Seguimiento es la palabra que nos regala el evangelio de hoy. Seguir a Jesús es acompañarlo, obedecerle, convertirse en discípulo suyo, andar por la vida atento a sus enseñanzas, ir a los lugares adonde él va.
San Ignacio une seguimiento y conocimiento interno del Señor. En la segunda semana nos hace pedir: “conocimiento interno del Señor para que, enteramente conociéndolo, más lo ame y lo siga”.
Hoy en día podríamos decir que hay un seguimiento más inmediato (como hacerse seguidor del Papa Francisco en Twitter, donde la cuenta @Pontifex_es se ha duplicado desde el primer twitter y ya tiene siete millones de seguidores) y un seguimiento que es para toda la vida. Quiero decir que, en un sentido, todos somos seguidores de Jesús, el Pastor Bueno, aún sus enemigos de alguna manera están pendientes de él y lo “siguen combatiendo”. No se puede no seguir al que es la Vida, al único que tiene Palabras de vida eterna, a Aquel que conoce a sus ovejas y sus ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Sin embargo el seguimiento que estamos invitados a contemplar hoy es un seguimiento especial –carismático-, distinto y único para cada persona. Jesús, con su trato y su conocimiento de los corazones, vuelve a cada persona algo especial. Nosotros amontonamos a la gente en categorías abstractas y sólo vemos lo especial en algunas. Decimos “los pobres” y metemos allí a dos o tres mil millones de seres humanos, cada uno único y especial, y los distinguimos de “los ricos, de los famosos y de los poderosos” de los cuales conocemos a unos mil o dos mil, o quizás más, gracias a los medios, y a esos sí les vemos lo especial de su belleza o de sus posesiones.
La multitud de los santos, los miles y miles de santos y mártires canonizados (el papa Francisco canonizó hace poco a 800 mártires de Otranto) y los incontables santos, anónimos en cuanto al nombre para nosotros pero cuyo peso de santidad influye en nuestras vidas concretas, es una muestra de cómo el seguimiento de Jesús tiene una forma única y especial para cada uno.
Lo que quiero decir con esto de que “no hay dos santos iguales” es que nos urge, a vos y a mí, a cada uno de nosotros que queremos a Jesús, encontrar (y cuanto antes mejor) nuestro caminito propio de seguimiento y de santidad. Y la principal dificultad u obstáculo, que me gustaría que sorteáramos de un salto (o saltito más bien) es la de concebir la santidad como algo universal, un ideal al que adornamos, cada uno, con tres o más cualidades “imposibles” para nosotros. Nada más alejado de la realidad del tipo de seguimiento al que nos invita Jesús. Es verdad que el evangelio de hoy pone un seguimiento exigente. Pero notemos, más que la exigencia en general, cómo el Maestro le soluciona a cada uno la dificultad que tiene, la excusa para no seguirlo en el acto.
¿Cuál es la excusa que el mal espíritu te sugiere para que no puedas sentirte seguidor de Jesús en este mismo instante? Sabé que no hay ninguna. Que a Jesús lo podés seguir “como estás” y ya mismo, sin necesidad de cambiar nada salvo tu corazón y tu manera de interpretar las cosas. De hecho, si estamos rezando, yo escribiendo y vos leyendo, estamos siguiendo al Maestro, tratando de recibir en tierra buena su palabra y con anhelo de que de fruto en nosotros. Rezar es ser discípulo de Jesús.
Veamos un poco las dificultades que les resuelve el Señor a estos tres aprendices de seguidores. Retomo la meditación del Reino de Dolores Aleixandre, en la que plasma el seguimiento como un mantener juntas las tres condiciones del llamamiento del Rey Jesús: el que quiera venirse conmigo estará “contento de trabajar conmigo”… para que siguiéndome en las penas me siga también en la gloria. A la luz de estas tres gracias: estar contento de trabajar con Jesús, podemos mirar dónde está la dificultad de cada seguidor que más nos llama la atención, quizás esa sea la que tenemos que pedir como gracia y cultivar en nuestra vida de discípulos.
