Por Josetxu Canibe
Al evangelio de hoy podríamos titularle: “Normas, consejos para aquellos que ejerzan alguna autoridad”. El texto –contundente por cierto- es de Jesús: ”Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”. Pero no sería justo que nos fijáramos solo en los políticos o en quienes predican homilías. Además de éstos, el evangelio de Jesús abarca a todo aquel que aconseja, que posee un cierto ascendiente sobre su prójimo. Por lo cual incluiríamos al Papa, a los obispos, a los predicadores, a las autoridades civiles, a los maestros, a los distintos dirigentes, a las catequistas, a los padres, etc.
Resumiendo: desde los que llevan la voz cantante en el grupo o cuadrilla de amigos hasta los tertulianos de la radio o de la televisión. Por eso la homilía de hoy no debe orientarse, aplicarse hacia fuera, sino hacia dentro. Simplemente debemos recordar que, cuando el dedo índice señala a alguien, los otros tres dedos de la mano apuntan hacia uno mismo. Hagamos la prueba.
En esta ocasión Jesús no se dirige a los anticlericales o a gente de mal vivir, sino a los que se tenían o se tienen por piadosos, por buenos, por cumplidores, a los que son permisivos, comprensivos consigo mismos y exigentes con los demás. Jesús acusa a los letrados y fariseos de varias cosas: de incoherencia, de doble moral (una para sí mismo y otra para los demás), de hipocresía y de ostentación y aconseja a quienes quieren escucharle que se esfuercen por formar una comunidad fraternal, cristocéntrica y servicial.
Ciertamente Jesús se manifiesta, se muestra con dureza respecto a quienes asesoran, aleccionan, dirigen y luego no cumplen. No soporta a los que elaboran un paquete, una lista de deberes y obligaciones y luego las descargan sobre los hombros de los demás y no están dispuestos a echar una mano. Solo les interesa quedar bien, dar buena imagen. Dicho en lenguaje coloquial, Jesús critica a los que predican, pero no dan trigo.
Es curioso comprobar cómo el político corrige constantemente a todos los demás partidos e informa de lo que debieran hacer los demás. Cualquier ciudadano de a pie da clases a su compañero para que sepa cómo debe comportarse. Hay quienes rebajan la enseñanza concertada y alaban la pública. Sin embargo, luego llevan a sus hijos a la concertada. Todos o casi todos estamos acusando de inmoralidad y de ilegalidad a dirigentes o directivos de Cajas de Ahorro, que no contentos con hundirlas se han premiado con unas pensiones y sueldos provocativos. No estaría de más preguntarse cuántos harían lo mismo, si se encontraran en idénticas circunstancias.
“No hagáis lo que ellos hacen” nos repite. Jesús se dirige a gente religiosa. ¿Qué diría hoy a los sacerdotes, a los obispos a los cristianos?. La jerarquía eclesiástica ha cuidado mucho el lenguaje: lo que llamamos ortodoxia. Todo escrito, toda carta pastoral, toda encíclica ha sido minuciosamente revisada, corregida, con el fin de que no haya ningún error o fallo. Pero después, para poner en práctica lo que allí se ha dicho, no se actúa con la misma urgencia, con la misma exigencia. Al menos eso me parece a mí. Sin embargo impacta más el comportamiento de un cristiano cuidando a una persona enferma que un manifiesto firmado por 20 teólogos o intelectuales.
“El primero entre vosotros sea vuestro servidor”. ¡Qué difícil es!. Sucede exactamente al revés. Nosotros admiramos, reverenciamos adulamos al poder y a las personas que están revestidas de poder. Respetamos a quien detenta el poder. Buscamos complacerle. El poder, el ocupar los primeros puestos es un plato que gusta a la mayoría. Pocos saben relativizarlo. Quien ha saboreado el poder se agarra a él y, si es alejado de un cargo, se encaramará en otro. Jesús no va por ahí.
Como contrapunto, como ejemplo de lo que Jesús quiere enseñarnos, se nos presenta San Pablo entregado plenamente a sus fieles, a sus cristianos de Tesalónica. Mucho se ha comentado sobre la escasez de vocaciones y de sacerdotes. Sin embargo, el problema no está tanto en el número, sino en la calidad. Con quienes no hacen lo que dicen no se llega lejos. Hoy, a raíz de la deuda de los Estados europeos se insiste mucho en la credibilidad de los Gobiernos y de las personas.
