Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
¿Qué es el amor? Los niños lo saben mejor que los mayores.
He aquí alguna de sus respuestas.
"Cuando mi abuela tenía artritis no podía agacharse para pintarse las uñas de los pies. Así que mi abuelo se las pinta todos los días a pesar de que él tiene también artritis en las manos. Eso es amor. Rebeca, 8 años.
"Amor es cuando mi madre hace café para mi padre y lo prueba antes de dárselo para asegurarse de que sabe OK". Kart, 5 años.
"Amor es lo que está en la habitación contigo la víspera de Navidad si dejas de abrir los regalos y escuchas". Danny, 7 años.
"Cuando alguien te quiere, la manera de pronunciar tu nombre es diferente. Y sabes que tu nombre está seguro en su boca". Billy, 4 años.
"Si quieres aprender a amar mejor, se debería comenzar con un amigo al que odias". Nikka, 6 años.
"Yo sé que mi hermana mayor me quiere porque me da sus vestidos usados y ella tiene que ir a comprarse unos nuevos". Lauren, 4 años.
"El amor es lo que te hace sonreír cuando estás cansado". Terri, 4 años.
Sucedió la víspera de Navidad en el siglo catorce. La peste recorría toda Europa y sus víctimas se contaban por miles y miles en las ciudades, en el campo y en todos los pueblitos. Todo el mundo buscaba salvarse a través del aislamiento. Se encerraban en sus casas con las provisiones que habían podido recoger para huir del invisible enemigo.
Así sobrevivió un ciudadano de Goldberg, en Alemania, hasta la víspera de la Navidad de 1353.
Creyó que era el último habitante de la ciudad y cuando llegó la medianoche se acordó de la alegría que inundaba al pueblo entero y cómo sus gentes celebraban la fiesta y ahora se encontraba él solo en medio de una gran desolación. Pensaba que su vida no merecía la pena vivirla en semejante soledad y abrió la puerta de su casa y salió a abrazar la peste y morir. Al salir a la calle empezó a cantar las viejas canciones navideñas que había cantado durante toda su vida. Cual no fue su sorpresa al oír una voz que respondía a su voz, después otro ciudadano abrió su puerta y se puso a cantar; los dos recorrieron la calle cantando y cuando llegaron al final de la calle, frente a una colina cercana a la ciudad, encontraron un grupo de 25 hombres y mujeres y niños. Era todo lo que quedaba en la ciudad.
Perdido un poco el miedo, regresaron a sus casas, enterraron a sus muertos y la ciudad empezó a progresar de nuevo. Pero cada Navidad, siglos después de este acontecimiento, hasta hoy, sus habitantes se congregan para el culto a medianoche y todos caminan, cantando, hasta el final de la calle a Neiderrring, la colina cercana.
Érase una familia que se había reunido para celebrar la Navidad sin pensar para nada en su significado. Tres generaciones reunidas en una casa. La hija y el padre se llevaban muy mal, pero se juntaban para Navidad para ver a la nieta. La pequeña Carlota que había crecido en una casa donde Dios no se mencionaba, estaba cenando y de repente cogió el tenedor, lo puso delante de la boca del abuelo como si fuera un micrófono y le preguntó: "¿Abuelo, por qué se llama este día Navidad?
La pregunta cayó como un jarro de agua fría.
¿Sabía la niña lo que estaba preguntando? Después de un largo silencio que se hizo una eternidad el abuelo dijo: "Tal vez tu madre pueda responder a tu pregunta mejor que yo".
La madre frunció el ceño y respondió a su hija. "Hoy se llama Navidad, Carlota, porque es el cumpleaños de Jesucristo".
Y continuó con una breve explicación. Algo muy especial sucedió mientras le contaba a su hija la historia de la Navidad. La señora hablaba como si estuviera ella misma descubriendo en ese momento el origen de la Navidad, como si en ese mismo momento estuviera recibiendo una revelación. Fue un momento mágico. La madre de Carlota miró a su padre. Las lágrimas llenaban los ojos de su padre. Alargó la mano y cogió su mano. Carlota preguntó: "¿Abuelo estás llorando"? "Sí, lloro porque soy muy feliz", contestó.
El rostro de Carlota se iluminó como el de un ángel. No se habló más de Jesús aquella noche. Y sin embargo, fue como si el Señor mismo, como un orfebre, hubiera creado esa situación para que su nombre brillara como una joya muy especial, como un diamante en su estuche de terciopelo.
Muchas familias se reunirán en torno a una mesa el día de Navidad. ¿En cuántas casas se hará esta pregunta, ¿por qué nos hemos reunido? ¿qué celebramos?
Habrá un belén y un arbolito y unos regalos. Un exterior muy hermoso y brillante. Pero ¿qué hacer para que ese ambiente externo penetre en el interior de cada uno de los reunidos?
Alguien tiene que suscitar la pregunta e invitarnos a recordar aquella noche.
Alguien tiene que contar a los hijos esa historia. El Señor hará el resto. Dejará de ser un recuerdo para hacerse relato presente y salvador.
Un año más el Hijo de la Navidad vendrá a nuestro mundo y a nuestras vidas ajetreadas y disipadas. Nosotros, a pesar de todos los ruidos muy musicales, y desde nuestras limitaciones, estamos llamados a vivir con más autenticidad el milagro de la luz, de la paz y de la vida nueva que nos visita.
La Navidad no es un paisaje maravilloso y lejano a contemplar desde una ventana. Solo tiene sentido si lo convertimos en paisaje pobre e interno, el del corazón.
