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viernes, 30 de diciembre de 2011

1 de Enero de 2012: SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA (Lc 2, 16-21) : Y le pusieron por nombre Jesús


Publicado por Servicios Koinonia

Números 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré
Salmo 66: El Señor tenga piedad y nos bendiga.
Gálatas 4,4-7: Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer
Lc 2,16-21: Y le pusieron por nombre Jesús

Litúrgicamente, hoy es la fiesta de «Santa María Madre de Dios»; es también la «octava [los ocho días] de Navidad» y por tanto el recuerdo de «la circuncisión de Jesús», celebración judía que se celebraba al octavo día del nacimiento del niño, y en la que se le imponía el nombre. Para el hombre y la mujer de hoy, los tres componentes de esta festividad litúrgica de hoy quedan muy lejos... tanto por el lenguaje que en que son expresados, como por el «imaginario religioso» que evocan...

Pero hoy es también el primer día del año civil, «¡Año Nuevo!», y la Jornada Mundial por la Paz, fiesta, ésta última, que aunque originalmente es una iniciativa eclesiástica católica, ha alcanzado una notable aceptación en la sociedad, gozando ya de un cierto estatuto civil.

Como se puede ver, hay una buena distancia entre la conmemoración litúrgica y los motivos «modernos» de celebración. Esta distancia, que se repite en otras fiestas litúrgicas, con bastante frecuencia, habla por sí misma de la necesidad de actualizar el calendario litúrgico, y, mientras esa tarea no sea acometida oficialmente por quien corresponde, será preciso que los agentes de pastoral tengan creatividad y audacia para reinterpretar el pasado, abandonar lo que está muerto, y recrear el espíritu de las celebraciones.

Pero veamos en primer lugar los textos bíblicos.

Nm 2,22-27 es la llamada bendición aaronítica (de Aarón), porque se afirma que Dios la reveló a Moisés para que éste a su vez la enseñara a Aarón y a sus hijos, los sacerdotes de Israel, para que con ella bendijeran al pueblo. Seguramente fue usada ampliamente en el antiguo Israel. Incluso se ha encontrado grabada en plaquetas metálicas para llevar al cuello, o atada de algún modo al cuerpo, como una especie de amuleto. Arqueológicamente dichas plaquetas datan de la época del 2º templo, es decir, del año 538 AC en adelante. Bien nos viene una bendición de parte de Dios al comenzar el año: que su rostro amoroso brille sobre todos nosotros como prenda de paz. La paz tan anhelada por la humanidad entera, y lamentablemente tan esquiva. Pero es que no basta con que Dios nos bendiga por medio de sus sacerdotes. No basta que él nos muestre su rostro. Aquí no se trata de bendiciones mágicas sino de un llamado a empeñarnos también nosotros en la consecución y construcción de la paz: con nosotros mismos, en nuestro entorno familiar, con los cercanos y los lejanos, con la naturaleza tan maltratada por nuestras codicias; paz con Dios, Paz de Dios.

Buen comienzo del año éste de la bendición. El refrán popular ha consagrado ese deseo de "volver a comenzar" que sentimos todos al llegar esta fecha: "Año nuevo, vida nueva". Uno quisiera olvidar los errores, limpiarse de las culpas que molestan en la propia conciencia, estrenar una página nueva del libro de su vida, y empezarla con buen pie, dando rienda suelta a los mejores deseos de nuestro corazón... Por eso es bueno comenzar el año con una bendición en los labios, después de escuchar la bendición de Dios en su Palabra.

Bendigamos al Señor por todo lo que hemos vivido hasta ahora, y por el nuevo año que aparece ante nuestros ojos: nuevos días por delante, nuevas oportunidades, tiempo a nuestra disposición... Alabemos al Señor por la misericordia que ha tenido con nosotros hasta ahora. Y también porque nos va a permitir ser también nosotros una bendición en este nuevo año que comienza: bendición para los hermanos y bendición para Dios mismo. Año nuevo, vida nueva, bendición de Dios.