Jesús nos invita hoy a ser coherentes.
Resumiendo: desde los que llevan la voz cantante en el grupo o cuadrilla de amigos hasta los tertulianos de la radio o de la televisión. Por eso la homilía de hoy no debe orientarse, aplicarse hacia fuera, sino hacia dentro. Simplemente debemos recordar que, cuando el dedo índice señala a alguien, los otros tres dedos de la mano apuntan hacia uno mismo. Hagamos la prueba.
En esta ocasión Jesús no se dirige a los anticlericales o a gente de mal vivir, sino a los que se tenían o se tienen por piadosos, por buenos, por cumplidores, a los que son permisivos, comprensivos consigo mismos y exigentes con los demás. Jesús acusa a los letrados y fariseos de varias cosas: de incoherencia, de doble moral (una para sí mismo y otra para los demás), de hipocresía y de ostentación y aconseja a quienes quieren escucharle que se esfuercen por formar una comunidad fraternal, cristocéntrica y servicial.
Ciertamente Jesús se manifiesta, se muestra con dureza respecto a quienes asesoran, aleccionan, dirigen y luego no cumplen. No soporta a los que elaboran un paquete, una lista de deberes y obligaciones y luego las descargan sobre los hombros de los demás y no están dispuestos a echar una mano. Solo les interesa quedar bien, dar buena imagen. Dicho en lenguaje coloquial, Jesús critica a los que predican, pero no dan trigo.
Es curioso comprobar cómo el político corrige constantemente a todos los demás partidos e informa de lo que debieran hacer los demás. Cualquier ciudadano de a pie da clases a su compañero para que sepa cómo debe comportarse. Hay quienes rebajan la enseñanza concertada y alaban la pública. Sin embargo, luego llevan a sus hijos a la concertada. Todos o casi todos estamos acusando de inmoralidad y de ilegalidad a dirigentes o directivos de Cajas de Ahorro, que no contentos con hundirlas se han premiado con unas pensiones y sueldos provocativos. No estaría de más preguntarse cuántos harían lo mismo, si se encontraran en idénticas circunstancias.
“No hagáis lo que ellos hacen” nos repite. Jesús se dirige a gente religiosa. ¿Qué diría hoy a los sacerdotes, a los obispos a los cristianos?. La jerarquía eclesiástica ha cuidado mucho el lenguaje: lo que llamamos ortodoxia. Todo escrito, toda carta pastoral, toda encíclica ha sido minuciosamente revisada, corregida, con el fin de que no haya ningún error o fallo. Pero después, para poner en práctica lo que allí se ha dicho, no se actúa con la misma urgencia, con la misma exigencia. Al menos eso me parece a mí. Sin embargo impacta más el comportamiento de un cristiano cuidando a una persona enferma que un manifiesto firmado por 20 teólogos o intelectuales.
“El primero entre vosotros sea vuestro servidor”. ¡Qué difícil es!. Sucede exactamente al revés. Nosotros admiramos, reverenciamos adulamos al poder y a las personas que están revestidas de poder. Respetamos a quien detenta el poder. Buscamos complacerle. El poder, el ocupar los primeros puestos es un plato que gusta a la mayoría. Pocos saben relativizarlo. Quien ha saboreado el poder se agarra a él y, si es alejado de un cargo, se encaramará en otro. Jesús no va por ahí.
Como contrapunto, como ejemplo de lo que Jesús quiere enseñarnos, se nos presenta San Pablo entregado plenamente a sus fieles, a sus cristianos de Tesalónica. Mucho se ha comentado sobre la escasez de vocaciones y de sacerdotes. Sin embargo, el problema no está tanto en el número, sino en la calidad. Con quienes no hacen lo que dicen no se llega lejos. Hoy, a raíz de la deuda de los Estados europeos se insiste mucho en la credibilidad de los Gobiernos y de las personas.
Jesús nos invita hoy a ser coherentes.
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