La dificultad de no interpretar bien los trabajos que da la cruz
El primer discípulo es el que le dice espontáneamente a Jesús: “te seguiré a donde vayas”. Este discípulo es el incondicional: te sigo a Vos Señor y estoy contento con lo que sea. Jesús parece que lo frena al decirle que “él no tiene lugar dónde reclinar la cabeza”. Lo que hace es explicitarle el “donde quiera que vayas”. ¿A qué dificultad “futura” apunta el Señor? Diría que en esta persona, que está entusiasmada y contenta con la Persona de Jesús, la dificultad le vendrá con los “trabajos”, que no serán hacer esto o aquello sino los trabajos de la Cruz. Pedro tiene algo de este tipo de seguidor, que se entusiasma con Jesús y lo ama con todo su corazón, pero quizás lo quiere tanto que no soporta verlo en la cruz. Hoy, en el evangelio de la fiesta de San Pedro y San Pablo, surge esta dificultad cuando Pedro lo reta a Jesús diciéndole que es una locura hablar de Cruz.
Comparto algo de ayer para que cada uno busque sus propios ejemplos acerca de cómo el Señor le enseña a ser un discípulo que no tropieza cuando viene la cruz.
Hace unos días que venía sintiendo que en el Hogar estábamos en un momento lindo, de sentir madurez y fortaleza para llevar las cosas de todos los días serenamente y veía esto como una invitación a crecer más. De golpe, tuvimos un día como pocos, en que se desató en un comensal una violencia que hacía tiempo no veíamos y, luego, un querido colaborador sufrió una rotura de una vena que le hizo llenar de sangre el depósito y el baño del Hogar hasta que se la pudimos parar gracias a la intervención de Lola, la enfermera de la Casa de la Bondad que se vino así como estaba y con su embarazo a dar una mano. Mientras lo llevábamos a su casa luego de ir al hospital, pensaba, quizás por primera vez, que no interpretaba estos padecimientos con el esquema de siempre: “ya me parecía que tanta paz no era posible, que algo raro iba a pasar…”, sino todo lo contrario. Sentí, y lo comentaba con Eduardo, con quién volvíamos, que se trataba de un crecimiento en la unión entre todos nosotros. Habíamos actuado como una sola familia, las tres instituciones: la Cooperativa (porque él dejó de pagar los sueldos en manos de otros y salió volando a buscar su auto), la Casa de la Bondad, en la que una de las enfermeras se quedó a cargo de todo y la otra salió corriendo a ayudar) y el Hogar (donde cada colaborador corrió a su puesto, uno buscando toallas, otro llamando a la ambulancia, otro taponando la herida, otros limpiando, otros acompañando…). “Y… es que el Hogar es nuestro Hogar” -me decía Eduardo-, somos un Hogar”.
La dificultad de no calibrar bien quién es el que nos llama
La segunda dificultad para seguir bien a Jesús creo que se puede expresar como un no calibrar bien quién es Jesús, quién es la Persona que nos llama. Esta dificultad viene de mirar más las cosas que las personas, la tarea, la responsabilidad, el deber… Siempre me acuerdo de Don Giuseppe, el párroco de Ciampino, en las afueras de Roma, que cuando opinaba algo que otro contradecía, utilizaba esa frase tan de su Cerdeña: “te lo dico io”. Como diciendo “fijate quién te habla”. Esta persona a la que Jesús llama directamente, con todo el cariño y predilección que significa esta elección particular, no se da cuenta y le pone por delante sus deberes familiares. Pablo es el mejor ejemplo del seguidor que, una vez que ha experimentado quién es ese Jesús que lo llama (“Soy Jesús, a quien tú persigues”), considera que todo es basura con tal de ganar la amistad de Cristo. Pablo, que estaba preso de la Ley, de sus responsabilidades y deberes, es liberado por Jesús para servir a su Persona. No hay valor más alto que las personas vivas y Jesús es la más Alta entre todas. Cuando hacemos algo “en su Nombre”, incluso cuando no somos “de los suyos” o no lo hacemos perfecto, el Señor mismo nos defiende (“nadie puede hacer algo en mi Nombre y luego hablar mal de mí”, dirá Jesús). Por eso, cuando nos damos cuenta de que es el Señor el que pide algo (o el que está en lugar suyo dentro de la Iglesia para misionarme a mí dado el lugar de servicio que ocupo) lo primero es decirle sí y dejarlo todo. Luego vemos cómo hacemos con lo que quedó a medias. San Ignacio hablaba de “dejar la letra comenzada”: cuando lo llamaba la obediencia, dejaba la letra que estaba escribiendo en una carta!!!. “¡Voy, Jesús!” Era la frase preferida de San Alonso Rodríguez, el santo hermano portero, cada vez que sonaba (interminablemente) el timbre de la portería del Colegio de Palmas de Mallorca, haciendo honor a su nombre, ya que Alonso significa “pronto para hacer el bien”.