He aquí alguna de sus respuestas.
"Cuando mi abuela tenía artritis no podía agacharse para pintarse las uñas de los pies. Así que mi abuelo se las pinta todos los días a pesar de que él tiene también artritis en las manos. Eso es amor. Rebeca, 8 años.
"Amor es cuando mi madre hace café para mi padre y lo prueba antes de dárselo para asegurarse de que sabe OK". Kart, 5 años.
"Amor es lo que está en la habitación contigo la víspera de Navidad si dejas de abrir los regalos y escuchas". Danny, 7 años.
"Cuando alguien te quiere, la manera de pronunciar tu nombre es diferente. Y sabes que tu nombre está seguro en su boca". Billy, 4 años.
"Si quieres aprender a amar mejor, se debería comenzar con un amigo al que odias". Nikka, 6 años.
"Yo sé que mi hermana mayor me quiere porque me da sus vestidos usados y ella tiene que ir a comprarse unos nuevos". Lauren, 4 años.
"El amor es lo que te hace sonreír cuando estás cansado". Terri, 4 años.
Sucedió la víspera de Navidad en el siglo catorce. La peste recorría toda Europa y sus víctimas se contaban por miles y miles en las ciudades, en el campo y en todos los pueblitos. Todo el mundo buscaba salvarse a través del aislamiento. Se encerraban en sus casas con las provisiones que habían podido recoger para huir del invisible enemigo.
Así sobrevivió un ciudadano de Goldberg, en Alemania, hasta la víspera de la Navidad de 1353.
Creyó que era el último habitante de la ciudad y cuando llegó la medianoche se acordó de la alegría que inundaba al pueblo entero y cómo sus gentes celebraban la fiesta y ahora se encontraba él solo en medio de una gran desolación. Pensaba que su vida no merecía la pena vivirla en semejante soledad y abrió la puerta de su casa y salió a abrazar la peste y morir. Al salir a la calle empezó a cantar las viejas canciones navideñas que había cantado durante toda su vida. Cual no fue su sorpresa al oír una voz que respondía a su voz, después otro ciudadano abrió su puerta y se puso a cantar; los dos recorrieron la calle cantando y cuando llegaron al final de la calle, frente a una colina cercana a la ciudad, encontraron un grupo de 25 hombres y mujeres y niños. Era todo lo que quedaba en la ciudad.
Perdido un poco el miedo, regresaron a sus casas, enterraron a sus muertos y la ciudad empezó a progresar de nuevo. Pero cada Navidad, siglos después de este acontecimiento, hasta hoy, sus habitantes se congregan para el culto a medianoche y todos caminan, cantando, hasta el final de la calle a Neiderrring, la colina cercana.
Érase una familia que se había reunido para celebrar la Navidad sin pensar para nada en su significado. Tres generaciones reunidas en una casa. La hija y el padre se llevaban muy mal, pero se juntaban para Navidad para ver a la nieta. La pequeña Carlota que había crecido en una casa donde Dios no se mencionaba, estaba cenando y de repente cogió el tenedor, lo puso delante de la boca del abuelo como si fuera un micrófono y le preguntó: "¿Abuelo, por qué se llama este día Navidad?
La pregunta cayó como un jarro de agua fría.
¿Sabía la niña lo que estaba preguntando? Después de un largo silencio que se hizo una eternidad el abuelo dijo: "Tal vez tu madre pueda responder a tu pregunta mejor que yo".
La madre frunció el ceño y respondió a su hija. "Hoy se llama Navidad, Carlota, porque es el cumpleaños de Jesucristo".
Y continuó con una breve explicación. Algo muy especial sucedió mientras le contaba a su hija la historia de la Navidad. La señora hablaba como si estuviera ella misma descubriendo en ese momento el origen de la Navidad, como si en ese mismo momento estuviera recibiendo una revelación. Fue un momento mágico. La madre de Carlota miró a su padre. Las lágrimas llenaban los ojos de su padre. Alargó la mano y cogió su mano. Carlota preguntó: "¿Abuelo estás llorando"? "Sí, lloro porque soy muy feliz", contestó.
El rostro de Carlota se iluminó como el de un ángel. No se habló más de Jesús aquella noche. Y sin embargo, fue como si el Señor mismo, como un orfebre, hubiera creado esa situación para que su nombre brillara como una joya muy especial, como un diamante en su estuche de terciopelo.
Muchas familias se reunirán en torno a una mesa el día de Navidad. ¿En cuántas casas se hará esta pregunta, ¿por qué nos hemos reunido? ¿qué celebramos?
Habrá un belén y un arbolito y unos regalos. Un exterior muy hermoso y brillante. Pero ¿qué hacer para que ese ambiente externo penetre en el interior de cada uno de los reunidos?
Alguien tiene que suscitar la pregunta e invitarnos a recordar aquella noche.
Alguien tiene que contar a los hijos esa historia. El Señor hará el resto. Dejará de ser un recuerdo para hacerse relato presente y salvador.
Un año más el Hijo de la Navidad vendrá a nuestro mundo y a nuestras vidas ajetreadas y disipadas. Nosotros, a pesar de todos los ruidos muy musicales, y desde nuestras limitaciones, estamos llamados a vivir con más autenticidad el milagro de la luz, de la paz y de la vida nueva que nos visita.
La Navidad no es un paisaje maravilloso y lejano a contemplar desde una ventana. Solo tiene sentido si lo convertimos en paisaje pobre e interno, el del corazón.
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