Desde hace unas semanas, miles de niños y jóvenes llenan de nuevo las aulas de nuestros colegios, escuelas, guarderías e ikastolas. Día tras día se sientan ante sus profesores y educadores para aprender. Pero, ¿aprender qué?
Tal vez, todo menos lo más importante que es aprender a vivir. No nos damos cuenta de que, con frecuencia, a estos niños que acaban de recibir el regalo de la vida, les estamos proporcionando "un manual de instrucciones para su uso", totalmente disparatado.
Si siguen muchas de nuestras instrucciones, están condenados a no conocer nunca la felicidad. Ya no podrán sospechar siquiera que es posible disfrutar de la vida sin dinero.
Se sentirán frustrados si no pueden ir satisfaciendo todos y cada uno de sus pequeños caprichos.
Se creerán fracasados si no pueden cumplirse sus ambiciones.
Casi sin darnos cuenta, los iremos programando para la competitividad, la rivalidad, el éxito y el poder.
Les animaremos a "sacar sobresaliente" y a entender la vida como una carrera en la que la mayor desgracia es quedarse "descolgado".
Les enseñaremos a subir "al tren de la vida" y les instruiremos sobre cómo se han de comportar dentro de cada departamento, pero ¿quién les dirá hacia dónde se dirige ese tren alocado?
"La comunicación ha de ser el cauce privilegiado para la acción educativa".
La pregunta surge espontánea: ¿Qué pueden aprender las nuevas generaciones al comunicarse con nosotros?
¿Cómo contagiarles el gozo verdadero de la vida si nos ven ocupados estúpidamente en mil asuntos y negocios sin saborear apenas nunca el amor, la belleza y la amistad?
¿Cómo educarlos para la paz si sufren nuestra violencia, nuestra irritación y toda clase de agresividades?
¿Cómo sensibilizar su corazón a todo lo bueno, lo bello, lo digno, si ven que, para sentirnos vivos, necesitamos toda clase de drogas, excepto, naturalmente, las tres o cuatro que hemos de condenar de manera tajante?
¿Cuáles son las grandes convicciones que, con toda verdad y honradez, les podemos mostrar como horizonte y sentido de nuestra vida?
¿Qué Dios pueden descubrir en el fondo de nuestras creencias y de nuestra vida?
La frase de Jesús nos sigue interpelando a todos:
"No os dejéis llamar maestro porque uno sólo es vuestro Maestro".
Para los cristianos, sólo Jesucristo es el verdadero Maestro. De él hemos de aprender a vivir todos más humanamente si queremos enseñar algo digno a las nuevas generaciones.
Tal vez, todo menos lo más importante que es aprender a vivir. No nos damos cuenta de que, con frecuencia, a estos niños que acaban de recibir el regalo de la vida, les estamos proporcionando "un manual de instrucciones para su uso", totalmente disparatado.
Si siguen muchas de nuestras instrucciones, están condenados a no conocer nunca la felicidad. Ya no podrán sospechar siquiera que es posible disfrutar de la vida sin dinero.
Se sentirán frustrados si no pueden ir satisfaciendo todos y cada uno de sus pequeños caprichos.
Se creerán fracasados si no pueden cumplirse sus ambiciones.
Casi sin darnos cuenta, los iremos programando para la competitividad, la rivalidad, el éxito y el poder.
Les animaremos a "sacar sobresaliente" y a entender la vida como una carrera en la que la mayor desgracia es quedarse "descolgado".
Les enseñaremos a subir "al tren de la vida" y les instruiremos sobre cómo se han de comportar dentro de cada departamento, pero ¿quién les dirá hacia dónde se dirige ese tren alocado?
"La comunicación ha de ser el cauce privilegiado para la acción educativa".
La pregunta surge espontánea: ¿Qué pueden aprender las nuevas generaciones al comunicarse con nosotros?
¿Cómo contagiarles el gozo verdadero de la vida si nos ven ocupados estúpidamente en mil asuntos y negocios sin saborear apenas nunca el amor, la belleza y la amistad?
¿Cómo educarlos para la paz si sufren nuestra violencia, nuestra irritación y toda clase de agresividades?
¿Cómo sensibilizar su corazón a todo lo bueno, lo bello, lo digno, si ven que, para sentirnos vivos, necesitamos toda clase de drogas, excepto, naturalmente, las tres o cuatro que hemos de condenar de manera tajante?
¿Cuáles son las grandes convicciones que, con toda verdad y honradez, les podemos mostrar como horizonte y sentido de nuestra vida?
¿Qué Dios pueden descubrir en el fondo de nuestras creencias y de nuestra vida?
La frase de Jesús nos sigue interpelando a todos:
"No os dejéis llamar maestro porque uno sólo es vuestro Maestro".
Para los cristianos, sólo Jesucristo es el verdadero Maestro. De él hemos de aprender a vivir todos más humanamente si queremos enseñar algo digno a las nuevas generaciones.
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