Gál 4,4-7 es una apretada síntesis de lo que Pablo nos enseña en tantos otros pasajes de sus cartas. En primer lugar, nos dice que el tiempo que vivimos es de plenitud, porque en él Dios ha enviado a su Hijo, no de cualquier manera, sino «nacido de mujer y nacido bajo la ley», es decir, semejante en todo a nosotros, en nuestra humanidad y en nuestros condicionamientos históricos. Pero este abajamiento del Hijo de Dios, nos ha alcanzado la más grande de las gracias: la de llegar a ser, todos nosotros los seres humanos, sin exclusión alguna, hijos de Dios, capaces de llamarlo «Abba», es decir, Padre. Nuestra condición filial fundamenta una nueva dignidad de seres humanos libres, herederos del amor de Dios. Parecerían hermosas palabras, nada más, frente a tantos sufrimientos y miserias que todavía experimentamos, pero se trata de que pongamos de nuestra parte para que la obra de Jesucristo se haga realidad. Se trata de que nos apropiemos de nuestra dignidad de hijos libres, rechazando los males personales y sociales que nos agobian, luchando juntos contra ellos. Esto implica una tarea y una misión: la de hacernos verdaderos hijos de Dios, a nosotros y a nuestros hermanos que desconocen su dignidad.

Nacido de mujer, nacido bajo la ley, nos recuerda Pablo (Gál 4,4). Nació en la debilidad, en la pobreza, fuera de la ciudad, en la cueva, porque no hubo para ellos lugar en la posada... Nace en la misma situación que el conjunto del pueblo, los sencillos, los humildes, los sin poder.

Este nacimiento real y concreto es asumido por Dios para abrazar en el amor a todos los que la tradición había dejado fuera. Es la visita real de aquel que, por simple misericordia, nos da la gracia de poder llamar a Dios con la familiaridad de Abba -"papito"- y la posibilidad de considerar a todos los hombres y mujeres hermanos muy amados.

En Jesús, nacido de María -la mujer que aceptó ser instrumento en las manos de Dios para iniciar la nueva historia- todos los seres humanos hemos sido declarados hijos y no esclavos, hemos sido declarados coherederos, por voluntad del Padre. La bendición o benevolencia de Dios para los seres humanos da un gran paso: Dios ya no bendice con palabras, ahora bendice a todos los seres humanos y aun a toda la creación, con la misma persona de su Hijo, que se hace hermano de todos. Y nadie queda marginado de su amor.

"Ha aparecido la bondad de Dios" en Jesús, y es hora de alegría estremecida, para hacer saber al mundo -y a la creación misma- que Dios ha florecido en nuestra tierra y todos somos depositarios de esa herencia de felicidad.

Lc 2,16-21, en el lenguaje «intencionado» que por ser un género literario (“evangelio de la infancia”) utiliza con sus signos, Jesús no nace entre los grandes y poderosos del mundo sino, muy en la línea de Lucas, entre los pequeños y los humildes; como los pastores de Belén, que no son meras figuras decorativas de nuestros «belenes», pesebres o nacimientos, sino que eran, en los tiempos de Jesús, personas mal vistas, con fama de ladrones, de ignorantes y de incapaces de cumplir la ley religiosa judía. A ellos en primer lugar llaman los «ángeles» a saludar y a adorar al Salvador recién nacido. Ellos se convierten en pregoneros de las maravillas de Dios que habían podido ver y oír por sí mismos. Algo similar pasa con María y José: no eran una pareja de nobles ni de potentados, eran apenas un humilde matrimonio de artesanos, sin poder ni prestigio alguno. Pero María, la madre, «guardaba y meditaba estos acontecimientos en su corazón», y seguramente se alegraba y daba gracias a Dios por ellos, y estaba dispuesta a testimoniarlo delante de los demás, como lo hizo delante de Isabel, entonando el Magníficat.

