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domingo, 4 de agosto de 2013

Contemplaciones del Evangelio: Almacenar vs compartir

XVIII Domingo del T.O. (Lc 12, 13-21)

“Aunque uno ande sobrado de cosas… su vida no depende de los bienes que posee”.
Qué verdad tan grande, ¿no?
Y sin embargo ¡cuántos bienes “a la mano” nos proporciona el mundo de hoy! Cuantas cosas que potencian infinitamente la capacidad de nuestros sentidos: los aparatos para ver, con sus pantallas táctiles; los dispositivos para escuchar música, para comunicarse, para viajar…
A mi me encanta la tecnología y a veces pienso, un poco en broma, ¡las compus que me perderé en el cielo!

Es que hay algo en el progreso tecno-biológico que resulta fascinante y que cuestiona (quizás no explícitamente) una concepción de la vida eterna. ¿Cuál concepción? Una vida eterna sin “dispositivos electrónicos”, sin “dinero”. ¿Es que vamos a “ver” todo sin necesidad de pantallas? ¿Y vamos a comunicarnos sin necesidad de celulares? Al plantear esto uno se puede imaginar algo así como que los aparatitos protestarían, porque están creados para eso y de golpe les decimos que no son necesarios, que en los cielos nuevos y en la nueva creación que Jesús promete habrá lugar para las estrellas y las plantas y también para las mascotas, las aves los peces, pero no habrá aparatos. No necesitaremos luz de lámparas, como dice el Apocalipsis, porque el Señor mismo será nuestra luz.
Al fin y al cabo, todos los aparatos son “extensiones” de nuestro cuerpo y de nuestros sentidos, que no le alcanzan a nuestro espíritu y necesita ampliarlos. La resurrección prometida se puede pensar como un poner nuestra carne a la altura de nuestro espíritu, la frágil condición de nuestras vasijas de barro a la altura de la Vida Plena que nos promete el mismo que nos dio esta vida mortal y dio su vida para redimirnos ya que habíamos mal usado la nuestra.
Toda la tecnología es una búsqueda por nuestros propios medios de esa plenitud que nuestro espíritu desea y nuestra carne no le puede dar sin ayudas.
Los que se ríen con escepticismo de los que “creemos” en la vida eterna tendrían que caer en la cuenta de cuánto la desean y cómo la están buscando cada vez que prenden la TV o se compran un nuevo celular. La vida eterna es la “plenitud de todas las relaciones”, la plenitud de la comunicación: poder “ver” el Rostro de nuestro Dios y “ver” nuestro propio rostro -quiénes somos- transformado a imagen suya, poder ver el rostro pleno de los que conocemos y amamos y escuchar su corazón expresándose con palabras plenas, palabras vivas, como las de Jesús.
La pasión por ver en Facebook las fotos de nuestros amigos y de subir las nuestras es un pálido reflejo de ese deseo hondísimo de “ver” las caras de los demás, que es de lo que tiene sed nuestro espíritu. Porque de todos los paisajes del universo, los rostros son el paisaje más apasionante. De todos los sonidos, la voz de los que amamos es la música más melodiosa. De todo lo que se puede pensar, los libros que escribieron los grandes autores y que nos permiten “pasar tiempo pensando con ellos”, siguiendo los senderos de sus renglones y bebiendo sus palabras que hacen que nuestras emociones se ensanchen de gozo o sufran con angustia y que nuestra mente se clarifique y aprenda cosas que no sabía, de todo lo que podemos pensar, decía, lo más rico es compartir lo que pensaron otros.

Aquí salió la palabra mágica: compartir. Compartir es la esencia de lo que somos. Somos seres compartibles y compartidores. Por eso el problema del rico no es “almacenar” sino engancharse en “almacenar más de lo necesario para compartir”.

El problema del rico es bien actual. Sus campos rindieron una cosecha abundante y la preocupación que le sobrevino fue la de “no tener dónde guardar tantos bienes”. Esta preocupación por el “almacenamiento” es muy propia de nuestra cultura: vamos almacenando información en lugares virtuales cuya capacidad crece exponencialmente. Ya estamos en los Terabytes, mil millones de millones de “pedacitos” o mordiscones, (eso significa Bytes). Dicen que un byte es una letra y 10 Tbytes toda la Biblioteca del Congreso de los EE.UU., lo cual significa unos 138 millones de documentos.

