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sábado, 11 de febrero de 2012

VI Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 1,40-45): SE ACERCÓ



Este verano visité en Angola una leprosería. Un pequeño poblado donde vivía un grupo de personas afectadas por la enfermedad de la lepra. No eran casos extremos. Pero sí habían perdido varios dedos, incluso parte de las manos, de los pies y de la cara. En ningún momento de la visita me sentí cómodo y, al despedirme, no fui capaz de darles la mano. Aquella piel me producía rechazo.

Al leer los textos litúrgicos de este domingo concluyo que mi comportamiento está muy cercano al del Antiguo Testamento y alejado del de Jesús. Destaca la oración del enfermo: ”si quieres, puedes limpiarme”. El leproso no recurrió a ningún libro, ni recitó de memoria ninguna oración clásica, simplemente dio rienda suelta a sus sentimientos, expresó lo que le preocupaba: que era naturalmente su enfermedad, de la cual el libro sagrado –el Levítico- hace una descripción escalofriante:

“andará harapiento y despeinado, gritando “impuro, impuro!” para que nadie se le acerque. Vivirá solo y fuera del pueblo, alejado de la familia”.

El leproso podía hacer suyo el lamento del salmista:

”Has alejado de mí a mis conocidos.

Me has hecho repugnante para ellos;

encerrado no puedo salir

y los ojos se me nublan de pesar”

Era un apestado. Los fuertes defienden su campamento, es decir, su territorio, su espacio, como se detalla en la primera lectura. Para ello hoy en día se crean ciudadelas o barrios residenciales con policía privada para que no entre en el recinto ninguno que no reúna las condiciones exigidas.

Entre nosotros no hay lepra, pero nos castigan otras enfermedades tanto a los países ricos como a los países empobrecidos. En estos últimos sobresalen el sida, la malaria y especialmente el hambre. En las regiones ricas las enfermedades del corazón y el cáncer hacen estragos. Pero a muchos de los que nos encontramos aquí nuestra oración sería: “si quieres, puedes limpiarme del consumismo y del egoísmo”. Los milagros de Jesús siempre empiezan con la compasión. Es el punto de arranque, de partida. Primero siente compasión, luego viene el resto. Pero por una serie de circunstancias la compasión se ha debilitado notablemente. Nos hemos hecho duros, casi insensibles. De ahí que nuestra plegaria debiera ser: “si quieres, puedes hacerme más compasivo, más humanitario, más bondadoso, más fraternal”. Virtud esencial para la vida y para la convivencia. Hablando sobre este punto, recordaba el domingo pasado que los sociólogos afirman que nuestra sociedad ha suplido, sustituido la compasión por el consumismo y el egoísmo. Escasean personajes como el del buen samaritano de la parábola. Por eso estamos ante una petición actual y necesaria.

Jesús nos da esperanza y confianza. El comportamiento de Jesús difiere abismalmente del que señala el libro del Levítico. Jesús se acerca al leproso, le toca. Algo que yo no fui capaz de hacer ni por un instante. Al margen de la lepra actualmente se dan circunstancias, menos dramáticas, pero que provocan haya gente marginada, rechazada, que no puede participar de la vida normal por razones económicas o de otro tipo: es decir, se queda en la cuneta, excluida. Estos también necesitan, como el leproso, ser curados, ser rehabilitados.

Hoy celebramos también la jornada principal de Manos Unidas o Campaña contra el Hambre bajo el lema “La salud, derecho de todos: ¡Actúa! – Osasuna, denen eskubidea. Ekin!”. Creada en 1959 por las mujeres de Acción católica, la siguen dirigiendo. Depende, por tanto, de la Iglesia. En estos años ha crecido extraordinariamente y es una de las organizaciones más fuertes y mejor estructuradas. Una pregunta que subyace siempre y aflora algunas veces es si llega lo que se da. Manos Unidas ofrece garantía total.

Volviendo al evangelio, la gran lección que nos da Jesús es su compasión y su acercamiento al marginado, al excluido. Tal vez nuestra oración deba ser :”Señor, si quieres, puedes limpiarme”.

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