Todo ello dentro de una composición teológica más elaborada de lo que su aparente ingenuidad pudiera insinuar. En todo caso, la simplicidad, la pobreza, la llaneza del relato y de lo relatado casan perfectamente con el espíritu de la Navidad.

La «maternidad divina de María», motivo oficial de la celebración litúrgica de hoy, y uno de los tres «dogmas» marianos -si se puede hablar así-, es una formulación que hace tiempo «chirría» en los oídos de quien la escucha desde una imagen de Dios adulta y crítica. Como ocurre con tantos otros «dogmas» y tradiciones tenidas como tales, el pueblo cristiano las ha amalgamado fantásticamente con los evangelios, llegando a pensar que provienen directamente de ellos.

El versículo Gál 4,4 que hoy leemos, es todo lo que Pablo dice de María. No cita siquiera su nombre, no sabemos si lo supo. La maternidad divina de María en el cristianismo es, claramente, una construcción eclesial. Los evangelios no saben nada de ella, y no será formulada y «definida» hasta el siglo V.

En este contexto, es importante desempolvar y recordar la historia de tal «dogma», con la llamada «manipulación» ocurrida en el Concilio de Éfeso, en el año 431, cuando Cirilo de Alejandría forzó y consiguió la votación antes de que llegaran los padres antioqueños, que representaban en el Concilio la opinión contraria. Se dice que el Pueblo cristiano acogió con entusiasmo esta declaración mariana, pero hay que añadir que se trata de los habitantes de Éfeso, la ciudad de la antigua «Gran Diosa Madre», la originaria diosa-virgen Artemisa, Diana... La fórmula de Éfeso, en cualquier caso, ha sido siempre tenida como sospechosa de concebir la filiación divina y la encarnación en términos monofisitas, que hasta cosifican a Dios, como si se pudiera procrear a Dios y no más bien a un hombre en el que, en cuanto Hijo de Dios, Dios mismo se nos hace patente a los ojos de la fe... (cfr. Hans Küng, en Ser cristiano, Cristiandad, Madrid 1977, pág. 584ss; cfr también Alberigo, Giuseppe, Historia de los Concilios, Sígueme, Salamanca 1993, p. 68-73).

El título «madre de Dios» no es bíblico, como es sabido. Para el evangelio María es siempre, nada más y nada menos que «la madre de Jesús», título entrañable, real e histórico, que acabará sepultado y abandonado en la historia bajo un montón de otros títulos y advocaciones construidos eclesiásticamente. San Agustín (siglos IV y V) todavía no conoce himnos ni oraciones ni festividades marianas. El primer ejemplo de una invocación directa a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino Salve Sancta Parens.

La Edad Media europea dará rienda suelta a su imaginario teológico y devocional respecto de María (cfr Pablo VI, Marialis Cultus, 38). Mientras los primitivos Padres de la Iglesia todavía hablan de las imperfecciones morales de María, en el siglo XII aparece la opinión de su exención del pecado, tanto del personal como del «original». En el mismo siglo XII aparece el Avemaría. El ángelus en el XIII. El rosario en el XIII-XIV (probablemente «importado» del Islam, con ocasión de las cruzadas, cfr. Willfred Cantwell Smith, Towards a World Theology, Orbis, New York 1981, p. 11ss.). El «mes de María» y el «mes del rosario» aparecerán enlos siglos XIX-XX. Los puntos culminantes de esta evolución ascendente serán la definición de la «inmaculada concepción de María» (1854, por Pío IX) y la declaración dogmática de la «asunción de María en cuerpo y alma al cielo» (1950, por Pío XII). Momentos finales de este apogeo mariano serán la «consagración del mundo al Corazón de María» en 1942 y 1954, por Pío XII.