¿A qué apuntan estos datos curiosos? A que pronto, si no está ya, tendremos todo lo escrito, filmado y grabado en un Disco duro y a disposición de todos. Y ¿qué pasará? Pasará lo que está pasando ya, que uno ha visto todas las películas buenas y hace falta gente que filme cosas nuevas. Al lograr tener almacenada toda la historia nuestra pasión se tendrá que orientar exclusivamente hacia lo nuevo. Pero el trabajo de crear es más lento que el de consumir y ya se está sintiendo el problema de tener más capacidad tecnológica que contenidos. Más celular que gente con quien hablar, más botones que dedos y más apps que tiempo para usarlas.

Aquí tocamos la otra palabrita mágica. “Tiempo”. Es lo que le dice Dios al rico insensato: “Esta misma noche te demandarán tu alma”. El, que ahora era tan rico en bienes, era pobre en tiempo. Solo tenía tiempo hasta la noche.

El tiempo es un misterio. Pero hay algunas cosas ciertas: una, la esencial, es que nos vamos volviendo ´”pobres en tiempo”.

La otra es que cada ser tiene su tiempo: el tiempo anónimo de los planetas, el tiempo cíclico de las plantas, el tiempo común de cada especie animal y… el tiempo único de cada ser humano. Esta característica –la de ser único para cada uno- es quizás lo más propio de nuestro tiempo humano. Hay gente que se hace tiempo para todo y gente que nunca tiene tiempo para nada; gente que pierde el tiempo y gente que lo gana…

Aquí es donde los invito a unir nuestras dos palabras mágicas: tiempo y compartir. Si las unimos en el corazón y las ponemos en práctica, se fusionan y se convierten en infinitos modos -todos ellos distintos pero con la misma calidad- de amor. Tiempo compartido durante nueve meses y luego durante varios añitos de manera exclusiva por dos creaturas: amor de madre e hijo. Tiempo compartido durante toda la vida sin exclusividades ni reglas externas ningunas, en pura libertad y aprovechando espontánea e intensamente los encuentros como se den: amor de amistad. Tiempo compartido masivamente en fiestas que involucran a todo el pueblo y en tareas solidarias ante desastres naturales o grandes calamidades: amor social de fraternidad.

Y aquí viene lo de “ser rico a los ojos de Dios” (y del prójimo): ser rico a los ojos de Dios y del prójimo es ser rico en Amor. Y ser rico en amor es ser rico en tiempo compartido, que es tiempo vivido a pleno. El tiempo no compartido es tiempo que se “pasa”. Sólo se puede “atesorar” el tiempo compartido. Es el único que se puede volver a compartir: contarlo, recordarlo, comunicarlo a los que vienen.

Salió medio filosófica la contemplación, pero creo que es bueno profundizar en esto porque lo opuesto a “almacenar” cosas no es “dar cosas”, que está bien, pero no es el fondo. Lo opuesto a almacenar bienes es compartir nuestro tiempo. Esa es la señal concreta del amor. Porque uno puede dar muchas cosas y trabajar mucho pero “para irse”, para sacarse de encima al otro, para satisfacer el propio ego o la necesidad de “hacer cosas”. A los ojos de Dios son ricos aquellos que comparten no lo que les sobra sino “de su pobreza”. Y nuestra mayor pobreza es el tiempo, por eso es lo más valioso que podemos compartir.

Contaba un obispo que hace poco se juntaron con el Papa en Roma algunos que iban a recibir el palio y que, luego de estar una hora charlando con el Papa, alguno hizo amago de irse y los otros lo siguieron y comenzaron a despedirse. Y Francisco le dice: ¿ya se van? Yo tenía toda la tarde para ustedes. Dice que se quedaron con gran alegría y compartieron un montón. La cercanía que todos sentimos con este Papa pasa por ahí, por el tiempo que pierde subiendo al jeep y dando vueltas por la plaza, por el tiempo que pierde saludando y saludando, a izquierda y a derecha y a cada uno de los que hacen fila para darle la mano. Esta manera de compartir su tiempo fue siempre una gracia suya. Siempre me llamó la atención, cuando charlaba con él, que nunca hace ademán de “ya terminó la charla”, siempre esperaba a que el que había venido pusiera el fin a la charla y él alargaba un rato más la reunión. La sensación luego de hablar con él era la de salir satisfecho, como quien ha compartido de verdad. Tenemos un Papa rico en tiempo compartido, que goza compartiendolo con su pueblo. ¡Qué linda bendición!


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