”este es el heredero, vamos a matarlo y nos quedamos con su herencia”. La bondad del dueño le llevó a pensar también en la bondad de los labradores:” a mi hijo lo respetarán”; pero se equivocó.
Jesús les dice aquellas palabras del Salmo 117: “La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular”. Cristo Jesús llevado cruelmente a la cruz, en un esfuerzo por quitarle de en medio, se ha convertido en la “piedra angular” del nuevo edificio.
La viña, en un principio era el pueblo de Israel, cuyo exponente era el monte Sión, Jerusalén. Pero ese pueblo se creyó superior a su Dios, echándole de su corazón, y más tarde…”Lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron”. Desecharon la piedra angular (Jesús), pero vencida la muerte, se constituyó en piedra angular, la que mantiene el edificio.
Haciendo una trasposición al terreno individual-personal, cada uno somos, también la viña del Señor, de la que espera buenos frutos. Ay una frase final en el evangelio de hoy, que debe hacernos pensar. Dice Jesús:”Por eso os digo que os quitará el reino de Dios, y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que corresponden al reino”. El pueblo de Israel fue sustituido por el nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. Pero también nuestra falta de correspondencia a las gracias de Dios, puede hacer que otros respondan mejor a la llamada e invitación de seguir a Jesús, y nosotros perdamos la ocasión de formar parte de ese Reino.
He dicho muchas veces, que cuando hablamos del Reino de Dios, no nos referimos a la salvación final (al cielo). Eso es un regalo inmerecido de la misericordia de Dios, adquirido por Jesús. El Reino está aquí (inicialmente) en esta vida, en el que tenemos que dar los frutos de misericordia, y de felicidad para uno mismo y para los demás. Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de la fiesta de Cristo Rey, que da una «descripción» muy plástica de su contenido: un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es gracia, tu Reino es amor”… ¡VENGA A NOSOTROS TU REINO, SEÑOR!
Esta vez, o mejor una vez más, son acusados por Jesús por su obcecación. Son los labradores de la viña que deberían haber entregado una parte de los frutos al dueño, y no lo hicieron; son los labradores que hirieron, apedrearon y matado a los enviados por el dueño de la viña para que les entregasen la parte correspondiente; son los que al ver llegar al hijo, se confabularon para matarlo igualmente:”este es el heredero, vamos a matarlo y nos quedamos con su herencia”. La bondad del dueño le llevó a pensar también en la bondad de los labradores:” a mi hijo lo respetarán”; pero se equivocó.
Jesús les dice aquellas palabras del Salmo 117: “La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular”. Cristo Jesús llevado cruelmente a la cruz, en un esfuerzo por quitarle de en medio, se ha convertido en la “piedra angular” del nuevo edificio.
La viña, en un principio era el pueblo de Israel, cuyo exponente era el monte Sión, Jerusalén. Pero ese pueblo se creyó superior a su Dios, echándole de su corazón, y más tarde…”Lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron”. Desecharon la piedra angular (Jesús), pero vencida la muerte, se constituyó en piedra angular, la que mantiene el edificio.
Haciendo una trasposición al terreno individual-personal, cada uno somos, también la viña del Señor, de la que espera buenos frutos. Ay una frase final en el evangelio de hoy, que debe hacernos pensar. Dice Jesús:”Por eso os digo que os quitará el reino de Dios, y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que corresponden al reino”. El pueblo de Israel fue sustituido por el nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. Pero también nuestra falta de correspondencia a las gracias de Dios, puede hacer que otros respondan mejor a la llamada e invitación de seguir a Jesús, y nosotros perdamos la ocasión de formar parte de ese Reino.
He dicho muchas veces, que cuando hablamos del Reino de Dios, no nos referimos a la salvación final (al cielo). Eso es un regalo inmerecido de la misericordia de Dios, adquirido por Jesús. El Reino está aquí (inicialmente) en esta vida, en el que tenemos que dar los frutos de misericordia, y de felicidad para uno mismo y para los demás. Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de la fiesta de Cristo Rey, que da una «descripción» muy plástica de su contenido: un reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es gracia, tu Reino es amor”… ¡VENGA A NOSOTROS TU REINO, SEÑOR!
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