Pero todo este marianismo remitió con sorprendente rapidez con el Concilio Vaticano II, que no sólo renunció a nuevos «dogmas» marianos, sino que desestimó la anterior mariología «cristotípica» (característica de la escuela mariológica española preconciliar), dando paso a una comprensión mariológica mucho más sobria, bíblica e histórica, en la línea «eclesiotípica» (de la escuela alemana principalmente). Aunque la veneración a María (hyper-dulía), superior a la tributada a los santos (dulía), siempre fue distinguida teóricamente de la dada a Dios (latría), lo cierto es que en la religiosidad popular muchas veces María fungió como un verdadero «correlato femenino de la divinidad», y su condición de criatura y de discípula de Jesús y miembro de la Iglesia casi fueron olvidadas (en forma paralela a lo que ocurrió con Jesús respecto de su humanidad).

Hoy, la imagen conciliar que la Iglesia tiene de María es la de «la madre de Jesús», desmitificada, despojada de tantas adherencias de género mitológico como se le habían puesto encima a lo largo de la historia: María es una cristiana, muy cercana a Jesús, una discípula suya, un destacado miembro de la Iglesia: la «madre de Jesús», con el título insuperable que le da el mismo evangelio, y a cuyo uso muchos creyentes vuelven en la actualidad, prefiriéndolo al creado en el siglo V. La Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en su capítulo octavo (nn. 52-69) ofrece todavía la mejor síntesis de la mariología para nuestros tiempos. Cincuenta años después, el Concilio Vaticano II nos sigue marcando el camino, también en mariología. A la hora de hablar sobre María, debemos remitirnos, necesariamente, a ese capítulo octavo de la Lumen Gentium.

Concluimos. Seguimos estando en tiempo de Navidad, celebración cultural hoy prácticamente universal en la que la ternura, el amor, la fraternidad, el cariño familiar... se nos hacen más palpables que nunca. La ternura de Dios hacia nosotros, que se expresó en el niño de Belén, inunda nuestra vida, en las luces de colores, los adornos navideños, los villancicos y las reuniones familiares. Todo ayuda a ello en este tiempo todavía de Navidad. Dejemos recalar estos sentimientos en nuestro corazón, para que perduren a lo largo de todo el año.

Hoy es también el Día de Año Nuevo. Si bien es algo simplemente convencional, sin base ninguna astronómica, humanamente tiene el valor simbólico inevitable y profundo de recordarnos el inexorable paso del tiempo... Al poner el pie por primera vez en este nuevo regalo que el Señor nos hace en nuestra vida, vamos a agradecerle con todo el corazón la alegría de vivir, la oportunidad maravillosa que nos da de seguir amando y siendo amados, y la capacidad que nos ha dado para cambiar y rectificar.

Otro enfoque válido y provechoso de la homilía podría orientarse hacia el tema de la Jornada Mundial de la Paz... sugerimos más abajo un guión de trabajo para la reunión de grupo.

El evangelio de hoy es dramatizado en el capítulo 135 de la serie «Un tal Jesús», de los hnos. López Vigil. El guión y su comentario pueden ser tomados de aquí: http://www.untaljesus.net/texesp.php?id=1600135
Puede ser escuchado aquí: http://www.untaljesus.net/audios/cap135b.mp3

La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene un capítulo, el 19, que se titula «¿Madre de Dios?», que puede ser útil para suscitar un diálogo-debate sobre el tema. Su guión y su audio puede recogerse en http://www.emisoraslatinas.net/entrevista.php?id=110019
En este caso es importante consultar la información complementaria que la serie ofrece a esta entrevista nº 19, aquí: http://emisoraslatinas.net/guia.php?id=111019 Hay varios otros varios guiones con temas relacionados, que también pueden ayudar a un debate-catequesis donde sea oportuno.


Para la revisión de vida

Hacer un retiro personal (o un tiempo al menos) haciendo examen de mi vida en el año pasado
Participar en alguna celebración penitencial comunitaria, pedir perdón de mis pecados y reconciliarme con Dios y con los hermanos.
Hacerme un plan de vida al comenzar el año ("año nuevo...: ¡vida nueva!").
Seguir viviendo con el espíritu de la navidad en los diversos ambientes: familia, barrio, trabajo, lugar de compromiso...


