La celebración tradicional de la Fiesta del Corpus se ha centrado en la "Presencia real de Cristo en el pan y en el vino", llevando, como punto máximo de la celebración, a la adoración del Santísimo Sacramento, su exposición pública, la procesión en la custodia...
Estas manifestaciones han oscurecido notablemente el centro del mensaje, desplazando la celebración de la Eucaristía hacia una adoración del dios oculto, misteriosamente presente en el pan (el vino ha sido completamente desplazado en la fiesta tradicional).
En nuestro comentario vamos a prescindir de este sentido tradicional, para centrarnos en lo que los mismos textos sugieren, y en una reflexión preferente sobre la eucaristía.
El pasaje de Lucas se incluye en un contexto cuyo tema general es la pregunta fundamental: "¿Quién soy Yo?". En los versos inmediatamente anteriores se dice: "Unos decían que era Juan resucitado de la muerte; otros, que era Elías aparecido; otros, que había surgido un profeta de los antiguos". Herodes comentaba: 'A Juan, yo le hice degollar, ¿quién será éste de quien oigo tales cosas?'"
Jesús sigue predicando a la gente y muestra, en este signo, quién es Él. El párrafo siguiente contiene la pregunta de Jesús a los discípulos, "¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?", y la profesión de Pedro, "Tú eres el Mesías de Dios". Inmediatamente después, Jesús predice su muerte y resurrección, y, dando sentido a todo, el relato de la Transfiguración, que manifiesta a Jesús como "el que ha de venir", el que anunciaron los profetas (Elías y Moisés), el Hijo.
La multiplicación de los panes y los peces tiene por tanto el sentido de anunciar en un signo evidente la presencia del Reino en Plenitud. Como El Señor dio de comer a su pueblo en el desierto (el maná, las codornices), como los profetas antiguos multiplicaron la harina y el aceite (Elías, Eliseo), Jesús se presenta como alimento abundante, como plenitud.
Este texto, complejo y discutido, nos lleva a algunas consideraciones para entenderlo mejor.
1. La multiplicación de los panes es el único milagro que se narra en los cuatro evangelios.
2. Mateo y Marcos hablan de dos multiplicaciones de panes y peces. Todos los autores van estando de acuerdo en que se trata de dos relatos del mismo hecho.
3. Parece que Juan maneja fuentes propias, parecidas a los sinópticos, pero diferentes.
4. Como en todas las narraciones de "milagros", nuestro sentir actual se resiste. El milagro nos produce más resistencia que fe. Sin embargo, todos los estudios serios coinciden en reconocer que ésta no es una narración fingida por las primeras comunidades como vehículo de una catequesis, sino que tiene una raíz histórica indudable. En un lugar deshabitado, Jesús dio de comer a mucha gente con unos pocos panes y peces.
5. Los evangelistas presentan este suceso como un "hecho mesiánico", en varios sentidos.
En paralelo con los relatos de otros milagros, como manifestación de la "presencia del Reino": ya está aquí la promesa. En este sentido parece haber sido entendido el signo por los presentes, hasta el punto de querer hacer Rey a Jesús. Esto provoca la huida de Jesús, la posterior controversia en Cafarnaúm, la promesa del Pan de Vida, y el abandono de la gente desilusionada por este nuevo Mesías no político, que termina en la frase de Jesús a los discípulos "¿También vosotros os queréis ir?"
En paralelo claro con otros relatos bíblicos tales como el maná en el desierto, los panes de Eliseo, y bastantes otros, claramente aludidos por los narradores para "interpretar el signo" como abundancia, alimento de Dios en el desierto.
6. El sentido final de estos textos lo da el evangelio de Juan, que lo incluye en la gran catequesis del capítulo sexto acerca del pan de vida. Se ha interpretado este texto como una catequesis eucarística, pero debe entenderse más correctamente. Como indicábamos en la fiesta del Jueves Santo, la interpretación habitual se fija en que "este pan es Jesús", pero el sentido original es más sencillo y más fuerte: "Jesús es pan".
"Este pan es Jesús" conduce a una filosofía de la presencia de Cristo en las especies sacramentales, que lleva finalmente a la adoración.
"Jesús es pan" lleva a una definición básica de Jesús, entregado hasta dar la vida para ser alimento de muchos. Esto lleva a identificarse con Él y hacer de nuestra vida una entrega como la suya.
El pasaje sirve para negar el mesianismo tradicional. Los signos que usa Jesús son importantes fijándonos sobre todo en los que no usa: Jesús se está manifestando como el Enviado de Dios; pero no usa como signo el legado poderoso, los atributos regios, los resplandores, las armas, los tronos, los vestidos: usa como signo el pan. Todas las religiones, Antiguo Testamento incluido, están dispuestas a reconocer a Dios en un templo suntuoso, en unos ornamentos espectaculares, en vasos sagrados de oro... Jesús no: se reconoce a Dios en el pan, en el vino. Granos y espigas machacados para alimentar. Apenas podemos darnos cuenta, con nuestras mentes embotadas de tanta religión filosófica, de la trascendencia de ese cambio.
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Los ojos son un maravilloso instrumento, un prodigio de técnica asombroso... pero no son más que eso. Nos permiten captar la superficie de las cosas, la materia.