Dificultad de no terminar de dejarse contentar por el seguimiento
La tercera dificultad, lo del “dejame ir dar un saludito a los míos”, parece algo menor y sin embargo el Señor la resuelve con fuerza, expresando la radicalidad del llamado con eso de no mirar para atrás. Lo propio del seguidor es “mirar para adelante”, mirar a Aquel a quien sigue. Cada uno tiene distintas cosas que lo llevan a mirar para atrás. En este se trataba de sus afectos, sus familiares, algo bueno y que quizás no le iba a llevar mucho tiempo… Pero tengamos en cuenta que se ofrece a seguir a un Jesús que, precisamente, tiene poquísimo tiempo. Ha endurecido el ceño y ha puesto la mirada en Jerusalén adonde será crucificado. Esto de mirar para adelante no es un imperativo abstracto sino una realidad de la vida y en especial de la de Jesús, que para salvar a la gente siempre está yendo adelante, mirando al que viene.
Hay otras maneras de mirar para atrás: la culpa es un mirar para atrás que se queda fijado en lo autorreferencial (yo hice tal cosa, a mí me hicieron tal cosa… la culpa siempre es yo, yo); el perfeccionismo es también una manera de mirar para atrás. En la pretensión de dejar algo totalmente perfecto hay también autorreferencia y falta de apertura a que Dios bendiga lo hecho y sea él quien lo perfeccione. La alegría del reino viene del seguimiento del Señor, en cuyas manos queda nuestro pasado (para que él perdone las culpas y perfeccione lo hecho imperfectamente).
Así, vemos cómo no hay nada que pueda impedirnos seguir a Jesús alegremente. Tanto si él nos llama como si nos ofrecemos a algo, siempre reina en esta relación de discípulos-Maestro, un aire de alegría y disponibilidad que hace fácil y hermoso el seguir al Señor. Somos sus ovejas, nada ni nadie puede apartarnos del amor de Cristo y de que escuchemos su voz y lo sigamos. Si estamos paralíticos, cargando nuestra camilla, si somos ciegos, a los tumbos y gritando por el camino, si somos petizos, subiéndonos a una higuera, si somos pecadores, comprando un perfume y ungiendo los pies del Señor, si no hemos pescado nada, tirando las redes en su nombres, si estamos en la cruz, rogándole que se acuerde de nosotros, si andamos desilusionados, permitiéndolo que nos acompañe por el camino y nos haga arder el corazón con las escrituras…
Nadie te puede prohibir acercarte a Jesús y seguirlo, aunque sea de lejos, como las santas mujeres que lo miraban en la Cruz, aunque sea medio obligado, como el Cirineo, o hundiéndote en las aguas embravecidas a las que te tiraste en un momento de entusiasmo y luego ves que te falla la fe… Todos estamos invitados a seguirlo: “el que quiera seguirme, que se haga cargo de su dificultad, y me siga”.
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