Para la reunión de grupo

- Ver: ¿cómo está el mundo, nuestro país, nuestro barrio...? ¿En paz? ¿Cuáles los principales obstáculos para la paz en el país, barrio, comunidad, familia...)?
- Cuál es actualmente la mayor amenaza para la paz y la mayor fuente de inestabilidad en el orden internacional? ¿Por qué?
- La crisis económica internacional, ¿se superará simplemente salvando el capitalismo?
- El terrorismo, ¿es una causa original o derivada?
- Juzgar: ¿Cómo enjuiciar la situación del mundo a la luz de la fe? ¿Cuál es el papel del cristianismo en un mundo en tensión como el nuestro?
- Actuar: ¿Cómo tendrá que evolucionar el mundo para hacer posible la paz? ¿Qué podemos hacer nosotros, el cristianismo, yo mismo?


Para la oración de los fieles

- Por la paz del mundo, en esta Jornada Mundial por la Paz, par que el Espíritu de Dios mueva los corazones de todos los hombres y mujeres hacia la reconciliación, la tolerancia, la igualdad entre los sexos, el respeto de las diferencias culturales, y la Justicia, de la cual es fruto la paz, roguemos al Señor.
- Por los gobernantes de todos los países, para que aúnen esfuerzos sinceros en favor de la paz...
- Por las instituciones internacionales, para que evolucionen hacia formas acordes con los nuevos tiempos mundializados que vivimos y puedan ser instrumentos más útiles al servicio de la humanidad...
- Por todas las personas que manifiestan en las calles de tantas ciudades su insatisfacción por la organización actual del mundo, para que acojamos todos con respeto y escucha atenta este clamor que puede hablarnos de los signos de este tiempo...
- Para que aprovechemos ahora la oportunidad que tenemos de hacer verdad en nuestra vida el refrán: «Año nuevo, vida nueva»...
- Por nuestros hogares, para que continúen durante todo el año en el espíritu familiar y amoroso de la Navidad...
- Por todos los que no acabarán este año que ahora comienza, para que se reconcilien a tiempo con la verdad de su vida...
- -Por todos nuestros amigos y conocidos que nos dejaron el año que acaba de pasar, por su eterno descanso...
- Para que se extienda en la sociedad la conciencia de la necesidad de un nuevo orden internacional fuerte y unificado, para todo el mundo, al que todas las naciones se sometan, sin excepciones ni privilegios ni actos de fuerza...

Oración comunitaria

*Dios de la Vida, Creador del Universo, que nos has concedido el espacio y el tiempo para vivir desarrollar la Vida, para ser felices y hacer felices a los demás; al comenzar un Año Nuevo te pedimos nos enseñes a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato y vivamos responsable y agradecidamente el don del tiempo que nos concedes. Por Jesucristo nuestro Señor...

*Dios de la Paz, Padre y Madre de todos los hombres y mujeres, que quieres que vivamos como hermanos en unidad fraterna. En este día que da comienzo al nuevo año, te pedimos con todo el corazón nos concedas la Paz, don tuyo y a la vez fruto de nuestros esfuerzos por la Justicia, y que hagas de nosotros sus esforzados constructores, para que merezcamos la bienaventuranza que anunció Jesús, Hijo tuyo y hermano nuestro, por los siglos de los siglos. Amén.

*Oh Dios Padre-Madre Universal, Divinidad Misteriosa, que nuestros antepasados han sentido ancestralmente como el seno fecundo del que hemos brotado, el pecho nutricio que nos amamanta a través de la Tierra, sentida como el Cuerpo de la Gran Diosa Madre... Ábrenos al sentido de tu presencia materna y femenina, fecunda y nutricia, y haznos concienciar todas estas dimensiones con claridad, sin tener que disfrazarlas bajo formas superpuestas que las ocultan porque en el fondo las descalifican. Reconcílianos contigo, Dios(a)-Madre.

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