Los ojos de Jesús eran capaces de leer las cosas hasta el fondo. Los ojos de Jesús le permitían ver a su Padre en todas las cosas, en la semilla, en el pastor, en la levadura, en los administradores, en la sal... en todo. Los ojos de Jesús entendían el mensaje de las cosas, leían La Palabra en todo lo que veían.
Jesús, desde pequeño, admiraba el milagro del pan y del vino. Sabía su historia:
o los minúsculos granos de trigo tirados en tierra, desaparecidos, muertos
o la sorpresa del pequeño brote verde, tan tímido
o el prodigio de la espiga, esbelta y frágil, que va amarilleando al sol
o la abundancia contenida, apretada, de las docenas de pequeños granos, hijo renacidos del viejo grano muerto y enterrado
o el molino implacable, que parece matar sin piedad a los granos indefensos
o la harina, la flor de harina tan pura que podía presentarse como ofrenda al Señor
o y el milagro del pan.
Jesús niño veía a su madre amasar, poner en la masa un pellizco de la del día anterior, dejar que reposara. Jesús niño llevaría la masa ya fermentada al horno común - ¿esperaría un poco o se iría a jugar, o a echarle una mano a José...? – y volvería a casa cantando, con la hogaza abrazada para sentir su calor, embriagado de su aroma, reprimiendo las ganas de darle un pellizco en el camino, cuesta arriba, de su casa empotrada en la roca.
El milagro del pan, nacido de la muerte del grano de trigo. Nacido para morir y dar vida.
Partir el pan y repartirlo al empezar la comida... Esto lo haría José, bendiciendo al Señor por el don tan precioso. Y Jesús, con su trozo de pan en la mano, pensaba sin duda en el grano desaparecido meses antes en la tierra, multiplicado por la fuerza sagrada de su propia alma vegetal, por el poder y la sabiduría del Padre de los Cielos, que ahora, con el primer mordisco, iba a desaparecer para siempre y transformarse en su propio cuerpo.
En Nazaret había viñedos. Cuidar las cepas, podarlas, quitarles los parásitos... esperar al otoño, que la vendimia es la última de las recolecciones. Y la fiesta. La vendimia ha sido siempre en todas partes tiempo de fiesta. Arrancar los racimos, como mutilando a las vides generosas, acarrearlos al lagar. Los ojos de Jesús se llenaron muchas veces de la imagen de los granos oscuros pisoteados, sangrantes, aplastados por los pies de todos, los suyos propios también sin duda, y de su sangre oscura derramada, embriagadora.
Y echar un trago para quitar la sed, para entonarse un poco, brindar con los amigos para estrechar la amistad, para celebrar mejor la fiesta... Jesús asistía a bodas, como todo el mundo. Y no hay boda sin fiesta, y no hay fiesta sin vino. La copa pasaba de mano en mano, en gesto de comunión en la alegría. Cuando los ojos de Jesús se asomaban al borde de la copa, adelantando a sus labios, veía en el rojo espejo del vino la historia de aquella sangre de los granos de uva, arrancados a su madre la vid, que dentro de nada se juntarían a su propia sangre para hacerla caliente y generosa, encendida y festiva como el vino mismo.
Jesús se comprendió en el pan, se comprendió en el vino. Sembrarse, madurar escondido y en silencio, sumergirse hasta el fondo de la madre tierra y de sus hijos los hombres, las mujeres, los niños, los enfermos... que son tierra fecunda, masa blanda, jugo lleno de vida quizá por fermentar. Ser para otros alimento y alegría. Desaparecer en los otros, fundido en lo más íntimo del ser ajeno, alentando, dando calor y fuerza desde dentro.
No sabemos cuándo ni cómo supo Jesús que para eso estaba en el mundo: para sembrarse, para morir en el invierno bajo tierra, para ser pisado y estrujado hasta que no quedase de él más que un pellejo sin nada que exprimir.
Y unas horas antes de morir, en la cena que él sabía que iba a ser la última, Jesús se vio a sí mismo, encima de la mesa, en forma de pan, en forma de vino. Y lo dijo: "mi cuerpo entregado es pan, mi sangre derramada es vino" . Era ya de noche, hablaron mucho rato. Jesús se puso al fin de pie y les dijo: "Levantaos, vámonos de aquí" . Y él sabía que iba al molino, al lagar, a ser machacado y estrujado para ser pan y vino de muchos.
Y las palabras para el futuro: "haced esto en mi recuerdo". "Esto" es compartir el pan y el vino en torno a la mesa, comulgar con Jesús y con todos los que comulgan con Jesús, formar un solo pan, un solo vino para alimento del mundo.
Los seguidores de Jesús hemos heredado su respeto por el pan. Nuestros abuelos nunca cortaban una hogaza sin haber hecho sobre ella, con el mismo cuchillo, la señal de la cruz.
Y una vez al año, hoy, CORPUS CHRISTI, nos quedamos sobrecogidos en la contemplación del pan y del vino, y volvemos a ver en ellos el cuerpo molido y la sangre estrujada de Jesús, como Él mismo se vio, sobre la última mesa, en su última cena con sus amigos.
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